Artículos y reportajes
Rodrigo Blanco Calderón
Once cuentos y una propuesta

Rodrigo Blanco Calderón

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I

Dentro de lo que se ha denominado como nueva narrativa venezolana, hay voces que, sin la menor duda, se perfilan como las constructoras de una obra sólida y permanente dentro del panorama literario hispanoamericano. No sólo por la calidad que han venido demostrando, sino por el “compromiso” con el arte de la escritura, la voluntad juiciosa de estudiar los procesos narrativos y la disciplina creadora que no doblega sus rodillas ante el apresuramiento de verse en las vitrinas de las librerías. Una obra que apenas comienza, pero que se toma con seriedad y mesura, con un grueso respeto hacia el trabajo de tejer palabras en aras de una buena historia donde nada sobre y nada falte. Escribir, como dice Capote, hasta hallar el arte verdadero de hacerlo. Escribir con ambición de escribir sin más y sin menos. Escribir y pararse frente al abismo sin temor a saltar. Asumir el peligro de escribir como fibra vital de la existencia. Una de esas voces que apuntan hacia estas dimensiones es la de Rodrigo Blanco Calderón.

Blanco Calderón ha publicado dos libros de cuentos: Una larga fila de hombres (2005) y Los invencibles (2007), lo interesante de esto es que ambos aparecen cuando el autor oscila entre los 24 y 26 años de edad. Esto podría resultar algo irrelevante, ya que casos como este pueden haber muchos. Sin duda es así en Venezuela, pero no todos esos casos han mostrado una conciencia literaria como la de Rodrigo Blanco Calderón, quien me recuerda otro caso curioso de nuestras letras, el de Andrés Mariño Palacio. Naturalmente, entre Mariño Palacio y Blanco Calderón hay una enorme diferencia. Mariño Palacio buscó alejarse lo más posible de las fórmulas locales de creación literaria, de los modelos que insistían en un criollismo anquilosado. Se alejó notablemente de lo anecdótico para concentrarse definitivamente en los propios desplazamientos narrativos, en lamer directamente del arte de la narración: ¿arte por el arte? Rodrigo Blanco Calderón, por el contrario, y sin descuidar la escritura como arte que se reflexiona a sí mismo, rescata, o intenta rescatar, el valor puntual de lo anecdótico como puente expedito entre el escritor y el lector. A pesar de esa notable diferencia, lo que los asemeja es, justamente, el compromiso con una obra que busca una identidad dentro de la gran narrativa latinoamericana, apostando siempre a los rasgos que les demarque la modernidad. Lo que los hace hermanos es la ambición mefistofélica por elaborar esa obra, por construirla más allá del mero acto de escribir. Ambición, esa es la palabra.

Su primer libro de cuentos, Una larga fila de hombres, fue publicado en 2005 por Monte Ávila Editores dentro de la colección Las Formas del Fuego. Lo conforman cinco cuentos cargados, entre otras cosas, de la constante búsqueda del individuo por sobrevivir a los desmanes de la ciudad, que puede ser cualquier ciudad, asfixiada por el paso de “otros” hombres extraviados y violentos. Cuando este libro aparece, ya Blanco Calderón había resultado finalista del Concurso Nacional de Cuentos de Sacven con “El primer cuento”, en la III edición del concurso en 2001, y “Una larga fila de hombres”, en la IV edición del concurso en 2003. Luego publica Los invencibles, bajo el sello Random House Mondadori, en 2007. Esta nueva colección de cuentos presenta seis historias en las cuales profundiza en sus convicciones narrativas. En estas historias se percibe una mayor cohesión en el abordaje de nuevas maneras de contar, cuyas fuentes originarias son técnicas que han sido reconocidas como autoficción y metaficción. Para la aparición de este libro, Blanco Calderónresulta finalista en el Premio Municipal de Narrativa en 2007, y alcanzó a alzarse con el Concurso Anual de Cuentos de El Nacional en su 61ª edición con el cuento “Los golpes de la vida”. Además su nombre comienza a aparecer en antologías fundamentales que explican el momento por el cual atraviesa la narrativa venezolana contemporánea como De la urbe para el orbe, así como la muy importante y reconocida publicación antológica Bogotá 39; antología de cuento latinoamericano.

 

II

Una larga fila de hombres es el primer libro de cuentos de Rodrigo Blanco Calderón. El libro lo conforman cinco relatos: “El primer cuento”, “Una larga fila de hombres”, “La malla contraria”, “De todas maneras rosas” y “Uñas asesinas”. Para muchos críticos, en estos cuentos el autor saca a relucir su admiración por Francisco Massiani, ya que en muchos sentidos la voz del creador de Piedra de mar se deja escuchar entre sus líneas. Esto puede ser cierto, pero antes debo decir un par de cosas. No entiendo cómo se ha hecho creer al mundo lector que Francisco Massiani es el autor de una novela. Hasta donde tengo entendido, Massiani ha hecho otras cosas extraordinarias como Fiesta de campo, Renate o la vida siempre como comienzo, Las primeras hojas de la noche, El Llanero Solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes, Los tres mandamientos de Misterdoc Fonegal, Con agua en la piel, Florencio y los pajaritos de Angelina su mujer, además de los poemarios Antología y Señor de la ternura; hay todo un mundo literario más allá de la historia de Corcho, la hermosa historia de Corcho. Por otro lado, debo suponer que para Rodrigo ha de ser una especie de honor esta comparación. Sin embargo, no estoy del todo de acuerdo. En estos cuentos se escucha la voz de Massiani, tanto como se puede escuchar la del primer Bolaño o la de Alfredo Bryce Echenique, aunque, en algunas ocasiones, se escucha también a Ricardo Piglia. Somos lo que leemos, de tal manera que estas voces en los cuentos de Blanco Calderón no son más que las que lo conforman como escritor y que hacen su propia voz.

