Sala de ensayo

Beowulf contra el dragón.
La monstruosidad subyacente en los héroes literarios de la modernidad: el caso de Macbeth, Fedra, Robinson Crusoe y Frankenstein

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Aspectos iniciales

La hipótesis, la premisa, que acá intentaremos resolver, consiste en que hay la existencia de un monstruo en las obras literarias —específicamente veremos algunas que comprenden desde el siglo XVI hasta el siglo XIX—, que condiciona el actuar del héroe. Para llevar a cabo un estudio analítico de dicha afirmación, es necesario aclarar que la figura del monstruo la veremos en tanto algo exterior —en el sentido de un ente fáctico— al héroe, y como algo interior, viéndolo como una situación más sicológica, una pugna consigo mismo.

El tema de la monstruosidad es algo que es transversal a cualquier marco histórico o estético, ya que trasciende en el tiempo, esto lo demostramos en variados ejemplos: el monstruo aparece en obras clásicas como en La Odisea, en los momentos donde salen Escila y Caribdis; también está presente en la literatura medieval, como por ejemplo en el Beowulf. Pero acá nos centraremos en las obras enmarcadas en la denominada Edad Moderna, que a su vez se subdividen en épocas estéticas diferentes: veremos obras de carácter manierista, clasicistas (francés e inglés) y por último románticas.

Para lograr lo dicho en un principio es menester tener un conocimiento acabado, por una parte del héroe, y por otra, del concepto de monstruo; es por eso que primeramente se desarrollarán dichos términos, pues es ineludible manejar esos conceptos para probar en las diferentes obras la premisa propuesta.

Finalmente, reafirmamos que lo que se pretende probar es que, en cada obra (Macbeth, Fedra, Robinson Crusoe y Frankenstein) existe un elemento monstruoso que afecta el desenvolvimiento del protagonista, ya sea por medio de una intervención directa o indirecta.

 

El concepto tradicional de héroe

Como se mencionó anteriormente, es necesario tener una clara comprensión de lo que se denomina “héroe”, ya que dicho concepto se diferencia del de Dios y hombres; es una categoría intermedia entre ambos y posee cualidades propias y fácilmente diferenciables. Es por eso que ahora veremos el concepto de héroe —a través de Joseph Campbell y Hugo Bauzá—, pero en el sentido tradicional, no se comprenderá una visión más moderna o actualizada.

En el libro El mito del héroe, de Bauzá, aparecen múltiples características del héroe, tanto en su naturaleza como en sus funciones/acciones. En primer lugar abordaremos la naturaleza del héroe para así dar pie a sus acciones. Los héroes, en su origen, eran los dioses caídos y también hombres excelsos que al morir eran divinizados. A pesar de esta ambivalencia, “no existe una explicación omniabarcante que nos aclare la naturaleza y el origen de los héroes” (Bauzá, 37). Es de esta manera que no se puede encasillar la naturaleza de un héroe, sólo se puede decir que posee una singularidad que lo diferencia de los humanos; asimismo, en sus acciones presenta elementos distintivos que logran la articulación del héroe.

El término héroe para Bauzá es aplicable a “determinados personajes singulares (...), se lo diviniza a causa de la nobleza de su proceder. Se aplica también a un conjunto preciso de muertos que en vida se han destacado a causa de su areté (excelencia, virtud)” (9-10). Es este último elemento algo característico del héroe, ya que por medio de su areté logra realizar hechos inimaginables; asimismo, posee una inteligencia superior, una morfología fuera de lo normal, debe sortear diversas pruebas y posee un fin generalmente violento, lo cual desemboca en su posterior “divinización”.

Junto con lo anterior, se puede afirmar que el héroe tiene funciones y una naturaleza que no es posible reducirlas a reglas generales, pero esto no quita que no tengan cualidades distintivas. En síntesis, el héroe es un elemento mediador (entre lo divino y lo humano, entre el orden y el desorden, entre otros) y su naturaleza es ambivalente ya que tiene aspectos sublimes, dignos de imitar, y otros destructivos, grotescos.

