Letras
Dos poemas

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La metamorfosis del mercader

Amaba los arreboles
del atardecer,
los contemplaba desde la paz
y la brisa
sentado en un noray enmohecido
calibrando el universo marino
con su caña de pescar más veterana.
Amaba las transeúntes
Matuteras
que desfilaban por su puesto
de frutas
dejando aquellas estelas perfumadas
que se mezclaban caracterizando
la atmósfera de un mercado
algo más que municipal,
casi cosmopolita.
Amaba las mutaciones de la luna,
Las hermosas siluetas
que todas las noches le contaban
un secreto distinto
revelando una verdad que variaba
tanto como sus formas
de hermeneuta selenita.
Sensible y apto para el amor
y la melancolía,
sin embargo
acabó aferrado
al dogma
y fue tanta su fe,
pasión y entrega
que nunca más se tomó el tiempo
preciso
para ninguna otra cosa
más que seguir la senda
estipulada por la doctrina.
No volvió nunca a practicar
la meditación
serena bajo los arreboles del atardecer.
Desterró su caña de pescar
y mandó serrar el noray
porque el moho era signo
de impureza
según los escritos.
Despotricó contra las transeúntes
matuteras
y prohibió su entrada al templo
de los fieles municipales
porque su fragancia pervertía
los sentidos de los mercaderes
distrayéndolos de la oración.
Nunca más confió en las revelaciones
de la hermeneuta selenita,
dado que cada noche
mostraba caras diferentes
y sacrílegas
de la Verdad
aliándose con una orgia de siluetas
crecientes y menguantes,
que perturbaban la incontestable
e inconfundible
certeza del dogma.
Finalmente, fue tan apasionadamente
fiel al credo
y admirador de mártires,
que decidió llegar a las últimas consecuencias
y sacrificó su vida
tras obtener el título de suicida
en uno de los tenderetes
del templo municipal.
Explotó una mañana de verano
a esa hora punta
en la que las transeúntes
matuteras
abarrotaban su puesto
de frutas y verduras.

 

La loca

Carcomida por la rutina
que amortaja la atmósfera
del santísimo sifilicomio,
de soslayo,
la muy fiel a su veteranía
...institucional,
orgullosa de su título
te mira y, más que reír
carcajea su gloria
cubierta de ceniza
..., ese polvo gris
de pasado incandescente.

(de La sal del tiempo; Huerga & Fierro, Madrid, 2006).