Sala de ensayo
Pedro Henríquez UreñaPedro Henríquez Ureña
y el Dasein latinoamericano
La Modernidad que funda y la que deglute

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I

“Nuestra vida espiritual tiene derecho a sus dos fuentes, la española y la indígena... pero las fuentes no son el río. El río es nuestra vida”.
Pedro Henríquez Ureña

“Séame permitido llamar la atención del Congreso sobre una verdad que puede ser de una importancia vital. Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y América, que una emanación de la Europa (...). Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”.
Simón Bolívar, Angostura 1819.

“Dijo un poeta del Pinar1 que éramos, o empezábamos a ser, en el momento en que nos contábamos y anotábamos cuántos habíamos en la noche, y cuántos habríamos al amanecer. Antes de ese momento no éramos nada a pesar de existir. Empezábamos a ser en el instante que nos mirábamos unos a otros para cualquier fin; pagar las cuentas de la noche, sacar número de necesidades y gustos para el almuerzo, y, muy importante, estar al tanto de cuántos seguirían la caravana baquiana. A partir del primero que sacó una hoja, encontró un lápiz y anotó tantos nombres y tantos números con alguna finalidad, fuimos, y fuimos por siempre”.
AECU, Temerario, 2006.

“Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.
Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz.
Tupi, or not tupi, that is the question.
Contra todas las catequesis. Y contra la madre de los Gracos.
Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago”.
Oswald Andrade, Manifiesto Antropófago, 1928.

Los grandes seres construyen donde se debe hacer, y hacen donde se construyó. Empero, lo importante es saber cuándo, cómo, dónde y para qué construir. Entender la finalidad de una edificación ontológica como instrumento de emancipación y auto-comprensión para la liberación es aun superior, y lograrlo es el pináculo de la suma de todos los propósitos que llevan esa dirección, esa intención.

Henríquez Ureña, nos dice Mariaca,2 busca la independencia intelectual latinoamericana a través de la vista adentro del proceso de creación literaria latinoamericano, que intenta emanciparse, en cierta medida, a través de las diferencias con el cíclope europeo, y en gran medida al través de la mirada omphálica de su propia creación, visión no etnocéntrica pero sí de salvaguarda de un colonialismo interno obstaculizador aunado a una suerte de despotismo ilustrado de nuevo cuño.

Henríquez Ureña tiene una clarividencia prodigiosa al momento que se propone una elaboración del problema relativo al sentido del ser latinoamericano cruzando su tesis americanista (gracias a una visión diferente de la literatura latinoamericana, con un objetivo diferente, no tomando especificidades regionales, sino un todo) para llegar a un andamiaje propio y puro:

“Para plantear de manera explícita, en toda su transparencia, el problema del Ser (...) es necesario poner en claro las maneras de penetrar en el ser, de comprender y de poseer conceptualmente su sentido, así como la dilucidación de la posibilidad de una correcta elección del ente ejemplar y la indicación de la auténtica vía de acceso a dicho ente. Penetración, comprensión, dilucidación, elección y acceso son momentos constitutivos del buscar y, al mismo tiempo, modos de ser de un ente determinado, precisamente de aquel ente que ya somos, nosotros, los que buscamos”.3

Pedro Henríquez Ureña no sólo plantea una cruzada analítica inmersa únicamente en los caminos de bosque, o mejor dicho, sólo para los caminos de bosque; es decir, el problema de la búsqueda del ser en Henríquez Ureña no se suscribe solamente a la cuestión de la literatura latinoamericana y una cronología histórico-etapista, ni a una historiografía de la creación literaria latinoamericana, no, de ninguna manera; él va más allá, pues a través de la literatura (la fundación del Canon, la crítica literaria) intenta encontrar un problema de subsistencia ontológico (de cara a Europa), la cuestión del ethos, de la originalidad que nos diferencia y libra, y un asunto del arqué, de los orígenes, pero, no de una sola fuente primigenia irreal y hasta chovinista, enmarcada en una falsa identidad precolombina (porque sería simplemente ilusorio), se trata concretamente de los orígenes de diferencias y originalidades propias producto de un siglo XIX vertiginoso y telúrico en lo social y político, que representa ruptura y construcción, aniquilación y supervivencia para una construcción espiritual basada en nuestras circunstancias (léase lo más orteguiano posible) genésicas; América Latina es América Latina y sus circunstancias.

