Hace unos años ya, se desató un debate (a decir verdad, no fue más que una ligera discusión) acerca
de la autoría de la (según algunos) mediocre novela El enigma de la calle Arcos.
El seudónimo con que fue firmada dicha obra, Sauli Lostal, forma parte del misterio que encubre al
verdadero responsable de esta (por muchos) despreciada novela policial.
El enigma de la calle Arcos
fue publicada a modo de folletín por el diario Crítica
de Buenos Aires, en el año 1932, y luego publicada a modo de libro por la editorial Am-Bass en el año
1933. Se trata de una novela policial de argumento fuerte pero infortunada escritura. De su autor sólo se
sabe el nombre, Sauli Lostal, que por supuesto se trata de un seudónimo. En el año 1996, Ediciones Simurg
reeditó dicha novela con prólogo de Sylvia Saítta, y en el año 1997 se sucedió una serie de artículos
debatiendo sobre la identidad del autor.
Fue por aquel año 1997 que el escritor Juan-Jacobo Bajarlía intentó demostrar que El enigma de la
calle Arcos
fue obra, ni más ni menos, que de Jorge Luis Borges, el mayor escritor argentino de todos los tiempos, y,
por cierto, alguien que jamás ha escrito una novela. Para esto, Bajarlía recurrió a la existencia
comprobada de otros juegos de seudónimos de la época que encubrían a grandes autores, a una supuesta
confesión de Ulyses Petit de Murat que atribuye El enigma
a Borges, y a una búsqueda novelesca, si no fantástica y llena de imaginación (que excede, seguramente, a
la imaginación del verdadero autor de El enigma),
de asociaciones entre la vida e historia familiar de Borges y los hechos y personajes tratados en la novela.
Respecto a esto último, Bajarlía encuentra (o fuerza)
una relación entre ciertos nombres de la familia Borges, y los nombres de algunos de los personajes de la
novela (el ejemplo característico es el referido al protagonista, Horacio Suárez Lerma, considerando que
el abuelo materno de la madre de Borges se apellidaba Suárez, aunque lo de Lerma queda sin explicación
satisfactoria, como pasa con otros ejemplos).
El escritor Fernando Sorrentino, experto en Borges y en su obra, publicó una respuesta a los postulados
de Bajarlía, negando toda relación entre el autor de El enigma de la calle Arcos
y Jorge Luis Borges. Los argumentos, publicados en el diario La Nación
del 17 de agosto de 1997, son convincentes. Si bien Sorrentino comienza demostrando que los puntos sugeridos
por Bajarlía como pruebas
de la autoría de Borges no constituyen verdadera evidencia (una confesión personal de difícil
comprobación y dudosas afirmaciones, una justificación contextual totalmente ajena, y una extraordinaria
capacidad inventiva para asociar nombres ficticios con reales y crear un entramado muy probablemente
inexistente), el punto clave en su arremetida es el estilo.
Ningún elemento de la novela firmada bajo el seudónimo de Sauli Lostal, refleja el estilo tan explícito e
inocultable de Jorge Luis Borges. Aun cuando el autor (digamos, Borges) hubiera querido ensayar un estilo
extraño al suyo propio, se hubiera encontrado con que "nadie puede escribir totalmente
en un estilo ajeno: aun quien se proponga la más descarada parodia termina, tarde o temprano, por hacer
asomar su estilo entre los párrafos que va elaborando".1 Una relectura de El enigma
despejará todas las dudas respecto a este punto, y nos disuadirá de que la pluma de Borges haya escrito
dicha obra.
Pero hay dos elementos más que utiliza Bajarlía para hacer de Borges el autor de El enigma.
Primero, las líneas escritas por Borges en el ensayo ficticio "El acercamiento a Almotásim", que
describen un libro que correspondería, encubiertamente, a El enigma de la calle Arcos:
"La editio princeps
del Acercamiento a Almotásim
apareció en Bombay, a fines de 1932. El papel era casi papel de diario; la cubierta anunciaba al comprador
que se trataba de la primera novela policial escrita por un nativo de Bombay City".2 La
asociación la hizo originalmente Enrique Anderson Imbert en un artículo para la revista Filología
de 1962,3 y Bajarlía la interpretó como una evidencia de la autoría de Borges (el nativo de
Bombay "no era otro que Borges, y esa primera novela policial era... El enigma de la calle
Arcos").
