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Humor agridulce: nota sobre el cine de Luis Estrada

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Luis Estrada

“la risa es satánica y por tanto profundamente humana”
(Charles Baudelaire: De la esencia de la risa...)

“¿Y tú qué dirías que quiere decir xingar?”
(Álvaro Enrigue: Muerte súbita)

Al tiempo que discurre en su rotundo ensayo El arte de la novela sobre el contenido semántico que personalmente le imprime a la palabra “cómico”, precisa Milan Kundera que los verdaderos genios de éste no son aquellos que nos hacen reír más, sino quienes, por encima de todo, provocan la risa a fin de develar una dimensión imperceptible de la realidad. La premisa apuntada por el novelista y ensayista checo, a mi parecer, nos arroja con tino a la tríada de filmes que componen el cine del director mexicano Luis Estrada hasta ahora, a saber, La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006) y El infierno (2010), piezas que exploran el sustrato social de la nación mexicana (acaso de toda Latinoamérica) y que se forjan sobre la base de una productiva combinatoria de humor cáustico y de varios mecanismos tanto en el nivel de la trama como de la expresión, que me propongo a revisar en esta nota.

 

Cayendo por la conejera

En semejanza con los personajes de las novelas de aprendizaje, los protagonistas de los filmes de Estrada aprenden que para sobrevivir en el mundo es menester llevar una vida deshonorable y corrompida. En los filmes del director mexicano, vemos un personaje nuclear pleno de bondad e idealismo que penetra un mundo hostil y caótico que, de seguido, modifica su conducta a cual más envilecido. Esto concluye, decididamente, con un personaje con sobrada calificación para transitar ese degenerado cosmos.

En La ley de Herodes, adaptación del cuento del mordaz escritor Jorge Ibargüengoitia, transcurre la presidencia de Miguel Alemán en México, cuando el fiel militante del PRI y trabajador de basurero Juan Vargas (Damián Alcázar), a guisa de embaucamiento, es escogido por el licenciado López (Pedro Armendáriz Jr.) para que sea el presidente municipal del inubicable y rural pueblo San Pedro de los Saguaros y se convierta en el estandarte del progreso y la justicia social, ya que el antiguo presidente municipal había sido decapitado por los pobladores por motivo de su desenfrenada corrupción, evento que, por supuesto, López le oculta a Vargas.

Animado por el brillante futuro en la política que cree tener ante sí, Vargas penetrará el pueblo con la convicción de transformarlo, pero al poco tiempo se va dando cabezazos con las bajezas que estructuran la forma de vida del lugar, cuyo único antípoda, con esto me refiero a los personajes centrales, es su secretario, un pueblerino trabajador y honrado. Entre otras cosas, Vargas descubrirá que no cuenta con presupuesto para llevar progreso y justicia social alguna a San Pedro de los Saguaros. En cambio, López le otorgará un revólver y las leyes de la nación que acaba de desempolvar de su biblioteca. Luego, éste le advertirá que debe aplicar la ley de Herodes ante cualquier reclamo que le hagan sus conciudadanos, esto es, “o te chingas o te jodes”. Por otra parte, muchos hombres del pueblo son asiduos visitantes del burdel de doña Lupe, una mujer mal encarada y pendenciera que intimida a Vargas. Como contrapunto de Lupe y rival político de Vargas está el doctor Morales, militante del PAN quien, como se revelará más adelante, abusa sexualmente de su criada. Por su parte, el gringo Robert Smith, socio de Vargas, es otro embaucador y oportunista, que hasta termina acostándose con la esposa de éste. Ni decir de la mencionada mujer, quien apoya las mentiras de su marido y en repetidas ocasiones lo atiza para que imponga la autoridad con mano de hierro. Para finalizar de una vez con esta enumeración de los personajes y sus vicios, reparemos en el padre del pueblo, un auténtico ejemplar de degradación moral, que mantiene negocios con doña Lupe, cobra elevadas cuotas por sus consejos de hombre de fe y es capaz de ventilar los secretos de las confesiones por dinero. Propongo detenernos en esta delirante conversación entre él y Vargas en relación con el soborno que doña Lupe debe pagar para mantener abierto su lupanar, fragmento paradigmático de tantos de los que abundan en este filme:

—¿Y tú ya te arreglaste con ella?

—¿Cómo?

—Sí, ¿ya se pusieron de acuerdo de cómo va a ser?

—¿Qué pasó, padre? Yo no soy de esos.

—No te hagas.

—Se lo juro, padre.

—No jures en vano. ¿Crees que soy un pastor que no conoce su rebaño?

