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Mecánica

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En poesía como en otros asuntos, rige la ley de que quien desee salvar su vida debe perderla; si el poeta no sacrifica íntegramente sus sentimientos en aras de su poema, al extremo de que no sea suyo sino de su obra, fracasa.
W. H. Auden

Mecánica (2006) enciende un amplio fuego de experiencias. Se asocia con elementos más diversos que el restringido mundo de las piezas de automóviles, la grasa y el funcionamiento de un motor.

Víctor Manuel Pinto ha ido ensayando después de Aldabadas (2005) —su primer libro editado— un lenguaje más fluido, ampliando sus motivos y asuntos, aunque éstos continúen ligados a la intimidad familiar. Sin posturas rebuscadas, su escritura se vuelve más natural, cercana al decir cotidiano. Mecánica amasa, diríamos, una experiencia individual y colectiva. Poemas que describen las pequeñas tragedias cotidianas del día a día. Pinto nos muestra trozos de sus vivencias, nos abre las heridas de la memoria para transmitirnos su inconformidad y su percepción de la imagen paterna:

Mi padre me engaña
con los ojos abiertos
quiere que toque su llaga
hecha por mentir

La imagen se erige como personaje que vive y duele. El lector es un confidente. En su poética no hay desdoblamientos. Toda obra, por más artilugios y máscaras que emplee, lleva el germen de la experiencia del poeta, fragmentos de un íntimo espejo. La llaga, el engaño, la mentira, tres elementos que materializan un estado de ánimo. En los cuatro versos antes citados, tres palabras: llaga, engaño, mentira, muestran claramente una línea que se enhebra al rostro del padre. Una parte de nosotros se engrana con los movimientos corporales de quien nos mira. La vida tiene sus angustias, sus dilemas, y su mecánica.

La poética de Víctor Manuel Pinto, nos dice el poeta y ensayista Alberto Hernández, “es la historia de un oficio, pero también la de un silencio enmarcado en el paisaje del dolor por el padre”. El padre y su taller mecánico; anécdotas que cobran fuerza a través de un yo lírico que nos aproxima a la escena directa y precisa del hecho. Mezcla de encuentros y ausencias, veneración y reclamo, siempre vistos desde una perspectiva sensible. Desde la presencia a veces conflictiva con la infancia y la decantación de motivos que no se borran: “Cuando no sabe qué hacer / el hijo recuerda al padre / como si amoldara el pie / a una huella dejada en el concreto”.

El hombre —el niño, el poeta— convive con su padre. Admira y calla. Sufre y calla. Ambas emociones se levantan con Víctor, almuerzan, ven desde la altura de una ventana todo cuanto ocurre en la fugacidad de un instante:

Desde una ventana de taller
las manos forjaban tiempos mejores
la ciudad
las calles crecen
y el trabajo se hace más
y menos a los hijos
que también saben hacer tamaño
ahora grita sin necesidad
patea las herramientas
fuma en el baño
sabe que llueve por dentro
y le será difícil aflojar esa tuerca
Si se pasa mucho tiempo entre motores
y piezas de hierro
el corazón puede tomar esa forma

A Víctor Manuel no le importa quedar desnudo; libre en la intemperie. Sacrifica sus vivencias en aras del poema. Y esto, en poesía, resulta vital. Desviste a sus parientes, los incorpora a su comarca lírica: “La hija también se fue un diciembre / los engañó con las mentiras / que ellos le enseñaron / en recados de insultos / y pedir dinero // y las mujeres de la casa lloran / porque no entrará de blanco viendo a dios // pensó que era amor / y como en la cruz / se dejó abrir”.

¿Es una alternativa inmutarse luego de haber sido testigo de la realidad más filosa? Podemos optar por sumergirnos en ella, o desdeñarla. Desnudarse en un verso nunca ha sido fácil. No obstante, el poeta no hace concesiones cuando nos describe su mundo. Solamente se despoja, come puñados de realidad aunque parezca que con su escritura intentara borrarse a sí mismo y todo cuanto le rodea. Estas líneas no desdicen lo anterior: “Reza contra la pared / y deja un vaso con agua para sus muertos // así lo hizo mientras estuvo casada / ellos supieron delimitar el colchón / tragarse el reclamo el aire // igual a las cucarachas / que amanecían ahogadas / en el fondo del vaso”. Como el vaso para los muertos, como costumbre familiar, se hace hábito y creencia. Se consolida un hecho cotidiano para contrarrestar los miedos y los fantasmas. Los parientes desaparecidos deben descansar. El vaso colmado de agua es invadido por insectos que representan una bofetada que nos hace espabilar y ver las arrugas de lo observado. El poema, con imágenes que rozan lo escatológico, cierra su centro más vulnerable con cucarachas ahogadas en el abismo del vaso.

Alguien de pie, expectante y ensimismado en una esquina, observando a las personas en derredor, parientes, amigos y conocidos. Este personaje intenta olvidar o hacer más llevadera sus espinas. En el cruce de su destino, podría ser esta la descripción que se ajusta a este poema de Pinto que, íntegramente, rememora una escena, un recuerdo: “Esta noche / no es detrás de una torta / ni el abrazo de brindis con los amigos // respiro en mi escape / y somos los de siempre / ver sobre el hombro las faltas / oportunidades / giros a medias // uno crece / dice alguien que me cruza / de mesa a mesa / adivina el empuje / la botella // Junio // ser ahora / el que a todos he prometido / parece fácil”.

La palabra del padre se hace proverbio. El padre pronuncia, aunque sobrevuelen sus carencias, pero el hijo asiente, acepta sus debilidades y oye: “Sabe que no ando bien / cuando fumo de más y le ayudo en silencio // abro la boca de un carro / y él abre la suya / si el aceite no llega a la máquina se funde / lo mismo con la mujer // no entregue toda la saliva el bolsillo // míreme // no vaya a quedarse seco / como esos palos de cementerio / clavado entre tanta cosa muerta”. Porque, para Víctor Manuel Pinto, lo que realmente cuenta es lo siguiente: “Este es mi viejo / el que sabe descifrar la música / del vientre de los zancudos / y me dice / escucha... / es el silencio”.

El poeta chileno Gonzalo Rojas ha descrito sensiblemente la trascendencia de la paternidad, la visión del padre y la madre en estos versos: “Yo tuve padre y madre: / relámpago en la arteria / una vez cada nunca. // Mi rostro no es su rostro / sino, la sombra, / la mezcla de esos rostros”. Mecánica ensaya una tentativa similar con algunos de sus poemas medulares. Se gesta un testimonio de gran vigor expresivo; un presente que renueva sus ángulos de la mano de una vivencia.