Obviamente, este americanismo literario es la forma más expedita y nomotética de llegar al punto que se busca, la construcción que se quiere, en palabras de Heidegger “una elaboración del problema del ser significa: el hacerse transparente de un ente, poner al que se busca en su ser”.4 Henríquez Ureña deja en evidencia que el ser latinoamericano está ahí, el ser latinoamericano como una enorme construcción social, literaria, artística y política está ahí, y eso, así como es, puede ser obra de él, no por sus manos ordenadoras, pero sí por su lectura de una tragedia histórica y cultural y su desesperación existencial de que todo aquello no exista sólo por el hecho de que no está sistematizado, pensado, articulado para ciertos propósitos (siempre virtuosos, loables).

Pedro Henríquez Ureña logra la construcción de una historia cultural latinoamericana5 palmo a palmo, no permitiéndose dejar huecos. Desde su capítulo primero, “El descubrimiento del nuevo mundo en la imaginación europea”, donde se imprime en el lenguaje magnífico y erudito, la desesperada diferencia de esta tierra nueva y de gracia con la vieja Europa. Un párrafo majestuoso y temprano:

“En una época de duda y esperanza, cuando la independencia política aún no se había logrado por completo, los pueblos de la América hispánica se declararon intelectualmente mayores de edad, volvieron los ojos a su propia vida y se lanzaron en busca de su propia expresión. Nuestra poesía, nuestra literatura, habían de reflejar con voz auténtica nuestra propia personalidad. Europa era vieja; aquí había una vida nueva, un nuevo mundo para la libertad, para la iniciativa y la canción. Tales eran la intención y el significado de la gran oda, la primera de las Silvas americanas, que Andrés Bello publicó en 1823. Bello no era un improvisador, un advenedizo del romanticismo; era un sabio, un gran gramático, traductor de Horacio y de Plauto, explorador adelantado en las selvas todavía vírgenes de la literatura medieval. Su programa de independencia nació en una meditación cuidadosa y un trabajo asiduo. Desde entonces, nuestros poetas y escritores han seguido en la búsqueda, acompañados, en años recientes, por músicos, arquitectos y pintores”.6

Este apartado es un estudio minucioso y hermoso de los escritos de Colón como el Diario, del Dr. Johnson Carta del Descubrimiento y de Las Casas Diario del descubrimiento, con una erudición impresionante donde hace referencias a unas cartas de Charles Eliot Norton, a las diversas traducciones que se le hicieron al Diario por el catalán Leandro de Cosco, estudios a las ediciones críticas de Menéndez y Pelayo, Cesare de Lollis, comentarios comparados de las descripciones de flora y fauna de  Pedro Mártir, De Orbe Novo y hasta Humboldt. El trabajo histórico-analítico y crítico literario continúa. El capítulo segundo ya sigue con un estudio del período temprano de la colonia, “La creación de una nueva sociedad [1492-1600]”. Este capítulo es un magistral toque de historia pura, inclusive involucrando la parte lusitana del período, costumbre escasa entre los más respetados historiadores de la época. El capítulo tercero abarca los años 1600 a 1800, “El florecimiento del mundo colonial”, la etapa media-final del proceso. Igual, Pedro Henríquez Ureña hace del libro una médula impermeable de detalles y manejo de todo. Es una construcción histórico-literaria sin precedentes: la edificación de un maderamen histórico-cultural impermeable de cualquier detalle, para lograr desde ahí, la construcción de la cuestión americana, del americanismo literario... el carácter original de los pueblos [americanos] viene de su fondo natural, de su energía nativa...7 nuestros perfiles espirituales.

Está de más dejar claro que el libro ut supra se sigue llevando periodo a periodo, etapa a etapa, proceso a proceso, con el mismo rigor hasta mediados de la década de los años cuarenta.

