Artículos y reportajes
José Ramón MercadoLa poesía de José Ramón Mercado

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El número 45 de Arquitrave, revista dirigida por el poeta Harold Alvarado Tenorio, se abre con dos lacerantes poemas de José Ramón Mercado. No conocía nada de la producción poética de este hombre nacido en la hacienda La Estancia, antiguo municipio de El Corozal, el 19 de marzo de 1936.

Sólo dos poemas, dos gigantescos y conmovedores textos históricos, fueron suficientes para entender que una palabra nueva, ajena al lirismo que con distintos colores y sabores nos ha identificado a lo largo del tiempo, irrumpe entre nosotros como un río desbordado.

Colombia es un país escindido entre los que saben y los que no saben o no quieren saber. El poema titulado “La masacre de Chengue”, denuncia la espeluznante carnicería infligida a los campesinos de la vereda Chengue por el paramilitar Juancho Dique con la complicidad de un suboficial de la Armada el 17 de enero de 2001: “Primero les amarraron las manos y les taparon la boca / luego pusieron sus cabezas sobre el tronco / el tronco de hachar los huesos en el matadero / y uno por uno los fueron despescuezando / Los muertos tenían el miedo en el rostro / los perros olían la sangre de sus amos / y salían huyendo como animales apaleados / Ya viste una montaña alta de muertos / todos los muertos se parecen a los muertos / tienen una palidez de cadáver que los recorre en silencio / No hay llanto que a uno lo cure ante sus muertos / las oraciones no alcanzaron para los muertos de Chengue / La noticia dio la vuelta al mundo incrédulo / en menos de lo que canta un gallo / sólo que en Chengue no volvieron a cantar los gallos”.  

Sé que estos versos corren el riesgo de herir los oídos de muchos. Aquí no se pasea el amor con sus máscaras líricas. No es una poesía adolescente o juvenil o madura o llena de esa luz pacífica que dora los cielos de la vejez. Esto es otra cosa. El grito desgarrado de un monstruo que agoniza entre el cinismo de un estado que no tuvo reato en arrimarle el hombro al criminal y la indiferencia de una sociedad que se tapó los ojos.

Es apropiado el momento postelectoral que vivimos para evaluar lo que somos e intentar remediarlo. El país urbano está totalmente desvinculado de esas extensiones sin Dios ni ley donde el crimen cobró carta de nacionalidad. Es extraño que siendo como somos un pueblo de vocación rural con un dirigente de ancestro campesino. Una nación de patriarcas que se deslindan entre la iglesia y el burdel. Una sociedad donde la mujer es objeto de vejámenes consuetudinarios en nombre de un machismo aupado por la religión y el poder, permita que el campo se diluya entre la sangre y las lágrimas de los escasos colombianos auténticos que desaparecieron o sobreviven a la deriva.

Los poemas de José Ramón Mercado retratan con palabras salidas de las tripas lo que sucedió alguna vez en un lugar lejano llamado campo colombiano a unos hombres, mujeres y niños casi borrados hoy de la memoria nacional: “Los vivos sólo recuerdan la sevicia con los muertos / los colgaron como pavos en diciembre, dicen / les cercenaron los brazos, las manos y los dedos / les cortaron los muslos, les trozaron las rodillas”.