Sala de ensayo
Inés ArredondoInés Arredondo:
la convergencia
de escrituras eróticas

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Toda profesión que se sigue por amor
al cabo de algún tiempo parece estar
conduciendo al vacío.
Robert Musil

1. El camino literario de los vasos comunicantes

La escritura de Inés Arredondo ocupa un lugar singular dentro de la producción literaria de los miembros de su generación. Desde la aparición de su primer libro de cuentos, La señal, los catorce textos ahí reunidos se someten a una unidad que paradójicamente se sostiene en la diversidad de sus temáticas. A juicio de Juan García Ponce la diversidad de los textos de Arredondo son “...la espléndida unidad interior de todos los verdaderos escritores, aquellos que persiguen en verdad sus temas, porque éstos se presentan como una necesidad ineludible en su relación con el mundo y son los que en realidad los conducen a la expresión y la literatura”.1

Inés Arredondo no se limita a contar únicamente una historia, deja en sus narraciones un verdadero sentido de la realidad, una auténtica concepción del mundo construido, un conocimiento exhaustivo de las relaciones que tejen sus personajes consigo mismos, con los demás y con las cosas. En palabras de García Ponce “...el argumento [en los textos de Inés Arredondo], no es nunca el fin, sino el medio del que se vale la artista para hacer encarnar sus temas”.2

En esta diversidad de temáticas —y de personajes— es donde quiero poner el acento. Para ello me acercaré a la narrativa de Inés Arredondo a través de una lectura, de lo sagrado y lo erótico. La temática de lo sagrado aparece en su producción literaria como una constante dialéctica3 que acepta la lucha entre el bien y el mal, lo puro y lo impuro; a veces cohabitando en un mismo espacio, en un mismo cuerpo, difícilmente diferenciado; otras veces se hace visible, como un fenómeno claramente reconocible que oscila entre lo deseado y lo prohibido. Sí lo sagrado es una de las constantes en la narrativa de Inés Arredondo —quizá la más importante—, “ésta es una forma de aprehender el mundo y revelarlo”.4 Lo sagrado funciona en los personajes arredondianos, como un puerto al que forzosamente tienen que llegar. Es durante su periplo que sufrirán una serie de transformaciones —a veces determinantes— que los arrojarán al final del camino revestidos con una serie de experiencias a cuestas en donde a veces se mantendrán puros; otras, dudarán de ello, o incluso, se evidenciarán y se sacralizarán en su impureza. En este maravilloso mundo contradictorio, los personajes mismos nos llevan a la paradoja temática: lo erótico-sagrado.

El tema se encuentra en ellos mismos, impregnado, cohabitando, como vasos comunicantes de eventos aparentemente distintos; esperando la mirada indiscreta del lector que indudablemente desentrañará, develará, los secretos del misterio.

Durante las siguientes líneas me ocuparé del tema de lo erótico en la narrativa de Arredondo, desde luego, siempre vista en íntima relación con lo sagrado. Para ello tomaré dos cuentos de la escritora sinaloense: “Estío” y “Sombra entre sombras”; el primero pertenece a La señal, en tanto el último de ellos es de la colección de relatos intitulada Los espejos. Antes de iniciar nuestro periplo es necesario precisar algunas consideraciones contextuales con respecto a la escritora y su generación.

En la obra intitulada Luna menguante. Vida y obra de Inés Arredondo, Claudia Albarrán logra reunir análisis y revelación literaria, conjuntado con datos biográficos, todo ello en una misma obra. Sin embargo, no me detendré a enumerar la vida de nuestra autora, únicamente tomaré algunos momentos que considero trascendentes para explicar, por un lado, las influencias de la generación de Arredondo, y por el otro, los pasajes de su vida que de una forma u otra marcaron el rumbo literario de la escritora sinaloense.

 

2. La generación de la Casa del Lago: una elección en la vida

Elegir la infancia es, en nuestra época,
una manera de buscar la verdad,
por lo menos una verdad parcial.
Inés Arredondo.