Los cuentos del libro giran y se reinventan en una ciudad que puede ser Caracas, cuyos traumas la hacen una con Buenos Aires o Bogotá. Una ciudad que, como dice José Carvajal, es un espacio donde cada quien restablece el suyo propio y su propio tiempo, sin rozarse demasiado, o rozándose sólo lo estrictamente necesario. Una ciudad, reflejo inequívoco de un país, reducido a dos bloques en constante pugna por imponerse uno sobre otro. Una ciudad contada desde la racionalidad y que se distancia de las Caracas de Israel Centeno, José Roberto Duque y Roberto Echeto, pero que, en el fondo, es la misma, lo que varía es la manera de sucumbir ante ella. Una ciudad en donde se acogen personajes llenos de temores, los temores propios del hombre de ciudad, del hombre moderno. Unos hombres que no distinguen entre los sonidos de la agonía y del orgasmo, como afirma Jorge Volpi.

 

III

Los invencibles aparece en 2007. De entrada, al igual que en su libro anterior, anuncia que las historias que cuenta pertenecen al mundo de la ficción. Busca afirmar que “la verdadera heroicidad no consiste en vencer y salvar todos los obstáculos sino, al contrario, como bien lo sabía Kafka, en ser vencido y superado por todos los obstáculos y, a pesar de todo, continuar”. Curiosamente suicidas estos invencibles. Quizás no se trate de suicidios, más bien resignación, ya que, la literatura, como bien lo supieron Balzac o Byron, es una amante excluyente a la que hay que servir con total entrega y devoción, puesto que, de otro modo, termina por abandonarnos a nuestra suerte. Blanco Calderón lo que hace es dar vueltas en torno a lo que afirmó Vargas Llosa al referirse a la literatura: “Esa es la impresión que tengo: que todo en mi vida, ahora, no lo vivo para mí, sino para ese ser que llevo adentro, del que ya no soy más que un sirviente”.

El libro consta de seis cuentos: “Los invencibles”, “El biombo”, “Calle Sarandí”, “El último viaje del Tiburón Arcaya”, “En la hora sin sombra” y “Los golpes de la vida”. Historias que se circunscriben en el mismo marco de las historias de Una larga fila de hombres, pero que revelan, eso sí, mayor profundidad creadora. Historias concebidas desde la lectura, la escritura y la reflexión, lo cual ratifica el hecho de que Blanco Calderón no es un escritor improvisado y de una obra breve que, como muchas en Venezuela, murieron sin haberse concretado. Los registros que ha alcanzado suponen una narrativa que se hará, con el tiempo, un inmenso mar de posibilidades de ahondar otras facetas de su intimismo y heterogeneidad.

Otra vez Caracas —¿o será Maracaibo?— reaparece mezclada entre nuestros propios sueños, un sueño dirigido, así como concibe la literatura Borges. Cuentos que nacen de la experiencia literaria para volver a ser literatura. Cuentos de la derrota que terminan siendo victorias, ya que se festejan nuevos caminos. Una ciudad en donde se respira un malditismo complejo que, muchas veces, nos anula y nos desvanece entre sus caricias cargadas de miserias, podredumbre y mediocridad. Con la cual establecemos una relación amor/odio, pero que siempre nos termina absorbiendo para que la reinventemos redefinida por nuestros propios demonios.

 

IV

Los cuentos de Rodrigo Blanco Calderón son el resultado de una vital preocupación por la historia que cuenta. De una búsqueda por algo valioso qué contar y que lo conecte con el eventual lector. Historias que sirven de puentes comunicantes entre sus intereses como ser humano y los intereses de quienes se acercan a leerlo. Cuentos que, al mismo tiempo, desnudan nuestra fragilidad ante el lenguaje que, no obstante, nos invitan a decidirnos por andar en su territorio, lo que supone una doble desnudez, ya que, según Pierre Mérot, “decidir es desnudarse por completo ante el otro”. No puede ser de otra manera para quien el cuento es, no sólo la consecuencia inmediata del hecho de leer, sino de la capacidad para vivir. Vida y lectura son, desde sus historias, los grandes elementos del cuento y de la literatura en sí. Vivir para leer, vivir lo que se lee y leer para vivir, circunstancias que no dejan más posibilidades que escribir.

Rodrigo Blanco Calderón es un narrador que sostiene que la literatura es mentira y que sólo es verdad en el momento de la lectura, pero, curiosamente, la literatura se sostiene sobre nuestra necesidad de reponer carencias, como él mismo afirma, “de llenar los espacios vacíos de nuestra soledad”. Idea que lo hermana a Norberto José Olivar, quien asume que lo que se escribe es para inventarse otros destinos y olvidar el tedio que toca vivir. La realidad empobrece, limita y dificulta respirar. Ahoga y nos reduce a un tiempo que se acaba. Sus cuentos son esa inflexión, ese punto de quiebre, ese riesgo de enamorarse de una mujer y que, al conquistarla, no sepas qué hacer con ella. La literatura lo permite todo y eso es lo más peligroso, lo sabe Rodrigo y lo sabe Vila-Matas, quien afirma que lo más extraordinario de ella es que es un espacio de libertad tan grande que permite todo tipo de contradicciones. No hay nada que nos haga más humanos que esas mismas contradicciones, de tal manera que la narrativa de Rodrigo Blanco Calderón es humana, demasiado humana. Es esa y no otra la propuesta detrás de sus once cuentos: ser humano, demasiado humano.