Artículos y reportajes
"La Biblia envenenada", por Bárbara KingsolverEndiablados y envenenadores
Comparte este contenido con tus amigos

Todas las vidas cambian cuando pasas
por un sitio y rozas la historia. Todo es complicidad”.
Bárbara Kingsolver
en La Biblia envenenada.

Como una complicidad más, la lectura de la citada obra se transforma en un cúmulo de percepciones. Unas, sugeridas intencionalmente por Bárbara Kingsolver y otras muchas, derivadas de la LECTURA, como participantes de la obra y con aperturas a cuestiones no recogidas por la autora.

Las peripecias del relato nos aproximan al ámbito africano, resaltando características autóctonas y comportamientos indígenas; marcando a su vez el relieve de los acontecimientos acaecidos a la familia protagonista. Predominan las andanzas de un pastor baptista con aires de misionero. Su estrafalaria conducta contribuye a provocarnos una serie de reflexiones.

Como hilo conductor podemos seguir el esquema basado en apartados y resaltes de la propia autora. Génesis, Éxodo, Los ojos de los árboles, Aventura Vital... A partir de ellos nos acercamos a la riqueza expresiva de este envenenamiento de la Biblia.

 

Génesis

El entramado vital de cada individuo traza un sin fin de vericuetos. Unas veces como consecuencia de motivos claros, y muchas otras a raíz de causas que permanecen subliminales. En este caso, las frustraciones del pastor Nathan Price son decisivas, porque le llevan a resarcirse buscando una compensación personal. La encuentra en el ejercicio fanatizado de sus menesteres religiosos.

Las angustias y las euforias, como las filias y las fobias, nos apabullan de una manera inclemente. Si partimos de un solo individuo, como si escogemos una familia o un grupo de personas, el remanso de paz no aparece por ninguna esquina. En esta ficción analizada hoy no podía ocurrir de otra manera. El padre, por sus frustraciones encauzadas en mayor o menor grado a través de sus obsesiones. La familia, arrastrada a la aventura africana. El dramático mundo de los africanos como sede de toda la trama, con las agresiones políticas añadidas en caso de que hiciera falta algo más.

¡Qué pronto se establecen diferencias! No existe equiparación posible entre la INFANCIA de las niñas americanas y la penosa iniciación a la vida de los desarrapados niños congoleños. ¡Y este es un único punto de partida! ¡Hay tantos más! La hambruna, enfermedades y el sadismo de algunos humanoides va atornillando a todos esos seres. De ahí a ser pasto de las hormigas voraces, de los disparos sin sentido o del simple abandono no queda mucho recorrido.

Las PENDENCIAS DEVASTADORAS constituyen el estallido de la traca final, con una ausencia interesada de los mejores atributos de las personas, ni en la novela ni en la vida real se distinguen éstos con demasiada fuerza. No se usan los criterios, simplemente se vive a puro codazo. Como un jardín o un huerto sin cuidados ni cultivos.

Por todo esto y muchas vicisitudes más, el comienzo de la novela nos ubica en nuestra actualidad más perentoria. ¡Tantas similitudes! Generamos unos estilos de vida con NOTABLES OLVIDOS. Llegamos a desconocer a los demás, sin principios y lo que es peor sin finales buenos, la bondad no se ve ni fosilizada y cada vez menos se disfruta de la alegría de una vida sensible... y para qué seguir enumerando. Transformamos la creación del mundo y de cada vida en una amenazadora fruición de un poder opresivo incalculable.

 

Éxodo

Semejantes orígenes no propician precisamente ilusiones deslumbrantes, el ambiente se va perfilando como una auténtica cama de fakir con los cuchillos cada vez más afilados. Más que una convivencia, aquello se convierte en un agujero negrísimo donde se agolpa todo género de penalidades.

Allí confluyen algunas aristas indeseables entre las que podemos citar:

  1. La pura subsistencia se ejerce en toda su radical menesterosidad, olvidados de otros sectores sociales y manoseados por todos. Es decir, una intolerable obscenidad permanente.

  2. Desidias o desdenes de diverso calado. Del pastor, escasamente interesado por las cuitas de sus familiares, pero tampoco por el significado verdadero de sus esencias. Los mercachifles no respetan normas ajenas a su interés. La madre y las hijas tampoco aportan criterios precisos y activos; su pasividad les arrastra.

  3. Las algaradas políticas ejercen el peor estilo vampiresco. Desde fuera, con la connivencia de jefes indígenas y con salvajes represiones.

  4. Naturaleza imponente que sirve de señuelo para los poderosos —minas, madera, animales, humanos menesterosos—, asistente con su fuerza vital al carrusel de despropósitos humanos.

Ante la aglomeración de problemas, las alternativas escasean de manera alarmante. Resulta enormemente dura la permanencia en esos ambientes, máxime con los representantes introducidos en la narración. La probabilidad de sucumbir es muy alta y aún subsiste actualmente en niveles lamentables. Utilizando términos bíblicos, la DIÁSPORA es una de las pocas opciones disponibles. Sin duda, la novela se ciñe a una casuística de lo menos recomendable, no se trata de generalizar, sino de realzar las situaciones más oprobiosas.