Inés Amelia Camelo Arredondo muere en la Ciudad de México a la edad de 61 años. Deja treinta y cuatro cuentos, repartidos en tres títulos: La señal, Río subterráneo y Los espejos, además de unestudio profundo sobre Jorge Cuesta, y algunos ensayos, notas y artículos. Inés Arredondo fue una escritora que, artísticamente, supo elegir en la vida. Al respecto, Juan García Ponce apunta: “eligió la soledad y la obra escueta en lugar de la producción prolífica y la algarabía de la socialité literaria de nuestro país”.5

Dicha elección marcó e influyó profundamente en la cuentística de la autora; sin embargo, tal y como lo mencioné líneas arriba, únicamente comentaré aquellos datos que considere estrictamente necesarios. Uno de ellos, sin duda alguna, fue su relación con los miembros de su generación. Inés Arredondo pertenece a la generación denominada grupo de La Casa del Lago y participó en La Revista Mexicana de Literatura, integrada por escritores como Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Huberto Batis, Juan Vicente Melo y José de la Colina, entre otros.

El mérito de este grupo consistió, en que no sólo produjo una obra creativa propia, también irrumpió en el terreno de la labor crítica sobre distintos campos artísticos (cine, teatro, literatura, pintura, etc.) y, de igual manera, en el campo de la traducción. Para Claudia Albarrán, la labor de este grupo “abrió nuevos caminos a la literatura mexicana, a sus posibilidades temáticas y estilísticas, y a una concepción del quehacer literario basada, fundamentalmente, en las nociones de calidad y universalidad”.6 En síntesis, se puede decir que los miembros de la generación a la que Inés Arredondo perteneció no sólo compartieron los mismos intereses y anhelos, sino también asistieron a la idea de una misma vocación crítica y una decidida voluntad de hacer —lo que les permitió establecer fructíferos canales de comunicación y las bases de una larga amistad que, más tarde, daría como resultado su constitución como grupo. Junto a esos intereses y voluntades afines, existió también una serie de instituciones y publicaciones literarias que, en gran medida, promoverían y facilitarían su integración.

 

3. Una lectura de lo erótico a dos textos de Inés Arredondo

(...) y mañana tal vez no correrá ya el tiempo
por esta misma orilla donde hoy nos interrumpe.
Y el corazón así no podrá saber nunca
si hubiera preferido a uno que es otro,
al uno que se queda en la otra orilla
desde donde le llaman con voces fantasmales.
Tomás Segovia

Estío

El primero de los dos textos al cual me referiré lleva por título “Estío”. El cuento empieza en una huerta en donde una mujer madura contempla a su hijo Román y al amigo de éste, Julio, quienes juegan voleibol a poca distancia. Julio y Román son estudiantes universitarios, Julio no tiene dinero para poder seguir en la universidad; su amigo lo invita a que se quede a vivir con él y con su madre, a fin de que continúe en la escuela. Los dos se divierten juntos, van a nadar y al cine. Lo importante del relato, y lo que a mí me interesa abordar, es el momento en que la narradora devela la fuerte atracción entre el invitado y la madre, que jamás llega a consumarse porque el muchacho descubre que, en realidad, la madre desea a su propio hijo y no a él. Julio se va de la casa, Román se va a estudiar a México y la mujer se queda sola. La historia se desarrolla durante un verano que corresponde a las vacaciones escolares. Comienza en un día lleno de sol y termina en una noche oscura y calurosa.

A simple vista, la temática del incesto —que paradójicamente nunca llega a consumarse— es la que da unidad al relato; sin embargo, intentaré poner atención a los mecanismos que nos llevan a tocar los tópicos de lo erótico, estrechamente vinculado con lo sagrado, que a su vez se manifiesta en los textos a manera de vasos comunicantes, dando soporte y estructura a la temática del cuento.

Aunque este relato no es totalmente erótico (ya mencioné que la temática se inclina más hacia el incesto), podemos encontrar indicios diluidos, actuando en un importante segundo plano. Desde el inicio del relato, la madre observa los cuerpos juveniles de su hijo y su amigo jugar voleibol. Se trata, entonces, de un día caluroso de verano en donde “se encuentran las interrelaciones entre naturaleza y cuerpo, la situación límite que casi lleva a la consumación de lo prohibido, la sensualidad producida por el contacto con la naturaleza tropical y la soledad que permea la existencia de la mujer”.7 Como si fuera una sinfonía erótica el relato poco a poco se va llenando de momentos sensuales —in crescendo—, funcionan como prolepsis que a través del lenguaje de los cuerpos, del temporal, de los objetos, de las insinuaciones, del juego velado, pautarán la llegada inaplazable del clímax.