Viendo ahora lo que propone Campbell, podemos notar ciertos rasgos fundamentales en el héroe que, esencialmente, se centran en el viaje de éste para así adquirir una transformación espiritual que lo erija como ente diferente a los hombres. Campbell postula un viaje tanto físico como espiritual que parte desde la “separación” del héroe con los demás, y es en ese momento cuando acontece el cruce del umbral (lo que significa la imposibilidad de volver), luego llega la parte de la “iniciación”, que consiste en la superación de las pruebas impuestas al héroe y la obtención de la apoteosis, y así alcanza el equilibrio absoluto. En última instancia está el “regreso”, que consiste en el traspaso del umbral hacia su mundo; asimismo, logra un nuevo status que es el de “héroe cósmico”, logrando así la trascendencia. Todo esto desemboca como “último acto del héroe, su muerte o partida. Aquí se sintetiza todo el sentido de la vida” (Campbell, 316). Es en todos estos pasos que el héroe consigue distinguirse de los humanos y así logra llevar a cabo acciones singulares que lo reflejen como un ser digno de imitar.

 

El concepto del monstruo y monstruosidad

Ya visto el concepto de héroe, sólo nos falta abordar el de “monstruo” para así poder analizar las diferentes obras. En este caso utilizaremos el texto La era neobarroca, de Omar Calabrese; veremos también que el monstruo se aplica al héroe de forma exterior y de forma interior. Es imperante decir que la figura del monstruo siempre ha estado presente en toda la historia de la literatura, sólo debemos recordar algunos ejemplos: Ulises se enfrenta a varios monstruos (Polifemo, Circe, Escila y Caribdis, entre otros); también está presente en la actualidad, ya sea por películas, series o libros. En síntesis, podemos afirmar que la figura del monstruo está “rondando” siempre a los protagonistas, pero, ¿qué significa ser un monstruo?

Según Calabrese, la palabra monstruo tiene dos significados; el primero, “la espectacularidad, derivada del hecho de que el monstruo se muestra más allá de una norma. Segundo: la ‘misteriosidad’ causada por el hecho de que su existencia nos lleva a pensar en una admonición oculta de la naturaleza, que deberíamos adivinar” (107). Lo que se quiere decir es que el monstruo es a la vez enigmático y maravilloso. Esta sentencia se puede relacionar con la aparición de un monstruo interno y el otro externo; el primero está con lo misterioso y el segundo con la espectacularidad de su figura.

Otro elemento constitutivo del monstruo es su desmesura, su exceso, que lo lleva a erigirse como un ser fuera de toda norma, de toda medida, lo cual conlleva que generalmente esté considerado de forma negativa y pertenezca a la marginalidad. Junto a lo anterior, el monstruo tiene ciertos aspectos que lo corroboran como un ente negativo: es deforme, malo, feo y disfórico. Esto lo podemos corroborar con la siguiente cita: “Todo aquello que tenga relación con la monstruosidad denotará un cierto regusto de negativismo, algo demoníaco, el estado de caos por excelencia” (Planella, 55). Estos aspectos, al igual que la morfología heroica, no son cánones rígidos que afecten a todos los monstruos; son elementos generales que poseen varios, pero no todos.

Viendo ahora la noción de monstruo en Foucault, vemos que la monstruosidad es

Transgresión de los límites naturales, transgresión de las clasificaciones, transgresión del marco, transgresión de la ley como marco: en la monstruosidad, en efecto, se trata realmente de eso. Pero no creo que sea únicamente eso lo que constituye al monstruo. La infracción jurídica a la ley natural no basta para constituir la monstruosidad. Para que la haya es preciso que esa transgresión del límite natural, esa transgresión de la ley marco sea tal que se refiera a, o en todo caso ponga en entredicho, cierta prohibición de la ley civil, religiosa o divina, o que provoque cierta imposibilidad de aplicar esa ley civil, religiosa o divina (Foucault, 68-9).

En otras palabras, el monstruo rompe con las normas (no acepta las leyes) jurídicas y biológicas, lo cual lo sitúa como alguien “anormal” que se encuentra fuera de las categorías enmarcadas en las estructuras civiles.

Ya visto el concepto de monstruo según varios autores, podemos concluir diciendo que el monstruo es alguien/algo que está fuera de los cánones establecidos, que se caracteriza por tener cualidades negativas (feo, malo, deforme) y que se manifiesta de forma espectacular o de forma misteriosa.

Hemos analizado el concepto de héroe y de monstruo, y consiguiendo así un conocimiento acabado de dichos términos, podemos ver el rol del monstruo, ya sea interior o exterior, en diversas obras de la época moderna, para así corroborar que esta figura afecta en el actuar de los héroes y/o protagonistas logrando salir de su marginalidad para situarse en un lugar preponderante.

