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“Querelle”, fotograma del filme de Fassbinder intervenido por Andy WarholLiteratura gay: autenticidad o marginación

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Hace algunas semanas, dos escritores norteamericanos leían fragmentos de sus nuevos libros en la Mercantile Library, una institución aparentemente conservadora, para promover la lectura en Manhattan. Se trataba de David Leavitt y de Edmund White. Provenientes de distintas generaciones, ambos han dedicado gran parte de su obra —en especial Leavitt—, a mostrar la “domesticidad” de la vida norteamericana, desde la variante gay. El éxito de Leavitt en los países de habla hispana (por las traducciones de Anagrama) se basa en lo que, al mismo tiempo, sería el motivo de su condena en los Estados Unidos: la exploración demasiado sexual de sus personajes homosexuales. Decidido a dar un giro a su carrera literaria, Leavitt lanzó este otoño su novela The Indian Clerk (El empleado indio), una obra intensa, sesuda e investigativa, sobre un episodio fundamental en la vida de G. H. Hardy, un brillante académico de Cambridge. En 1913, Hardy se encontraba trabajando en un problema matemático complejísimo, cuando recibió una carta de un tal Srinivasa Ramanujan, un pobre empleado de Madras. Sin ninguna preparación académica, el indio decía haber resuelto la hipótesis de Riemann. El encuentro entre ambos fue inevitable. Ramanujan viajó a Cambridge para convertirse en un célebre protegé del matemático. Al mismo tiempo, según contaría Hardy, éste habría sido el único incidente romántico de su vida. Leavitt logra así abandonar el terreno de la diversidad norteamericana cercana a él, para incursionar en la historia inglesa. Al parecer, el sueño de algunos americanos desde Henry James. Pero, al contrario de su célebre compatriota, sin esconder su cara más auténtica. Queda así claro que, con su nueva obra, Leavitt no se aleja del todo de una variante literaria que surge hacia mediados del siglo pasado en los Estados Unidos, cuando prestigiosos críticos (especialmente desde el New York Times) piden invariablemente a los escritores homosexuales que terminen de “disimular”, mostrando sus propios tormentos psicológicos a través de falsos caracteres heterosexuales. Era lo que sucedía con Tennessee Williams en cuyas obras extrañas mujeres parecían más bien homosexuales confundidos, y extraños hombres eran definitivamente homosexuales perdidos. ¿Por qué no mostrar sus propias reales vidas en la escena o en las páginas de una novela?

¿Por qué insistir en esos Georges y Marthas luchando con la furia de dos homosexuales en ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Gore Vidal y James Baldwin dan el paso en la dirección correcta con La ciudad y el pilar (1948) y La habitación de Giovanni (1956), respectivamente. No por ello el panorama se puso más fácil. Con McCarthy cazando brujas, se llegó a hablar de una suerte de “mafia gay” dominando el panorama cultural de los años 50, en donde la extrema expresión habría sido West Side Story, creada en 1957 por cuatro artistas gay (Bernstein-Laurents-Robbins-Sondheim). El máximo triunfo de la sensibilidad camp.

Álvaro PomboTodo esto como preámbulo para hablar de dos novelas españolas aparecidas recientemente, y que dan cuenta de esas mismas necesidades en el mundo hispano. De cualquier forma, el escenario en la España del siglo XX siempre fue mucho más catastrófico del que vivieron los escritores norteamericanos a pesar de la hipocresía anglosajona. Tuvo que derrumbarse un cruel período de fascismo, avalado por la omnipresente iglesia católica, para que los escritores homosexuales mostraran sus verdaderos rostros, sus verdaderas voces. Contra natura, de Álvaro Pombo (Anagrama, 2005) y Como la tentación, de Alberto Mira (Editorial Egales, 2007) son dos concluyentes e importantes obras al respecto. Contra natura es el resultado de una extensa obra narrativa en torno al develamiento de la homosexualidad en la sociedad española, y sin duda, una de sus obras cumbres. En pleno poder de sus habilidades narrativas y estilísticas, Álvaro Pombo (1939) traza en esta novela la historia de cuatro caracteres unidos por la obsesión, el deseo y la necesidad de obtener una recompensa para el vacío de sus vidas. En un extraño epílogo, Pombo nos señala que ha pretendido un alegato en contra de la superficialidad de la vida gay de hoy, en oposición a la autenticidad con que se habría vivido la homosexualidad en generaciones anteriores (la suya propia). Pero como él mismo es consciente de que no hay homosexualidad sino homosexualidades, el alegato resulta mucho más amplio, porque los personajes, lejos de convertirse en estereotipos, son a la vez frívolos y auténticos, entrañablemente humanos o perversamente miserables. En efecto, Javier Salazar es un brillante editor retirado que cree haber encontrado una cierta paz en su vida. Pero detrás de esa aparente paz, hay apenas una soledad indescriptible, una falta de amor que se desbaratará por completo por la repentina presencia en su vida de Ramón Durán, un muchacho atractivo pero de escasa formación. Enfrentado a un nuevo juego, cada vez más complejo (y que un narrador excesivamente omnisciente dificulta aun más) Salazar volverá a encontrarse con Paco Allende, otro homosexual de su misma generación, educado en el catolicismo franquista, y con Juanjo Garnacho, antiguo profesor y ex amante de Ramón, formando una compacta red de relaciones desiguales. Nadie actúa contra natura, porque como el mismo Pombo señala: “La naturaleza única que yo estaba dispuesto a aceptar era aquella construida por cada uno de nosotros” y no la que imponía la historia oficial. La novela es un verdadero tratado de la sensibilidad y la inteligencia gay, por partes iguales. Pero es a la vez un angustioso espejo deformante de nuestra misma realidad.

