Sala de ensayo
Fotografía: Kevin Cruff (2002)Arboladuras confusas

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A menudo, pero pudiéramos decir sin ambages, que varias veces al día y todos los días; me tropiezo con la contumacia de unos AGOSTAMIENTOS nocivos, con disimulos o con sufrimientos evidentes, que constituyen una amenaza potente para las andanzas de los personajes humanos. Suena un clamor de angustias y sentimientos desvencijados; como una insatisfacción fuerte y descompuesta, chorreando por todos los poros. Desde las actitudes melancólicas calladas, hasta los impulsos violentos desencadenados por el desánimo; con numerosas actitudes intermedias, adaptadas a los más variados matices. Entran aquí los pasotas recalcitrantes, depresiones metidas en los abismos, progres de fachada, fachas de una notoria estulticia, agresivos sin más, dicharacheros o histéricos. Penamos con ese auténtico florecimiento de insatisfacciones agobiantes, que buscan salidas por veredas poco apropiadas. ¡Menudo panorama! ¿No habrá mejores alternativas? Tal parece, como un estallido mental, progresivo y disgregador.

 

Ignorancias

No hará falta cebarse con los detalles, pero palpamos de sobra los desconocimientos en áreas muy diversas. Las oscuridades nos abruman. Con Eugenio Trías diremos, “La tradición ilustrada parece del todo agotada”, pudiendo preguntar, ¿y las otras? ¿Cuál de ellas se mantiene en forma?; ahora bien, de ahí a ese grito desolador en el desierto, sin tradición ni nada, ¿no seremos capaces de configurar unas cartas de navegación aceptables? Cualquier recoveco está lleno de incógnitas. Las sombras son muy alargadas si tratamos de precisar las emociones, los orígenes, la maldad o la ciencia. Pero eso ocurre también con las experiencias directas de cada uno; hoy parece festivo lo desdichado o nos parece inextricable lo evidente. ¡Qué difícil es llegar al conocimiento profundo de las cosas! En el mismo lenguaje topamos con esa insolvencia, ¿cómo expresaremos de forma adecuada las ideas o las características personales? ¿Cómo percibir las de los otros?

 

“Kafka en la orilla”, de Haruki MurakamiFronteras comunes descuidadas

Nadie como Haruki Murakami para introducirnos en las cuitas de los personajes, en esas angustias y desfondamientos mencionados; también de quienes resisten, también. Como en la vida real, cada uno lleva consigo sus apreturas. En sus páginas, Murakami centra la atención en esos fondos humanos donde se plantean los roces o las dificultades. Desde allí, los desajustes y los conflictos repercutirán en las vivencias de cada protagonista. Los seres humanos no podemos eludir esas honduras. Como reflejo de estas observaciones, seguiré hoy algunos trazos de su novela Kafka en la orilla; a través de ellos, el autor nos tiende una invitación para que percibamos algunos de los desconciertos provocados por el desgaire con el que se tratan las áreas mencionadas. Se hace patente la cercanía de esos desarreglos, por cuanto son de observación frecuente en los agostamientos presentes en la vida real.

Nos muestra la figura del PADRE. Nada menos que un afamado escultor, ataviado con su elegante chaleco y sombrero, coche de postín, escritorio y taller de trabajo; por nivel que no quede. Luego se desliza el gran contraste, cuando desgrana sus peculiaridades familiares; no se describe ni un mínimo detalle de atención hacia sus familiares. La eventual esposa, el hijo, aparecen como un añadido en una especie de generación espontánea, sin las atenciones propias de su condición. A eso se añade el toque de la bestialidad, con sus aficiones extrañas y el acopio cruel de cabezas de gatos descuartizados. En síntesis, pudiéramos definir a tal personaje como al genio y la bestia, todo en uno. No hay minucias ni grandezas en los contactos familiares; simplemente, no existen. Dinero y una supuesta cultura, fría, musical y técnica, con un alejamiento notable, tanto de sí mismo, como de sus allegados. ¿Perversión? ¿Locura? ¿Simples desviaciones?

Al HIJO no le faltan estudios, lo presenta con un desparpajo cultural envidiable. Tampoco será la economía su problema. Eso sí, no aparecen registros de unos engranajes provistos de calor humano, está en una especie de desierto afectivo. Compañeros, escuela, sociedad, parientes, quizá una hermana, y esa perla de padre, son como una guirnalda de luces... ¡Apagadas! Su vitalidad le arrastra a través de una feroz “tormenta de arena” interior, en la que ha de valerse de sus recursos y compañías advenedizas. La Naturaleza y los libros propician su contacto con áreas del pensamiento, paranormales unas, melancólicas otras, siempre indagadoras. El sinuoso descubrimiento de su madre forma parte de su laberinto personal, de su camino en este mundo. ¿Soledad? ¿Personalidad fuerte? ¿Drama humano muy de actualidad?

En el ámbito de la MADRE, nos enseña una serie de vericuetos sociales, problemas afectivos, atavismos y hasta terror del fuerte; con fuerza suficiente para el aturdimiento de cualquiera. ¿Cómo pudo abandonar a su hijo al borde de unos infiernos? Esa permanecerá como una pregunta fundamental, sin una respuesta explícita. Quizá para recalcarnos la dificultad de enjuiciamiento, entre las muchas circunstancias personales. Una trágica frustración en su primer amor, solitaria estancia en la gran ciudad de Tokio, contacto y desengaño con el escultor incluidos; se intuyen desventuras emocionales cargadas de sustos o amenazas. ¿La escapada requiere de esa huida radical? El romanticismo de sus visiones no logra disimular la tragedia de su vida, ni las repercusiones hacia los demás. En concreto y sobre todo, sobre su hijo. No se trata de soluciones, Murakami indaga y nos provoca; con circunstancias muy palpables en sociedades tan atareadas y presuntuosas como estas actuales.

