Sala de ensayo
Ilustración: John FoxxReciprocidad

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Antes de que el hombre reglara su convivencia, desarrolló la episteme en cada uno de los sistemas de cultura, sobre todo guiándose por sus creencias superiores para poder establecer diferencias entre lo adecuado de un comportamiento individual que, a su vez, tendría implicaciones dentro de lo social, desarrollando un sistema de normas y valores que dieron paso a los conceptos de moralidad, ética y derecho.

Este es origen de los primeros libros sagrados como el I Ching, la Biblia cristiana, el Corán y cantos vedas, dando paso a la teleología o ciencia que trata de explicar el universo en términos finales o causas finales, proponiendo que el mismo tiene una intención o un propósito.

Aristóteles explicaba, desde su filosofía, que un fenómeno o proceso debe buscarse no sólo en el propósito inmediato o en su origen, sino también en la causa final, dándole explicación a la razón o el porqué el mismo se da o fue creado.

En el estudio del conocimiento humano o episteme se congregan gran cantidad de conceptos, y entre ellos los griegos abordaron la axiología o la teoría del valor. Y esto, es decir VALOR, no tiene que ver con la matemática solamente.

La axiología analiza los principios que permiten considerar que algo es o no valioso y consideran fundamentos para tal juicio. La investigación de una teoría de valores ha encontrado aplicación a la ética y a la estética porque ambos conceptos contienen una relevancia importantísima en la convivencia humana.

El hombre es capaz de discernir y de hacer juicios de valor tan válidos como los demás juicios de la razón basados en la amor, respeto, bondad, probidad, austeridad, rectitud, honradez, honor, justicia, integridad, pulcritud, virtud, delicadez, conciencia, decencia, decoro, dignidad, entereza, buena fe, fuero de conciencia, honestidad, pureza.

Para ello cabe citar la frase de Voltaire que expresa que “Sinceridad no es decir todo lo que se piensa, sino no decir o hacer nunca lo contrario a lo que se piensa” y es allí cuando encontramos razonamientos a ciertos valores universales como el de libertad o dignidad, explicados por Skinner, quien expresa que todos los conceptos éticos, o básicamente, estos conceptos, se contraponen a la cotidianidad individual, a las historias de vida y a las correlaciones que entrelazan la convivencia humana, explicando que cada uno de estos conceptos es relativo a la convivencia social.

Todos estamos correlacionados, todos estamos involucrados en el sistema de poder que nos hace movernos socialmente en diferentes formas y que la libertad como tal no existe: todos somos interdependientes. Convivimos con los otros y la dignidad que tenemos es evitar traicionar lo que pensamos, mas no existe una dignidad o una libertad individual. Todas están supeditadas a la coexistencia en la que nos hallamos inmersos.

La gran tradición de la ética humanista nos ha legado los fundamentos de sistemas de valor basados en la autonomía y en la razón del hombre. Estos sistemas se construyeron bajo la premisa de que para saber lo que es bueno o malo para el hombre debe conocerse la naturaleza del mismo y sus correlaciones con los demás humanos con los cuales hace vida colectiva.

Dice una frase del I Ching que la naturaleza del hombre “es originalmente buena”. Por lo tanto podemos deducir que es el conjunto de condiciones, valores, normas y estilos de vida lo que hace que el mismo elija la dirección de tal o cual naturaleza.

La ética humanista se basa en el conocimiento de la naturaleza humana y la ética axiológica desarrolla la teoría de los valores, los cuales se aplican a todos los principios y a la estética moral.

Es decir, al desarrollo armonioso y coherente del ser humano consigo mismo y con los demás, aplicando primeramente el respeto como norma importantísima hacia sí mismo y hacia los otros. Respeto es lo que contiene la frase anteriormente citada de Voltaire.

Respeto y amor son los valores más elevados de la convivencia humana y los que, lamentablemente a veces comprendemos bajo nuestros intereses personales. Nietzsche decía que “...es imposible comprender al hombre y a sus perturbaciones emocionales y mentales sin comprender la naturaleza de los conflictos de valor y de los conflictos morales”. Es decir su modo de convivencia y la cultura en la que el mismo desenvuelve.

En este sentido el progreso de la psicología “tiene que ver” en el retorno a la gran tradición de la ética humanista, que contempló al hombre en su integridad física y espiritual, creyendo que el fin del hombre es ser él mismo y que la condición para alcanzar esa meta es que el hombre sea para sí mismo.

Valdría la pena preguntarse si el hombre, siendo para sí mismo, no contempla una relación egoísta y de dominación con el resto de los demás humanos. En este sentido, podríamos decir que el hombre, siendo para sí mismo, debería conservar un valor de acción de reciprocidad con los demás positivamente. Quien vive para sí mismo solamente, intentando aplicar esa condición, que es hasta primitiva y de sobrevivencia, debería considerar que ante todo es un ser social, que vive en la interrelación con los otros, no sólo desde el punto de vista humano, sino también económica, política y culturalmente. Todos nos relacionamos y de alguna manera codependemos dentro de la convivencia.

Dice Nietzsche en Así habló Zaratustra, considerando el amor que “El uno va hacia el prójimo porque se busca a sí mismo y el otro porque quiere perderse en sí mismo”. Pero podemos repensar que el amor, como principio del valor, es un fenómeno de abundancia y proporciona al individuo la fuerza para dar lo mejor de sí a los demás, constituyéndose en una afirmación de productividad espiritual y creativa.

“Amar a otra persona es solamente una virtud si emana de esta fuerza interna, pero es un vicio si es la expresión de la incapacidad básica de ser uno mismo” (Nietzsche). He allí cuando hay que aplicar los valores éticos. El amor, como fuerza primaria de la vida, la reproducción y la existencia, no puede convertirse en una excusa para la esclavitud, sino en la potencia, el motor que mueve lo mejor de nosotros mismos hacia los demás.

Y en este sentido ha habido infinidad de personajes que nos han dejado mensajes muy claros sobre la naturaleza del amor. Y es que el mismo es necesario para relacionarse con los demás, para mantener el entusiasmo con la vida, para tener el estímulo suficiente para continuar con la tarea cotidiana de vivir.

No se puede mantener bajo la esclavitud porque pierde su esencia y, en cuanto al amor de enamoramiento, ese es el más confuso porque nos hace abordar todas las pasiones, emociones y acciones, muchas veces egoístas e irrespetuosas hacia el objeto “amado”.

Para poder establecer una ética humanista o axiológica clara, hay que revisar muy bien este concepto, porque el objeto del amor no es el egoísmo, es la posibilidad de dar lo mejor de nosotros cada día. Dice la Biblia, por ejemplo: “Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la esperanza y el amor, pero la más importante de las tres es el amor”.

Finalmente habría que reflexionar sobre la frase de Fromm contenida en El arte de amar cuando, en el capítulo 3, se refiere a “los objetos amorosos”: “El amor no es esencialmente una relación a una persona específica, es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el resto del mundo, no con un ‘objeto’ amoroso”. Es decir, una relación de reciprocidad con todo lo que nos rodea.