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“Cupido y Psique”, por Francois Gerard (1798)De amore

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¿Qué habrá de ser de nosotros cuando belleza y armonía, reflexión y tristeza pasan a ser agravios de lenguaje, símbolos de debilidad porque el Otro, el interlocutor, actúa como guerrero o ser amorfo ante el reclamo de la amistad, ante la razón dialéctica que ayude a discernir en tanto desasosiego como la realidad propicia? Ese Otro necesario bien parece, en ocasiones, que actuase, ante cualquier postura ética y estética de aproximación, como enemigo asediado en su conciencia —en el código oculto de sus intereses, tan sospechosos como delatores de un interior hostil.

¿Qué hacer, entonces, para guardar y defender la parte de ingenuidad que todavía quede en nosotros? Cuando menos digamos no, no a que nos ennegrezcan el futuro más allá de lo que ya el Destino implica. Aristóteles, en previsión de los males (que son tan cíclicos como los frutos en otoño y tan seguros como la reiteración de los días) algo nos advirtió ya en su día: “Si fuéramos amigos no tendríamos necesidad de la justicia, pero si fuéramos justos, todavía tendríamos necesidad de la amistad”. Y aquí justicia habría de entenderse por el reconocimiento de la libertad de ser quien somos.

Se trata de establecer (o restablecer) la amistad como vínculo, la conciencia moral y estética como premisa de actitud espiritual, máxime cuando la sombra de la amenaza del hedonismo más pobre (o peor entendido) parece cernirse sobre nuestro comportamiento, sobre lo ya aceptado de las relaciones sociales. No cedamos al azoramiento a que nos avoca la agresiva (y despectiva) Actualidad que algunos, al parecer, pretenden confundir con Utilidad. Antes bien, hagamos cuanto esté de nuestra parte para recuperar y hacer entender el bien del sosiego, el disfrute de lo aparentemente innecesario, que no es sino una variante del entendimiento del amor. Quizás, ahora, sea el momento de apelar de nuevo al bien de la lectura, al placer que ésta nos depara; así, al menos, iremos más capacitados para entender la vida, esa aventura soñada, el juego que debiera ser incruento. Gracias a la fantasía y a ese código de amor que la lectura encierra será, también, como podamos conocernos a nosotros mismos.

Y aun más: convoquemos al amor (a las distintas formas y manifestaciones del amor) para que acuda en nuestra ayuda. Llamémosle con actos y palabras antes de envejecer de odio. Al menos, en el amor, la desdicha es humana; y se asume como tal, como algo propio. Sin embargo, en el desorden de los tiempos de la violencia, nada queda, nada es. Cedamos su lugar, el hogar que les corresponde, a la virtud de la belleza, a la premisa de la armonía, que tantas veces se expresa en la delicadeza de los sentimientos. Todas las viejas culturas nos han enseñado este argumento. Curiosamente, en la antigua reflexión de los clásicos estaba ya la advertencia: “La gente de hoy prefiere las técnicas insignificantes y no examina la profundidad del Tao, abandona lo correcto para seguir lo falso. Desea alcanzar el objetivo rápidamente, y por ello encuentra el camino obstruido. Son como ciegos sin bastón, o como aquellos que siembran trigo para recoger mijo, o usan el compás para dibujar un cuadrado. Ellos agotan sus fuerzas y cansan su espíritu, sin lograr éxito durante toda su vida” (Pao-P’u-Tzu).

 

Recuperemos las verdades del amor en lo que tiene de sueño, en lo que guarda de esperanza, que esa es su alma. No importa que el comienzo sea en el momento en que nos duela la separación. Ahí ya estamos viviendo en la defensa del amor. Así lo expresa el lamento de la amada:

Lágrimas sobre mi almohada,
lluvia sobre mis escalones;
separadas sólo por los paneles de la ventana,
gotean durante toda la noche.

Hay, ya, a estas alturas del tiempo, motivos para pensar que a una cultura refinada corresponde la expresión más delicada acerca del amor. Amor que lo es todo, pues es vivir y ser. Escuchemos, de nuevo, un bello pensamiento alusivo: “Una vez soñé que era una mariposa que volaba libremente de aquí para allá, como quisiera. No sabía que era yo. De pronto desperté y me di cuenta de que era yo. Ahora me pregunto si soñé que era una mariposa o si es que ahora soy una mariposa que sueña ser yo”. Entre Augusto Monterroso y Gregorio Samsa, Chuang-tzu introduce esta alusión conmovedora entre realidad y ficción, entre libertad y verdad: nos hace retomar el pensamiento idealizado del vínculo.

A buen seguro que estas palabras las entendería a la perfección la monja sor Mariana Alcoforado, ella, que a punto estuvo de morir de amor mientras escribía las más bellas cartas de aproximación y entrega a su desdeñoso amante: “Aunque pasar toda la vida junto a ti se me antoja una felicidad inmensa, ya que el cruel destino nos ha separado, estoy satisfecha al menos de no haberte traicionado; por nada del mundo hubiera cometido tan negra ingratitud”. ¡Y tantos ejemplos que podríamos citar, alusivos a esa pasión que es sólo vivir (el único vivir); dar amor y recibir amor.

Ondas do mar de Vigo
¿do meu amigo?

¿Tal vez por ello del amor ha nacido la tragedia? Amor que engendra gozo y dolor.

Queriendo a alguien
que no me correspondía,
de tanto lamentarme,
hasta el eco de los montes
se puso a responderme

Vida que deviene en muerte o en locura siendo, en el origen, la misma cosa.

*

En el amor es vano pretender el abuso; provocaría la muerte. Y, a la vez, ni la muerte ha podido con el amor, antes bien, ha propiciado su memoria, su durabilidad. “Te amo mil veces más que a mi vida, mil veces más de lo que imaginaba”.

Veamos, pues, el lado eterno (a pesar de nuestra no-eternidad) que nos conmueve y redime. El amor exige delicadeza, esperanza; más en la soledad que, tantas veces, le es propia:

Aunque detesto este devenir solitario,
sola en un interminable día invernal,
mi última esperanza es encontrarte
cuando la luna llena esté en el cielo.
Separada de ti, ¿qué puedo ofrecer?
sólo este único poema
bañado en lágrimas cristalinas.

Apartemos la desazón, la hosca realidad cada vez más cruel hacia el valor de los sentimientos, contraria a la premisa de estética y armonía que concilia y guarda; “¡es tanto el regalo habiendo amor!”, dice el poeta clásico. Acudamos al interior, el que no miente, y si las palabras de hoy resultan agrias por el uso indebido, por el abuso de las mismas (incluso de la práctica de las mismas en el arte del vínculo) busquemos el refugio en las palabras antiguas y hagámoslas de hoy. Renovemos el arte espiritual de la palabra tomando de la cultura milenaria, la que nos ha enseñado la delicadeza necesaria. “¿Será que lo vi —piensa la amada— por haberme dormido pensando en él?”. Y se conforta diciendo: “De haber sabido que era sueño, no habría despertado”.

Bien de amor. Gratitud de amor. Todo antes de que el tiempo agrio de los intereses espurios nos aboquen a una interminable y oscura melancolía.