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Cartas a Plinio (el Joven), XIX

martes 28 de febrero de 2017
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Senado romano
El senado romano: un grupo de viejos, corruptos en su inmensa mayoría, que colocaban a Roma, y a todos sus estamentos, bajo su jurisdicción para su propio goce. “Cicerón denuncia a Catilina”, obra de Cesare Maccari (1889)
Este artículo forma parte de la serie “Cartas a Plinio (el Joven)”, en la que el español Vicente Adelantado Soriano le escribe al tribuno romano sobre filosofía, historia y actualidad. Lee aquí la serie completa.

Y [me besaban y felicitaban] por haber liberado finalmente al Senado de la mala reputación que éste tenía entre los restantes estamentos, que lo acusaban de mostrarse severo contra todos los ciudadanos excepto contra los senadores, los únicos a los que no alcanzaba su rigor como consecuencia de que sus miembros, por así decirlo, se encubrían los unos a los otros.
Plinio, Cartas.

Ludovicus Plinio suo plurimam salutem dat. ¡Qué poco hemos cambiado en algunas cosas! A menudo, querido Plinio, leyendo tus cartas tengo la impresión o bien de estar y vivir en la Roma clásica, o de que tú eres un avezado periodista de estos tiempos que corren tan veloces que parecen congelados. No obstante, no se me escapa que también eres un tantico dado a la autoalabanza; sí, ya sé, la soledad del escritor, las dudas…; lo que quieras, pero dudo mucho que hubieras sido capaz, tú solo, y por el arte de tus solas palabras, por muy floridas o ponderadas que fueran, de enderezar a un senado que llevaba ab urbe condita, desde la fundación de la ciudad, siendo un grupo de viejos, corruptos en su inmensa mayoría, que colocaban a Roma, y a todos sus estamentos, bajo su jurisdicción para su propio goce, utilidad y provecho, sin importarles lo más mínimo el resto de los ciudadanos, como no fuera para someterlos y exprimirlos un poco más.

La comedia, el vodevil o la astracanada, ha llegado a tal nivel que es más peligroso contar chistes de mal gusto que robar todo el dinero destinado a colegios.  

Y aunque te parezca mentira algo similar sucede hoy en día. No me refiero, desde luego, a que aparezca un abogado como tú y redima al senado de su mala reputación, sino a que éste, como el de tu época, no quiere que nadie lo saque de la floreciente pocilga en la que hoza. No sé quién se inventó la figura del senador aforado, pero aquí se aforan todos, y el aforado, que no paga patente, se ha multiplicado por mil, se ha convertido en el senador corrupto e intocable, en el personaje contra el que nadie puede hacer nada porque lo defiende su aforamiento, su partido político, por el que ha robado para que otros puedan seguir robando, cuando no, como en el caso de las dictaduras, han violado, matado y hecho todo tipo de tropelías. Eso sí: cuando se les acaba el aforamiento exigen el indulto, la inmunidad, tan sólo por devolver aquello, dinero o poder, que nunca fue suyo y que nunca debieron haber tomado. ¿Y tú crees que un abogado, aunque domine el latín, va a enderezar esto? ¡Ah, querido Plinio! ¡Cómo se nota que en tu época no había periódicos ni televisiones, entre otras cosas!

Imagino que como literato que eres habrás leído La guerra de Yugurta, de Salustio. Y seguramente recordarás las quejas de Yugurta cuando se ve obligado a abandonar Roma: “¡Oh, ciudad venal que desaparecería al momento si llegara un comprador!”,1 dice. Él lo sabe muy bien, pues no en vano ha comprado a los senadores con oro, y los ha decantado siempre en favor suyo. Hoy se sigue aplicando la misma táctica. Pero en vez de hacerlo unos reyes con el senado y con monedas de oro, muy llamativas para las transacciones, lo hacen empresas con el gobierno, alcaldes, policías y senadores: a cambio de “mordidas”, de comisiones, de elevar los costes, así, unos obtienen las licencias de obra, y otros se enriquecen mediantes cheques, sobres o maletines, que luego se reparten entre todos al amor del fuego y de las bebidas espirituosas. Y aún hay algún caradura que sale diciendo que eso, al menos lo que hizo él, no será ético pero era legal. Y este tipo de gentuza es la que detenta el poder. Y a su lado se sientan otros que son peor que ellos. No, querido maestro, esto no hay abogado que lo corrija. Tal vez si se apareciera Herakles tendrían alguna posibilidad los establos de recuperar su policía y calidez. Pero Herakles, como Godot, no vendrá. Estamos solos.

En esta provincia romana, querido Plinio, estamos hasta la coronilla de la corrupción y de los corruptos. Roban y saquean a su placer, y cuando son cogidos in fraganti, recurren entonces a más y más corrupción. Pues por este corrupto sistema que tenemos, son los partidos políticos quienes escogen a los jueces que los han de juzgar. Algo así como si tú hubieras tenido que hacer de fiscal del emperador Trajano a quien tanto alababas.

La comedia, el vodevil o la astracanada, ha llegado a tal nivel que es más peligroso contar chistes de mal gusto que robar todo el dinero destinado a colegios. Como siempre, el delito tiene importancia según quien lo comete. O utilizando las viejas palabras de un sabio griego, que, sin duda, conocerás: la ley es una tela de araña, atrapa a los animales pequeños en tanto que los grandes se la llevan por delante. Aquí se ha visto entrar en prisión a un hombre por robar una bicicleta, pero no a otro por robar millones de euros. No hace falta que te diga quién es el mosquito y quién el elefante en la cacharrería.

