Sin reparar en los tantos factores que en vez de aclarar el caso terminan ofuscándolo, muchos de los
cuales que ni son a veces considerados por los críticos de arte, psicólogos, historiadores, filósofos u
otras disciplinas, uno no debe de sentirse avergonzado si alguna obra de arte no nos toca, no nos gusta, no
nos entrega eso que aquellos que han escrito sobre ésta dice que promete, decretando entre sus páginas que
solamente ciegos o sordos o ignorantes son incapaces de percibir sus regalos divinos, ese maná, eucaristía,
pues hay que recordar que entender es una cosa y gusto, el de usted o el mío, otra. No, no debemos sentirnos
avergonzados, pequeñitos, o que carecemos de algo, de educación, cultura, de cierto perfil, talante o
sentir. El hecho de que yo haya entendido la importancia del Quijote,
la Biblia del idioma que a veces profano, por ejemplo, no quiere decir necesariamente que me gustó, que me
tocó, que su lectura me pareció amena o que ésta ha cambiado mi vida. Pues les confieso que otros libros,
menos notados que éste, me han tocado más, me han gustado más. Les confieso hoy porque ya no me siento mal,
porque me he desasido de esa carga dañina pero necesaria que tomamos durante nuestros primeros años
escolares, cuando no conocemos, sólo sentimos, y nos prescriben libros, autores y patrones, doctrinas y
reglas; en fin, porque he entendido que el sentir es cosa de niños, por fortuna, y no asunto de maestros o
profesores, y que los pocos maestros o profesores que uno recuerda son aquellos que te hicieron sentir, no
necesariamente entender, de lo que hablaban, que en el transcurso te hicieron enamorar del mundo que
describían. Es decir, sentir es cosa de genética, de fisonomía, y entender, apreciar, cosa de instrucción,
de escuela y ambiente; con razón el dictamen: el artista nace y luego se hace (o se deshace). Así que no se
sienta usted mal si no le gustó la música de Beethoven, la lectura de La odisea,
los lienzos de El Greco, etc. Esto no quiere decir que no entienda ni aprecie la importancia de esos trabajos.
Ni tampoco se sienta mal al confesar que le gusta algo y que este gusto no lo ha llevado a querer entender ese
algo o a querer entender el porqué le gusta, le agrada. A mí, por ejemplo, el que menos me gustó de los
trabajos de César Vallejo fue Trilce,
supuestamente su más grandiosa obra; y es que gusto, señores, no nos lleva a entendimiento, o sea, a
apreciación, ni entendimiento, apreciación, a gusto, necesariamente: pues no hay conexiones necesarias en
este caso, como dictó el filósofo David Hume. Nadie nos puede enseñar a sentir; a apreciar desde luego, mas
nunca a sentir. Así que no se empequeñezca sin razón, y escúchese, confíe un poco más en su voz, en su
interior, conciencia, y pare de reparar tanto en lo que ha leído de fulano de tal o lo que dijo algún
crítico o filósofo sobre cierto personaje histórico u obra. No, no somos ignorantes ni carecemos de cierto
nivel de educación. Sentimos, como todo aquel que lleva nombre, apellido, que habla un idioma, ejerce un
oficio; y es lo primordial, como señaló don Jorge Luis Borges.