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Dos textos

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Epistolar

A la de la mirada etérea...

El amor es más que una palabra bonita, es más que una palabra. De hecho, ni siquiera es palabra porque al pensarla me remite a ti. Hablar de amor es hablar de ti, de tus instantes, de tus tiempos, de tus espacios. Hablar de amor es hablar de ti conmigo. Porque al parecer no sirvió de nada resignarme a percatarme de que estoy enamorada hasta el fondo del sentimiento. No sirve de nada que hoy esté aquí, escribiendo, a las tres de la nostalgia, viendo pasar los segundos y con ellos de la mano los minutos, las horas, los días y todos los besos que me estoy perdiendo a tu lado. Vaya tarea ésta la de escribir de ti. Mira que si existe una persona que es especialista en el tema soy yo, y mira que qué difícil eres al escribirte. Más bien, lo difícil es pegar en esta hoja lo que mi corazón transmite sin temor a confundirlo.

Pero ahí voy, luego de la tortuosa introducción brinco a ti, aunque a decir verdad nunca he estado fuera de ti. Siempre dentro, muy adentro. Incluso podría decir que el hombre se preocupa tanto por la muerte que concluí que eso es absurdo. Porque la muerte ya pasó. Le pasa a todos los seres humanos antes de que se enamoren. Unos siguen muertos y los vemos caminar con caras vacías y ojos perdidos. Lo intrepidante de la vida es cuando empieza. La mía empezó hace dos años. Soy joven aún, sabes. Y lo que los hombres llaman muerte sólo es una extensión de la verdadera vida. Es como una carrera de relevos, el que se va primero tiene la estafeta, y esperará al otro cuando deje de respirar. Yo estoy viva gracias a ti. Lo malo del asunto es que no sé si tú estás muerto. Y es algo que me urge saber porque ya viva por ti lo único que me queda es tratar de resucitarte, porque eso sí, estoy segura de que gracias a mí estuviste vivo alguna vez. Pero otra de mis teorías es que ya vivos los enamorados desisten y se suicidan porque no valoran respirar. Qué tontos, y no es nada personal, pero, dime si no es estúpido suicidarte sabiendo que ya estás del otro lado, suspirando por la persona que amas.

Definitivamente ya hasta filósofa me volví, poetisa y un poco loca a decir verdad. Y vuelvo a ese asunto del amor, ése que tanto describen los románticos, los novelistas, los trovadores, los idiotas como yo. El amor. Qué valiente el que lo encerró todo en cuatro letras. Qué conciso. Yo no hubiera podido, me hubiesen hecho falta tres universos. Me haces falta tú, porque el tiempo ya no dura lo que antes. Ahora es más largo. ¿Te acuerdas cuando nos peleábamos con el maldito tiempo por ser tan corto? Yo sí. Pero no te preocupes, ya me reconcilié con él. Ya le hablo de tú porque camina muy lento y lo acompaño. No hay mucho que hacer con él, sólo verlo pasar, verlo caminar. Lo único que le hago es mostrarle esa vasta colección de recuerdos que tengo guardada. No le interesa mucho, e incluso burlonamente me demuestra que eso es pasado, me dice que cada paso que da no tiene marcha atrás. Y le creo.

Hoy tengo más preguntas que respuestas. Pero firmemente sé una cosa. Te amo. Y te amo como nadie ha amado nunca a nadie. Te amo. Te necesito. Te extraño. Extrañar es verbo. A veces se convierte en instante, muchas otras se convierte en tiempo. Lo duro es cuando se convierte en vida y deja de ser todo lo demás. Extrañar es a lo que me dedico desde que me haces falta, desde que tan lejano, tan a distancia, estás. Y quiero volver a ser lo que era antes, quiero volver a ser la persona que dibujaba la sonrisa en la faz del aire cuando tus ojos se cruzaban por mi camino. Tus ojos enamorados, ese sol incandescente de la luz de tu mirada. Ya son las cuatro de la melancolía y yo sigo aquí. Todavía no digo nada aunque ya haya dicho todo. Tal vez a estas alturas ya hasta te haya aburrido. Y es que verdaderamente no sé a dónde voy a llegar si desde la primera palabra de la presente llegué a la meta.

No me resigno a perderte, no cuando sé que eres todo, que muy a pesar de tantos a pesares insisto en sentirte, en respirarte. No me resigno a verte y no besarte, a palparte en el recuerdo y no tocarte. Y sabes algo, tú tampoco te resignas. Sigues ahí. Das señales de vida. Te dejas contemplar. También sé que si no te resucito no volverás a vivir, te perderás en el olvido infinito, en el limbo del amor, porque sé que nadie se enamorará tanto de ti como lo estoy yo ahora. Al perderme te pierdes tú también. Al alejarnos dejas de respirar. Sufres. Sufrimos y todo se vuelve un abismo.

Varios siglos le ha tomado al hombre destazar la lejanía, aplastar cualquier pretexto que remita. Varios unos cuantos muchos infinitos siglos le ha tomado al hombre darse cuenta de que por más que taje la distancia y que pretenda encontrar cura al siempre gris sin par te extraño, nunca dejará de ver las lágrimas de los enamorados separados, ya por dos océanos, Pacífico y Atlántico, ya por la pared inquebrantable de la gris casa de al lado. Lástima que mis ojos no te hayan dicho ya que nos rompemos en pedazos al estar lejos, lástima que tan egoísta dejes que nos quememos por dentro.