4 Casi no quedan dudas acerca de la intención de Borges de referirse, con "El acercamiento
a Almotásim", a la novela de Sauli Lostal (la descripción del libro en tanto objeto, y su carácter
de primera novela policial escrita por un nativo,
así como la fecha de publicación, coinciden perfectamente). Pero hacer de esta alusión un testimonio de
autoría, es ir demasiado lejos.
El segundo elemento empleado por Bajarlía es la estrecha conexión literaria que existe entre El
enigma
de la calle Arcos
y la novela de Gaston Leroux El misterio del cuarto amarillo.
Ambas novelas, pertenecientes al género policial y, más específicamente, al subgénero del enigma del
cuarto cerrado,
se relacionan sobre todo por ser la primera prácticamente una reescritura de la segunda (Sylvia Saítta, en
su prólogo a la edición de 1996 de El enigma,
sostiene que esta novela comparte el mismo sistema de personajes que la novela de Leroux;5 por su
parte, Gastón Sebastián Gallo sugiere que ambas novelas comparten la dualidad de un impecable argumento
con una escritura mediocre).6 A partir de este dato, Bajarlía se hace eco de las intimidades
borgeanas reveladas por Alejandro Vaccaro en su simpático librito Georgie (1899-1930). Una vida de Jorge
Luis Borges,
en donde consta que a Borges le gustaba mucho la novela de Gaston Leroux desde que era muy pequeño. No nos
cabe ninguna duda de que Borges sentía algún tipo de afición por la lectura de El misterio del cuarto
amarillo;
aunque Bajarlía no lo menciona, sabemos que en Sur
Borges "reivindica de la tradición de la novela policial francesa sólo el mencionado texto de
Leroux".7 Pero, nuevamente, no podemos, como hace Bajarlía, tomar estos datos como pruebas
de que Borges escribió El enigma de la calle Arcos,
porque no hay ninguna relación causal que nos lleve a dicha conclusión (por mi parte, además, no creo que
Borges haya sido el único escritor argentino que haya leído con placer la novela de Leroux; tendríamos,
entonces, una corporación de escritores anónimos refugiados tras el nombre de Sauli Lostal).
La estocada final contra los argumentos de Bajarlía, pretendió ser la biografía del supuesto verdadero
autor de El enigma.
Dicha biografía, adoptada íntegramente por Sorrentino en su artículo de agosto de 1997, fue tomada de una
carta publicada por el lector Tomás E. Giordano en el diario Clarín
del 27 de febrero de 1997. Lo que Giordano escribe y Sorrentino acepta sin cuestionar, es que el autor de El
enigma de la calle Arcos
no es un misterio, sino que tiene nombre y apellido, Luis A. Stallo (lo cual haría de Sauli Lostal, un
anagrama a partir del nombre real del autor); Giordano aduce haberlo conocido, y aporta que era un hombre de
negocios, no de letras, aunque poseía "una apreciable cultura" (a qué se referirá con esto de
poseer una apreciable cultura, no podemos saberlo; me temo que tenga un concepto equivocado de cultura).
También lo define como "caballero itálico... radicado en nuestro país", y con una
"indeclinable dedicación a la lectura". Y lo más importante: "Su espíritu inquieto... lo
indujo a participar en 1933 en un certamen auspiciado por el vespertino popular de entonces Crítica,
que proponía a sus lectores encontrar un desenlace más ingenioso para El misterio del cuarto amarillo,
de Gaston Leroux, ya que, según opinión del diario, el final de la novela decepcionaba un poco".
Stallo ganó el concurso y fue publicado, tal el premio obtenido.
Por si quedaba alguna duda, Alejandro Vaccaro consultó las guías telefónicas de los años ’20 y ’30
y encontró en ellas confirmación fáctica de la existencia del tal Luis A. Stallo.8 Sorrentino
se mostró satisfecho.
Sin embargo, la adhesión de Sorrentino a la biografía del verdadero autor de la novela fue algo
apresurada. Un elemento importante fue ignorado, y si bien éste no conduce a la adjudicación de la novela
a Borges, ni necesariamente (aunque nos genere dudas) niega la autoría a este Luis A. Stallo, nos produce
una sensación de misterio prevaleciente, de solución truncada y de enigma irresuelto. El elemento ignorado
es la inexistencia del concurso del diario Crítica
al cual se debe (según los "biógrafos" de Stallo) la publicación de la novela, ganadora en
dicho concurso por encontrar un final más adecuado a El misterio del cuarto amarillo.