La búsqueda del “otro”, la alteridad que llevará a la protagonista a tratar de cruzar el umbral de lo prohibido, aunque solo sea en deseo y pensamiento, está fuertemente sostenido por la atracción que siente por su hijo.8 Todo ello se enmarca dentro de una atmósfera que se relaciona con lo agobiante del clima y el deseo que emana de los cuerpos, consecuencia directa del triángulo amoroso: a la vez que la madre desea a su hijo, el amigo de éste desea a la madre. La concatenación del deseo de los personajes, la estación del año y los objetos crean espacios de deseo y sensualidad, como si la intención de la autora consistiera en poner acento hiperbólico a la ya de por sí seductora estación del año: “El calor se metía al cuerpo por cada poro; la humedad era un vapor quemante que envolvía y aprisionaba, uniendo y aislando a la vez cada objeto sobre la tierra, una tierra que no se podía pisar con el pie desnudo”.9

Los sentidos entran en juego y en comunión con el estío, con el deseo, con la trasgresión, con la figura materna de lo sagrado. Bataille entiende lo sagrado como el acto de “...la continuidad del ser revelada a quienes prestan atención a un rito solemne, a la muerte de un ser discontinuo”.10 Dicha búsqueda de la continuidad de los cuerpos, y por ende del erotismo de los cuerpos, “tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el punto del desfallecimiento”.11 Sin embargo, dentro del relato en cuestión, la madre se reprime al ver la figura de Román: juvenil, seductora, volando sobre ella; “su cuerpo se estiró infinitamente y quedó suspendido en el salto que era un vuelo. Dorado en el sol, tersa su sombra sobre la arena. El cuerpo como un río fluía junto a mí, pero yo no podía tocarlo”.12

La ruta de lo erótico, de la trasgresión, del deseo, aflora y evoluciona con el desarrollo narrativo del cuento. Al respecto, la metáfora utilizada por Bataille, a fin de recrear la acción de continuidad en los cuerpos, equiparable a un “pertenecerse” de las olas del mar, en donde no encuentran su fin. La continuidad se asegura en el cuerpo de la otra ola; todo ello ejemplificaría éste relato.

Ya al final del cuento, la protagonista percibe una noche distinta a la rutinaria: “aquella noche el aire era mucho más cargado y completamente diferente a todos los que había conocido hasta entonces”;13 presagio del encuentro con lo inevitable, inicio de la lucha entre lo puro y lo impuro, que, hasta entonces, cohabitaba en la misma casa, en la misma huerta, manifestándose a través del clima, de los objetos, para finalmente enfrentarse en una lucha dialéctica que arrojará a la protagonista al “salto mortal”, a la “revelación”, a la experiencia sagrada que la internará en la “otredad”.14

Como preludio al salto mortal, la protagonista se desnuda, sin protestar, sin razonar, igual que un animal enfermo que espera ser saneado por el prodigio de su propia naturaleza. Para Bataille “la desnudez se opone al estado cerrado, es decir, al estado de la existencia discontinua. Es un estado de comunicación, que revela un ir en pos de una continuidad posible del ser, más allá del repliegue sobre sí”.15 Tal vez de manera inconsciente, la protagonista se abre al encuentro de lo que parece inevitable, el deseo, de ella y de Julio se comunican y comparten el ritmo del pecho agitado que sube y baja incontrolable. Sin embargo, el encuentro de la pareja se disuelve por el acto fallido, por el sacrificio de Julio, por el pronunciamiento del nombre sagrado. Cito el momento in extenso:

...sentía su piel muy cerca de la mía. Nos quedamos frente a frente, como dos ciegos que pretenden mirarse a los ojos. Luego puso sus manos en mi espalda y se estremeció. Lentamente me atrajo hacía él y me envolvió en su gran ansiedad refrenada. Me empezó a besar, primero apenas, como distraído, y luego su beso se fue haciendo uno solo. Lo abracé con todas mis fuerzas, y fue entonces cuando sentí contra mis brazos y en mis manos latir los flancos, estremecerse la espalda. En medio de aquel beso único en mi soledad, de aquel vértigo blando, mis dedos tantearon el torso como árbol, y aquel cuerpo joven me pareció un río fluyendo igualmente secreto bajo el sol dorado y en la ceguera de la noche. Y pronuncié el nombre sagrado.16