Esto queda claro en un parlamento de Salazar sobre la conexión ontológica de la homosexualidad con la marginación: “Nadie nos librará de nuestra esencial conexión con la marginación, con el fracaso y con la muerte. La mayor parte de la gracia que aún tenemos los maricas, antes que la trivialidad y la normalidad nos convirtieran en simples consumidores pancistas españoles, mariquitas per cápita que contribuyen con normalidad e incluso con un muy buen balance anual a los gastos de la hacienda pública, antes y después de toda esa babosa voluntad de normalización e identidad con los comemierdas que siempre hemos envidiado y odiado, nuestra conexión más pura es con el fracaso, con la marginación y con la muerte”.

Alberto MiraPor una cuestión generacional, el discurso de Alberto Mira (nacido en Valencia en 1965) en Como la tentación parece divergir por completo con el de Pombo. Su novela acaba de ganar el Premio Terenci Moix —el maestro español de cierta forma de literatura relacionada con la cultura popular— que Mira ha asimilado muy bien. Sumando a esto su interés en el melodrama hollywoodense y un doctorado sobre la enunciación homosexual en el texto dramático, centrada en la obra del mismo Williams, Mira va por buen camino. Estamos frente a un texto de iniciación, aunque tal como lo ha señalado el mismo autor, podría ser también de tentación o de corrupción. Desde el punto de vista que se mire. Sergio Blanch es un muchachito de dieciséis años que debe enfrentarse al verano definitivo de su vida. ¿Logrará asumirse gay alguna vez? Como buen homosexual de comienzos de los 80, tiene miedo, no sabe lo que quiere, es poco asertivo, y por último parece ir en contra de lo que manda la mayoría. Es en este punto en que Mira rompe con lo establecido y narra desde la insólita y juguetona voz de un fantasma. Uno de esos fantasmas corporizados con extensos poderes muy propios de cierto tipo de comedia americana. A la falta de referencias de Sergio para convertirse en un “buen homosexual”, el fantasma venido del mismo cielo, entrega imágenes insólitas para la transformación de Sergio. Se le aparece como Mary Poppins, la niñera de Disney que tiene el poder de alterar a familias disfuncionales. Como si esto fuera poco, luego se convierte en Richard Gere y como tal intercambia sexo oral con el sorprendido muchachito. Aún hay más: la tercera aparición es en la forma de William Holden, esta vez sacado de la película Picnic. Aunque aquí no tenemos a Kim Novak convertida en reina de belleza pueblerina. Con esas lecciones a su haber, cualquiera terminaría como lo que Pombo más detesta. Una mariquita per cápita o la babosa voluntad de normalización. Pero Mira es un escritor que sabe crear un mundo a partir de esas extravagantes aventuras y tal como dice su narrador, “no es que los musicales hagan a la gente gay, pero me consta que en buenas manos ayudan un montón”. (En rigor, Mary Poppins lograría, de acuerdo al texto de Mira, mejores resultados que Terence Stamp en Teorema.) La novela de Alberto Mira aporta frescura, liviandad, a una materia grave. Es probable que a través de la edición de Editorial Egales llegue a un amplio público ansioso por reconocer sus propios rostros. En la lengua española, a diferencia de los norteamericanos, hay un amplio camino aún por delante.