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Poemas

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La velocidad que las cosas necesitan
para estarse quietas
nos modifica en secreto
hay una fugacidad en la percepción
de la apariencia
que siempre despierta sospecha
me gusta saber que elijo pensar
que el verdadero poder reside
en la fuerza quieta

 


 

Un hombre se detiene a pensar
que a lo largo de su vida
ya podría haber muerto cien veces
otro hombre se toma su tiempo
para pronunciar en voz baja
los noventa y nueve nombres de su dios
una mujer sentada en posición de loto
practica la autoconciencia de respirar
en nueve series de diez
y se queda dormida antes de completarlas
mientras tanto las mismas palabras de siempre
se siguen escribiendo y borrando escribiendo y borrando
en papeles en pantallas en las mentes
de personas que guardan esperanza que piensan que la vida
no tiene sentido pero merece la pena
un hombre vacila tres veces ante la misma disyuntiva
una mujer lo piensa dos veces antes de decir
que no de decir que si antes de ir
al encuentro de su destino
un niño camina cien veces de la orilla
al pozo que hizo en la arena
llevando agua en su baldecito para cambiar el mar de lugar
una estrella en el cielo nocturno titila
infinidad de veces proyectando su luz
aun millones de años después de haber muerto.

 


 

Siete sogas colgando de una rama
siete ramas del mismo lado del tronco
siete vírgenes niñas acariciando su cuello
con las manos ciegas de sombras
siete minutos antes de las doce
siete copas vacías en la mesa de la cena
siete camas deshechas cada una
con una mancha de sangre
siete heridas como siete bocas hambrientas
siete lobos transformados en hombres ocultos
siete años de maldición sobre cada casta
siete veces setenta, setecientas veces
siete vírgenes que gimen con todas sus bocas
iluminadas por la luna las niñas se hamacan
colgando cada una de su cuerda
sacándose la lengua
como frutos demasiado maduros
humedeciendo la noche
envolviéndose en el dulzor de la muerte
como si estuvieran jugando
como si pudieran volver a repetir el acto
como si fueran caperucitas acostadas
cada una con su lobo
y derramaran sus jugos secretos en las bocas
abiertas que las esperan allá abajo.

 


 

Los pájaros ficticios
posados en sus jaulas de cuerdas
negando en silencio la existencia del aire

los ancianos implacables
con su helada parsimonia
licúan el tiempo de manera inexorable

las marcas en la roca
mudas cicatrices indelebles
de las heridas que produce lo eterno