La imagen del río que fluye, aplicada con anterioridad al deseo reprimido por Román, su hijo, se desboca al sentir el contacto del cuerpo de Julio; igualmente, la protagonista sublima el deseo pues ella está consciente de que el que la acompaña en la habitación es Julio y no Román. Finalmente, todo se resuelve con el sacrificio del deseo otorgado por el muchacho: “Julio se fue de nuestra casa muy pronto, seguramente odiándome, al menos eso espero”.17

De esta manera, la búsqueda del “otro”, que se encuentra en los límites de lo prohibido, representa la idea de trasgredir lo permisible por medio del incesto. De hecho, el único momento donde hay un acercamiento de los cuerpos, un erotismo real de los cuerpos, se encuentra en el pasaje citado (el encuentro de la mujer y Julio); sin embargo, el sacrificio del deseo de Julio, sustentado por la sublimación de la figura y presencia de Román, es el acto efectivo que permite a la mujer “seguir gozando de su pureza” y a la vez arrojarla a la soledad. Es decir, llega a la “otra orilla”, manteniéndose totalmente pura, como al inicio del cuento, pero con una experiencia interior que la convierte en “otra”.

 

Sombra entre sombras

Sombra entre sombras es un relato que sigue la línea de lo erótico y lo sagrado, al igual que el texto anterior. Sin embargo, el binomio puro-impuro, resulta aun mucho más evidente y por lo tanto más complejo, dando con ello una resolución que apunta justamente a la sacralización del mal, con todo y sus variantes: prácticas sadomasoquistas, rito placer-muerte, dolor-éxtasis, etcétera.

La temática de la historia gira en torno a la pérdida de la inocencia de su protagonista: “Antes de conocer a Samuel era una mujer inocente, pero, ¿pura? No lo sé”.18 El deslinde entre lo inocente y lo puro se hace evidente; sin embargo, ambos se pertenecen mutuamente y se entrelazan a través de una serie de prácticas sexuales que llevan a la mujer a encontrar el placer erótico, el dolor, el autosacrificio, la tortura, como el camino que la conduce a un fin único: el éxtasis.19 Al respecto, Bataille apunta: “La respuesta al deseo erótico —así como al deseo, quizá más humano (menos físico), de la poesía y del éxtasis (pero ¿acaso existe una diferencia verdaderamente aprensible entre la poesía y el erotismo, o entre el erotismo y el éxtasis?)— es por el contrario un fin”.20 En este sentido, la búsqueda del fin que experimenta el personaje se relaciona íntimamente con la pasión que siente la protagonista por Samuel, la cual indudablemente la ciega de toda razón.

La conciliación entre el placer y el dolor, lo puro y lo impuro, el deseo y sus límites, atraviesa por completo al relato. La primera gran impresión, y tal vez el éxodo de la serie de descubrimientos por los que atravesará la protagonista, se manifiestan después de su boda con Ermilo Paredes. Aunque hay que considerar que el hecho de aceptar a la fuerza un matrimonio con un hombre del que no se siente atracción, ni mucho menos se está enamorada, representan en sí una impresión no grata:

Cuando se acercó a mí, le tiré con un tibor chino que encontré a mano. El tibor se rompió sobre su cabeza y rodó la corona.

Comenzó a sangrar por la frente. Me asusté.

—Adúltera, relapsa, hereje. Estás condenada a muerte —y sacó de entre sus ropas un verduguillo que vi resplandecer a la luz de las velas. Pero la sangre le cubrió los ojos. Pude llegar a la puerta: estaba cerrada con llave. Se limpió la cara con una sábana, y haciendo una tira con ella se envolvió la frente.