Retomando un poco, Pedro Henríquez Ureña coloca a Latinoamérica y su historia cultural como un ente único, compacto, que se plantea la demanda acerca de su sentido del ser: su trabajo, su formulación independiente de todo lo demás, de los precedentes, de otro canon ajeno, le permite a Pedro Henríquez Ureña determinar un sujeto de esta cultura autónoma, un sujeto producto de la creación libre de esta cultura emancipada: un sujeto resultado exclusivamente de las circunstancias integrales de América Latina: unos muchachos huérfanos en un bodegón de La Habana, el indio vilipendiado y reflexivo de su condición histórica, el pobre iletrado, campesino y levantisco, el latifundista que busca sexo en la aldea dentro de su hacienda, la criolla ultrajada por una fila militar barbárica de Boves, un Ariel, el maíz altivo de Bello, etcétera.

 

II

Fase siguiente: de una expresión a un intelectual; de la expresión americana, al intelectual americano: la trascendencia establece el objetivo, la propuesta o el boceto de un mundo, eso es concretamente un acto de libertad, y, en términos netamente heideggerianos, es la libertad propiamente... la posibilidad, además, de crear la tradición intelectual moderna, donde los intelectuales sean aquellos llamados a formar al sujeto latinoamericano, la cuestión del origen (ahora, aquí) arqué, y del ethos latinoamericano: el carácter o la ”identidad”. En pocas palabras, la tradición intelectual moderna gesta al intelectual latinoamericano que a su vez llevará a término un sujeto producto de este proceso salvador y regenerador por medio de un sistema entronizado con ese propósito moderno de educar a los pueblos. Este proceso de educación será en términos masivos y dentro del Canon. Habrá entonces una “identidad” cultural regional, lo que preferiríamos llamar el ethos latinoamericano.

“El hombre es aquel ente que se interroga acerca del sentido del ser. El hombre no puede verse reducido a puro objeto, a simple ‘estar presente’. El modo de ser el hombre es la existencia. La existencia es ‘poder ser’. Sin embargo, ‘poder ser’ significa proyectar. Por lo tanto, la existencia es esencialmente trascendencia, identificada por Heidegger con el ir más allá de uno mismo. De este modo, para Heidegger la trascendencia no es uno más entre los muchos comportamientos posibles del hombre, sino su constitución fundamental: el hombre es proyecto, y las cosas del mundo son originariamente utensilios en función del proyecto humano. Todo esto nos lleva a exponer aquel rasgo fundamental del hombre, que Heidegger denomina ‘el estar en el mundo’ ”.8

En esta parte entrarían en conflicto dos tesis operativas. Para dar alcance a todo aquello, cuál sería finalmente la raíz fundamental de la cultura latinoamericana. A lo largo del libro de Mariaca esta situación se plantea pero puesta en los ojos de los diferentes autores-fundadores del Canon. Sin embargo, pese al criterio tan constreñido del autor (que no incluye a Mario Briceño-Iragorry, ni a Mario Picón Salas, ni a Blanco Fombona, ni a Borges), hay cierto aire de búsqueda dialéctica en el problema ontológico de lo latinoamericano. Una solución desesperada, poética y arrebatada sería aquella premisa de raptar y deglutir todo aquello que supuestamente es parte del arqué, pero al mismo tiempo aniquila el Ethos, y viceversa. Dentro de las grandes exclusiones de Guillermo Mariaca está la de Oswald Andrade, portador de un discurso modernista, dadaísta, cubista y surrealista que sugiere en lugar de una canónica voluntad bautismal de cara al dilema de nuestros derechos a la fuente ontológica —¿a cuál al fin?— occidental o auto generada en la invención del Orbe Novo, una voraz comilona del maderamen importado para usarlo y rehacer todo cuanto importemos. Podemos estar en el mundo (in der Welt sein), diría el maestro Heidegger, en un acto existencial, empero, al mismo tiempo, es también estar con los otros (mit-sein); en pocas palabras podemos cometer antropofagia, y aquella vida espiritual con derecho a las fuentes india, española y mestiza se colmará también después de un acto de rapto y deglución del canon ajeno para transformarlo camino a la trascendencia. No hay ruptura entre un americanismo forjado por la invención (y acatamiento) del Canon luego de cometer la antropofagia. La “hazaña modernizante” se complementa con la antropofagia que redime el hecho de una tragedia vislumbrada hace casi doscientos años por un gran antropófago: “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y América, que una emanación de la Europa (...). Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos...”.9 Una tragedia ontológica que implicó, en un momento, el riesgo mismo de la existencia, del poder ser.

