Cuando Mario Vargas Llosa hace su aparición en la narrativa peruana, en la década del 50, ésta se
debatía entre el abandono del indigenismo como temática, y más bien comenzaba a abordar, con audaz
pertinencia, la cuestión urbana, de la que, justamente, con el transcurrir de los años, el autor de Conversación
en La Catedral
se convertiría en el mayor exponente.
Es en este contexto inicial que Vargas Llosa publica su primer libro de cuentos, Los jefes
(1959), y uno de ellos —"El desafío"— obtiene el premio Leopoldo Alas que le permite al
futuro novelista viajar por primera vez a Europa y convencerse de que ésa será su futura residencia
literaria. Con todo ello, al mismo tiempo, inicia la afirmación de su vocación.
Los jefes,
es cierto, trata una temática inmadura y de aprendizaje. El libro, en conjunto, es irregular, comparado con
las posteriores y poderosas muestras de destreza del autor en el campo de la novela. Sin embargo, alguno de
esos relatos encajan en el concepto de la narración clásica. Y "Día domingo", el que hemos
elegido para este trabajo, creemos que, precisamente, es el más destacado y el mejor logrado de la
colección.
Iniciando su carrera de escritor, Mario Vargas Llosa opta por el realismo, una tendencia que alcanzará
cimas maduras, por ejemplo, en La ciudad y los perros
y Conversación en La Catedral,
aunque, a pesar de sus esfuerzos, encontrará cierta distensión en obras menores como Historia de Mayta
y ¿Quién mató a Palomino Molero?,
en los años 80. La "nouvelle" Los cachorros
también bebe de esta fuente particularmente realista, con resonancias rítmicas y onomatopéyicas en un
relato coral en su conjunto, y en La casa verde,
que entrecruza historias disímiles y da cuenta del complejo universo vargasllosiano.
El realismo en Los jefes
está planteado de una manera aún incompleta. Mas sus esfuerzos por recrear la vida cotidiana,
preferentemente urbana, no son vanos. Se advierte cierta inseguridad, aún, y el manejo ambivalente de
ciertas técnicas narrativas —que perfeccionará hasta alcanzar metas admirables en sus primeras novelas—,
pero mucho entusiasmo y dedicación que avizoran al promisorio escritor.
Uno de los elementos característicos de "Día domingo" será constante en las primeras obras
de Vargas Llosa: el grupo masculino como núcleo donde reposa y a través del cual se producen las acciones.
En La ciudad y los perros,
los estudiantes del colegio militar, protagonistas de la novela, forman "el círculo"; en La
casa verde,
existe un conjunto de inseparables y festivos amigos, "Los inconquistables", entre los que
sobresale el guardia Lituma, personaje que reaparecerá en futuras obras del novelista. Y en Los
cachorros,
si bien la tragedia constante y feroz de Pichula Cuéllar es el motivo recurrente del libro, somos aun más
conscientes de esta noción de grupo, ampliado a un universo femenino y de intercambio entre los sexos, en
cuanto amistad y primeros amores.
En "Día domingo" el protagonista es Miguel. A lo largo del relato surgen los otros personajes,
los llamados a sí mismos "pajarracos": Rubén, el rival por el amor de Flora, la chica de quien
Miguel está enamorado, y junto a él Francisco, Tobías, el Melanés y el Escolar.
El narrador es extradiegético y heterodiegético —para usar la terminología narratológica propuesta
por Genette desde los ámbitos del estructuralismo—, todo lo controla en la narración. Estamos ante un
relato no focalizado o con grado cero de focalización: el narrador, omnisciente en este caso, nos informa
las intenciones, sueños, esperanzas y actitudes de Miguel y los demás personajes.
Si abordamos el cuento por el lado de una representación social e histórica determinada, claramente
hallaremos en él referencias y resonancias a los años 50. Miraflores, un distrito mesocrático, de clase
media, donde, no como ahora, predomina el "barrio", que, en palabras del propio autor, era
"...prolongación del hogar, reino de la amistad" (Vargas, Los jefes
X). Es ese barrio donde residen los protagonistas, el núcleo físico que los agrupa y los acoge. "El
‘barrio’ miraflorino era inofensivo, una familia paralela, tribu mixta donde se aprendía a bailar, a
hacer deportes y a declararse a las chicas. Los grandes placeres se llamaban correr olas y jugar fulbito,
bailar con gracia el mambo y cambiar de pareja cada cierto tiempo" (Vargas, Los jefes
X). Y son, finalmente los habitantes de ese pequeño espacio, los que configuran la trama de este relato
circular que, aun imperfecto, constituye una de las obras breves más logradas del mayor narrador peruano en
la actualidad.