 

“Las tres brujas”, por H. C. Selous
“Las tres brujas”, por H. C. Selous.

El monstruo de Macbeth y la pugna interior por conseguir el honor

En la tragedia de Shakespeare, se aprecia que el personaje es corrompido por la ambición de querer ser rey. Mencionada corrupción es debida a factores tanto internos como externos, que los vincularemos con un monstruo interior y otro exterior. Al desarrollarse la obra vemos que, gracias a las intervenciones de dichos monstruos, Macbeth, el protagonista, sufre un fin trágico debido a sus acciones; es decir, el rol del monstruo en Macbeth es fundamental ya que éste influye en las acciones del héroe llevándolo a la degradación total.

Ahondando más en el tema del monstruo en sí, notamos que la monstruosidad interior corresponde a las mismas ansias, las ganas de Macbeth por ser rey; asimismo, este aspecto se aprecia cuando está en una constante pugna interna para poder discernir lo que es correcto o no. Esto lo vemos en el pasaje cuando el héroe duda si mata o no a Duncan: “El rey Duncan se halla aquí bajo doble salvaguarda; una es que soy su deudo y vasallo, dos razones en contra de mi intento; la otra es que está en mi casa como huésped, y yo, como anfitrión, más debería detener en la puerta a su asesino que tomar en mis manos el puñal” (Shakespeare, 98). Pero, a la larga, Macbeth escoge asesinarlo, pero no es sino gracias a la intervención del otro monstruo, el exterior, que se ve representado en la figura de su esposa, Lady Macbeth. Es su esposa la que lo insta a que acometa el crimen, y es más, a la hora de tomar las decisiones representa distintivos del monstruo (dichos por Calabrese): es mala ya que rompe las reglas de la lealtad, y fea, en el sentido de que siempre se muestra a través de la oscuridad, tiene un aspecto misterioso.

Siguiendo con el tema de la misteriosidad, podemos ver que esta obra se sitúa en el período (estético, artístico) denominado manierismo, o también como barroco. Es por esta razón que en la obra del inglés vemos como elemento transversal la oscuridad, el misterio, el espectáculo, la locura y el desvarío, todos elementos relacionados con el monstruo. Esto se ve reafirmado en el siguiente pasaje: “Lady Macbeth: ¡Fuera, mancha maldita! ¡Fuera, te digo! Una, dos. Ya es hora de hacerlo. El infierno es oscuro. ¿Qué es eso, señor? ¿Tiene miedo un soldado? ¿Y por qué vamos a temer que alguien lo sepa, si nadie podrá pedirle cuentas a nuestro poder? ¡Pero quién iba a decir que este viejo tenía tanta sangre dentro!” (Shakespeare, 192). Es en este sentido que vislumbramos todo lo monstruoso que encierra Macbeth y el rol determinante del monstruo en la obra, ya que a la larga el héroe termina sufriendo un final trágico, que es un elemento importante en el desarrollo de la morfología heroica, y todo esto gracias al monstruo interior y exterior que atacó a la figura del héroe, que resultó ser corrompido, logrando así generar terror y admiración.

 

Fedra, por Alexandre Cabanel
Fedra, por Alexandre Cabanel.

La monstruosidad latente de Fedra como eje de sus acciones

En el caso de Fedra la figura del monstruo es más bien interior, ya que a lo largo de la obra no hay muchos seres anormales que actúen, solamente aparece uno; es por eso que primeramente nos centraremos en éste. Cuando Hipólito es expulsado por Teseo, el joven es interceptado por una bestia marina enviada por Poseidón, el cual es enviado por el padre para consumar su venganza: “Entretanto, en el llano del líquido ponto se elevó a borbotones una montaña de agua; se acercó la ola, rompió y vomitó ante nosotros entre las espumas un monstruo furioso. Su ancha frente armada de temibles cuernos, su cuerpo cubierto de escama amarilla, cual toro indomable o dragón impetuoso curvada su grupa en repliegues tortuosos” (Racine, 308). Con la dicha cita evidenciamos que Racine tiene un concepto claro de monstruo y que su función no es meramente “estética”, ya que él cumple un rol trascendental porque es el que mata a Hipólito, el arquetipo, el modelo de la mesura, de lo “humanizado” y es el monstruo el que destruye ese modelo, lo cual significa que Fedra con su pasión desbordante quedó como único modelo.

