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Víctor Valera MoraDel cuerpo insomne en la poesía de Víctor Valera Mora

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I

Dos premios literarios de altísimo rigor han distinguido a las letras venezolanas llevando el alto nombre de Víctor Valera Mora en la cúspide del honor y el reconocimiento. Se trata del Premio Internacional de Poesía homónimo concedido en 2006 a Ramón Palomares por su indiscutible aporte a la literatura iberoamericana, y el otro otorgado en 2011 al poeta de mares y somaris, Gustavo Pereira. Ambos, señores de la palabra y la razón sensible, la inteligencia y el decir supremo. Uno andino y culto, el otro insular margariteño, sabio y noble. Dos soles. Dos relojes. Dos miradas del país desde la voz de la poesía que canta y enuncia, que retrata y denuncia, que se hace identidad colectiva y expresión de pueblos. Para ambos el mismo compromiso asumido de enarbolar la bandera del amigo ausente, a Víctor Valera Mora.

 

II

Un rasgo de impiedad sobrecoge la voz alzada de este poeta para domeñar al tirano, al villano, al cruel, al déspota, al asesino de niños, al desaparecedor de padres, al hambreador, al castrador de pueblos. Sin ventilar odio ni rencor, su rabiosa ternura sale colada en palabra ventajosa, esto es, en poesía humana y existencial canto a la esperanza. Bien por la dignidad de su oficio, bien por el tiempo de sus huellas o por esas comarcas dulces multiplicadas en el mundo de los pobres y los dolidos. De ahí ese sesgo de humor y pureza antepuesto a su propio nombre: el poeta Víctor Valera Mora, también apellidado hacia una raza lejana y combatiente, “el Chino”.

 

III

De locuras y avatares se nutrió su vida. De alcoholes y libros, de amigos y sueños. Nacido en un pueblo andino, tranquilo y apacible llamado Valera, en el estado Trujillo de Venezuela, el 20 de septiembre de 1935, habría de existir 49 años, en su mayoría vividos en este país de dictaduras y guerrillas, de rupturas y derrotas, de fracasos y traiciones a la verdadera democracia; pero también cuna de valientes y cultos poetas. Su temprana conciencia política y artística le permitió conjugar un recetario que sigue siendo único en la poesía contestataria, de izquierda, revolucionaria, desenfadada o como prefiera llamársele, de Venezuela, a partir de la segunda mitad de siglo XX. A ello debe también su inmortalidad.

Víctor Valera Mora fallece en San Juan de los Morros, un pueblo de los llanos venezolanos, ubicado en el estado Guárico, de gentes amables y solidarias, cercanas al campo, al pastoreo y a la poesía que brinda la naturaleza. Esto ocurre el 30 de abril de 1984. Habían quedado atrás cuatro libros publicados, uno inédito y su exilio voluntario a Italia durante unos pocos años. Canción del soldado justo (1961), Amanecí de bala (1971), Con un pie en el estribo (1972) y 70 poemas stalinistas (1979), aparecidos en imprentas populares, casi clandestinas, del interior del país, le permitieron dejar constancia del sello de su palabra, vista por la crítica especializada desde diversas posiciones, e intacta en su hondura reflexiva, en el desparpajo de sus verdades, en el signo de su tiempo, en la identidad de su creador, en el estilo y la contundencia de su propia forma de decir en poesía:

Cerco

Desempleado, sin un centavo en el bolsillo,
sin combates, sin nada qué hacer,
digo, no tengo acceso a la alegría,
no tengo derecho al más pequeño de los saludos
y menos aún al amor.

Sólo la blasfemia me es dada, sólo la blasfemia
y las hambres más hondas me son dadas.

Pero sabedlo,
esto no va a durar toda la vida.

Vosotros devoradores de la canción,
que durante sombras seculares me habéis tenido
acorralado en este cerco de tristezas:
¡escuchadme bien!
Es cierto que estoy hecho para grandes decepciones
y cierto también, preparado,
para inexorables alegrías que vendrán.