La libertad intelectual se lograría, como dijo Pedro Henríquez Ureña, por medio de la creación del sujeto gracias al intelectual latinoamericano que sistematiza todo para llegar a la “Utopía”, sin embargo la trascendencia sólo será viable en la originalidad y en la audacia, en la irreverencia y en los asaltos a la razón occidental, la única, que además, se puede tropicalizar y transformar.

Finalmente, esta lectura entre Pedro Henríquez Ureña, Martín Heidegger y Oswald Andrade, tal vez azuzada por las ganas de escribir sobre seres queridos, deja ver decenas de hilos que han quedado sueltos en el telar de la literatura como malla de lo ontológico, del ethos y el arqué en Latinoamérica. Empero, queda decir que de los grandes espacios del hombre y la sociedad, es la literatura la que mejor tapa los huecos de América Latina. Baches enormes que la economía no ha podido remendar, mucho menos la política; la literatura sin tanta algarabía remienda.

La voz más cercana a la verdad es la del poeta, como dice Heidegger “los poetas y los pensadores son los guardianes de esta morada”, queda por parte de los vates y escritores asaltar original y audazmente el arca de Occidente —donde somos en gran medida acreedores y deudores— y cometer todos los días antropofagia a ver cuándo creamos un sujeto a partir de la vivencia literaria e intelectual de esta tierra. El Canon existe por enormes y ciclópeos “hombres de pluma en mano” donde la trascendencia fue sólo un experimento escritural más.

 

Notas

  1. Caserío a orilla de la carretera Panamericana, entre el Zulia, Trujillo y Mérida, en donde más de una vez ha salido de sus tantos lupanares y bares, algún buen poeta-filósofo, bucólico y magnífico.
  2. Guillermo Mariaca Iturri. El poder de la palabra. Ensayos sobre la modernidad de la crítica literaria hispanoamericana. Casa de las Américas-Universidad Mayor de San Andrés. [La Habana-La Paz], 1993.
  3. Martin Heidegger. Ser y Tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. 1986.
  4. Heidegger. Op. cit.
  5. Nótese como P.H.U., en la Introducción a Las corrientes literarias en la América Hispánica, diferencia  los términos geo-humanos América Hispánica y América Latina, dejando clara su preferencia por el uso de América Latina, “...nombre que me parece más satisfactorio”. Aunque el título mismo de la obra  no permite cerrar el espacio por razones obvias.
  6. Pedro Henríquez Ureña. Las corrientes literarias en la América Hispánica. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1945.
  7. P.H.U. citado por Mariaca, Op. cit.
  8. Giovanni Reale y Dario Antiser. Historia del pensamiento filosófico y científico. Del romanticismo hasta hoy III. Barcelona (España): Herder. 2002.
  9. Simón Bolívar. Doctrina del Libertador. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985.

 

Bibliografía

  • Giovanni Reale y Dario Antiser. Historia del pensamiento filosófico y científico. Del romanticismo hasta hoy III. Barcelona (España): Herder. 2002.
  • Guillermo Mariaca Iturri. El poder de la palabra. Ensayos sobre la modernidad de la crítica literaria hispanoamericana. Casa de las Américas-Universidad Mayor de San Andrés. [La Habana-La Paz], 1993.
  • Martin Heidegger. Ser y Tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. 1986.
  • Simón Bolívar. Doctrina del Libertador. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985.
  • Pedro Henríquez Ureña. Las corrientes literarias en la América Hispánica. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1945.

 

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