Ya visto el monstruo exterior (la bestia marina) y su función en la obra, veremos lo que trasciende a lo largo de Fedra, que es el monstruo interior de Fedra. La monstruosidad de Fedra radica esencialmente en su actuar. La protagonista, intentando salvarse por la pretensión fallida de “conquistar” a Hipólito, deja a su nodriza que diga que fue éste el que trató de enamorarla, desatando así la furia del padre. Fedra se nos muestra de una forma misteriosa ya que nunca se muestra verdaderamente, en el sentido de exponer sus verdaderas intenciones; es por eso que su actuar se puede catalogar como monstruoso; asimismo, debemos recordar lo que expone Foucault, que afirma que el monstruo rompe las reglas, las normas biológicas y jurídicas, cosa que intentó hacer Fedra al querer estar con su hijastro y cometer también incesto.

Otro elemento que corrobora la monstruosidad interna de Fedra es su relación con la magia, ya que al utilizarla se transforma en un ser marginal, fuera de la norma; el uso de la magia se aprecia en el desenlace de la obra, cuando le dice a Teseo: “He ingerido, he hecho introducir en mis venas ardientes un veneno que a Atenas trajo Medea. Como la pócima llega al corazón, un frío fatal se apodera de él” (Racine, 312). Fedra, al mencionar a Medea, lo que está haciendo es asumir su condición de maga y, por lo tanto, de estar en una marginalidad constante, y la única salida es la muerte, debido a su inviabilidad para estar dentro de las normas. En síntesis, se puede decir que Fedra es un monstruo tanto interior como exterior y eso se demuestra por sus acciones pasionales y transgresoras, violando así las normas establecidas.

 

Robinson Crusoe, por A. F. Lydon
Robinson Crusoe, por A. F. Lydon.

Robinson Crusoe y la lucha racional contra la monstruosidad

El tema del monstruo en Robinson Crusoe quizás no sea tan notorio, ya que dicha obra está enmarcada en el contexto de la Ilustración, del Clasicismo, y por lo tanto es difícil notar lo monstruoso en dicha obra. Pero este elemento sí está en el libro de Defoe y tiene un rol importante en el desarrollo de la obra. El monstruo es exterior, se muestra al personaje y causa en el protagonista asombro, lo cual se asocia a la espectacularidad descrita por Calabrese.

El monstruo es la antítesis de Crusoe, o, en otras palabras, es la contraposición de la Ilustración, es la pugna entre razón e irracionalidad. Esto lo vemos ejemplificado cuando Crusoe se encuentra a un monstruo (león), “descubriendo en efecto un monstruoso animal: era un enorme león, echado sobre el declive de una altura. (...) De inmediato cargué las tres escopetas y, apuntándole detenidamente a la fiera, traté de hacer blanco en su cabeza (...) y le di en el blanco propuesto” (Defoe, 24). En la cita se aprecia que Crusoe se enfrenta a lo desconocido, tiene un enfrentamiento con la otredad y, al conseguir la victoria, reafirma lo que predomina en la época, que es la importancia de la Ilustración.

Siguiendo con el tema de la otredad y del monstruo, se puede mencionar que es plausible una relación entre el monstruo y los otros, entendiendo a éstos como la gente externa a Crusoe. Dicho de otras palabras, los piratas, los caníbales, y hasta los moros de Marruecos pueden ser considerados monstruos para el héroe, ya que todos éstos se le muestran de forma misteriosa o espectacular; asimismo, en la obra, todos éstos rompen con las normas impuestas, son seres marginales que rompen los esquemas establecidos.

Es en consecuencia que podemos decir que en Robinson Crusoe la monstruosidad es un elemento externo que afecta el actuar del héroe, ya que Crusoe se enfrenta de distintas formas, según las circunstancias. Un ejemplo es cuando crea un plan para atacar a los piratas ingleses, para así lograr alejarlos de su isla.

 

Robert de Niro en el papel de la criatura en “Frankenstein” (1994), de Kenneth Branagh
Robert de Niro en el papel de la criatura en Frankenstein (1994), de Kenneth Branagh.

El monstruo moderno por excelencia: Frankenstein o el moderno Prometeo

El tema de la monstruosidad, de la oscuridad, de la marginalidad y de la locura está presente a lo largo de toda la obra; son los elementos característicos que logran erigir la obra como un ícono de la monstruosidad. Podemos considerar esta obra como productora de monstruos, logra perdurar en el tiempo: “En los últimos años hemos asistido a la creación de universos fantásticos pululantes de monstruos. Cine, televisión, literatura, publicidad, música, nos están proporcionando una impresionante galería de ejemplares” (Calabrese, 106). Frankenstein es un universo pululante de monstruos, ya que no sólo está la bestia hecha con piel humana muerta, sino que también aparece en la obra otro monstruo que es el creador del primero: Víctor Frankenstein.

