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“Are You Stupid?”, de Mihai Nadin¡Estupideces!

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La bruma de las excusas disimula cualquier exabrupto; a pesar de que éste fuera revelador de verdades desnudas, lo disimulan, lo desvirtúan también.

Sabemos más de lo que nos enseñaron. Y presumimos de saber una enormidad. Lo que tiene esta presunción de tendencia al infinito contrasta con el escaso saber que demostramos en las actuaciones. Quejarnos, sí, sabemos y practicamos; es una de las aportaciones generosas de cualquiera entre los ciudadanos. Sin embargo, aunque pretendamos pasar desapercibidos, quedamos con frecuencia al descubierto, exponemos una miseria tras otra.

El profesor Mihai Nadin (Universidad de Texas) nos incita desde hace tiempo con sus reflexiones sobre las andanzas humanas desenvueltas por las diversas sociedades. En su reciente libro Are You Stupid?, cuidadosamente editado por Synchron, el autor pone el dedo en la llaga de lo que no queremos ver ni oír (menos aun escuchar, ni hablar, ni enterarnos; dado que resulta penosa la exposición de las propias incoherencias).

¡Caramba con la preguntita! ¿Qué contestarán los estadounidenses? La enjundia de la cuestión subsiste en Venezuela, España y yo diría que en todas partes; en ella nos va la dignidad de ciudadanos. Sin duda, la misma pregunta nos hace abrir las entendederas. Aunque la coherencia, el respeto, la dignidad u otras cualidades señeras, no sé lo que significan para la gente moderna. Es buen ejercicio el intento de la respuesta solicitada.

 

¡Qué país!

Seguramente predomina el uso de esta expresión como lamento de los desorientados comportamientos de la gente de ese país. Pero, en origen, también puede ser dicha en plan admirativo.

El profesor Nadin nos sitúa ante esta disyuntiva que podemos extrapolar a otros países. Convivimos con notables adelantos culturales, técnicos y sociales, pero la misma ligazón de las personas a esas nuevas organizaciones provoca deslizamientos con serias repercusiones. La placidez de las mejoras y las servidumbres exigidas contribuyen a la anestesia eficaz de la conciencia ciudadana. Y sin ciudadanos activos, como tales entidades básicas, ¿qué país luciremos?

El victimismo no arregla los entuertos. En la progresiva enajenación de la figura del ciudadano influyen factores externos determinantes, pero no vayamos a silenciar los rasgos decadentes aportados por cada sujeto. A estas alturas ya no sirve el recurso de la ignorancia, o estamos o no somos.

 

Confabulación decadente

Bajamos por un auténtico tobogán que nos aboca a la estupidez.

A través de un goteo continuado acabamos salpicados por todos los sectores de la vida en sociedad. Insistamos en la importancia de preguntarnos en qué medida somos cómplices de la confabulación.

Con un poco de aquí y de allá, una codicia y cuatro egoísmos, hemos encumbrado a los negocios hasta la frialdad de unas esferas sin el calor humano. Los medios audiovisuales impulsaron las expresiones indiscriminadas, poco predispuestas a la crítica y la elaboración de buenos criterios. Las judicaturas se limitan a ir a remolque de los poderes establecidos.

Si acaso confiábamos en el bastión de la Educación, en las escuelas y universidades penetró la tolerancia de una masificación con las miras puestas en la nivelación mediocre. Con estas trazas, la confabulación incrementa su potencia progresivamente; tiene visos de convertirse en el reinado de la estupidez.

 

Espiral de la estupidez

Todas las pulgas parecen saltar en la misma dirección, no sólo mantienen, sino que acrecientan la enfermedad. Cada pulga es un factor laborante en la promoción de conductas estúpidas. Y no es que actúen por turnos, el desempeño de sus funciones es simultáneo, sofocante, con flagrantes ejemplos a la vista de quienes quieran verlos; a los que no les importe, no será por falta de evidencias.

Con esos mimbres, la vacuidad de los contenidos en las diferentes redes sociales resulta crucial. Aunque hubiera conceptos de valor, quedan diluidos entre la marabunta. A ello contribuyen los anonimatos que repelen los compromisos, la velocidad de los contactos y el lenguaje sincopado. Los pensamientos acaban siendo espasmódicos, en resorte, poco propicios para empeños de mayor enjundia.

