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“En tierras bajas”, de Herta MüllerEn tierras bajas, de Herta Müller

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Herta Müller, en su discurso de aceptación del Premio Nobel ante la Academia Sueca, se refirió a una anécdota que parece haber pasado por debajo de mesa; habló de la importancia de los pañuelos como una señal, sin palabras, con la cual su madre le recordaba que ella la protegía, un código secreto entre ambas. La escritora galardonada terminaba su discurso, palabras más, palabras menos, expresando: Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿tienes un pañuelo?

Este dato anodino y en apariencia un bello pero simple retrato, nos recuerda la recurrencia de esta serie de detalles cotidianos, triviales en apariencia, con los cuales se van engarzando los quince relatos que conforman su libro En tierras bajas, cuya edición en español, publicado por Siruela en 1990, tiene como imagen en la sobrecubierta un cuadro de Edvard Munch, La casa roja en la nieve, quien logra merced a colores neutros y una atmósfera vacía de otros elementos estéticos, que la pintura nos sobrecoja y transmita la soledad de esa vivienda en medio de la nada.

En los relatos de Müller, esa nada en la que parecen gravitar terrores infundados la vemos desfilar en lo que pareciera la crónica de una infante sobre el día a día del pueblo en que vive, detalles cotidianos, impresiones oníricas, sabores y olores, objetos y personas inmersos en una rutina de actos y gestos que no parecieran tener trascendencia salvo cuando quien los narra logra trasmitirnos su horror sin estridencias ante lo inhumano y sórdido que esconden esas manifestaciones de la vida.

Son personajes de su entorno familiar y comunal, objetos, frutas, hábitos, imágenes que la narradora va llenando de contenido, dándoles una significación que trasciende lo utilitario, en lo que logra trasmitirnos, como en una sucesión de cuadros inconexos, la opresión y la desesperanza de quienes no esperan nada de lo que les rodea; la culpa soterrada y el silencio van acompañadas siempre de unas palabras, pocas, abundan las imágenes poéticas pero lacónicas en su capacidad de evidenciar esos estados emocionales y sensoriales.

En el cuento “En tierras bajas”, que da nombre a esta obra, rebosan frases como ésta: Desde que yo existo, los senos de mama son flácidos, desde que yo existo mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete (Müller, En tierras bajas, pág. 29), en las que la incertidumbre, que parece impregnar las palabras y las acciones de los personajes, también puede contener esperanza que se hace notar en metáforas y símiles que reflejan la naturaleza doble de aquéllas: Mi corazón palpita de alegría. Aguardo la noche. También hay miedo en la alegría, miedo de no poder seguir alegrándome, miedo de que el miedo y la alegría sean la misma cosa.

Herta Müller
Herta Müller.

La muerte es el fino hilo que va bordando la trama que se intuye detrás de cada nueva historia, casi siempre en relación con la presencia de animales repulsivos o atemorizantes (búhos, ranas, serpientes) que invaden o se presentan intempestivamente en el espacio, de personas que parecen amenazar con su sola presencia el espacio en donde transcurre la existencia de la niña narradora.

Los olores y sonidos nos sirven de referentes de estados anímicos, van marcando el comienzo o el fin de hechos deleznables, medias verdades y actos subrepticios, como en el relato titulado “Peras podridas”.

En “Crónica de un pueblo”, que nos es presentado como la relación que se hace de los pormenores de una aldea, podemos evidenciar la invisible maquinaria que parece mover y condicionar la existencia, trabajos y peripecias de sus pobladores. Figuras anodinas como una simple funcionaria parecen esconder un doble propósito en la función que desempeña: La cartera conoce todas las cartas por dentro y por fuera y está al tanto de los pensamientos más secretos de la gente del pueblo; cada individuo parece esperar un suceso inusitado que trastoque una realidad que no da paso a la esperanza, mientras observan cómo su entorno vital se va desdibujando. Después de la expropiación, dicen los campesinos, hasta el mejor terreno no vale ya nada.

Vemos que luego todos estos temores, reticencias, emociones contenidas se trasladan a un escenario urbano en donde la protagonista comienza a captar la hostilidad en todo lo que le rodea, en objetos que parecen cobrar vida propia, haciéndole sentir que hay nada que se pueda esperar del mañana, que no hay nada que esperar, Y camino detrás de mí, caigo fuera de mí, por sobre el borde de mis pensamientos; la referencia inevitable a una situación opresiva que va desmantelando todo el mecanismo afectivo de las personas, que abstraídas parecen transitar el día a día sin sobresaltos, como piezas de relojería bien engranadas, Muchacha arrugada de ojos azules. ¿Adónde vas tan de mañana atravesando todo este asfalto? Años y años cruzando el parque... ¿Que puede uno hacer cuando, sea cual sea el tema de conversación, se habla siempre de perder? (“El parque negro”, pág. 178), pero que sólo han renunciado a soñar y a expresar lo que pasa antes sus ojos, lo que se imaginan pero que prefieran evadir.

El soliloquio que a ratos discurre en todo el texto en comento, el doble discurso que ensalza lo cotidiano pero no deja paso a la expresión real y externa de las palabras, sentimientos, angustias y temores de los seres que se dibujan en estas historias, tejen una narrativa que en su poética esconde una gama de mecanismos, con los cuales los hombres y mujeres que se ven atrapados en situaciones opresivas, que los anulan en lo intelectual y espiritual, que los convierten en máquinas colectivas eficientes y les roban la individualidad que permite la libertad de ser y hacer; podrían sobreponerse apelando a la no resignación, a saltar sobre su propio silencio y el del colectivo que lo intenta minimizar; es en el ejercicio de la narración, como la que nos ofrece esta autora que se negó a olvidar, que se negó a dejar de soñar, que nunca dejó de hablar a través de su escritura, cuando el pañuelo dio paso a las palabras escritas que ella creía que no podría volver a nombrar.