Artículos y reportajes
Fotografía: PaquinDiario sin nombre

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En el autobús, en ese eventual microcosmos, asienta lo cotidiano (ahí se afirma) y con ello los más grandes misterios de esas gentes atareadas por dentro y por fuera. Ahí no existe la pureza; la vida gravita llena de intereses y, con el movimiento, todo va decayendo y amoldándose hacia el silencio o la locura.

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Ha escrito Oscar Wilde, “ningún artista tiene simpatías éticas”. La simpatía, la elección, ya la ha hecho la vida: la Unidad o la Nada. La ética sería elección, pero fragmentar equivaldría a desmembramiento, de lo que se seguiría la pérdida de equilibrio y, por extensión, una forma de noche sin retorno. Es el artista, en realidad, quien ha sido elegido por la ética, que es Unidad y, a la vez entidad abstracta, universal e infinita como la Nada.

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Hasta ahora no se ha asociado de una manera definitiva, tal como resulta en la desnuda realidad, la condición de ser y la condición de soledad. Se han escrito innumerables páginas digresivas en torno a ello, pero ¿una verdad tan explícita no estaría necesitada de una mayor sobriedad de palabras, algo más claro y directo al corazón?

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La madre significa (y ocupa en la memoria) el hueco cálido que se necesita. De ahí la desventura.

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Lo pasajero llama a la muerte. Lo misterioso es hasta qué punto ese pensamiento de consumición se asemeja a un pensamiento de consumación. La tristeza como belleza. No es todo, pues, tragedia y derrota. Algo hay de una épica soñadora que seduce. ¿Será esa parte de la muerte de la que ha derivado la Religión?

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La repetición constituye un verdadero clamor: se repite la vida paso a paso, de uno a otro, de una generación a otra. Se repite cien veces el mismo gesto a lo largo del día y se repite lo ya contado con nueva fruición. Se repite el instinto de amor e incluso lo amado. Se repite la muerte y pocos parecen advertirlo como el argumento principal.

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El que piensa propicia la existencia del mundo; y su propio ser. Equivale a un ejercicio de identificación, pues exhibe la consciencia de existir, el reconocimiento de un grado de participación con la vida. Y aún guarda un secreto: su capacidad para dotar de significado a cuanto, de un modo u otro, existe; lo que, al menos para él, ya es; como el que piensa.

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El culto es la manifestación de aquella parte del hombre que queda en la sombra. Es magnífico su dominio una vez ha expuesto su protagonismo, hasta el punto de anular cualquier planteamiento racional ya asumido. El poder de la sombra equivale, así, a la verdadera pasión, una fuerza inaudita más allá de la comprensión. Tal como es el interior del hombre.

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¿La no aceptación de la muerte no añade tragedia a la muerte? Es como reivindicar la esencia de su significado. Y, si el alejamiento y la ignorancia de ella no caben sino como actitud herida, ¿será que se propicia a sabiendas la terrible sombra de su significado a fin de obtener la belleza inexplicable de toda destrucción?

A veces pareciera como que la Nada y su atracción silenciosa “vivieran” hoy más que nunca.

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¿La verdad? ¿Quién la ha querido deliberadamente? ¿Quién la ha suscrito con fe? ¡La verdad ha semejado tantas veces ser ese accidente geográfico cuya solidez y hermosura constituyen un referente para ser señalado pero cuyo acceso —es fácil derivarlo del propio discurso— resulta inalcanzable! Tal vez, con el tiempo, algún loco lo alcance, mas habrá sido la tarea de un loco, aislado.

En cuanto al argumento del asentamiento propio en la verdad, ¿cómo encastrar la vida real en ello?

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El tiempo mimético de cuanto sucede al otro lado del cristal una tarde de lluvia provoca la sedación propia del desasimiento; de ahí su filosofía casi redentora.

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Lo común apenas suscita deliberación, sin embargo en las labores elementales es donde se guarda la fundación de todo amor, de toda argumentación: de la soledad, de la filosofía, de la tragedia... La tarea del hombre, por muy simple que resulte en apariencia, contribuye a la historia de la Formación, a la Continuidad desde la Construcción Originaria. Sólo es simple aquello que se juzga con simpleza. Ha de entenderse de una vez que lo cotidiano forma parte de la Armonía.

La lluvia parece que se haya quedado dormida mientras sigue cayendo sobre los tejados. ¡Qué cómoda parece vivir la melancolía en esta vieja ciudad!