Son ya las cinco de la lágrima y he concluido que el amor duele. Que me dueles. Que nos duele aunque no lo aceptes. Que desangra saberte indiferente, que lacera tu distancia. Concluyo que el amor es esa llama que te demuestra que estás vivo y que dar la vida por la persona amada es lo que menos se puede hacer por ella. Por ti. Me está empezando a dar sueño. De ese sueño del que uno ya no se despierta. De ese sueño que ni siquiera es esperanzador porque no se vislumbran sueños ni pesadillas, sólo dormir y ya no abrir los párpados, pesados, cansados de tantas olas saladas de llanto. Me duermo levemente con el sonido de tu recuerdo. Abro los ojos, me resisto. Aquí sigo. Son las infinitas del cosmos llamado tú, y me resisto a dormir, a morir, a vivir sin ti.

 

Conclusión

Cuando se acerca la hora de enamorarse temo tanto no encontrar lo que busco. Cuando el reloj vital marca cuarto para el amor, el miedo incrementa, el ansia corroe las arterias. De repente el amor llega y saluda, de lejos; yo sólo lo observo, hago ademanes y gestos para que se acerque, entusiasta, y abra las puertas del sueño. De pronto se va. No lo comprendo; cuando se acerca la hora de enamorarse, la mirada ilumina más de lo normal, sin embargo la luz no ayuda mucho, será porque esa incandescencia va dirigida a otro lado y no precisamente al mundo que todos vemos y conocemos. La luz de la mirada enamorada corre rauda al no sé dónde, es una especie de linterna que sirve para no sé qué, a utilizarse no sé cuándo.

Así es el amor desde mi perspectiva, una oleada de incertidumbres que envuelven mi búsqueda. ¿Qué es el amor sino una búsqueda sin fin? ¿De qué sirve saber que las pupilas arden deslumbrantes si no sé cuál es la oscuridad que despedazan? Cuando se busca generalmente se imponen límites, líneas divisorias para hacer más sencillo el campo de lo buscado; eso es, entre otras ventajas, lo que hace la diferencia de la búsqueda con la espera. El que busca recorre terrenos inexplorados y selecciona. Eso hace el aventurero del sentimiento universal, recorre, escudriña, cambia de opinión. Es un ser selectivo, tirano, de decisiones dictatoriales; hace su lista de requisitos cual empresario que busca la mejor persona para el puesto. Mejor. Esa es la palabra del que busca. Lo mejor es lo buscado. Lo mejor es todo aquello que reúne mis caprichos, mis desdenes; lo mejor de entre todo lo demás. Cuando se acerca la hora de enamorarse yo le propongo al amor, de lejos, cuál es mi definición de lo mejor y ahí es cuando se aleja. ¿Por qué huye el amor? ¿Por qué si mi mirada brilla y mis venas laten con la fuerza de los universos sensoriales?

Hoy llegué a la conclusión de que cuando el reloj vital marca cuarto para el amor, yo soy la culpable de que se despida apresuradamente. Yo le entrego una lista con requisitos. Éstos le hacen más fácil su trabajo, no obstante el amor ya trae a alguien de la mano y mis exigencias son más grandes que él. Es ahí cuando llega la señora confusión, vestida de largo, seria ella, de ojos saltones, alta, con decisiones antagónicas. Primero propone una cosa, luego otra totalmente diferente, vive en mi pensamiento y ya no se retira. Confusión expone, incólume, que el amor es una conducta determinada, que debe seguir ciertos patrones. Después alude que no, que el amor resulta de la combinación pertinaz de dos miradas, dos manos al unísono. Y la consecuencia yo, confundida, resignada.

Al parecer cuando se acerca la hora de enamorarse todas las corrientes destrozan mis pensamientos, mis infinitos sentimientos. La confusión es deshonesta, mis convicciones me traicionan, la mirada no me ayuda y mi latir es irracional. Llegué a la conclusión de que el error está en el verbo. Ese verbo maldito al que me remito, al que se remite el desquiciado que posee un concepto de lo mejor. Lo mejor es el ideal que nunca llegará, que tal vez llegue y desaparezca, efímero. El error consiste en pensar que el verbo del amor es buscar. Buscar el capricho de lo inexistente, hacer concreto el diseño trazado por la imaginación contaminada de prejuicios; buscar un ideal irreal; buscar lo imbuscable. Hoy concluyo que el verbo del amor es encontrar. Tan opuesto, tan distante, encontrar esa mano que embone perfectamente en cada dedo de la mía; encontrar la respuesta a la incandescencia de la mirada, que ilumina no la oscuridad de la otra mirada, sino el sueño compartido de los dos encontrados; encontrar la llave que abra el picaporte del sueño del amor, encontrar el picaporte del sueño del amor con que abra mi llave. Encontrar. Nada más. El amor se encuentra, el amor jamás se busca. Aquél que busque morirá en el intento; aquél que encuentre sabrá a lo que me refiero.

Encontrar; cuando se acerque la hora de enamorarse, sólo le pediré al amor que encuentre y me hundiré en la ilusión de los puntos suspensivos.