El tiempo ha pasado: el relato está narrado con el uso de un pretérito acaso reciente, inmediato. Ello
otorga a las acciones una permanente actualidad, una dinámica que no resulta antojadiza o arbitraria, por
el contrario, la narración se desenvuelve con claridad, estimulada por descripciones cruzadas por diálogos
entre el grupo de amigos o esas palabras sentimentales que, al principio, Miguel le dirige a Flora,
formalizando una "declaración de amor".
El objetivo no es, sin embargo, contarnos una historia romántica, sino que ello será consecuencia de
las acciones que ocurren en el relato. Vargas Llosa se reconoce influenciado e inflamado por Hemingway y
Faulkner, y "Día domingo" es, para nosotros, "un cuento de hombres sobre hombres". Sin
que eso quiera decir que se trata de una historia machista. Mas es clara la intención de destacar esa
característica en un universo social, retratado ficcionalmente, donde la mujer, si bien presentada como
adolescente y dotada de virtudes, no es precisamente protagonista de aventuras que "por
naturaleza" le corresponderían a los hombres: justamente el encuentro en el restaurante, la primera
competencia en ese escenario que consiste en beber cerveza hasta embriagarse, y la segunda prueba, la
definitiva, enfrentar y afrontar "la reventazón" de la playa en Miraflores, en pleno invierno,
prueba que "debería" tener un ganador.
Los tiempos han cambiado y por ello decíamos que este cuento es perfectamente representativo de una
época. Citar al "Conejo" Villarán (un nadador limeño de los años 50), o evocar, como lo hace
el Melanés, a Esther Williams, una actriz de Hollywood de esa misma época, cuyos roles protagónicos,
precisamente, equivalían a los de una sirena en la pantalla, evidencian ciertas marcas de una etapa. Hay
frases, asimismo, como "de la pitri mitri", que hoy han caído en desuso en el léxico de los
adolescentes limeños para ser reemplazadas por otras mucho más resonantes y connotativas, que a la vez dan
cuenta de una cultura vivaz, electrónica, saturada de referentes mediáticos. Es un reino donde la
semiótica puede interpretarlo y racionalizarlo todo y donde los significados y símboles traducen desde
frustraciones colectivas hasta aspiraciones puramente individuales y banales.
La atmósfera que va creando el autor, hacia el epílogo, es la de un suspenso cada vez mayor. La
competencia en el mar, por las dificultades del clima —el frío, la neblina— y las condiciones de Miguel
y Rubén, harían pensar en un desenlace trágico. Incluso se dan pistas de que puede suceder un hecho de
esa naturaleza: "—Los dos están borrachos —insistió el Escolar—. El desafío no vale"
(72), pero luego todo recupera una ansiada normalidad que remite a un desenlace propio de un "happy
end" de película norteamericana. Quizá la ya notoria influencia del cine en Vargas Llosa —quien
siempre se ha declarado un cinéfilo apasionado e incluso ha ejercido, con presteza, la crítica
cinematográfica— haya influido en esa suerte de pincelada feliz y afortunada que es la frase final del
relato: "Se abría, frente a él, un porvenir dorado" (82).
"Día domingo" es, también, un paseo por espacios y vías urbanos reconocibles que se
mantienen en una Lima asfixiante como la del presente: la avenida Pardo, la calle Grau, el malecón o la
bajada de los baños, todos en Miraflores. Hay, por cierto, una alusión accidental a un personaje —el
"cachalote" Tomasso—, a partir de la cual el Escolar se refiere a los colectivos, esos medios de
transporte que recorrían las avenidas limeñas Tacna, Arequipa y llegaban al parque Kennedy, el mismo caso
que reencontramos en las hiperrealistas situaciones de Conversación en La Catedral.
Con este aporte a la narrativa urbana, Vargas Llosa se emparenta, a su vez, con Julio Ramón Ribeyro y
Alfredo Bryce Echenique, quienes, también desde su pertenencia a una clase media o alta en el mismo
distrito miraflorino, cuentan historias muy sugerentes, recreando los microcosmos de la ciudad y formando
una pequeña pero interesante mitología alrededor de aquellos espacios. No es tan casual, entonces, que
situaciones de Los cachorros,
como las fiestas, los encuentros entre amigos o cierta atmósfera clasista se reflejen, por ejemplo, en
"Baby Schiaffino", uno de los cuentos más divertidos y a la vez delirantes de Alfredo Bryce.
Volviendo a "Día domingo", hallamos una sociedad representada como un ente conservador y capaz
de juzgar. El cuento comienza con una escena posterior a una misa dominical, una costumbre religiosa, propia
de un conservadurismo en los años en que la situación económica del Perú era muy distinta a la actual.
Pero ello se debe también a ciertos condicionamientos históricos. Creemos que, desde la ficción, y sin
que se advierta en una primera lectura, ya el autor, a través de su narrador omnisciente, está ironizando
sobre condiciones como la aludida.