Tengo necesidad del mañana.
No me juzguéis cruel por mis actos.1

 

Canción del soldado justo

A los montes me voy, me voy completo
y espero regresar de igual manera.

Si me cortan las piernas y las manos
asiré el caminar con los anhelos.

Si me arrancan los ojos y la lengua
nueva guitarra agitará banderas.

Si me quitan la tierra donde piso,
yo vengo desde un río de asperezas
que antes me llevó y ahora me lleva.

Si me tapan los oídos con que oigo
a mis hermanos pálidos y hambrientos,
hablaré seriamente con el aire
para que se abra paso hasta los sesos.

Y si una bala loca se enamora
de mis sienes violentas,
yo seguiré pensando con los huesos.

Me voy a despeñar sobre los crueles
que han hecho de la patria un agujero
y si no asiste el pecho a la camisa
y me matan de muerte sin lucero,
esperadme, os lo pido caminando,
que yo regresaré como los pueblos
cantando y más cantando y más cantando.2

 

IV

Desde una primera cercanía a su corpus temático, se percibe en su poética la identidad idiomática, la contemporaneidad existencial, la prevalencia del yo individual como sujeto demandante del ser social, el reclamo a la justicia colectiva, los derechos de los desposeídos, la desacralización de ciertas “verdades”, el humor cáustico, la irreverencia, la increpación a la realidad histórico-política de la Venezuela del setenta y del mundo; su objetivísima visión de la injusticia. Precisamente uno de sus estudiosos y amigo entrañable nos acerca así a algunos rasgos de esta poética:

La mayor parte de los textos del Chino Valera están elaborados en base al habla, y no sólo eso: en base a una tradición histórica que toma en cuenta al habla para las distintas transformaciones sociales; el estado más elevado de éstas serían las revoluciones, o para conjugar: en la revolución. La revolución que deja de ser sólo marxista o fidelista para convertirse en un ideal, en este caso improbable para su país en el tiempo en que el poeta vive. Esta imposibilidad ya está más que teorizada en la famosa “impotencia intelectual”: las ideas por sí solas no generan cambios, o, como se sostiene en la jerga política, es la praxis la única que puede empezar a revelar las claves de cambio. Pero esta práctica está ligada esencialmente a una ideología, y en segundo término a una ética particular. Éstas van indefectiblemente hacia un giro estructural de la conciencia social, que lleva implícitos complejos cambios en las costumbres y las cosmovisiones. (...) Valera Mora solía pasar de un asunto a otro con facilidad, dejando cabos sueltos donde la circunstancia así lo requería: de la enunciación a la descripción y de ésta a la reseña histórica y de nuevo al ámbito lírico con asombrosa flexibilidad.3

De ahí que el público (receptor) sea un objetivo importante para el poeta: utiliza el lenguaje popular, los chistes, los juegos, los giros, las referencias culturales, utilizándolos como herramientas, como medios, para que la poesía —su poesía— “sea de todos”. Por esta misma vía, son recurrentes en sus signos las armas, los panfletos, las consignas, los manifiestos políticos, los giros escatológicos, el ataque al imperialismo en cualquiera de sus formas, su definitivo rechazo a la opresión.

Masseratti 3 litros

(Fragmento)

otro es mi problema para qué la poesía
todos los yanquis son unos hijos de puta
hay que matarlos donde estén
no puedo vivir sin conflicto
esta mañana amanecí locamente enamorado de Corea del Norte
yo quiero un estallido atómico
demasiado hemos trabajado para los dioses
en el resplandor del hongo haremos que trabajen ellos
más veloz tiro la casa por la ventana
el sabio penalista dice que el verbo hacer es ilimitado
podemos cantar bailar escribir leer
y también robar estafar violar ofender
en eso estamos hijos míos

(...)