Este punto lo presenta el propio Bajarlía en su artículo del 26 de octubre de 1997 en el diario La
Nación
en respuesta a la arremetida de Sorrentino, pero no hay mención a él en el artículo recientemente
publicado por Sorrentino en la revista Espéculo
.9
No hubo concurso; el libro se editó a modo de folletín en 1932, y luego a modo de libro en 1933, pero
nunca como premio por ningún certamen, ni como versión alternativa de la novela de Gaston Leroux.
Por otro lado, Luis A. Stallo, nos decía Giordano, era un caballero itálico,
radicado en la Argentina; y no era un hombre de letras, sino de negocios (es decir, no manejaba las letras
universales). ¿Cómo pudo escribir, pues, una novela esencialmente porteña? ¿Cómo se le pudo escapar al
brillante Fernando Sorrentino, quien logra ver siempre el estilo de un autor (al menos, de Borges) detrás
de un deliberado anonimato o seudónimo, quien pudo notar (como nadie lo había hecho) que la traducción a La
metamorfosis
de Kafka no correspondía a un traductor argentino sino a uno español; cómo se le pudo escapar este punto
por el cual un caballero itálico,
hombre de negocios, se convierte mágicamente en el autor de una correcta (sí, correcta) novela policial10
escrita, como apuntó Luis F. Diéguez, prosecretario de redacción del diario Crítica,
en la carta-prólogo al autor incluida en la primera edición del libro, con "un lenguaje muy suyo,
esencialmente porteño" cuyo "sabor local es nuevo en esta clase de publicaciones"?
Algo queda claro luego de haber llevado adelante este balance de posturas y datos: El enigma de la
calle Arcos
no nació de la pluma de Borges. Ahora bien, ¿quién es Sauli Lostal? Aún no podemos negar por completo
que Sauli Lostal sea Luis A. Stallo, aunque habría que revisar su biografía; es inconcebible que un
italiano dedicado a los negocios escriba una novela como la presente con un lenguaje popular porteño
carente de extranjerías. Por otro lado, si fuera cierto (y sólo es probable) que Sauli Lostal sea un
anagrama derivado de Luis A. Stallo, esto no implicaría, necesariamente, que Stallo sea el autor de la
novela; el anagrama pudo haber sido construido por un conocido de Stallo, o incluso, como afirma Bajarlía,
por alguien que haya tomado la guía telefónica y haya elegido el nombre de Stallo para anagramarlo. Nada
podemos afirmar por ahora. En efecto, éste es un caso aún no cerrado.
Notas
- Fernando Sorrentino, "La novela que Borges jamás escribió", diario La Nación, Buenos Aires, 17-VIII-1997. Sorrentino ha sabido desenmascarar el estilo (no del todo oculto) de Borges en tres textos compilados junto a otros dieciocho en el volumen antológico El matrero, que habían sido firmados con sendos seudónimos. También ha podido notar que la traducción de La metamorfosis de Kafka que publicó Editorial Losada, atribuida a Borges, no le pertenece, pues carece de su singular estilo. Regresar.
- Jorge Luis Borges, "El acercamiento a Almotásim", Historia de la eternidad, Buenos Aires, 1936. Regresar.
- Enrique Anderson Imbert, "Nueva contribución al estudio de las fuentes de Borges", revista Filología, año VIII, números 1-2, 1962, pp. 7-13. Regresar.
- Juan-Jacobo Bajarlía, "La novela que Borges sí escribió", diario La Nación, Buenos Aires, 26-X-1997. Regresar.
- Sylvia Saítta, "Prólogo", en Sauli Lostal, El enigma de la calle Arcos, Buenos Aires, Ediciones Simurg, 1996. Regresar.
- Gastón Sebastián M. Gallo, "La última ficción de Borges", revista Espacios, número 23, septiembre de 1998, pp. 29-31. Regresar.
- Ibídem. Regresar.
- Alejandro Vaccaro, "El fin de un enigma", revista Proa, tercera época, número 28, marzo-abril de 1997, pp. 21-23. Regresar.
- Fernando Sorrentino, "Una cuestión de estilo", revista Espéculo, número 26, marzo de 2004. Regresar.
- Gastón Sebastián M. Gallo, art. cit., nota 3. Regresar.