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“Canon City”, de Josu LandaJosu Landa, el prisionero

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Canon City, de Josu Landa, es una lectura filosófica de El canon occidental, el ensayo de Harold Bloom que incluye como apéndice una lista de los mejores libros de todas las épocas, lista que al momento de su publicación resultó ofensiva para muchos críticos literarios y de la que el propio Bloom abjuró algún tiempo después, alegando haberla escrito por presiones de un editor interesado en incluirla como un elemento de alto impacto comercial que incrementase las ventas del libro.

Aun cuando dicho catálogo tenga este origen en cierto modo desilusionante, Bloom ha realizado en El canon occidental la posibilidad de una gnosis o conocimiento total de la literatura, situando a Shakespeare en el centro de un sistema ordenado según una periodificación de cuatro edades, adaptación del calendario de Vico para la historia natural de las naciones, y jerarquizado aristocráticamente, algo que resulta de una lectura que Bloom ha trasladado de Píndaro. El canon de Bloom es un campo de batalla entre escritores al que se entra solamente por fuerza estética; la canonización de un escritor es el premio a las victorias que haya tenido sobre las grandes figuras de la tradición, o a su forma de dar la pelea: Milton y Tolstoi, por ejemplo, tienen en común el ser contendores de Shakespeare, cuyo Otelo no llegan a ensombrecer sus amplificaciones cósmicas en El paraíso perdido, como tampoco El rey Lear pierde ante el ataque tolstoiano en Hadji Murad. En el canon literario nada se da por nada, lo que podría frustrar las esperanzas de muchos escritores, especialmente las de los más débiles.

Por eso para algunos el canon literario representa más bien un lugar de penas y dolor. Canon City es un título que alude a Canon City, una ciudad de los Estados Unidos famosa por una cárcel que funciona en ella. El sentido de la comparación que hace Josu Landa es mostrar al canon literario como una ciudad penitenciaria y a Harold Bloom como el siniestro carcelero de esa prisión. Landa asume el papel de abogado defensor de quienes han sido arrojados a las mazmorras; en ese rol hace lo que puede por liberarlos del ogro que se deleita acosándolos. Sus argumentos, de carácter contencioso, se centran en el concepto de heteronomía, una voluntad impuesta, en este caso la de Harold Bloom, sobre la autonomía que idealmente debería guiar a cada lector en sus elecciones literarias. Landa no cuestiona el valor de los autores que han sido incluidos en el canon; se queja de los que han sido excluidos y por consiguiente echados en prisión junto a sus lectores, un enfoque que parece más bien una lectura de Vigilar y castigar aplicada a la literatura.

Y es que a medida que leemos la exposición de motivos de Josu Landa descubrimos que el abogado es a su vez uno de los presos de Canon City, un drama que no pueden ocultar sus páginas y que constituye la parte verdaderamente humana del libro. Porque Landa no es un abogado que trabaje impersonalmente en representación de unos pobres reos; es alguien que participa de sus penas como uno más. Por eso su alegato adquiere a los ojos del público el valor de un testimonio de alguien que ha sido víctima de Harold Bloom.

La hermosa propuesta de Josu Landa se resume en que el único canon válido sería el que hiciera por separado cada lector librado a su propia suerte. Con ello quisiera lograr que un canon heterónomo se desmoronase en incontables cánones autónomos, que brotarían de la masa de lectores que hubiesen elaborado amablemente su lista de libros favoritos, sin imposición de elecciones puesto que todas las listas serían iguales en valor. De esa manera Josu Landa invita a sustituir la realidad de los libros canónicos por un vago concepto de literatura que en la práctica podría ser llenado con cualquier cosa en nombre de la democracia de la lectura y de la soberanía del lector. Pero existen lectores de lectores, lo que puede apreciarse sin necesidad de salir de Canon City, cuyos presos no han podido leer a Shakespeare, debido con mucha probabilidad a los malos tratos que el carcelero les inflige. Es de lamentar que Shakespeare, Cervantes y Milton sean algo abrumadoramente real, y que un concepto, por amable que fuere, ocupe tan mal el lugar de la poesía.

El valor del libro de Landa proviene de su fino manejo de la ironía, que ha sabido vestir un argumento favorable a El canon occidental con las ropas de la refutación. Una lectura superficial encontrará en Canon City litigio y ánimo de pelea; un lector atento se sorprenderá por la convincente manera en que Landa confirma detalle a detalle la teoría de Harold Bloom, algo que un apologista declarado no hubiera podido hacer mejor.