Artículos y reportajes
“Provocación”, de Stanislaw Lem
Provocación
Stanislaw Lem
Editorial Funambulista
2006
3ª edición
Provocación, de Stanislaw Lem

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Escribir una reseña sobre este libro de Stanislaw Lem significa escribir una reseña sobre un libro de reseñas de libros que no existen. Así pues, entusiasmado por la irrelevancia patética que el acto significa, hablaré en este breve ensayo sobre los dos textos que Lem describe en su primer libro: Provocación.

El primer factor que determina la interpretación más evidente del texto es su título, ya que se trata de dos textos aislados en apariencia. El título amarra los elementos aislados que aportan las dos reseñas incluidas en el libro. La primera habla sobre el trabajo del doctor en filosofía Horst Aspernicus: Der Völkermord (El genocidio). Un libro que trata sobre “la solución final de la cuestión judía” emprendida por los nazis a mitad del civilizado siglo XX. Una exterminación que Lem, parafraseando a Aspernicus (y yo, parafraseando a Lem), califica como el primer genocidio cuyo fin era ese: exterminar un determinado grupo de personas culturalmente vinculadas. Sin ningún motivo económico o político bien definido.

La segunda reseña resume el trabajo de compilación y consolidación estadística emprendido por J. Johnson y S. Johnson en One human minute (un libro que, según Lem, “reclama su publicación” debido a que “nada excita más a los editores que un libro que no hay que leer, pero que todos deberían tener”). One human minute presenta, con datos brutos y poca interpretación, estadísticas de lo que sucede en el planeta durante un espacio de tiempo de un minuto. Se trata de un libro, si se le podría calificar así, siniestro. Un acercamiento en un primerísimo plano de la humanidad, desde donde se puede ver, al detalle, las fobias, las costumbres, las aproximaciones más despreciables de lo grotesco. Cuando Foucault, haciendo alusión al inconsciente, afirmó que el ser humano no existía sino sólo a partir de lo que él no puede determinar; seguía un modelo de razonamiento parecido al modelo de los Johnson. En One human minute se demuestra la inexistencia del ser humano, pero a partir de la determinación que de él hace la colectividad de su especie. La reducción menos digna lo identificaría como un punto en una función de probabilidad.

El trabajo de Aspernicus (alemán, por cierto) es sal sobre una herida aún fresca. Esboza las diferentes variantes de justificación del genocidio, sopesando incluso el beneficio económico. El proceso argumentativo es digresivo, tangencial al inicio, pero el eje focal es siempre el mismo: determinar qué llevó a los nazis a efectuar una matanza colectiva de la forma en que lo hicieron. Y es que la forma que tomaron los mecanismos de muerte era, según Aspernicus, según Lem, la menos rentable de todas las formas posibles. Para ello se sopesan otras maneras de reducción poblacional, incluso la de la infertilidad y la separación por sexos de los prisioneros: formas que no incluyen algún tipo de violencia física como medio de acción y una reducción significativa de trabajo logístico.

La provocación de Aspernicus (de Lem) es esa: demostrar que el genocidio fue un hecho arbitrario, injustificable en cualquier sentido. Cuya finalidad más próxima, aparentemente, era la satisfacción del sadismo. El goce del sufrimiento. En la película de Pasolini Las ciento veinte jornadas de Sodoma, en la que adapta (o desadapta) el libro homónimo del Marqués de Sade contextualizándolo en la Italia fascista, se presenta a los discípulos de Mussolini quemando con velas encendidas los penes y los pezones de jóvenes adolescentes para su satisfacción erótica. En algún momento de la reseña se niega esta tesis, adjudicando los actos de sacrificio a una asunción: la asunción de la justicia divina.

Que nadie diga que entre esos asesinos justamente indignados se encontraban los lectores del Marqués de Sade —que 150 años antes inventó comedias similares, con deicidio in effigie— y que los soldados de la SS le plagiaban. Intercediendo por los niños cuyas calaveras esparcían poco después, en una farsa de la justicia tan mal cosida que en seguida se hacía pedazos, demostraban involuntariamente su fidelidad a la verdad inexpresable del genocidio como sucedáneo de la ejecución de Dios (p. 78).

Como afirma en unos párrafos precedentes al anterior, los signos divinos no fueron aniquilados, sino invertidos. Así, el antisemitismo era únicamente un pretexto. Los ideólogos del genocidio no podrían intentar un deicidio literal, la matanza no fue un acto contra la deidad de una religión sino la consumación de un odio aletargado junto con la satisfacción de un placer personal.

Si suponemos que quien reseña la obra es el mismo Lem (como hemos supuesto hasta ahora), el libro rebasaría los límites literarios. Así, no se trataría de un texto de ficción en el que un narrador desconocido reseña dos textos de su universo ficcional, sino que se trata de una tesis presentada por Lem a través de dos libros que no existen y cuya existencia es imposible. Ambas suposiciones son válidas.