Por si todo esto fuera poco, querido Plinio, y ahí también me hubiera gustado verte, esta semana hemos asistido a una trifulca, a una parodia de asesinato o de golpe de Estado, en uno de los partidos políticos más importantes de este tu país, el PSOE. No sé muy bien lo que ha pasado, pero parece que todo el lamentable espectáculo que se ha montado se ha debido a una feroz lucha por el poder entre amigos o compañeros. No ha habido sangre, eso ya no se lleva. Ha habido, desde luego, infinidad de chistes, de “gracias”, de fotos trucadas y de bromas: ya sabes que el español medio sólo deja de bostezar ante la picaresca o la burla del vecino. El resto es aburrimiento, abulia, apatía y molestias. Sólo el tábano de la mala leche es capaz de despertarle el ingenio y para aplicarlo donde no debiera.

No tendría más importancia todo esto, querido Plinio, si no fuera porque, otra vez, vamos a tener al partido que se ha corrompido hasta las cachas ocupando el poder. No es que los otros sean mejor que él, ni mucho menos; pero aliados con otros partidillos, que tampoco son sujetos como para tirar cohetes, tal vez, y digo tal vez, se hubiera podido regenerar esto un poquito. Quiero decir que quizás no hubieran pasado por aquí los ríos Alfeo y Peneo, los utilizados por Herakles en los establos del rey Augías, pero algunas gotitas de agua, o de que aquello gracias a lo cual se obtuvo lo que non olet,2 nos hubiera aliviado algo. No va a ser así; pero a cambio hemos asistido a una representación, no esperpéntica, sino vodevilesca, de una lucha por el poder siguiendo consignas, dicen, del dinero, del capital, del famoso Ibex XXXV, que no sé quién es. Como puedes ver como cronista soy un desastre.

Fue tu querido y añorado tío quien dijo aquella famosa frase de que no hay un libro tan malo que no contenga algo bueno. La frase se puede extrapolar a casi todas las situaciones de la vida. No hay ninguna, por mala y dramática que sea, que no tenga su punta de graciosa o chabacanería. Y a mí lo que más gracia me ha hecho todo esto ha sido, por una parte, una frase de un destacado miembro del PSOE. Dijo, en una entrevista, que si lo que estaba pasando en el seno de su partido era un golpe de Estado, éste parecía que había sido dado por un sargento chusquero. Creo que esta persona puso el dedo en la llaga. Aquí, en esta piel de toro, hasta las peores guerras civiles han sido llevadas y “dirigidas” por sargentos chusqueros, es decir por personas llenas de odio y de rencor. Afortunadamente parece que las lanzas bipotentes todavía siguen saciadas de sangre, o todavía no ha llegado la temporada de caza en toda regla. Los dioses lo sabrán.

En todas partes hay gente honrada, tal vez hasta en el Infierno cristiano, pero éstos son los que menos ruido hacen, los que menos poder tienen, y los que menos pueden.  

Ellos sabrán también por qué un elevado número de compatriotas siguen votando al partido que votan. Tal vez por aquello de vale más malo conocido que bueno por conocer. No estoy de acuerdo, desde luego. Pero no soy quién para darle consejos a nadie.

Todo esto que ha sucedido, querido Plinio, la corrupción que ha sido la semilla que ha llevado al descrédito de las instituciones, del senado, de la justicia, policía, de los partidos políticos, etc., nos va a costar largos años de trabajo para su recuperación, si es que se logra, cosa que dudo. Pues el problema que ha habido ha sido un problema de hybris, de desmesura. Hay que hacerlo todo sin demasía, con un poco de sentido común. Caso contrario se arriesga uno a que le pase lo mismo que a aquel salvaje vigilante de negros en un penal. Éste “gastaba negros como si fueran cacahuetes, los hacía trabajar hasta que caían muertos”. Así lo amonestaron: “Maldita sea, Anteojo, tal vez esos monos vienen de los árboles, pero no crecen en los árboles, maldita sea, y no hay que confundir el verde de los billetes con las hojas”.3

Y sí, en todas partes hay gente honrada, tal vez hasta en el Infierno cristiano, pero éstos son los que menos ruido hacen, los que menos poder tienen, y los que menos pueden. Y si es cierto que la corrupción, el bostezo ante un libro, y la risa ante la desgracia ajena los llevamos en el ADN, entonces está claro que nuestra salvación está en la ciencia, en un mundo mejor donde éste se pueda modificar y hacernos mejores, porque lo que es el buen cine, la filosofía y la buena literatura hasta han desaparecido ya de las aulas. ¿Qué poder va a tener un abogado, aunque sea un buen abogado como tú, contra todo esto, querido amigo? Perdóname pero creo que ninguno, aunque sepas latín. Vale.

Vicente Adelantado Soriano
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Notas

  1. O, urbem venalem et mature perituram, si emptorem invenerit. Salustio, Guerra de Yugurta, XXXV.
  2. El dinero obtenido de un impuesto sobre el orín humano por parte del emperador Vespasiano. El orín era muy apreciado en las lavanderías de la época. Como se quejara el hijo del emperador de dicho impuesto, Vespasiano, acercándose una bolsa de dinero a las narices dijo aquello de non olet.
  3. Peter Matthiessen, País de sombras. Editorial Seix Barral, Barcelona, 2010. Traducción del inglés de Javier Calvo, p. 784.
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