Un mundo maravilloso, por su parte, nos lleva a conocer al alegre mendigo Juan Pérez (Damián Alcázar), quien debe adentrarse en una ciudad dominada por los dictámenes neoliberales, lo que terminará obligándolo a refugiarse en basureros y alcantarillas. La corrosiva transformación de este personaje se manifiesta en el segmento final, cuando vemos un plano de él junto a su esposa, su hijo y sus amigos, festejando la Nochebuena dentro de una cómoda casa de clase media, y la cámara se mueve en un travelling hacia atrás hasta mostrarnos a los verdaderos dueños de la residencia esparcidos sobre el césped, asesinados salvajemente, mientras que, como telón musical de fondo, se percibe el acompañamiento de What a Wonderful World, pieza musical popularizada por Louis Armstrong y una de las maravillas de la música de todos los tiempos.

Ahora, Benjamín García (Damián Alcázar), alias “El Benny”, personaje nuclear de El infierno, se despide de su mamá y su hermano antes de partir hacia Estados Unidos en busca de su sueño americano. Esta escena es de una singular belleza por su tinte bucólico, sostenido por uno de esos acordes mínimos de guitarra propio de un filme de cowboys. A continuación vemos que unos agentes de inmigración deportan al Benny a su país de origen. A partir de allí, a manera de anticipación, el protagonista transita el viaje de regreso a casa registrando un mundo que no está en conformidad con lo que conoció (es robado por asaltantes de la carretera, la policía lo requisa). Una vez en casa, su madre lo pondrá al tanto del asesinato de su hermano, otrora transformado en “El Diablo”, un narcotraficante de alta peligrosidad que nada tiene que ver con el pequeño hermano de su pasado.

El Benny encontrará trabajo en la precaria estación de gasolina que administra su padrino y se pondrá a buscar explicaciones sobre el asesinato de su hermano. Así, conocerá a su cuñada Lupe (Elizabeth Cervantes), mujer de burdel de la cual se enamorará y le permitirá conocer a su sobrino, el diablito. Igualmente, el Benny restablecerá su vieja amistad con “El Cochiloco” (Joaquín Cosío), un genuino matón sin escrúpulos, licencioso y dicharachero. Será este último quien lo socorrerá cuando su sobrino se meta en problemas con la policía, y lo presentará ante don José Reyes (Ernesto Gómez Cruz), el capo que controla la mayor parte de la zona, personaje que no por bufonesco es menos cruel, una verdadera emanación del mal puro, sólo igualado por su némesis, su hermano don Francisco.

Dicho todo esto, importa resaltar en este punto que el Benny entenderá que para hacer llevadero ese mundo, plagado de violencia, drogas y corrupción de los entes estatales, menester es ser un narco, a lo que debemos añadir la elevada escala de ganancias que tal negocio le dispensa. Acumulando estos hechos, es dable recordar a Lobo, personaje central de Trabajos del reino, de Yuri Herrera, referencia insoslayable en la novelística de narcos.

 

Crash, Boom, Bang

Hasta acá he rendido cuentas de cómo los filmes de Luis Estrada tienen como eje gravitacional un personaje central que gradualmente aprende que para no sucumbir en su entorno social debe transformarse en un rufián, un crápula, un pícaro, en fin, trastoca su ser para dar paso a un degradado moral. Paso ahora a describir otro procedimiento fundamental en el arte compositivo del director mexicano, último peldaño de su escalafón agridulce: la combinatoria clímax-corte-anticlímax que se produce hacia el final de cada una de estas obras.

En La ley de Herodes, enloquecido porque su mujer ha huido con Smith llevándose todo el dinero robado, Vargas asesinará a López y al asistente de éste cuando pretendan arrebatarle sus fraudulentas ganancias, para así huir porque la policía los persigue. Tras esto, el pueblo se levantará para linchar a su presidente municipal. Vargas entonces subirá a un poste eléctrico e implorará clemencia, pero justo en ese momento dos hombres descenderán de un vehículo y dispararán al aire. Seguido de un corte, la cámara recorrerá la trayectoria de una panorámica vertical y mostrará un plano de Vargas, pulcro y radiante, dirigiéndose, cual político experimentado, a sus pares de la Asamblea Nacional. Por su propia voz conoceremos que se encuentra en esa prestigiosa plaza gracias a que se tuvo que manchar las manos para detener el complot que López fraguó.

Como se ve, el corte que sigue al momento cuando Vargas va a ser linchado por la horda conlleva una elipsis temporal que omite la cadena de acciones que desembocan en el reconocimiento que éste recibe. Es obvio que esto no causa tanto una sorpresa como una negación de nuestras expectativas, pues esperamos que la justicia condene a Vargas por su corrupción, por el asesinato de doña Lupe y de Filemón, por sus actos sexuales vedados para un hombre de su magisterio, entre tantos delitos en los que había incurrido.