La segunda parte del texto de Aspernicus, titulada Fremdköper Tod, es una “síntesis historiosófica que rebasa la descripción de hechos del primer tomo”. Se basa en la idea del “reciclaje de la muerte”. El libro comienza (según Lem) haciendo una síntesis de la relación que la humanidad ha tenido con la muerte a partir de la era precristiana. La transformación que esta relación sufrió con la aparición del cristianismo y la evolución que el concepto de la muerte ha tenido en la sociedad occidental. La importancia que la muerte cobró en la edad media fue conciliada con la concepción de una vida eterna después de ella, adjudicada en función de un juicio. En la época contemporánea, la transformación de la cultura occidental volcada a la satisfacción de la sociedad del bienestar es un factor que hace que la sociedad “se revele como un movimiento opuesto a la muerte”. Incluso, sus representaciones populares se han atenuado en el imaginario colectivo. Así, la única forma admisible de su ejecución es hacerlo en el nombre del bien: la justicia, la vida, la salvación.

Ni siquiera Lem conoce a los autores de One human minute. No sabe si se trata de dos hermanos o dos esposos, o un seudónimo de un único autor que añadió S. Johnson como una referencia a Samuel Jonshon. La dimensión de su trabajo es inquietante. No se detienen a ver el funcionamiento de la maquinaria mundial en el minuto que los ocupa: un “minuto humano” como lo titularon; sino la vista al microscopio de cada engranaje, cada elemento cuya función es dudosa cuando se aprecia el comportamiento del todo. Por otra parte, el título hace una referencia a la humanidad. Un minuto humano es la forma más inhumana posible de contemplarnos como especie. Una forma muy metódica, como quien ve los tubos con embriones de Huxley en Un mundo feliz.

¿Dónde está la provocación de One human minute?: un libro que además satisface todas las necesidades del actual mercado editorial. Tal vez sea provocativo el hecho de que se trata de un texto reduccionista. Que reduce al ser humano a cifras, pero ante el que no nos podemos indignar debido a que no dice nada aparte de hechos comprobados.

Lem califica el libro de los Johnson, con discreción, como un texto fantástico; pero únicamente en la medida en que fantástico es aquello que sobrepasa el entendimiento. Se trata de información que existe y que las personas dan por cierta, pero de la que no tienen conciencia. Datos irrelevantes, información con la que no sabemos qué hacer. Se trata de “un saber nebuloso, no menos abstracto que el saber que, mientras escribo, en algún lugar de Marte permanece a la pálida luz del sol un fuselaje americano abandonado (...), este conocimiento no vale de nada si no se puede experimentar”. Un tipo de conocimiento que es irrealizable para la conciencia.

Cuando Lem habla del contenido, indica que el paisaje formado por los millones de cuerpos humanos revela datos que cortan la respiración. Datos tan estremecedores como simples. Las cuarenta y ocho páginas del texto que hablan sobre la muerte no se limitan a decir la cantidad de personas que mueren en un minuto, sino a hacer esta cifra digerible para la conciencia: se desglosa la muerte en la cantidad de personas muertas por agonía natural, o a manos de criminales, o torturadas, o cuántos niños son asesinados cuando nacen a manos de sus madres. El lector sabrá que cada minuto, mientras se fuma un cigarro o se afeita, habrá un determinado número de personas cometiendo suicidio. Para terminar de familiarizar al lector con los datos relacionados con cantidades de materia, los Johnson hacen comparaciones ilustrativas: el volumen total de la humanidad (un tercio de kilómetro cúbico, incluyendo huesos, músculos, bilis, sangre; que no es un volumen suficiente para aumentar el nivel del mar en una centésima de milímetro), o la cantidad de semen que se eyacula en un minuto (430 mil hectolitros, 11 veces mayor que el agua hirviente que brota del géiser más grande del mundo en cada erupción), o la cantidad de sangre bombeada con el corazón, entre otros datos.

¿Cómo indignarnos contra One humane minute? El libro, que justifica su publicación como un fruto de su época, no hace más que mostrar en un plano realizable el “gran y desnudo cuerpo de la humanidad”, encarando al lector contra una especie contra la que no se identifica, pero que es a la vez su destino. Tal vez sea un texto que indigna en lo que tiene de inhumano: ese cuestionamiento sobre la soberanía de cada persona. La negación del espíritu.

Una pregunta obligada: ¿cómo unir las dos partes del libro de Lem? ¿Cómo hilvanar la exposición grotesca de los Johnson con el estudio de Aspernicus? Tal vez Lem haya dejado esta tarea a la percepción de cada lector y sea esa la invitación más certera hacia el libro.