Letras
Sin vis, Sin versa

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Cuando la vida corta por las costillas, escribir es la única forma de devolver el golpe, aunque hay momentos en que es necesario resignarse y aceptar que la mayoría de las veces nuestras palabras se desharán en el viento y los años, implacables, nos recordarán que la vida pasa por nosotros y no nosotros por ella.

Sin vis, sin versa.

Carta de presentación

Soy el ojo del huracán de la madrugada,
el botón negro que se desprendió de tu ojal,
soy Alfa y Omega cuando no siento nada,
soy el próximo cuello que teñirá tu labial.

Soy la cremallera de espaldas y de entrepiernas,
soy la última copa, the marmalade skies,
soy Maracaibo, soy Magdala, la Revolución Francesa,
soy el chico enclenque de Privet Drive.

Soy las cenizas que se mezclan bajo la mesa,
soy el que se queda después de cerrar,
soy tu adiós, tu mentira, tu quizás vuelva,
soy el último tren con destino a la mar.

Adicto al automatic,
a ir a la deriva,
a estornudar, al ron,
a la piel de gallinas,
a las dudas, al no,
a los monos con hojillas.

 

No estoy solo

Si estoy parado en la línea del banco entre la rutina de la gente, en voz baja repito algún poema inventado.

Si espero varias horas a que ella salga del baño, recuerdo el último beso y me estremezco al sentir que se me hunde el pecho.

También, a veces la gente me habla y me vienen a la mente ideas de algunos versos tristes que se me olvidará escribir.

Si estoy en una reunión o en una playa olvidada o qué sé yo, me aparto y me voy por ahí, andando sin rumbo, viendo al cielo y recitando “a thousand kisses deep”, pensando en olvidar, escribiendo con los ojos, rimando como enfermo.

Por eso te digo, si me ves solo, caminando en círculos bajo el sol abrasante, no me compadezcas porque no estoy solo, me acompaña la poesía.

 

La Virgen de la Catarsis

Descubrí que todo iba mal cuando, pasado de tragos, no fue a la primera a la que pensé en escribir,
Y le rogué a la Virgen de la Catarsis
que dejara al idiota, maricón, neonazi,
y se acordara del cronista de los pingüinos que caló hasta los huesos cuando la vio partir.

Y yo que nunca lloro en las despedidas,
por sentir tarde la dimensión y la medida,
el rumor de los cantos del río,
las ilusiones que se derrumban con el preludio del fin.
Por soñar con bocas que no son mías,
más de una vez me he asomado al vacío
de ver tantas novias con velo casarse sin mí

Y yo que nunca lloro en las despedidas,
me conmuevo por fotos de gente que no conocí,
me da por reírme en los funerales,
no hay compromiso del que no pueda zafarme,
abandono la nave así como así.

Y yo que nunca lloro en las despedidas,
le rogué a la Virgen de la Catarsis
que dejara al idiota maricón neonazi,
y recibiera el Coronel, sus cartas al fin.

 

Girasoles de Rusia

Alguna vez quise irme para no volver. Nunca fue el motivo la ausencia de una enzima patriótica, ni la herencia subliminal del sueño americano que llegó al país en los cincuentas, ni mucho menos el pensar que estos pocos acres caribeños, rescatados a punta de montoneras, héroes de batalla y efemérides, de pronto se le hacían muy pequeños al tercer hijo de la hija mayor de un español. No, ninguno de esos fueron nunca los motivos, pero sí, cómo quería irme. Quería padecer el invierno y conjugar el otoño. Quería ciudades grises, girasoles de Rusia, sexo, trenes, historias. Quería irme por irme, irme por empezar de nuevo (porque esta vez la historia la contaba yo), irme para sentar cabeza con la soledad, irme para tener excusa de no llamar todos los días, irme para que acaso me extrañen cuando no esté...

¿A quién engaño? Todavía quiero irme.

 

Te recuerdo gris

Qué extraño que un extraño te diga “te extraño”. No podía dormir. Aparecían en mis sueños unos ojos grises, tan grises como los días en los que espanta la nostalgia, tan grises como el día en que debí haber nacido, tan grises que no estoy seguro de que en realidad lo fuesen.