Por lo que respecta a Un mundo maravilloso, ya he anotado que Juan Pérez y sus acompañantes asesinan a la familia dueña de la casa donde se encuentran en chanza. Lo que cabe añadir es que este segmento es antecedido por un discurso del contrapunto del personaje principal, el ministro de Economía, durante su recepción del premio Nobel, en el que ventila su determinación en la eliminación de la pobreza y la cristalización final de esta meta. De manera que nuevamente el segmento posterior al corte nos deja descolocados, puesto que no esperamos que el siempre bien dispuesto Juan terminará cometiendo asesinato para poder vivir una vida decente, aunque sea por un día, como él bien lo expresa.

El infierno, debe acotarse, se nutre del mismo procedimiento, pero en él opera una variación que contrasta ligeramente con los dos filmes anteriores. En esta pieza, después de que el Benny acribilla a don José y el resto de quienes le acompañan durante la celebración de la independencia mexicana, pues ya está al tanto de que fueron los reyes quienes mataron a su hermano y, además, a Lupe como retaliación porque el Diablito delató el paradero del recién asesinado hijo de don José. Al corte sigue un plano de el Diablito arrodillado frente a la tumba de su tío. Seguidamente, vemos al joven alejarse en su camioneta y, tras otro corte, observamos al muchacho entrar disparando dentro de un almacén donde otros jóvenes narcos empaquetan la droga. La variación aquí tiene que ver, ya se habrá notado, con el traspaso del personaje medular de la obra a uno periférico.

 

Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa

Otros elementos compositivos de los tres filmes de este corpus, tan fundamentales como los ya referidos, son: a) la música, que, como he dejado constancia, está al servicio de la ironía cuando contrasta o potencia las imágenes (mambo durante las picardías de Vargas, What a wonderful world. Ante una brutal carnicería, una ranchera desgarrada mientras velan el cadáver del Cochiloco); b) un casting de primerísima que se repite casi íntegro en las tres piezas, lo que, al menos para mí, se concatena armoniosamente con el humor, puesto que pueden evocar sus roles anteriores. A fin de cuentas, por qué no pensar que esta reiteración va de la mano de esa visión fulminante del mundo: siempre es lo mismo en todos los lugares y en todos los tiempos, y c) unos intercambios conversacionales desternillantes hasta el delirio, y en los que se muestra una eficacia en términos de registro verbal. Estoy convencido de que estos usos del mexicanismo “chingar” y sus derivados son lo que Octavio Paz debe haber tenido en mente cuando estampaba su letra en su clásico ensayo El laberinto de la soledad.

 

Humor agridulce

Hay quienes piensan que el humor aminora la denuncia cruda o la mordaz carga semántica que conforma una obra de ficción. En lo que a mí concierne, me inclino por todo lo contrario: el humor contenido en una pieza artística puede hacer de este objeto un producto altamente inflamable, incendiario, filoso. Las coordenadas para entender este aserto las descubrió Sigmund Freud cuando, en El chiste y su relación con lo inconsciente, describe una dimensión pragmática del chiste que resulta relevante a esta disertación. Éste, nos advierte Freud, hace que una tercera parte, un oyente, se sume a nuestra causa ante la degradación a la que hemos sometido al objeto del chiste, o dicho con palabras de Julio Cortázar en sus Clases de literatura, Berkeley 1980: “La intención es casi siempre desacralizar, echar hacia abajo una cierta importancia que algo puede tener cierto prestigio, cierto pedestal”. De manera que no reímos solos ante nuestra acción hostil contra el objeto solemne, sino que otra persona nos acompaña cuando refuerza la humillación con su inevitable risa, ese gesto misterioso que, según sus estudiosos, no se relaciona tanto con la felicidad como con los actos crueles.

Es en ese tipo de humor hallado por Freud en el chiste donde considero que se debe incluir el cine del director mexicano Luis Estrada. Tres obras que, a todas luces, penetran el tejido social y lo exponen desnudo en su dimensión más impúdica. El humor en el cine de Estrada, queda claro, no se complace a sí mismo, sino que, decididamente, se echa a encuadrar las asperezas de sociedades que nos remiten a los contextos históricos-sociales de México. Su humor es un dispositivo que, con mucho, transparenta la realidad mejor de lo que un tratamiento serio lo haría. Pongamos por caso que don José tratara a sus matones de “asesinos” o “sicarios” en lugar de su patético “mis muchachitos”, sería evidente que el tratamiento humorístico e irónico que acomete Estrada pone de relieve la verdadera dimensión diabólica de sus guardaespaldas.

El tono agridulce del cine de Estrada provoca la sensación de arrastrarnos por una vorágine tenaz e incesante, por las razones ya expuestas en minucia a lo largo de esta nota. En fin, no importa que estas obras promuevan la risa incontrolable, y que nos dobleguen por mucha resistencia que pongamos, porque al final toparemos con esa desdichada realidad, siempre tan cruel e implacable, siempre tan repetitiva.