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J. D. Salinger, el escritor entre el centeno
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A pesar de que su primera publicación, el cuento Un buen día para el pez banana (1948), lo catapultara a la fama literaria por el inolvidable personaje suicida Seymour Glass, no es sino con El guardián entre el centeno (1951) que J. D. Salinger se convertiría en un referente imprescindible de la nueva narrativa contemporánea norteamericana. Y no es gratuito el aire de malditismo que se creó en torno a esta novela, la persiguen varias leyendas: Mark Chapman, el asesino de John Lennon, declaró a la policía que su defensa se hallaba en las páginas de ese libro, firmado por él mismo durante un arresto sin resistencia. A inicios de la década del 90, un niño acusado de asesinar a sus padres repetía, ante el juez que veía el caso, un pasaje completo de esta historia. Una antigua leyenda urbana llegó a decir que se rastreaba la pista de aquellos que compraban la novela como prevención de potenciales asesinos. Pero toda esta historia se cuenta mejor en la película Seis grados de separación, en la que el personaje que interpreta Will Smith está haciendo una tesis sobre la novela. A pesar de ello, El guardián entre el centeno se ha convertido en un libro de texto en las escuelas de Estados Unidos, y pese a no ser precisamente una novela juvenil, comparte el mismo espectro de lectoría que El señor de las moscas (la violenta novela de Golding donde unos niños se deshumanizan al tener que subsistir en una isla luego de un accidente aéreo) o El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien. Tres años más tarde, en 1954, publicaría 9 cuentos, colección de relatos donde destacan Un buen día para el pez banana y Para Esmé, con amor y sordidez.

J. D. SalingerCon la aparición de El guardián... Salinger empieza una vida ermitaña que ayudó a consolidar su imagen de escritor excéntrico para algunos, loco para otros. Alrededor de su casa en un pueblo lejano llamado Cornish, Salinger hizo levantar una palizada para que nadie invadiera su privacidad. No brindaba entrevistas a ningún medio, peleaba para siempre con los amigos que declararan sobre él, rompió lazos con su hija cuando ésta publicó una biografía no autorizada donde describía el carácter maniático de su padre, no se dejaba fotografiar, sus contratos editoriales especificaban que ninguna imagen debería ir en la portada, ninguna foto del autor, ninguna reseña o biografía. La novela hablaría por sí misma, caso contrario, una demanda haría que se destruyera el total de las impresiones realizadas. La última imagen que se le tomó fue toda una hazaña para el fotógrafo que la hizo, pues tuvo que esperar durante semanas a que el escritor saliera de su casa a realizar compras en un supermercado: la imagen, que dio la vuelta al mundo, muestra a un iracundo Salinger intentado golpear al avezado gráfico.

J. D. SalingerPero Salinger no siempre fue un hombre tan huraño. En 1944, cuando contaba con tan sólo 25 años, conoció a Hemingway cuando éste, adelantándose al general Leclerc en la liberación de París, tomó el Hotel Ritz y sus bodegas de vino. Durante la celebración, Salinger le confesó a Hemingway que quería ser escritor, y el autor de Por quién doblan las campanas le pidió que le mostrara sus cuentos. Dos años después, Salinger le enviaría una carta desde Nuremberg, en la Alemania ocupada, contándole que se había hecho internar en un hospital buscando encontrar a una enfermera que se pareciera a la protagonista de Adiós a las armas. Desde entonces, la influencia de Hemingway en la narrativa de Salinger sería dominante.

Tal como menciona acertadamente Niño de Guzmán en Relámpagos sobre el agua, El guardián entre el centeno es “una emotiva novela sobre la pérdida de la inocencia, un vigoroso alegato contra los condicionamientos de la vida moderna y el imperio de la artificialidad. Lo que el muchacho de 16 años se pregunta constantemente es si es posible conservar la integridad de la infancia en un mundo adulto contaminado por la falsedad y la corrupción”.

Recordemos algunos pasajes al respecto: Página 2: Mi hermano está en Hollywood prostituyéndose. Página 3: ¡Qué patán tan pretencioso era su padre! Página 9: La gente nunca se da cuenta de nada. Luego, en la página 23, ¿recuerdan a Holden Caulfield, el arquetipo de joven sensible, con su gorra roja de cazador?, ¿una gorra para la caza del ciervo? Qué te has creído. Me la quité y la miré con un ojo cerrado, como si estuviera afinando la puntería. Es una gorra para cazar gente. Yo me la pongo para matar gente. Y en la página 99: Preferiría tirar a un tipo por la ventana, o cortarle la cabeza a hachazos, que pegarle un puñetazo en la mandíbula. Me revientan las peleas a puñetazos, lo que más me asusta es ver la cara del otro tipo.

Con todo, la novela de Salinger marcó a toda una generación, y sus desquiciados lectores marcaron a otras. Con su escritura suelta, pero calculada a la vez milimétricamente, Holden Caulfield parecía decirle a los jóvenes lo que esperaban escuchar. “Sé que muchos de mis amigos se van a entristecer o escandalizar con ciertos capítulos. Algunos de mis mejores amigos son chicos. Es más, todos mis mejores amigos son chicos. Y me resulta intolerable que este libro sea puesto en un estante, lejos de su alcance”, dijo Salinger.

J. D. Salinger ha muerto, a los 91 años, el 27 de enero de 2010, y con él se va una leyenda. Ahora sus lectores esperan a que todos los escritos que guardó tan celosamente durante más de medio siglo salgan a la luz. Pero algo es cierto, en el voluminoso libro de Herman Hesse titulado Escritos sobre literatura, figura una reseña a El guardián entre el centeno, de 1953: “Ya se lea esta novela como historia individual de un muchacho difícil, ya se lea como símbolo de toda una nación y un pueblo, el autor nos conduce por el hermoso camino de la extrañeza a la comprensión, del rechazo al amor. En un mundo y en un tiempo problemáticos, la literatura no puede alcanzar nada más elevado”. No es mal momento entonces para recordar también las certeras palabras de Norman Mailer, acaso proféticas: “El guardián entre el centeno puede cambiar la vida de la gente”. Amén.