|
Edición Nº 55 21 de septiembre de 1998 |
No hace falta saber
a dónde vamos
Las sombras de las hojas tejen
el borde del camino
Somos viajeros sin meta
nos detenemos
en lugares donde la sed
nos detiene
Hacemos alto
a cualquier hora
La prisa es otra ilusión del tiempo
Multitud
Cuando alguien
pretende negar
el lado irracional del alma
me arrojo en una de tus calles
Desconocidos nos reciben
Sin hablar
en el abrazo de la multitud
se recobran principios
El paso se acomoda
a la luz de otros rostros
lentamente
a la guarida
se vuelve
Lied
Cálices reciben la lluvia
elevan las copas
fácilmente derribadas
por el viento
Con ansia toma
la arena el líquido
espumoso
El aire
extiende
un triste lied
es el brindis
por la miseria
de la tierra
La mujer de Lot
Vuelves atrás
intentas ver las cenizas
en tu huida
detienes el carro
desobedeces
el frío penetra
en tus huesos
la falta de aliento entra en tu cuerpo
en sal te conviertes
No pienses
que merecías
semejante castigo
Ciudad
Observa la ciudad
la osadía de los techos
construidos al azar
prestos a deslizarse
en el barro
y la muerte
Sin ningún temor
alzan los niños sus papagayos
sin vacilaciones
suben y bajan
miles
de escaleras
Desde arriba
la ciudad nos contempla
desde arriba
se decide la suerte
Arenas
Como atleta que compite
bajo la mirada complacida
de los dioses
en la arena apareces
En verdad
nada tengo que añadir a tu vida
Tu cuerpo reluce
con los perfumados bálsamos
dispuesto y hábil
conoces los secretos
de la lucha
Una distracción pasajera
puede perderte
es mejor ignorarla