Artículos y reportajes
“Cuentos filosóficos”, de Honoré de Balzac. Edición: Susana Cantero
Cuentos filosóficos
Honoré de Balzac
Susana Cantero (ed.)
Cátedra
Madrid, 2013
843 pp.
Cuentos filosóficos de Balzac en edición de Susana Cantero

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Susana Cantero presenta estos Cuentos filosóficos como el lugar privilegiado donde mejor se pueden apreciar los principios del realismo tardorromántico donde ahora se sitúa la estética de Honoré de Balzac. En efecto, Balzac (1799-1850) habría vivido un período muy convulso de la Restauración monárquica de Luis XVIII y Carlos X, con las consiguientes revoluciones sociales de 1830 y 1848, que acabaría encumbrando en el poder a Napoleón III, primero como regente republicano y después como emperador, a imitación de su tío. Se volvió a reproducir en un corto espacio de tiempo el ciclo de cambios sociales ocurrido con posterioridad a la revolución de 1789, donde unos pocos desaprensivos se acabaron beneficiando de la borrachera antiinstitucional de la mayoría popular, imponiendo una visión de la vida puramente mercantilista y materialista, donde ya los más espontáneos sentimientos no tienen cabida. Además, los seis relatos que componen estos Cuentos habrían sido escritos entre 1831 y 1837 desde una estética realista que contrasta con el romanticismo ya en retirada de Chateaubriand y Víctor Hugo, así como de los estudios sobre la indudable vida superior del genio de Swedenborg, ya sea en el ámbito estético, cultural, científico o simplemente revolucionario.

De todos modos fue una época donde el romanticismo y el idealismo todavía seguían ejerciendo una clara hegemonía cultural, no quedando otro remedio que recurrir a la parodia y a la ironía si se querían mostrar las contradicciones culturales un tanto esperpénticas de las respectivas propuestas estéticas y filosóficas. Finalmente, en el plano personal, estos relatos habrían sido escritos en el contexto habitual de estrecheces económicas que rodearon la vida de Balzac, con deudas contraídas y nunca del todo saldadas, que le obligaban a escribir a salto de mata, con grandes presiones por parte de sus acreedores, teniendo que entregar sus escritos a medio acabar, sin el sosiego necesario que requeriría la realización de un proyecto tan ambicioso como pretender llevar la filosofía a la narración literaria, como ahora sucede en estos Cuentos. En cualquier caso Balzac acabó encontrando en las contradicciones culturales de su época un amplio campo abonado para mostrar las profundas debilidades de su mundo social, más cercano al nuestro de lo que pudiera parecer, como posteriormente también ocurrirá con Baudelaire o Zola, a saber: hacer notar la fuerte escisión entre dos mundos enfrentados, así como entre dos modelos de mujer o de estética, a saber por un lado, la visión idealizada o romántica; y, por otro, la realista o tardorromántica. Sólo mediante el recurso a este tipo de resortes se pudo tratar de ironizar sobre la manifiesta vergüenza ajena que manifestaban algunas de aquellas propuestas artísticas entonces en boga.

De todos modos los seis relatos que componen estos Cuentos no son meras narraciones literarias, sino que constituyen un auténtico alegato o manifiesto a favor de un realismo literario que, a pesar de seguirse formulando desde una estética tardorromántica un tanto en retirada, sin embargo muchos de los estereotipos y artificios narrativos todavía seguirían vigentes por ser tan al gusto de la época. Concretamente ahora se comprueba cómo en Balzac siguió teniendo plena vigencia la triple dimensión figurativa, simbólica y meramente ornamental o decorativa de la teoría artística clásica, ya se aplique a las artes en general, incluidas la pintura o la música, o a la propia literatura en particular. De ahí que ahora se destaque el estilo literario tan cuidadoso de Balzac, donde se sigue recurriendo a los artificios expresivos más sofisticados para lograr ridiculizar a la estética romántica en nombre del realismo literario, de un modo muy preciso, a saber: mostrar la peculiar correlación que el romanticismo solía establecer a través de la literatura entre el peculiar mundo entorno preferentemente burgués y el carácter tan patético que a su vez se asigna a cada uno de los personajes, generando así un doble efecto narrativo perverso reforzado, que invierte el sentido que inicialmente el romanticismo les pretendía dar usándolos por separado, a saber: por un palo, mostrar las contradicciones culturales internas de ese mundo entorno, hasta en los detalles más cotidianos; por otro, mostrar el desgarramiento interior al que se ve sometido el carácter moral de los distintos personajes cuando comprueban el progresivo alejamiento que mantienen respecto de las personas más queridas e inmediatas, trasmitiendo una sensación de patetismo y de desolación interior difíciles de superar.