Como se mencionó anteriormente, en la novela existen dos monstruos; abordaremos en primera instancia el monstruo más “espectacular”, o sea, el creado por Frankenstein. Es menester describir la fisonomía del monstruo para que comprendamos por qué este ser es considerado una bestia, un “anormal”. Víctor lo describe con una “piel amarillenta (que) apenas cubría la obra de músculos y arterias que quedaba debajo; el cabello era negro, suelto y abundante; los dientes tenían la blancura de la perla; pero estos detalles no hacían sino contrastar espantosamente con unos ojos aguanosos que parecían casi del mismo color blancuzco que las cuencas que los alojaban, una piel apergaminada, y unos labios estirados y negros” (Shelley, 78), y también dice que “su estatura gigantesca, y la deformidad de su aspecto, más horrendo del que puede asumir un ser humano” (Shelley, 103). Es en este último aspecto que notamos que es un monstruo, ya que su creador le da la connotación de deforme (característica dada por Calabrese) y lo excluye de los humanos, por su “horripilación”.

Los rasgos fisiológicos y morfológicos dados del monstruo contrastan con sus acciones, ya que él a lo largo de la obra actúa de forma más racional que pasional; esto no quiere decir que no hizo daño, sino que sus acciones sólo fueron consecuencia del trato que le dieron, que a su vez fue por su aspecto deforme. Es esto lo que genera la marginalidad del monstruo y que se muestre de dos formas, en primer lugar como un espectáculo para Víctor y posteriormente para Walton, y en segundo lugar como misterioso, ya que la bestia vive en la naturaleza más inhóspita que existe, siempre alejado de la civilización; es por consiguiente que podemos afirmar que este ser sí rompe con las normas, tanto jurídicas como biológicas (elementos monstruosos según Foucault).

En síntesis, podemos decir que el gigante creado, el “ángel caído”, es considerado por sus rasgos fisiológicos un monstruo, asimismo por sus acciones, pero no se debe olvidar que sus actos fueron consecuencia del trato que le dieron los humanos; lo marginaron por su forma, así que se debe considerar al monstruo también como un ser con racionalidad, ya que a lo largo de la obra se muestra más “hombre” que su propio creador; esto lo evidenciamos en un encuentro entre ambos, cuando el monstruo le dice a Víctor: “¿Cómo podré conmoverte? ¿No hay súplica capaz de hacer que vuelvas una mirada favorable hacia tu criatura, que implora tu bondad y tu compasión?” (Shelley, 136), o también cuando el monstruo se vio a sí mismo y retrocedió del asombro y la repugnancia, sabía que era un monstruo. Es en consecuencia que podemos afirmar que el monstruo es un ser lleno de contradicciones, ya que muestra bondad y buenos sentimientos, pero a su vez refleja odio, venganza e ira.

Ya analizado el monstruo que se muestra de forma “evidente”, daremos pie al análisis del monstruo “oculto” de la obra, que es V. Frankenstein. Éste, a lo largo del relato, mostró un ferviente deseo por adquirir ciertos conocimientos, entre ellos el decisivo fue darle vida a la carne muerta, conocer el origen de la vida; Víctor tenía una “dedicación más intensa y estaba profundamente dominado por la sed del saber” (Shelley, 51). Esta sed de saber desembocó en la creación del monstruo que, paradojalmente, iba construyendo al mismo como un monstruo. Pero, para llevar a cabo dicha empresa, él tuvo que romper las normas jurídicas y las biológicas (la primera porque profanó tumbas para sacar cuerpos muertos y la segunda porque le dio vida a esos cuerpos, jugó con la vida y la muerte); esto lo vemos expresado cuando él declara: “Recogí huesos de los osarios y turbé con dedos profanadores los tremendos secretos del cuerpo humano” (Shelley, 75). Son estos acontecimientos los primigenios en la configuración del monstruo de Víctor.

