Letras
Dos poemas

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Las fronteras de mis manos

I

Yo te vi y sonreías
de pronto y para mí.
Me casé contigo en la idea
en la mañana
en la tarde
para vivir en la noche
como un sueño.
Te vi cuando
ya te estaba esperando.
Vi tu sonrisa
de mexicano
de país;
cuando estaba
conejo y cuyo
cavando huecos
en la tierra
por donde pasara la inmensidad
de sus nuevos ríos
y, como las venas.

 

II

Al escribirte yo me baso en ti
sin acudir al diccionario.
No llevo citas ni cuentas
ni cuenta de citas.
Dejo fluir mi verso
que te busca,
porque este es el verso
que te encuentra.
Y yo te leo a ti
mientras escribo con mis manos
lo que me noté adentro
a donde se hacen las palabras.

 

III

Yo lo vi.
Es otoño infectado de floresta nueva.
Acampa en mi deseo de sobrevivir
por llegar a primavera.
Lo vi flor de redondas fauces
y alientos como manos, en la pradera
de las esperanzas, como péndulos
pendientes.
Lo vi en las escaleras y las entrelíneas
salvajes, como cabello bruto en el rincón imposible,
de una mueca posible, en un oscuro acantilado.
Lo vi campanario y campana
sin recuerdos por llegar.
Lo vi hablándome de la noche y de las circunstancias
cuando las cortinas de mi estro
acampaban en el deseo de borrar mi memoria.
Lo vi —y lo vi— y otra vez.
Estaba desnudo
estaba hombre
estaba algarabía y festejo
estaba ciego
y era médula
que los compases metieron a mi sangre.

 

Otoño

Ella salta de una palabra a otra mal dicha
sin pronunciarla.
Seguro que el silencio se encarga
de lo que viene.

Vinagre y sal
en una lámpara llena de alcohol.

Apaga la luz
apágala.

Ya no hay chispas.


Otoño I

Dirás que las horas no te marcan el paso,
que la mañana fue azul,
que las princesas se fueron a dormir y a morir
mientras el día iba combinando
las caídas de tu mar y mi montaña.

Dirás, que aletargado tu cabello tocó mi deseo
mientras se fugaba la razón
a tumbar hojas del parque, a inscribirse en sellos postales,
a merodear a los amantes con resaca que buscan donde dormir
briagos aún.

(Quizá, lo saben pero nos ignoran en su ritmo
perpetuo...
perpetuo...)

Van una y otra vez por la avenida
como las ondas que nos traspasan.
Dirás que fueron mis ojos —o los tuyos— o ese
cigarro que besa tus labios.

Dirás que los patines del diablo,
que las canciones,
que la noche...

Entrecierro los ojos y digo lo que recuerdo de mis pensamientos
mientras pasas delante de mí.

 

Otoño II

Te dejo un verso de mañana en esta ventana que robé a la vida
de espaldas al verano,
pensando, cuántas hojas coleccionaré este otoño.

A veces, los abanicos
que deja el horizonte
llevan puntas de plumas,
que con blancos de tiro
—como la suavidad de un labio
apenas rozado con la punta del ojo—
Pasan inadvertidos en algo,
que recordamos del futuro.

 

Otoño III

Le digo que “la poesía no se vende”
porque no podría comprar esta distancia
ni su silencio que me arremeda.

Tampoco una mañana sin complejos
ni turistas en el parque de mis sueños
en que escucho...

Mi luna ha puesto su clavícula llena.
Le dio un codazo
al letargo.
Los oráculos asemejan canciones.
Vaivenes de un descuido
que otro sueño disipa.
Nuevos roles inflan las pandorgas
y en carnaval de personajes
salen a escena.
Alguien canta
yo canto
él canta
...cantamos.
Afortunadamente sabe sonreír
aunque ya es de noche.

 

Otoño IV

Siete horas después volvió a tejer bufandas
para cada paloma de la plaza. Las llevaban volando
por el pico. Las llevó disfrazadas o arropadas.

Las bufandas de él, quien ese día
no regresó a dejarle la mañana.

Palomas desveladas en la plaza. En la panza del parque
y en la calle, se llevaron su sueño. Y caminaba,
acaso sorda o ciega, acaso triste. Tejiendo el tiempo
para más bufandas.

Las bufandas de él, las que ese día,
no regresó a dejar por la mañana.

Derecho y al revés de su agonía, hebró Fernanda el tiro
de chimeneas por aves, emplumadas. Y se le fueron,
reuniendo los recuerdos:

Bufandas para Juan, que hacía del día
un regreso a besar en la mañana.

Siete horas después y ya el camino, del pasillo a la banca
y lo vivido, profundamente a oscuras. La mañana
un capricho de otro, que alacena, estibó los recuerdos...

Bufandas del deseo, que extinguido,
tiñe de sus ausentes, el mañana.

 

Otoño V

Hoy no pude dejarte nuevos versos.
No tuve tiempo para hablar
otra nueva palabra que tu cuerpo.

Tiernos
peregrinos y cobardes, los suspiré
y de nuevo

—y frente a frente—
taciturnos y en sueños, respiramos.

Como una hoja de parra, que arrancada,
en una hoja de naipe se convierte.

Juego de sobremesa
en que circunda
como miel de febrero otro verano,
acudiendo en otoño
a un tibio invierno.

Alto cariño permanece y velo
por amasar su zafra
en mi silencio.