Sala de ensayo
Estremecimientos dispares

Tropas escocesas ante la Esfinge, tras ganar la Batalla de Tel-El-Kebir (1882)

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Sorpresas y sobresaltos no escasean, vivimos momentos turbulentos, y esa especie de distorsión permanente se convierte en la regla habitual. Nos podemos estremecer ante muy variadas situaciones de horror, parece lógico en momentos tan alocados como los presentes.

Si exceptuamos esas violencias ambientales, si nos desplazamos a una observación de cualidades positivas para la humanidad, ya será menos habitual, cada vez menos, detectar grandes maravillas. Observaremos una renuncia tenaz a mantener los mejores logros de los hombres. Digo renuncia porque es anterior a la carencia, se niegan de antemano, y como podremos apreciar se tiende a unos sujetos romos, sin aristas cualitativas meritorias.

Sirva como preámbulo esta historieta que relato:

 

Evaluación progresiva

En mi pueblo pusieron tres hermosos museos, grandes y bien distribuidos. Allí pudiéramos decir que está todo el ARTE representado, el más figurativo, el abstracto, hasta de lo feo y basuras tienen allí un hueco representativo. También en el mismo pueblo, están muy atareados, buscan ubicación para las antenas, bregan por aumentar aparcamientos, inquietos por el número de ordenadores —por cabeza—, la cantidad de taxis... Aquí se cuantifica todo. Y en esa línea se llevó a cabo una exploración sociológica en forma de encuesta, con algunas conclusiones muy significativas. La mayoría cree que la principal aportación de los museos fue incrementar la riqueza de la ciudad. Nadie tiene muy claro cómo influyen todos los números en su felicidad. Y para que así conste queda bien explicitado en la encuesta.

¿Adónde nos lleva todo esto? Si historia falsa fuere, no debe interesarnos lo más mínimo. Si realidad intrascendente, mero sucedido sin repercusiones, quedaría en simples números sociológicos. Otra valoración merecerá cuando podamos valorarla como expresión nítida de carencias fundamentales. Sobre todo, si esas carencias devienen de aquella negación previaa la que aludía. Y no sólo una negación aislada, sino variadas y simultáneas.

 

Negación del ARTE

Desde los muchos tipos de lenguaje —pintura, escritura, gestos...—, el arte brota desde cualquier esquina. Los logros serán, unas veces minúsculos, otras con mayor expresividad; logros cotidianos o esporádicas creaciones de alto nivel. Unos y otros ejercen a su vez una doble comunicación significativa.

Podemos llamar a la primera, manifestación literal, si se ciñe a la palabra exacta, a la escueta figura de un cuadro, o una obra musical; aquello ofrecido a los receptores sin tapujos, sin recovecos, al simple nivel perceptivo.

Mas, a poco que rebusquemos, o simplemente, mantengamos la atención, detectaremos todo un mundo semioculto que intenta abrirse paso; y ello, se hubiera deseado o no por parte del autor. Entre las estructuras de todo tipo de lenguajes se deslizan otras realidades. Ante un Goya como “Saturno devorando a su hijo”, o ante la audición de una pieza de Albéniz, planean otras esencias virtuales, unas veces las podremos aprehender y otras no.

He aquí una de las enormes maravillas del ARTE, crear, sacar a colación, sensaciones nuevas y a la vez eternas; por eso, realidades del hombre. Auténticos signos de la vida.

Ahora bien, si bajamos de la grandeza, disminuirá el tamaño, pero serán también frecuentes los lenguajes maravillosos y bien artísticos. Que no lleguen a valorarse hoy en día es otra cosa distinta. A mí me han emocionado algunas pinturas de enfermos terminales, expresivas más allá de las palabras. Aún se pueden vislumbrar contactos humanos escalofriantes en esos momentos extremos de despedidas, sentimientos y mucho silencio. También indicadores espléndidos en los nacimientos. Sin embargo, es en las penurias donde aflora mejor ese mundo demasiado subconsciente, sobre todo para nuestra sociedad.

Estamos muy orgullosos de nosotros mismos. Si a eso añadimos unas gotas de amiguismo y complacencia aduladora, la prepotencia ya llega hasta la cima de la torre de Babel. Sí, esa que nunca se llegó a construir. No tomaremos en cuenta y no toleraremos ninguna admonición en sentido limitador. Lo que yo veo, lo que palpo, sin más vueltas que dar. Ni monsergas divinas, pero tampoco humanas, el yo llevado a lo más alto.

Qué vengo a mencionar sensaciones de fondo, maravillosas creaciones de otras personas, latidos de la naturaleza humana; nos abruman y tenemos muy cercanas las miserias, y mucha porquería entre manos.

Si nos detenemos ante las negaciones, ante un puro pragmatismo superficial, se nos aparece un panorama tétrico, con una frialdad rayana con el frío del desierto, como in mito del vacío humano. ¿Dónde estamos? Quizá ya no estemos, ¿o sí? Ya no tengo tan claro si estamos o no.

No sólo son posiciones encontradas, estremece pensar en los caminos de las grandes creaciones y también en la frialdad de la negación. Muy subyugante, muy peligroso. En la más arriesgada navegación de la vida, nos veremos requeridos a decidir en qué barca queremos subir; pero fijándonos en el estilo de navegación adoptado, nos va la felicidad y la esperanza.