Se suma una serie de realidades apocalípticas y los diferentes miembros de la familia Price escapan de ese horizonte peligroso. Representan una huida hacia delante, en busca de un hálito de esperanza, sin saber cómo alcanzarla ni por dónde. La gran escapada, en muchas ocasiones hacia ninguna parte, en otras hacia otros sufrimientos distintos, y con enorme frecuencia sumando hechos frustrantes.

 

Los ojos de los árboles

¡Siempre abiertos! Mudos testigos de una historia africana alucinante. Desde unos bosques plenos de conflictos vitales, con troncos gigantescos, enredaderas, serpientes, nuevos brotes de plantas; todos ejercen una presión ambiental que impone su sello a las aglomeraciones humanas en el Congo, sin que falten los injertos foráneos.

Desde el pastor Nathan Price hasta las pinceladas sobre Mobutu o Lumumba, desde los niños hasta los patriarcas de las aldeas. Todo es detectado por el arbolado. Los testigos no encuentran momentos para un reposo placentero.

Entre conductas esperpénticas y dificultades naturales, va tomando cuerpo una actitud muy mayoritaria, la DESVIACIÓN de RESPONSABILIDADES. Hay quien se escuda con sus versículos, quienes buscarán excusas en el fanatismo paterno, las presiones políticas, el colonialismo feroz y, en general, no falta alguien situado más allá para hacerlo responsable.

Para esos testigos naturales, esos fantasmagóricos ojos de los árboles, tiene que resultar penosa la observación. Comienzo duro con las dificultades vitales y tergiversaciones humanas. Éxodo y deserción sin abordaje consecuente de las posibles soluciones. Y como final ese cambio de los ropajes para repetir el ciclo, nuevos caciques, nuevos pastores, distintos políticos para seguir incrementando las maldades.

Se echa de menos, a estas altura de la obra, un énfasis mayor sobre las cualidades de unos y otros, no se vislumbran aspectos positivos. Se va adosando un LASTRE de FRUSTRACIÓN y pesimismo sin poner en evidencia la contrapartida. Queda ese impresión mortecina de carencias, de ausencias, de minusvalía social.

Dentro de esa evacuación de responsabilidades se incluyen todos los protagonistas tendenciosos. Ahora bien, los testigos oculares del bosque serán los mejor situados para mantener viva la presencia de riquezas vitales, botánicas, de la fauna o de la enorme impulsión humana. Grandiosos potenciales sin desarrollar en la obra y, lo que es peor aun, tampoco en la realidad.

El que se mencione a Eisenhower o al comunismo no debe ser óbice para ocultar las perversiones domésticas, autóctonas, foráneas, personales y grupales.

 

Aventura vital

No era posible continuar con tantas acciones atrabiliarias, la crueldad en todos los poros y comportamientos representativos de la peor locura. Con la huida se recobra el tono de cada personaje, el éxodo les permitirá retomar las riendas de una vida más digna y libre. Únicamente el pastor Nathan persiste en sus actuaciones, paranoico o simplemente enloquecido, sigue inmutable, no parecen repercutir en él los acontecimientos.

Al salir del pozo donde las habían introducido, las protagonistas recobran poder decisorio y cada una se adaptará a geografías y compañías diferentes. Al disminuir las presiones exógenas, sus apetencias, sus características personales y su tenacidad, van a ejercer adecuadamente.

Llegados a este punto queda patente una realidad poco tranquilizadora, los edulcorantes para suavizar los entuertos y los venenos que emponzoñan las relaciones vitales muchas veces son la misma cosa. Es importante la dosis. Un tanto de Biblia, un poco de rebeldía, cierta sumisión. Como pasa con el azúcar, con la política y con casi todo. El equilibrio es necesario para disfrutar de la diversidad. Y además, no hay otra salida, la vida es diversa.

Esta parte positiva de afrontar las decisiones cotidianas con el debido temple y tolerancia, queda desdibujado en la novela de Kingsolver. La enfermiza obsesión del pastor y esa ausencia de los buenos atributos personales en el entorno, no pasan de constituir una visión parcial. En cualquier pueblo o continente cada persona está sometida a riesgos de ese tipo. Basta echar una ojeada a nuestro alrededor.

La aventura de la vida nos exige descubrir cada día esos aspectos renovadores de la ilusión. En la novela adquiere relieve un CONTINUISMO CIEGO de los personajes que se encarga de echar tierra sobre el fuego, de apagar las cualidades que necesitamos imperiosamente para una vida más humana.

Y no es cuestión de soluciones, como menciona la autora: “Las ilusiones que uno considera la verdad son el suelo que hay bajo nuestros pies. Son lo que llamamos civilización”. A renglón seguido habría que añadir... esforzándose en ser más participativos, porque el seguidismo, como las conductas obsesivas, sólo conducen a una degeneración progresiva. Y, aun peor, con la ineludible responsabilidad de haber actuado así, no siempre la culpa está fuera.

...no es más que un largo sendero
que te lleva de un lugar oculto a otro
".
Bárbara Kingsolver
en La Biblia envenenada.