Letras
Dos relatos

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Autorretrato del cínico

Y Diógenes se levantó a orinar contra el sol, como todas las mañanas. Cuando terminó se volvió a mirar sobre el hombro, sacudiendo la cabeza de arriba.

—Pinto mi autorretrato y lo firmo, en nombre de la salvación de la tierra —sacudiendo la cabeza de abajo, afirmó Diógenes.

Para terminar de rendirle culto a la humanidad, dulcemente se masturbó de pie ante su sombra, hasta arrojar un chorro de semen sobre el rastro de orina. Cuando terminó se volvió a mirar sobre el hombro, sacudiendo la cabeza de arriba.

—¡Así es y así será hasta el fin de los tiempos! —dijo. Y agregó—: ¡Claro que lo soy! ¿Qué más podías esperar de la arcilla mal cocida? ¿Podrías hacer algo para evitarlo?

Y como el sol no respondiera, volvió a dormir a la sombra fresca de su barril.

 

La última sonrisa de Lázaro

Lázaro resucitó, pero también murió como cualquier hombre. Tuvo dos cadáveres, dos sudarios y dos veces lo lloraron. Si bien se dice que Lázaro fue enterrado en la misma tumba y bajo la misma roca, y de un modo tan simple como severo, nadie da fe del asunto. Ni su historia de familia o página alguna perdida de la Biblia. Los últimos hallazgos confirman que a su muerte, de peste roja, un grupo de fanáticos decidió momificar al buen Lázaro. No para evitar que se pudriera. Más con intención de conservarlo afeitado, bañado y cambiado de túnica, dispuesto a despertar por tercera vez a la vida para la segunda llegada de Cristo, en pleno Apocalipsis. Resucitó una vez, continúa esperando la siguiente. Y por eso el mito de la última sonrisa de Lázaro.

(Estos cuentos forman parte del libro inédito 100 precoces polvos).