—Esto sí me lo pagarás con sangre —gritó. Yo me quedé petrificada. Me alcanzó con una mano, pero rasgando el vestido pude zafarme, y así seguimos, él tratando de asirme con sus manos, con sus uñas, y yo huyendo, siempre huyendo. Hasta que me atrapó frente a la chimenea. Ambos estábamos jadeantes y nos quedamos mirando con odio. Luego me cogió fuertemente por el cuello y me obligó a ponerme de rodillas. —Aquí morirás —y para hacer mayor mi miedo, con el filo del verduguillo cortó todas las ropas por mi espalda y lo hundió en mi carne.21

El inicio del camino hacia el éxtasis, la búsqueda impostergable de la “otredad”, materializada en la figura de Samuel, llevan a la protagonista a un sin fin de experiencias sadomasoquistas-voyeuristas, perfectamente trianguladas, cuyo eje rector o centro es el deseo. Al respecto, Claudia Albarrán marca la similitud entre los protagonistas masculinos de Sombra entre sombras y otro texto, contenido en la misma colección, y que intitula Río subterráneo:

En Sombra entre sombras sucede algo similar: el mirón no solamente es Samuel —quien, como Lótar, se encarga de suministrarle a Laura esa interminable lista de Ermilos sustitutos, al tiempo que disfruta del espectáculo—, sino el lector, espectador, que gracias a la crónica de Laura contempla (y participa) de manera activa en las escenas (...), así, mediante la evidente inclusión del tercero, Inés logra contemplar ese triángulo infernal que comenzó en La señal, cuando esa otra Laura (la de El membrillo) intentaba seducir a Miguel acercándole la fruta prohibida.22

Pero, volviendo al texto que nos ocupa, la trasgresión del mal coexiste con Laura y con la idea de la “inocencia perdida” que a su vez se sacraliza en la perversión, en la violencia, en lo impuro, regido fuertemente por la pasión. El triángulo sexual de la pareja y Samuel, deposita en cada participante diversos roles, a veces activo, otras pasivo, otras simplemente espectador o voyeur. Bataille apunta: “...con la actividad erótica (...) al participante masculino le corresponde, en principio, un papel activo; la parte femenina es pasiva. Y es esencialmente la parte pasiva, femenina, la que es disuelta como ser constituido”.23 Sin embargo, en el juego de la trasgresión de los límites contenidos en el relato en cuestión, los roles, se confunden e intercambian, dando paso a una rica gama de posibilidades que apuntan a reconocer como eje único el amor de Ermilo por su mujer y la pasión de ésta por Samuel.

Al final de la historia, los ciclos parecen repetirse. La muerte de Ermilo posibilita a Samuel ocupar el lugar de éste y su rol, procurando “nuevos participantes del rito”, necesariamente jóvenes, que perpetuarán el éxtasis triangular de la historia:

Ahora tengo setenta y dos años. Él apenas cincuenta y nueve. No tengo dientes, sólo puedo chupar y ya no hago nada para disimular mi edad, pero Samuel me ama, no hay duda de eso. Después de una bacanal en la que me descuartizan, me hieren, cumplen conmigo sus más abyectas y feroces fantasías, Samuel me mete a la cama y me mima con una ternura sin límites, me baña y me cuida como una cosa preciosa.24

La búsqueda del otro, el camino iluminado y señalado por el deseo erótico como posibilidad que a través de la literatura materializa los fantasmas internos que cohabitan en nosotros, lugar donde convergen las escrituras eróticas; se ponen al descubierto en las narraciones arredondianas, que más que sugerir “una posibilidad de vida” muestran el camino que nos lanzará —al que se atreva— a la revelación, a la otra orilla.

 

Bibliografía

  • Arredondo, Inés, Obras completas, 3ª edición (1998). México, Siglo XXI. 356 p.p.. Serie Los Once Ríos.
  • Albarrán, Claudia. Luna menguante. Vida y obra de Inés Arredondo. México, 2000, Juan Pablos/Conaculta. 262 págs.
  • Avendaño-Chen, Esther, Diálogo de voces en la narrativa de Inés Arredondo. Sinaloa, 2000, Difocur/Universidad de Occidente. 178 pp. Colección Río Subterráneo.
  • Bataille, Georges, El erotismo,3ª edición (2002), España, Tusquets. 289 pp. Colección Ensayos, Nº 34.
    —, Las lágrimas de Eros, 3ª edición (2002), España, Tusquets. 266 pp. Colección Ensayos, Nº 33.
  • García Ponce, Juan, Trazos. 2001, México, Nueva Imagen, 318 pp. Col. Grandes Autores.
  • Paz, Octavio, El arco y la lira, 3ª edición, México, 1996, FCE. 305 pp.

