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“Big Fish”, de Tim BurtonEl gran pez

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Imaginario del tiempo como superación y conquista; construcción que, a partir de un origen, se va convirtiendo en suma de esfuerzos que tratan de corregir errores; superando medianías, soslayando retos innecesarios, afirmándose en verdades propias, rehuyendo desorientaciones y desvanecimientos. Visión del tiempo, en fin, como un proceso de afirmación en torno a imágenes de logro y conquista. Imágenes sustentadas, por ejemplo, en la imaginación concebida ésta como estímulo y apoyo a la hora de diseñar itinerarios de vida, o de reconciliarnos con nuestras memorias, o de refugiarnos en nuestras versiones de la realidad.

Hablo de esto y no puedo dejar de recordar el filme El gran pez de Tim Burton, película realizada por éste como un tributo a su padre fallecido poco tiempo atrás. En el momento presente de la historia, su protagonista, un anciano enfermo de cáncer, agoniza; y el hijo decide compartir con él sus últimos días. La trama dibuja la difícil relación entre un padre que construyó su vida a partir de la constante inspiración de sus fantasías, y su hijo, siempre escéptico ante éstas. La desaparición física o la decadencia de nuestros padres nos golpea con fuerza. Que esas figuras tan íntimamente próximas y que tantos espacios ocuparon en nuestras vidas, desaparezcan o vaya desapareciendo paulatinamente, es algo que nos confronta cruelmente con nosotros mismos. Fueron y serán siempre un punto de partida: un necesario referente. Podremos percibirnos como su reflejo o como su antinomia, pero nunca dejará de ser esencial la relación que establezcamos entre sus figuras y nuestras opciones de vida.

En el filme El gran pez, el hijo termina por descubrir que su padre, ese ser del que fue siempre antagonista, logró, a fin de cuentas, conquistar el más extraordinario de los legados: la posibilidad de embellecer la vida gracias a sus propias ilusiones. Vivir es, entre otras cosas, una manera de relacionarnos con la realidad. Podemos acercarnos a ella desde nuestras fantasías y tratar de proyectar sobre ella las diversas tonalidades de nuestro mundo interior; no para confiscarla sino para entenderla, sobrevivirla, disfrutarla, mejorarla... Lo que vemos y lo que nos gustaría ver: a fin de cuentas, posibilidades tanto la una como la otra; algo que, por cierto, nos muestra El gran pez en su escena final, cuando, en el momento del entierro del padre, el espectador ve como muchos de los personajes que parecían pertenecer únicamente al universo de la imaginación de éste, realmente cobran vida.

Sustentar el sentido de nuestros días sobre ilusiones surgidas de nuestro mundo interior es un reto fascinante pero también una apuesta muy riesgosa. Es peligroso apartarnos de las firmes y a veces demasiado ásperas ataduras que nos unen a la realidad. Es un propósito que, necesariamente, ha de pasar por el tamiz de una ética individual que reconcilie expectativa con virtud, que afirme nuestros sueños sobre argumentos moralmente legítimos. La imaginación no debería nunca apartarnos de la vida, sino, por el contrario, acercarnos más y más a ella, obligándonos a vivirla con intensidad y firmemente apoyados en ese eterno anhelo humano por llegar a tocar la plenitud. En Ética a Nicómaco, Aristóteles consideró la felicidad como la meta natural de toda vida. El escritor ruso Vladimir Korolenko dijo algo parecido: “El hombre ha nacido para la felicidad como el pájaro para volar”. Cualquier actitud o propósito humano por conquistar la felicidad será una manera de darle un sentido al tiempo vivido. ¿Por qué no utilizar la imaginación como una manera de acceder a ella?

“Big Fish”, de Tim Burton