Entrevistas
Mario Abreu, el Saltaplanetas, celebra la vida y los noventa años que cumple su enloquecido sistema solar
“Soy la multitud en mi propio devenir”
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“Turmero era un pueblo donde la comunicación entre todos se establecía a nivel mágico, aunque en aquel momento no lo percibía así, no lo entendía así. Ahora lo digo”.

“Yo podría decir que soy un hombre de posición revolucionaria, pero eso lo testimoniaría dejándolo viviente en mi obra... La cultura no se puede valorar de acuerdo a juicios aparentes, sino por la razón profunda del artista. La cultura no es una cuestión libresca”.

Vuelve en palabras. Si una vez la magia se marchó en medio de la agonía provocada por la leucemia, hoy Mario Abreu regresa en voz, la única que tuvo pero que se multiplica en el tiempo, en la de los otros. Hace 17 años se marchó. Hace 90 llegó desnudo y despierto en Turmero, el 22 de agosto de 1919. Acosado por el clima, Georgina Abreu y Ramón Pérez Guerrero lo supieron hijo también en la casa de los Salas y en el regazo de su madrina Amelia Borges, quien le enseña brujería, ciencias ocultas y mucha magia popular, de donde emergen, años después, los planetas que habrá de visitar con su arco iris cromático y sus selvas interiores llenas de bestias y sonidos.

Vuelve en palabras y se instala en una conversación que se hace eco luego de haber lidiado con Francisco da Antonio y Sonia Tovar, por allá lejos en 1991.

Hoy, vivo de nuevo, se sacude el polvo cósmico y habla en un idioma que necesita de algunas preguntas para darle cuerpo a su universo.

—¿Es cierto que todo comenzó en la bodega de aquel Turmero rural y pueblerino, el Turmero de un niño cuya curiosidad lo hizo artista?

—En la pulpería yo disfrutaba organizando la estantería, colocaba latas de sardinas, dulces, refrescos. Por cierto que recuerdo la cerveza alemana que traía un perrito dibujado en la lata. Todas las tardes organizaba esos estantes vacíos, los ponía bonitos. Yo digo que esos fueron los primeros objetos mágicos que empecé a percibir.

—¿Quién más indaga en los Objetos Mágicos?

—En el objeto el que destapa la olla soy yo. Hoy día hay muy buenos artistas que trabajan el objeto, entre ellos está Zerpa. En cuanto a mi obra, yo no sé hasta dónde sería yo considerado en el futuro, pero hasta ahora la cosa está ahí, eso todavía no está muy claro.

—¿Hay en el país una crítica que se encargue de entrarle en serio a sus Objetos Mágicos?

—Yo, Mario Abreu, considero que en un país donde no existe una crítica especializada los poetas vienen a ser los más cercanos a una genuina interpretación de mi plástica. Una de las fallas de la pintura venezolana ha sido la poca comunicación entre los artistas plásticos y los poetas que son los más próximos a un estado de revelación del inconsciente.

—Volviendo a su pueblo, ¿cómo era el Turmero de su infancia?

—Turmero era un pueblo donde la comunicación entre todos se establecía a nivel mágico aunque en aquel momento no lo percibía así, no lo entendía así. Ahora lo digo. Me refiero a todas esas costumbres mágico-religiosas que eran parte de lo cotidiano: los mampulorios que se hacían cada vez que ocurría la muerte de un niño a quien se daban dádivas de piñas y flores; los bailes de San Juan, las procesiones. Turmero no tenía más luz nocturna que la de las estrellas y el carburo. Me fascinaban los cuentos de muertos. Siempre digo que las cámaras de televisión acabaron con los muertos. Se perdió el derecho a fabular sobre muertos y aparecidos.

—¿Hay un arte de una sola idea? ¿Se puede concebir el arte como una propuesta única en el sentido de una sola tendencia?

—El arte no se puede suscribir a una sola tendencia. Miguel Ángel Asturias me dijo: “Usted es un pintor eminentemente latinoamericano. Haga su obra y no le importe”. Ya a estas alturas he quemado las naves, como diría Hernán Cortés, y quedará lo que tiene que quedar. Yo sigo caminando en mi territorio. Es difícil hacer entender que América Latina es un continente de esperanza para el mundo, pero lo más difícil es lo que tiene que ver con los políticos. Ellos todo lo han destruido y por debajo de lo que han hecho está el cagajón ardiendo.

La voz sigue sonando. Mario Abreu, a noventa años de haber venido al mundo, emerge a los 17 de haberse marchado entre humores y silencios.

Al final le queda decir:

—Considero la pintura como una filosofía potencial y viviente. Ella debe latir en todos los corazones y ser respirada por el universo entero. Construyo mis propios santuarios desvirtuando las viejas santerías. Soy la multitud en mi propio devenir.

Y calla, para seguir la ruta de sus planetas, para abreviar el movimiento de su sistema solar.