Este carácter conservador subyace a los "pajarracos" que son, vamos a llamarlos así,
especímenes o radiografías personales de un espacio y de una época. Acuden a clubes (se cita al
"Terrazas", un espacio aún existente en la Lima contemporánea y que, en algún modo, sigue
siendo selectivo), y se embriagan pero sin llegar a situaciones sin control, desaforadas. Si somos
objetivos, aunque esta pretensión nunca puede ser cabal, la misma competencia marina entre Miguel y Rubén
no es una realidad virtualmente temeraria frente a las situaciones que la propia literatura en los años 80
y 90 en el Perú nos ha mostrado con violencia y con horror, quizá propia de esos años. Es cierto, esta
"creación" más reciente se ha producido con bastantes libertades de parte de sus autores, muchas
veces dudosamente artísticas, y si las englobamos en el término "literatura" es por darle
amplitud, más que por el propio logro de la mayoría de las propuestas.
¿Sería, pues, el de Miguel y Rubén, ante la falsa capacidad de disuasión de los
"pajarracos", un enfrentamiento que hoy resulta un juego de niños? Desde una perspectiva
sociológica y de cambio, efectivamente procesos como los de migración, pobreza y desempleo han cambiado
radical y definitivamente el rostro de la capital limeña. El consumo excesivo de licor conduce hoy en día
a situaciones oscuras y terribles. Ahora se le suma el de las drogas, incluso ya desde una condición de
aceptación y reconocimiento por parte de los jóvenes que, en muchos casos, las consumen con naturalidad y
no poca ansiedad. Y en cuanto a la sexualidad, en "Día domingo" sólo está aludida
indirectamente por la declaración de amor del inicio, y el final que anuncia una relación, quizá,
"ejemplar". Es curioso que un autor como Vargas Llosa, en cuyas primeras novelas brota el sexo de
una manera violenta y voraz, contaminado por las que suelen llamarse en nuestro medio palabras fuertes,
lisuras o groserías, se limite, precisamente en este "cuento de hombres y sobre hombres", como lo
hemos definido, a esbozar figuras más o menos inocentes, pero despojadas de algún atisbo de crueldad,
sevicia o corrupción.
Por lo que entendemos, sobre todo, que "Día domingo" es final y decisivamente, un cuento sobre
la amistad, sobre la fraternidad, sobre el primer e inocente amor adolescente. Es en esas coordenadas y a
partir de esas referencias que el más importante novelista peruano contemporáneo desarrolla un cuento de
veinte páginas cuyo valor documental es ilustrativo y que, notoriamente, muestra —y demuestra— las
ideas jóvenes, a veces sólidas, a veces tímidas, por último contradictorias, en un autor que con el
tiempo, a través de novelas decisivas, ha recreado nuestra cruda realidad. Sobre todo en las tres iniciales
que publicó en los años 60, y, con el tiempo, en otras menos logradas como El hablador
o Lituma en los andes.
En el cuento se respira un espíritu, proveniente del narrador, decidida y voluntariamente literario,
ligado a la alternativa éxito/fracaso de la trama, como una variable para medir cierta condición humana.
Al momento de escribir este cuento, finales de los años 50, Vargas Llosa era un ferviente lector de Sartre,
a quien apoyaba en su postura existencialista, pero también de Camus y Malraux. Además, si tenemos en
cuenta que una novela como Las tribulaciones del estudiante Törless,
de Robert Musil, es, según la crítica especializada, una influencia decisiva en La ciudad y los perros
(Oviedo 137), podemos afirmar que, en el fondo, reposa cierto nihilismo ya en la conciencia del autor del
propio "Día domingo". Y este nihilismo está representado, de alguna forma, a veces oculta, a
veces en primer plano, en estos "pajarracos" que beben licor para afirmar su virilidad y se
enfrentan al mar como si en ello —literalmente— se les fuera la vida, pero que, sobre todo, andan
despistados y extraviados, más por la propia edad que viven y la naturaleza de ésta, que por cierto
ambiente adverso, desagradable o dañino que no es característico —aún— de la época en que se enmarca
el relato.
Bibliografía
Armas Marcelo, J. J. Vargas Llosa: el vicio de escribir.
Madrid: Alfaguara, 2002.
Dolezel, Lubomír. "Truth an authenticity in narrative". Poetics Today
1.3 (otoño de 1980): 9-25.
Lamarque, Peter y Stein Haugon Olsen. Truth, Fiction and Literature.
New York: Oxford University Press, 1994.
Martínez Bonati, Félix. "El acto de escribir ficciones". Dispositio. 3.7-8 (1978):
137-144.
Oviedo, José Miguel. Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad.
Barcelona: Seix Barral, 1982.