Galopaban los latidos de un corazón que no tenía cuando una epifanía, cruel y certera, golpeó a las puertas de mi pecho, una pared hueca, un armario vacío. Una vez más, labios que habría conocido en otra vida rozaban los míos y me llevaban a la conclusión, irrevocable e inmediata, de que había encontrado tantas veces a mi alma gemela que era imposible asegurar que existiese tal cosa.

 

Sobreviviendo

Sin más luz que la de un cigarro encendido
Creí ver más cerca el horizonte, la lejanía,
Las cicatrices del pan, del niño perdido,
El tatuaje oxidado de alguien que quería.

Qué lentas pasan las noches en el basurero
De las noches sin versos, de los papeles sin tinta,
De la vigilia intranquila del carcelero,
Del uno más uno, de la virgen encinta.

Sin más luz que la de tu sexo latiendo al rojo vivo,
De tu arete marinado en limón y sal,
Del sol que tuesta el cuello de los amanecidos,
De los que cubren la vergüenza con perfume y metal.

 

Jueves

¿Quién alivia la tortura del no saber, del ya no, del quizás sí?

Tú, si quieres.

Mientras, no hay mucho más que hacer que andar en círculos, apestando a tristeza, aferrarse al borde del abismo de la lágrima que no regalaremos, apedrear a la puta del pueblo con preguntas a las que no puedo darle respuestas.

Andar sin saber en qué cajón se escondió la sonrisa, sin saber si te quedarás para cenar, sin saber si me querrás, cada vez menos, todos los días.

 

Viernes

No me dejes solo cuando el gris empañe mis ojos o el cielo se niegue a recibirme o tus labios me cierren la puerta en la cara.

No me dejes solo cuando esté como ahora, trastabillando beodo con la piedra en el zapato de una duda.

Si quieres, no me quieras, pero no me dejes solo.

 

Sábado

Malditos sean los sábados en que pierdo al amor y las barajas no me amparan, ni se preocupan por restaurar el equilibrio prometido por los refranes del tiempo, ni te apiadas de mis huesos, ni mi suerte mejora.

Incluso, a veces, me atemoriza dormirme la noche del viernes, sabiendo que al día siguiente me echarán a patadas del cielo y tendré que ver entonces cómo soborno a los arcángeles del destierro para comprar mi boleto de regreso al paraíso, para codiciar la manzana, para tenerte mañana, para perder la costilla.

 

Domingos tristes

Media uva, punto aparte, mi otro yo,
Aguacero al mediodía, rara avis,
Ojalá, nuevos aires, un creyón,
Tartaleta de fresa con cannabis.

Los versos paseando en calzones,
Los labios van entrando en calor,
Cada vez menos tiempo y más razones
Para escribir poemas de amor.

Si apostamos la cordura al parchís
Nos dará asilo un manicomio en París
Y arderá la ciudad, si preguntan no me viste.

Cumpliendo los años que no tenemos,
Al pan, pan, y al vino, veremos,
Nos sobran dedos para contar domingos tristes.

 

Rhythm and blues

Desde que era pequeño y descubrí que los astronautas no podían tomar y que los vaqueros estaban extintos, decidí que quería ser, cuando creciera, uno de esos tipos callados que viven en algún bar de Nueva York de la década de los cuarenta, que usaban camisa y corbata, traje negro y fedora. También cantaría en una pequeña banda de jazz para ganarme el pan nuestro de todos los días, haría el amor todas las noches en blanco y negro y cada domingo en el altar de la tristeza, haría la comunión con whisky en vez de vino, con ceniza en vez de pan. Moriría en el mismo olvido que nací, sin descendencia, quebrado e infeliz.

Sin embargo, nací seis décadas después, en la era del tecnicolor, en el norte del sur, usando manga corta por el calor, sin saber cantar, estando tan callado como me lo permitan, jodido pero contento en nombre de Dios, agradecido infinitamente por poder agarrarte el culo a ti, mulata, mientras bailamos en la playa, a la sombra de un fogón.