Evidentemente la estética realista de Balzac posteriormente se radicalizará aún más, ya sea en Baudelaire y Zola, y todavía mucho más en el postmodernismo literario contemporáneo. De todos modos la esencia de esta actitud ya está presente en Balzac: se trata de una narrativa literaria que extrapola a otros ámbitos de la vida social esta misma disociación que ahora se ha introducido entre el mundo entorno y el propio carácter moral, a sabiendas de que ya no es posible lograr aquella plena reintegración entre las tres dimensiones artísticas que aún seguía postulando la estética clásica. En este sentido, Balzac demostrará su fuerte personalidad con una estética rabiosamente propia e inconfundible cuando extrapole este tipo de consideraciones a las similares relaciones existentes entre la creación artística y la correspondiente realidad así elevada a la condición de belleza estética, entre el genio creador y la vulgaridad del resto de los mortales, entre los diversos estereotipos institucionales heredados por la tradición y su efectiva vigencia operativa en el mundo real, entre la búsqueda de una verdad absoluta fundamental por parte del científico y la cortedad de miras en su vida cotidiana más inmediata. Este fue su principal legado, del que la literatura contemporánea sin duda sigue viviendo.

En este sentido los seis relatos no son simples cuentos, sino que son todo un alegato en toda regla o manifiesto a favor de un uso más comprometido de la narrativa literaria en la denuncia de unos abusos estéticos con los que la narrativa clásica, especialmente en el romanticismo, se había hecho cómplice. En este sentido no son mera literatura, sino auténtica filosofía. De hecho su propósito principal ya no es armar un argumento narrativo sino renovar un canon estético cuya aplicación se explica a su vez a través de un ejemplo. Hasta el punto de que se explica así el carácter fragmentado e inacabado, o incluso su presentación dentro del género narrativo del “cuento”, como ahora se hace con estas seis narraciones; no se trata tanto de narrar una historia, sino de poner seis ejemplos paradigmáticos de cómo debería operar una narrativa literaria verdaderamente comprometida con lo más noble que hay en el quehacer artístico, con independencia de aquellas otras indudables estrecheces económicas que desde un punto de vista meramente psicológico las pudieron motivar.

A este respecto Susana Cantero también muestra el oculto propósito filosófico que a su modo de ver movió a la redacción de cada uno de estos seis relatos. Se pone así de manifiesto el tránsito casi inapreciable que los distintos personajes llevan a cabo desde un mundo real patético a un mundo ideal de pretensiones o simples ambiciones imposibles, hasta el punto de distanciarse del mundo real hasta extremos patéticos cercanos a la locura. En este sentido ahora se resalta el fuerte influjo del filósofo danés Swedenborg en la justificación de su singular canon artístico, así como por parte de los estudios científicos de caracterología psicológica de Gal o Lavater. Pero también se hace notar cómo sus propuestas estéticas fueron acompañadas de una fuerte documentación histórica, por ejemplo sobre el pintor Frenhofer o sobre la química de su personaje central Balthazar Claës, o de una crítica social en un tono en ocasiones inmisericorde, a pesar de que tampoco siempre Balzac revela las fuentes utilizadas. En cualquier caso es evidente el trasfondo filosófico de estos seis relatos, ya se analicen desde un punto de vista estrictamente estético o más bien estrictamente narrativo. En cualquier caso el propósito filosófico de cada uno de los seis relatos es muy claro:

  1. “Un drama a la orilla del mar” comienza planeando la contradicción en la que suelen caer los jóvenes cuando “creen que el mundo es suyo”, sin advertir que “ese fenómeno moral sólo se produce a una cierta edad” (p. 123), máxime cuando nadie está libre de los imponderables condicionamientos que por su parte impone el mero transcurrir de los años. Hasta llegar a un nueva versión del efecto perverso de Abel, o del ahora llamado efecto perverso de Louis Lambert, que sale enormemente perjudicado en su salud por haber prestado atención a la narración trágica de los avatares de un pescador, cuando nada le iba en aquel asunto, como también le ocurrió a Abel frente a Caín;
  2. “El niño maldito” reflexiona sobre los temores tan contradictorios que genera en la condesa “el presentimiento de un próximo parto” no esperado, ante “los peligros que esperan a la (futura) criatura” no deseada (pp. 151-152). Hasta llegar a una versión invertida del efecto perverso de Saul, que ahora se transforma en el llamado efecto perverso de Étienne, según la cual el hijo natural no deseado, nacido dentro de un matrimonio formalmente constituido, se puede ver gravemente perjudicado al darle un tratamiento que efectivamente le corresponde legalmente, cuando en su caso ya había claramente renunciado a los correspondientes derechos de primogenitura o de linaje, sin dejarle ejercer libremente en este caso su derecho al matrimonio.
  3. “Las Marana” hace notar cómo el mariscal, “no obstante la disciplina (...) del cuerpo del ejército”, tampoco “pudo evitar el desorden en la toma de Tarragona (...), aunque la tuvo que reprimir con prontitud” (p. 285). Se da así a entender que hay leyes de la naturaleza que inevitablemente se sobreponen a los convencionalismos e instituciones sociales, por mucho que se piense lo contrario. Hasta llegar al efecto perverso de Antígona, ahora también llamado efecto perverso de las Marana, según el cual puede haber casos donde la mujer puede quedar exculpada de un posible delito capital en atención a su débil condición femenina tomada en su caso como eximente, mientras que al hombre en una situación similar se le habría tomado la misma circunstancia como agravante.
  4. “Melmoth reconciliado” se inicia haciendo notar cómo para algunos “la Civilización obtiene en el reino social, igual que los floristas creen en el reino vegetal” (p. 371), sin tampoco terminar de apreciar la distancia creciente existente entre ambos. Hasta llegar al efecto perverso del diablo cojuelo o ahora llamado de diablo Astaroth, atribuido a su vez al filósofo alemán Jacob Bohem (p. 436), según la cual todas las cosas tienen su origen en un “fiat”, sea de Dios o del diablo, aunque para la gente vulgar este tipo de elección le resulte indiferente.
  5. “Massimilla Doni” comienza haciendo notar “cuántas dificultades y fatigas esconde el genio en esos poemas que son para nosotros fuentes de divinos placeres” (p. 439), sin poder evitar que se origine una distancia creciente respecto del vulgo, destinatario último de esas creaciones artísticas. Hasta generar el llamado efecto perverso de Sardanápalo, a partir de ahora también llamado efecto perverso de Capraja o Semiránide, que presumen de “poseer el mundo entero” de placeres musicales con sólo llevar a escena una de sus creaciones musicales, cuando son sus destinatarios los que verdaderamente lo disfrutan (pp. 549 y ss.).
  6. “La obra maestra desconocida” comienza por la situación inversa, a saber: la que se genera “cuando un enamorado por irresolución no se atreve a presentarse en casa de su primera amante, por fácil que ésta sea” (pp. 553-554), en virtud de la inicial relación de respeto que es habitual sentir ante lo que verdaderamente se desea. Hasta generarse el efecto perverso de Pigmalion o a partir de ahora también llamado efecto perverso de Frenhofer, cuando el artista se ve tan defraudado cuando comprueba que su confusión entre el lienzo y la realidad era pura ilusión, que desiste definitivamente con seguir ejerciendo su oficio y quema todos sus lienzos (pp. 589-591).
  7. “La búsqueda del Absoluto” comienza con una reflexión acerca del modo de construcción de las casas flamencas. “¿Tendrá el Arte, pues, obligación de ser más fuerte de cuanto lo es la naturaleza?” (p. 594), dando a entender ya desde el inicio que el genio científico nunca debe olvidar las exigencias más vulgares de la vida cotidiana, por muy elevadas que éstas sean. Hasta terminar con el llamado efecto perverso del sabio teórico de Platón o a partir de ahora efecto perverso de Balthazar Claës, que prefiere vivir en su torre de marfil antes que atender a las rutinarias preocupaciones cotidianas propias del mundo de las sombras o del común de los mortales (pp. 833 y ss.).

Para concluir una reflexión crítica. Ya se ha señalado a lo largo de la reseña la posibilidad de un propósito programático filosófico de más largo alcance que el meramente narrativo en estos seis relatos filosóficos. También cómo, a nuestro parecer, los cuentos tienen una oculta finalidad filosófica todavía no desvelada que hubiera requerido un análisis más atento. En cualquier caso Susana Cantero parece reconocerlo cuando sugiere un posible paralelismo entre Balzac, Baudelaire, Zola y el postmodernismo literario contemporáneo, aunque tampoco acabe de justificarlo. De todos modos en este contexto cabría plantear: ¿realmente el paralelismo de Balzac con la estética contemporánea estaría en el realismo, el romanticismo o en la peculiar síntesis que establece entre ambas, dando a su narrativa literaria un fuerte componente de estilo de autor, muy singular? Por otro lado, su propuesta de establecer una síntesis entre idealismo y realismo, al estilo de Swedenborg, ¿sólo habría que aplicarla a la narrativa literaria, o también habría que extrapolarla a su visión de las artes en general, incluidas ahora también las ciencias? Evidentemente estas propuestas son méritos más que suficientes para poder considerar a Balzac como un filósofo, al menos en el ámbito de la teoría estética y literaria, ¿pero por qué ahora Susana Cantero lo sigue valorando exclusivamente desde el punto de vista de la narrativa literaria, como suele ser habitual?