Letras
Tres poemas

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Fotografía

En esta tarde adormecida,
en este frío cuarto del día
hay algo que flota en el ambiente,
algo suspendido a mitad de la sílaba,
              pasa y se detiene,
unos dedos descifran el suave
murmullo de una despedida.

 

A esta hora del día

la penumbra se desliza por el contorno vaporoso de las horas suicidas, el minuto atravesado de serpientes, envuelto en lienzos temblorosos, ojos abismales sobre la superficie de la niebla, es el tiempo de la comparecencia, de la confesión pública a orillas del corazón pálido.

 

I

Aquí estamos,
frente al tribunal del vacío,
roto el deseo de la individualidad creciente,
amarillas las manos y las miradas rojas,
hablar y nombrar recuerdos
deambulantes entre oscuros canales de amaneceres grises.

La luna arrastra consigo el mar de las horas fijas,
de las horas pétreas abiertas en algún lugar de la tierra,
vacila el minuto y la palabra enrojece el aire que rodea tu cuello y tu espalda.

 

II

Nombramos las caídas de la aurora,
los bostezos de los músculos,
las linternas encendidas en la noche
desplegada en calles olvidadas,
y cedemos al murmullo de unos pies
lejanos, quietos como hora nocturna.

De pie,
frente a los laberintos fríos y enfermizos
de sí mismo, con la respiración muda y lenta
de las cosas que te observan
no hay definiciones para encender la palabra,
sólo rastros y huellas de un presentimiento.

 

III

Aquí, entre dos claridades te veo, signos escarpados entre años bruñidos y sonoros,
es el momento de romper la fila y detener la lluvia,
las tempestades,
una nueva está por iniciarse o desvanecerse entre ripios cardos de monte,
y te viene la calma, te sube como colibrí en vuelo de arco iris,
cuando los soles de otoño rebosan tu casa y la decoran,
cuando dormir es permanecer despierto
y los sueños bordean las aguas vivas de tu cuerpo,
es la temporada de la palabra, una temporada
de claridades ciertas a esta hora del día.

 

Ocaso

La tarde cubre su misterio
entre gajos de luz adolorida,
los pájaros dispersan los silencios
con sus trinos,
las piedras blanquean los pasos
del viento, como una lágrima,
y más allá del instante,
más allá del lejano brazo de la ausencia,
una espera
             del ocaso sin sueños
             de la curva serpenteante del tiempo,
             del muro de cejas dormidas
frente al mortecino filtro
de las sombras diluidas
entre la sed oculta de que algo
cambie.