la muerte venezolana era ya sin nosotros
la muerte boba
la muerte sin papeles sin paga sin reclamo
la muerte arboladura de los poderosos
vieja costumbre mal acostumbrada
descomunal zamuro devorando vivos a los pobres
el orgullo lo que nadie puede negarnos
es la irresistible trascendencia de nuestras caídas
y la violenta muerte del enemigo

(...)

un hombre camina dando y recibiendo golpes
atrás deja la semántica y los deberes ciudadanos
agua y pez al mismo tiempo
destruye lo posible para no ser aniquilado
nos obliga a llevar un vaho de pistolas en la nuca
que nadie duerma tranquilamente
¡oh! Ese amor suyo por la guerra de los pueblos
ofendidos considerarán que esto no es un poema
y tienen razón tal vez sea una canción de cuna
ahora sé que estoy loco por completo
pero se acabó la cantinela se acabó la coba
a partir de mí la palabra es un escalofrío
ahí queda esto
subo y arranco mi potente masseratti 3 litros
rafagueante doy con mis sesos contra un muro
después el otro infierno.

Mérida, 68.4

Dentro de esa atmósfera política implícita en los sesenta, en la cual la sola coyuntura de la Guerra de Vietnam determinó el acento de los extremismos ideológicos, bien dogmáticos, teóricos, combatientes o en debates de todo orden, los intelectuales no permitían oportunismos ni ambigüedades morales, por eso “el Chino” Valera Mora expresa su rabiosa identidad individual dentro del contexto de la lucha anti-stablisment del país y del mundo. El verbo es teleológicamente un sistema de lucha. Una potente herramienta para desnudarse en las ideas. Este ideal central suyo no desapareció nunca, a pesar de abandonar el Partido Comunista de Venezuela (PCV) así como su filiación con el PRV (Partido de la Revolución) y las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional). Su palabra y sus gestos no perdieron la acidez del combate, la absoluta convicción ideológica y, como en Juan Gelman, Roque Dalton o Fayad Jamis, se hicieron voz de los pueblos. En Venezuela, durante los setenta, autores nacionales como Julio Valderrey, William Osuna y Gabriel Jiménez Emán, entre otros, así como parte de los integrantes de los grupos Tráfico y Guaire, durante los ochenta, sin exceptuar a poetas de la provincia seguidores de Valera Mora, sintieron la onda expansiva de su voz y la directa influencia en sus trabajos creadores.

También cultivó un segundo corpus temático, reconocido por la crítica, que integra esa, su existencial comunión del credo ideológico dentro del tono poético, con su altivo canto a la amada, a la que hace de carne y hueso, revelándola y poseyéndola, viviendo su asombro descarnado. Como el humor y lo político, el tema amoroso se subvierte en literal aclamación al sexo opuesto, a menudo como un remedo de lo cotidiano, sin sordina, mediante el irreverente tuteo que se gesta en el desamparo:

Con un pie en el estribo

(Fragmento)

Yo sé que es una gran falta de respeto sobre todo
si uno tiene a su mujer en estrictos paños menores en la cocina
y más allá a mi favor cuando uno le dice al oído
“en la nevera hay una caja de música”
“la sacaremos la llevaremos al sótano”
“cenaremos música a la plancha”

(...)

Querida
hace bastante tiempo desde que se inventaron los bolígrafos
no le sacaba punta a un lápiz
Lo hago esta noche con una hojilla de un solo filo
Si supieras como se le parece a la volada orilla
de la delgada cama donde lees donde nos precipitamos.5

Para Rafael Arráiz Lucca, esa combinación de lo narrativo con lo coloquial —que son aspectos innegables presentes en la poética de Valera Mora— en el tono amoroso, le imprime un acento muy singular a su poesía:

Cada día más me parece que la poesía amorosa de Valera Mora es lo mejor de su producción. Allí, en la arbitrariedad del amor, al margen de la moral revolucionaria, vienen los más luminosos poemas del poeta. Sin que esta opinión vaya en desmedro de la fuerza con que el autor comprendía su sitio en la historia, su posición política, festejando la ira que era capaz de desatar en el poema o la conmovedora arbitrariedad de muchos de sus versos, no deja de ser cierto que de sus libros los poemas de amor serán los que rompan la barrera de los seiscientos kilómetros.6

