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Poemas

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Karl

Despertó el pinar de casas con su mirada de niebla
envuelta entre las primeras aguas del día,
presa del chacoteo y rugido de la mañana,
primero
un murmullo líquido,
después
espuelas de hierro,
llevando una voz de tambor zurcida en sus entrañas,
la llama de la cima de agua
el clamor de pisadas ardientes
la fiebre desvelada de la huida
el resplandor de las pisadas de agua,
desde la meseta amarilla
el líquido arrojaba su espalda metálica
en ríos desbordados.
Caía la hora húmeda
sobre el peso de los hombres
con el latir gris de sus pechos,
el tiempo frenado por la desbocada caída,
cubierta de infinitos cubos métricos
y la hiedra nocturna y sonámbula
trepando por los sueños,
por las bardas de los rostros de las gentes.

Era una boca de ola
en la espera matutina de los hombres
que agigantaba su paso,
el cielo vuelto agua bajo su manto
el cielo hecho tierra, agua subterránea,
los ojos eran estrellas rojas incandescentes,
sobre el agua había sueños que dormían con sus velas rotas,
luces que torcían renacimientos,
rezos que flotaban sobre hilos musculosos de ríos,
espigas dobladas bajo el yugo matutino de la corriente,
un blanco teñido de arterias vivas más vivas que la muerte,
ovillos de carne escalando la hora de la vida,
estruendo de ramas mudas,
era una mano multiplicando conjuros marinos,
ojos de noche engullidos por una luna de vendas ciegas,
todo envuelto en la llaga líquida del mundo,
la hora reptante de dientes transparentes,
enjambres de ecos,
verdor de gritos,
musgos plegados a cuerpos humanos,
sumergidos en el vaivén de olas ahogadas en un segundo,
roca partida aún con vida en una sábana
flotando entre huesos y carne,
un día de mantas blancas cubierta de llantos,
de suspiros y de instantes.

 

Tarde

La tarde desvanece sus fumarolas proféticas
y un silencio gris cae sobre la vida
desplegada en hirsutos melancólicos y en
rompientes de olas.

La luna llega con su aliento de mar negro,
las estrellas uniforman los deseos
sobre el limpio pulso de la noche,
la luz nocturna cae con su peso de hiedra
sobre las sábanas que cubren nuestros sueños.

Hay un rascacielos sobre mi cabeza.
Un zumbido de hojas escala la distancia.
El día cierra las horas y las dispone
en el paisaje con su aliento materno.

La noche embiste con sus siluetas
los párpados dormidos de la tarde.

 

Las casas

El silencio era una mecha
en la alcoba,
flotaba entre los pilares
de la noche,
imprimiendo a los objetos
un aire majestuoso de serenidad.
La estela ardiente del tiempo
penetraba las ventanas de la casa,
el parque respiraba
estelas adormecidas
y ceñía a su cintura
el blanco suspiro de las casas.

 

Pergamino

Aquella noche las estrellas bordaban ojos nocturnos,
la tristeza reptaba los bordes de la llama del tiempo
cuando los ruidos cotidianos del ambiente
cierran cerraduras y clavan sus ecos
en pergaminos enmohecidos por el olvido,
todo era cristal de sangre,
cristal de puños,
miradas encendidas,
transcurrir de sombras por calles
que los años han esculpido en cabezas
de piedra.

 

Posesivo

Nacía un silencio entre tus hombros,
una boca crecía bajo las ramas de la noche,
palabras excavaban muros bajo sombras
de sábanas y hojas de concreto,
el jardín florecido de las horas,
la playa encendida de las risas,
el libro sostenido por tus manos
se volvía un concierto de ecos y signos extraños,
un envoltorio de tardes dormidas
en las cordilleras de tus senos,
la llegada multiplicada de la luz en tu vientre,
el perfil del mundo atisbado por
un instante a través de tu cuerpo.