Un segundo aspecto de la monstruosidad en Frankenstein es su desbordante ira y rabia contra su creación; éste actúa como si no fuese un humano, pierde los estribos y cae en una pasión que lo termina consumiendo. Esto lo vemos repetidas veces cuando hay una pugna, un choque o encuentro entre ambos:

Decidí esperarle para entablar con él un combate mortal. Al fin llegó; su expresión reflejaba una angustia infinita, no exenta de desprecio y malevolencia, mientras su espantosa fealdad le hacía casi insoportable a los ojos humanos. Pero apenas me di cuenta de esto: la rabia y el odio me habían privado de la voz. (...) Mi enojo no tenía límites; me abalancé sobre él, impulsado por todos los sentimientos que pueden encontrar a un ser contra la existencia de otro (Shelley, 134-5).

Un último aspecto de la monstruosidad en Frankenstein es la vinculación entre creador y creado, ya que ambos son interdependientes y la monstruosidad de uno es gracias al actuar del otro; en otras palabras, hay un traspaso de la monstruosidad, ésta se ve como un uno por la mezcla que hay entre los protagonistas. Esto se ve reflejado de forma evidente en dos momentos de la obra. El primero es cuando Víctor se culpa a sí mismo de la muerte de William, de Justine o de Clerval, a pesar de que el crimen lo haya hecho la bestia. En segundo lugar, la vinculación, el traspaso de la monstruosidad se ve reflejado cuando el monstruo le dice a Víctor: “Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo: ¡obedece!” (Shelley, 225). Y cuando le dice: “Mi dominio aún no ha concluido; vives, y mi poder es completo. Sígueme; voy en busca de los hielos eternos del norte, donde sentirás el suplicio de los fríos y de la helada, a los que yo soy insensible” (Shelley, 272-3). Lo que queremos decir es que ninguno existe sin el otro, ya que la monstruosidad se construye a través del otro; es por eso que cuando muere Víctor, la vida del monstruo carece de sentido, ya que ambos luchaban incesantemente para destruirse, pero, sin embargo, el aniquilamiento de uno significaba la destrucción del otro.

 

Consideraciones finales en torno a la figura del monstruo

A lo largo de este trabajo hemos intentado demostrar mediante ejemplos, definiciones y descripciones que la figura del monstruo, ya sea interior o exterior, sí condiciona el actuar del héroe y/o protagonista, y, es más, llega a influir de forma directa en el desarrollo y desenlace de la obra literaria. Asimismo, tratamos de dejar en claro que el elemento monstruoso, junto con sus características (como por ejemplo su espectacularidad, su misteriosidad y su marginalidad, entre otros), es algo que está a lo largo de toda la historia de la literatura, ya que está tanto en obras clásicas como en medievales y modernas.

Lo que queremos lograr es que el monstruo tome un valor importante en los análisis literarios, pues es algo trascendental en la articulación de las distintas obras. Esto quedó demostrado mediante el análisis de cada obra, ya que vimos que en Robinson Crusoe el monstruo sirve para reafirmar el marco artístico de la época: la Ilustración y el Clasicismo. Por otro lado, vimos que en Frankenstein tomó un grado más importante ya que es por medio del monstruo que la obra logra el final trágico, tan característico de los románticos, pues gracias a este elemento Víctor logra desenvolverse de múltiples formas hasta lograr un clímax que desemboca en la ruina máxima: todos sus cercanos han sido asesinados por su culpa.

En síntesis, podemos afirmar que el héroe, como elemento singular por su naturaleza y acciones, sí está afectado por el monstruo, y juntos logran articular una concepción de análisis literario especial que toma en cuenta elementos poco utilizados, como la monstruosidad subyacente en las diferentes obras, independientes de si están encasilladas en determinadas épocas, tanto históricas como estéticas.

 

Bibliografía

  • Bauzá, Hugo Francisco. El mito del héroe: morfología y semántica de la figura heroica. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1998.
  • Calabrese, Omar. La era neobarroca. Madrid: Cátedra, 1999.
  • Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito. México: Fondo de Cultura Económica, 1972.
  • Defoe, Daniel. Robinson Crusoe. Santiago: Zig-Zag, 1992.
  • Foucault, Michel. Los anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2007.
  • Planella, Jordi. Subjetividad, disidencia y discapacidad. Madrid: Fundación Once, 2006.
  • Racine, Jean. Andrómaca. Ifigenia. Fedra. Madrid: Gredos, 2003.
  • Shakespeare, William. Macbeth. Madrid: Gredos, 2005.
  • Shelley, Mary. Frankenstein o el moderno Prometeo. Madrid: Alianza, 2007.