De ese desenfado, de ese su humor cáustico, de ese, su culto irreverente a la cotidianidad, surge uno de sus textos más conocidos y difundidos, que podemos valorar como arte poética dentro del tema amoroso, perteneciente además a su libro más conocido, Amanecí de bala (1971):

Oficio puro

Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién he hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor
De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda en el baño dará vuelta
a la llave del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos montañas llanuras noches domésticas

Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste alegre vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
Que no fue dócil ni amable ni sabio7

Si bien esa, su peculiar y tan particular intimidad amorosa y erótica, se manifiesta como arbitraria e irreverente suerte de aventura celebratoria y descarnada del hechizo de la amada, de la mujer en su totalidad (carne, hueso, espíritu, alma, sueños), Valera Mora fusiona la “intimidad y la experiencia” poética en “la estilización de la vida o la cotidianización de la poesía”, como lo apunta Gonzalo Ramírez.8 Con esa técnica preserva su propia identidad creadora y logra el espacio ideal para dar cauce al complemento de su mundo lírico: la alocada alucinación por el amor de las amadas, lo que a su vez le crea conflictos terribles ante ese deber suyo de “pegarle duro a la vida”; por lo que en Valera Mora esa lucha de los contrarios que se establece entre el oficio de poeta y el vivir siendo poeta, se manifiesta en perfecto equilibrio:

Despedida con metales

Reconocerme marcado por las pasiones
y por mi culpa confundido tu corazón
borro al agónico de alas frenéticas
sin cielo ni ubicación zoológica
coronado sobre una silla de ruedas
ya que tú lo has querido
Pero no más te pongas así de triste
y menos esos ojos para llorar
Porque reconozco mis manos sin gobierno
mis canciones por mis estridencias
mis sales por mis agujas de oro
No más por eso te lo digo y estas ganas
locas de pegarle bien duro a la vida
cuando me sobra vida para regalar
y mucha más vida para matarme al pie
de las ventanas
desde donde dices querer abrirte al sueño
y ver pasar abrigos y bufandas en busca
de los vagabundos equivocados de planeta
o planetas ellos mismos o qué se yo
No más por eso te reconozco y parto
como una armadura vestida de caballero.9

Es que no sólo toma la poesía como su armadura —y además su arma— sino que se vale de ella para romperle al mundo en la cara la propia “disciplina burguesa de la vida”.10 Por eso este autor resulta capital en el panorama de la modernidad literaria venezolana contemporánea, pues es innegable que sus juegos expresivos contienen alientos verbales de absoluta universalidad, vertidos en una pasión existencial que hoy permite reconocer un antes y un después en la poesía nacional. El antes y el después de Víctor Valera Mora, “el chino” de todos los suyos.

 

Notas

  1. Este poema pertenece al poemario Canción del soldado justo. En lo sucesivo citaremos por la Antología de Víctor Valera Mora, elaborada por Gabriel Jiménez Emán, Caracas, Fundarte, 1987, p. 32.
  2. En Antología, p. 45.
  3. Gabriel Jiménez Emán, “Las distancias imantadas de Víctor Valera Mora”, prólogo, en Antología, pp. 8 y 10.
  4. Víctor Valera Mora, Antología, pp. 49-54.
  5. En Antología, pp. 86-87.
  6. Rafael Arráiz Lucca, “1987: La poesía en Venezuela”, Imagen, Caracas, Nº 100-25, diciembre 1986, p. 14.
  7. En Antología, p. 57.
  8. Gonzalo Ramírez, “Víctor Valera Mora (1938-1984)”, Imagen, Caracas, Nº 100-3, enero 1985, p. 8.
  9. En Antología, p. 96.
  10. Gonzalo Ramírez, art. cit., p. 8.