Dibuja con escueta precisión a una serie de personajes auxiliares, que acaban siendo entrañables, por su desvalimiento metidos en su ambiente social, que ni se plantea unos niveles de compresión más elevados. ¡Apáñense, cada cual con sus soledades! Entre las desventuras se descubren resquicios personales de gran riqueza interior. Así, los defectos mentales de Nakata, con sus grandiosas cualidades. O el bibliotecario que se sobrepone a sus lamentaciones, con una enorme solidaridad. A pesar de la luz y la energía de la civilización, subsisten con fuerza las tinieblas.

 

Angustias

Los sorprendentes avances técnicos y las complejidades de la estructura social nos acogotan con una potencia inusitada. No digamos si encima les facilitamos la labor con una renuncia desvaída. Abundan los lugares donde cuesta encontrar un pedazo de pan o la medicina apropiada. El frenesí de las sociedades más avanzadas no permite delicadezas de ánimos y carantoñas. Los endiosados ricos y los eruditos no dan abasto a su fatuidad, cómo van a dedicarse a los pormenores. Por tanto, como un colofón lógico, se fragua una sensación de impotencia de cara a logros con mejores cualidades. La sensación de nulidad como persona conduce irremediablemente a la desmotivación. Angustiados, pero tercos y obstinados en actitudes contrarias a la aplicación de las auténticas esencias de cada individuo.

 

Desdén acumulativo

Están muy a la vista esos aprendizajes disfrazados de curriculum; de entrada se prescinde de las características peculiares de cada aprendiz. Estamos abocados a la creación de un nuevo mundo al gusto de cada mandamás, se volvió a olvidar aquello de la consideración personal. Con esas premisas, a qué mencionar el esfuerzo para la obtención de mejoras cualitativas; por una sencilla deducción, se impone la comodidad de no pergeñar iniciativas y la de colocarse en un ambiente adecuado. Esa colocación prima sobre los posibles méritos. Los contactos personales se derivan del curriculum teledirigido, a su alrededor todo gira bien, fuera de esos intereses se erizan los contactos; el pensamiento, la sensibilidad y otras falacias, quedan postergados.

 

Muros vergonzantes

Cuando menos, voy a citar tres de ellos; porque cuando más, no pararíamos en ese nombramiento de vergüenzas propias o ajenas. Sin ladrillos, con una pertinaz desfachatez, los hemos erigido, son de gran fortaleza y queda a la vista su eficacia:

Las Aduanas de la convivencia. Todo depende de un arancel previamente establecido, y se paga por él, vaya si se paga. Domina una estructura artificiosa enlazando esas relaciones, con unos papeles muy secundarios dejados para la espontaneidad. No se por qué utilicé la palabra vergonzantes, porque eso de la vergüenza quedó ya como traspuesto, quizá ni se entienda.

Citemos también el Desconocimiento del otro. Los aprendizajes no discurren por esos derroteros, a qué vendría eso de los demás cuando los hemos despellejado y no significan nada primordial. Los emporios se estructuran con profesionalidad, con niveles técnicos de postín, financiaciones minuciosas y eficacias programadas. Si ya quedamos que uno mismo cuenta poco, prescindamos por lo tanto de otras consideraciones molestas.

Y, ¡cómo no!, el Desconocimiento de uno mismo. Hemos perdido casi todos los asideros; o quizá resultara más propio decir que no les hicimos caso. Hemos arrumbado los criterios y las consideraciones, no se avanza con razonamientos, sino a base de empujones. No dejamos un lugar para el análisis de nuestras mejores cualidades. A fuerza de pulular, ya hemos olvidado los conocimientos previos de nuestros interiores. ¿Será que no existen y todo es una farsa completa? Algo protesta por dentro, pero lo tenemos aprisionado entre muros y desidias.

 

Estilo en libertad

Aunque abunden los desconocimientos y las confusiones, las maldades pérfidas o las desidias, entre ellas surge la protesta radical no delegable, porque es estrictamente personal. Entre la maraña comparece la potencia afirmativa. Es ese concepto muy manido de los filósofos, pero muy poco utilizado en lo social, de la “Inauguración trascendente”. Es el ensamblaje requerido para insertarnos a cada uno en esa centralidad de la savia común. Es la única manera de entrar en esas galaxias de la ilusión y de la creatividad personal. Frente a rutinas y servilismos, desdenes, olvidos o manierismos vacuos; se trataría de que propongamos esa expresión radical de cada uno, con toda su fuerza intrínseca.

El “sentimiento trágico de la vida” es sólo un principio. Exige una reconversión, a través de los estilos libres y críticos, para inaugurar cada día pequeñas parcelas de alivio y ánimo constructor de sentido. La persona, en su autenticidad, requiere de esa creatividad renovadora, de manera permanente. Cuando este estilo se demuestra insuficiente, nos quedamos como muy desarmados, expuestos a un mal aire y su consiguiente labor destructiva. Se impone una metamorfosis salvadora, la transformación de las frustraciones y tragedias, en un principio constante de renacimiento y esperanza.

Con la implicación resultante de este estilo, uno se siente intérprete y protagonista de su vida. De esa manera, las pegas se volverán revulsivos estímulos de cara a los proyectos. Sin duda, uno de los mejores remedios contra depresiones y agostamientos melancólicos.