 

Negación METAFÍSICA

La vida nos mantiene en un constante contrapunto, ni en la prepotencia, ni en el crudo nihilismo, plagados de indecisiones e inseguridades; podemos atosigarnos en exceso o permanecer tan ligeros que pasemos desapercibidos.

Las características distintivas perfilan la realidad. Cuando surgen de manera simultánea y contrapuesta aspectos diferentes, le transfieren una peculiar alegría a ese momento vital. Digamos que ese salero de la diversidad y el contraste nos subyugan. No sé por qué diablos, al acercarnos a la reflexión metafísica, adoptamos el terrible ceño fruncido o una severidad con ínfulas de solemne. Abogo por una metafísica más divertida y luego Dios dirá.

Partimos de la fase biológica, sentimos el cuerpo y sus aconteceres; es el comienzo ineludible, sin ese físico no es posible participar, es el comienzo de cada yo. De manera pausada se sumarán los rasgos psicológicos normales, las psicosis y las neurosis tampoco faltarán. Y entraremos de lleno en el ensueño de vivir, como personas tenemos el don —como concibe Eckhardt— de pulsar el botón del misterio, de los orígenes oscuros, o de esa zona agregada a la física. Detectamos y sentimos ese algo más, que no llegamos a conocer. ¿Más allá? Intuitivos, sin demostraciones. ¿Más aquí? Turbulentos e intranquilos, pero con esa capacidad apasionante de perseguir una felicidad más entrañable. Es lo que hay, pudiendo llegar a ser estremecedor, maravilloso.

Si negamos ese valor metafísico en las diferentes personas, si les reducimos a los aspectos corporales o de pura psicología, frivolizamos un conjunto humano de mayor envergadura. Entraremos así en la llamada CARENCIA METAFÍSICA, negación plena de ese añadido mistérico al que hacía referencia.

Al renegar de esos aspectos mencionados, no sólo desdeñamos una cualidad determinada, cerramos el grifo para la alimentación utópica de los sueños, proyectos, ansias de superación e ideales. Si permanecemos en esa banalidad, careceremos de grandes metas, se nos habrá amputado uno de los componentes más valiosos. También estremece pensar en esos comportamientos gélidos donde uno no se puede agarrar, la rueda de esa mediocridad apunta a los instintos, intereses y deseos, pero sin objetivos de mayor enjundia.

Nos vemos abocados a la disyuntiva de utilizar o no esos lances metafísicos; del tipo de respuesta derivarán talantes muy distintos y comportamientos dispares. Romos, a ras de tierra; o con antenas superadoras, creativas y generadoras de la ilusión o motivación imprescindibles.

 

Negación de la RAZÓN

La razón se puede degustar en grandes tragos, acaparadora y grandilocuente; mostrándose enfáticamente como el sello peculiar de la Humanidad. La consolidación como personas.

No precisamos de farragosas demostraciones, de hecho, la razón revive también en pequeñas raciones, menudencias del pensamiento; esas pequeñas cosas tan entrañables y a veces añoradas, por ausencias inexplicables.

Enormes o minúsculas razones, nos plantean una paradoja cotidiana, cuanto más encumbrados sean los razonamientos, menos manejables por un dominio individual en particular, aunque estén más en consonancia con las esencias comunes. La cercanía conlleva la proliferación de litigios, muchas ramas ocultando otras realidades del boscaje humano.

Si la razón no se corrompe, si circula por caminos limpios, esa búsqueda nos aboca a la fascinación positiva. No resulta fácil ese razonamiento libre de obstáculos, por senderos agradables. Por eso es apasionante encontrar esos retazos de ideas geniales expresadas por los mejores intérpretes, con las inquietudes bien encaminadas. Poesías, música, reflexiones, ciencia, o las experiencias de las emociones más íntimas. La herida que supone la vida no se puede silenciar, con la razón que tenemos hemos de perseguir esos buenos momentos, es uno de los mejores instrumentos puestos a nuestra disposición.

Más que estremecimiento, la negación de la razón nos puede dejar helados. Las violencias físicas, las apisonadoras institucionales, la corrupción tolerada y una pléyade de AUSENCIAS, nos privan de la tan necesaria razón existencial. Si a estas alturas hiciera falta demostrar la necesidad de que todo el mundo debiera actuar racionalmente, es que ya disponemos de pocos recursos.

Es decir:

La razón en busca... de certidumbres.
Las certidumbres manifiestan... las deficiencias de la razón.
Con las incertidumbres se hace... la razón.
Lo tangible y lo pensable nos mantienen vivos.
Si uno sólo vive lo tangible,
Ni lo tangible vivirá,
Porque es inseparable de los demás órdenes.

Si lo pensamos a la inversa quizá suene más actual:

Las certidumbres... anhelan una razón.
Las deficiencias de la razón... generan demasiadas certidumbres.
La razón... acaba con las incertidumbres.
¡Acabados estamos! de tanto pensar y tocar cosas.
Vamos a vivir lo tangible.
Lo demás se nos dará por añadidura.
Los demás órdenes no nos incumben.

La disyuntiva brota de manera inevitable, ya no valen imposiciones ni dictados, no valen escudos foráneos. Uno se ve abocado a la elección del frenesí y la dignidad de una vida; o, por el contrario, quedarse en una anomia impávida, por eso mismo innombrable.

Elegir o morir, vivencialmente hablando.