 

Hemerografía

  • Rosado, Juan Antonio, “Erotismo, misticismo y arte”, en Sábado de unomásuno. México, 22 de septiembre de 2001.

 

Notas

  1. Juan García Ponce, “Inés Arredondo: La inocencia” en Trazos, p. 33.
  2. Idem. Los corchetes son míos.
  3. Aplicaré el término dialéctica de lo sagrado, tal y como lo entiende Roger Caillois: la interacción del binomio puro-impuro en donde llega un momento en que no solamente interactúan, se tocan, llegan incluso a coexistir.
  4. Esther Avendaño-Chen, Diálogo de voces en la narrativa de Inés Arredondo, p. 17.
  5. Citado por Rose Corral, “Inés Arredondo: la dialéctica de lo sagrado”. en Inés Arredondo. Obras completas, p. IX.
  6. Claudia Albarrán. Luna menguante. Vida y obra de Inés Arredondo. p. 123.
  7. Esther Avendaño... op. cit. p.p. 67-68.
  8. La temática del incesto atrajo fuertemente a Inés Arredondo y a los miembros de su generación. Al respecto, Juan García Ponce encuentra en Thomas Mann el significado más profundo del incesto, aquel que “con mayor claridad puede llevarnos a penetrar en el misterio del destino humano”. Arredondo claramente se encuentra en la misma línea, en busca de un destino que ilumine su identidad, pero desde su propia y muy particular perspectiva, la cual mantiene no únicamente semejanzas, sino también diferencias con el resto de sus contemporáneos. García Ponce y Segovia consideran que el incesto entre hermanos es el más puro, puesto que representa una relación directa, anterior a la sociedad, mientras que padre y madre ya han sido contaminados por ella. En tanto, Inés Arredondo discrepa con esa postura y rescata en sus textos el incesto madre-hijo, tío-sobrina, padre-hija.
  9. Inés Arredondo, “Estío” en Inés Arredondo. Obras completas, p. 13.
  10. Georges Bataille, El erotismo, p. 27.
  11. Idem, p. 22.
  12. Inés Arredondo... op. cit. p. 15.
  13. Íbid, p. 17.
  14. Las ideas de “revelación, “salto mortal” y la experiencia de “la otredad” en los integrantes de la generación de Arredondo y en la misma escritora, son una influencia que proviene del capítulo intitulado “La revelación poética”, en El arco y la lira, de Octavio Paz. Al respecto Claudia Albarrán apunta: “...lejos de ser un objeto de contemplación, la poesía es un acto que, al igual que la religión y el erotismo, tiene que ser vivido por el autor y por el lector para que se logre la participación, el encuentro con ‘lo otro’, con ese ‘nuevo sagrado’, y cada uno alcance lo que los budistas llaman ‘la otra orilla’, que está dentro de nosotros mismos y que no es sino la ‘revelación’ de nuestra propia condición de ser. (...) el ‘salto mortal’ (metáfora del ingreso ‘a lo sagrado’) relativiza los contrarios y trastoca por completo los parámetros, los valores y las reglas que rigen al mundo profano...” (Claudia Albarrán... op. cit. p.p. 157-158).
  15. Georges Bataille... op. cit. p. 22.
  16. Inés Arredondo... op. cit. p.p. 17, 18.
  17. Idem. P. 18.
  18. Idem. P. 250.
  19. En el artículo “Erotismo, misticismo y arte”, Juan Antonio Rosado aclara: “Desintegrarse o integrarse en la atemporal impersonalidad que produce el éxtasis —palabra que significa “estar fuera de sí”— se llega a convertir en deseo irreprimible”. (...) “Éxtasis significa también desplazamiento, cambio, delirio o incluso la excitación producida por bebidas” (Sábado de unomásuno, p. 10).
  20. Georges Bataille, Las lágrimas de Eros,p. 36.
  21. Inés Arredondo... op. cit. p. 256.
  22. Claudia Albarrán, op. cit. p. 242.
  23. El erotismo, p. 22.
  24. Inés Arredondo... op. cit. p. 269.