El exhibicionismo de lo que sea llamativo rompe cualquier articulación de los mensajes, prima el destello momentáneo. En pleno vértigo aparecen mezclados los rasgos detestables con alguna que otra maravilla; eso sí, sin valoraciones, que resultan impertinentes para el espectáculo montado.

A mí me parece una ligereza más la inculpación del sistema como principal responsable. ¿Simple excusa? Son las personas quienes funcionan con poco fuste. Socialismos diversos y teocracias, quizá superaron los males y en ello continúan. Sin embargo, la reconversión de las mentalidades es una aspiración desde los primeros humanos y no será extraño que siga siendo una utopía.

 

Por y para el pueblo

¿Qué quiere decir eso? ¿Quién es el pueblo? ¿Alguien piensa en el pueblo? Ni es el pueblo el conjunto de derechos... sin deberes. Ni el reparto de enormes abundancias... ¿Quién reparte? Tampoco son iguales cada uno de sus componentes... ¿Cómo administrar la diversidad? En suma, ¿de qué hablamos cuando mentamos al sufrido pueblo?

El libro del profesor Nadin nos proyecta hacia la necesidad de una nueva convención ciudadana, que aborde las cuestiones nodales de la convivencia, las que notamos aceradas sobre nuestras propias carnes y sentimentales cerebros. Aunque parece que manejamos un tratado frío de antropología, sin llegar al abordaje radical de los asuntos perentorios.

Cabe la posibilidad, remota, eso sí, de que seamos más sensatos en el futuro. Si bien los antecedentes conocidos, la característica dispersión mental de los humanos y las dificultades añadidas no eliminan ni un ápice de la intranquilidad actual.

 

Sensatez por goteo

Unas gotas de sensatez no hacen daño, lo comprobamos cada día por experiencia directa; pero tampoco ningún beneficio significativo. Ni se notan, ante los devastadores aluviones de la corrupción voraz, esa expansión de la frivolidad pusilánime, la mediocridad rampante, la agresividad en aumento y la pasividad general a la hora de pensar en alguna corrección.

Si en el concepto de sensatez, como parece oportuno, incluimos el estar atentos, la preparación adecuada con el esfuerzo requerido para cada empeño, buen gusto, tenacidad, coherencia y solidaridad; entenderemos las carencias de este producto, no dan para otra cosa que un goteo lento e ineficaz.

A ver si tenemos que asumir el dictamen final, que abogue por el trabajo en compañía cercana con la insensatez, en espera de que surja el buen revulsivo por casualidad. Entonces sí que aumentarían los creyentes en los milagros; logrado esto, cualquier obstáculo será vencido. Admitiríamos apuestas sobre quién contaminaría a quién, la insensatez o el buen sentido, sometidos al azaroso recorrido por este mundo.

La reconversión de la estupidez en la sensatez es el reto del tiempo presente. Reto inmerso en la libertad general, que podrá ser asumido, ignorado y no pocas veces vilipendiado. Sin embargo, el reto no procede de cada personajillo, sino de la implantación general de los humanos sobre el planeta.

Termino con un enfoque poético sobre los roces con la estupidez; quizá sea posible encontrarles algún lenitivo, es posible que aún estemos a tiempo. Aunque, en cuestiones de tiempo, la sabiduría también escasea y la evolución del tiempo y sus significados sobrevuela sobre las ánimas menesterosas como las humanas.

En una enconada ecuación en la que están incluidos, los roces nos mantienen extraviados; aceptaremos de buen grado la sugerencia del libro, para el oportuno repaso:

Extraviados

¿Seremos estúpidos? Pero si...

Cerramos los ojos en momentos álgidos,
Callamos en discusiones relevantes,
Nuestros oídos eligen los sonidos,
Sólo tendemos la mano a los obsequios,
Silenciamos los gustos por disimulo.

¿Seremos estúpidos? Pero si...

Delegamos en papeletas de voto,
Aplaudíamos cada nueva sorpresa,
Sabíamos que todos somos iguales,
Confiábamos todo al progreso desnudo,
Leímos todas las historietas vanas.

En todo caso:

Nos crujen los huesos a través del tiempo,
Acumulamos varias penalidades,
Avasallaban las preguntas en serie,
Sin atisbo de las respuestas sencillas.
Y vueltos hacia el abismo inevitable,
Extraviados, seguimos tan ignorantes.