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Collins, el magnetismo y el nacimiento de la novela detectivesca

martes 20 de noviembre de 2018
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Wilkie Collins
Collins llegó a ser gozne entre el Romanticismo y la novela policíaca. Retrato de Wilkie Collins de 1880 por Rudolph Lehmann

Cuando Wilkie Collins murió el 23 de septiembre de 1889, Freud había abandonado ya la hipnosis aprendida del francés Charcot para dedicarse a una terapia directa basada en el habla desinhibida durante la vigilia. El doctor Charcot era uno de los representantes científicos de una práctica conocida como mesmerismo, magnetismo animal o sonambulismo artificial, que había fascinado al público desde hacía un siglo. El mismo Dickens fue un magnetizador convencido desde antes de tratarse con Collins.

El siglo diecinueve oscilaba así dramáticamente entre el Romanticismo fascinado por la muerte, los aparecidos, los trances del alma, y un positivismo que buscaba racionalizar dichos fenómenos a la medida de la ciencia.

El magnetismo animal había gozado de una fama desmedida que le otorgaba el poder de la llamada clarividencia, conocida en Centroeuropa y en Inglaterra en su forma francesa, clairvoyance. Los pacientes eran capaces de narrar situaciones o acciones relativas a una persona indicada por el magnetizador o de describir figuras humanas o paisajes desconocidos para ellos. El maestro detentador de esa extraña energía podía, además, magnetizar objetos, que iban a desempeñar un papel de atrezzo imaginativo en la mente del mesmerizado durante el experimento, el cual se convertía en goloso espectáculo de la media y alta sociedad durante las veladas de cierta etiqueta. Una especie de éter de origen animal se cernía sobre personas y elementos físicos para arrancar de ellos reacciones sorprendentes. También se destinaba, sin embargo, a la curación de patologías sobre todo nerviosas.

El siglo diecinueve oscilaba así dramáticamente entre el Romanticismo fascinado por la muerte, los aparecidos, los trances del alma, y un positivismo que buscaba racionalizar dichos fenómenos a la medida de la ciencia. Médicos, físicos y químicos asistían a esas sesiones con incredulidad y ojo crítico, deseosos a menudo de desenmascarar al farsante. Asimismo los abogados acudían interesados por las implicaciones delictivas que podían derivarse de esos estados inconscientes de los pacientes y su sumisión al magnetizador. Con un prurito algo más poético, los literatos buscaban publicar en los periódicos sus informes o forjar sus relatos fantásticos, articulados, sin embargo, de acuerdo con los últimos descubrimientos científicos.

En ese brumoso equilibrio de corrientes de pensamiento, Braid deshizo, en la década de 1840, parte del embrujo del magnetismo animal fijándolo como un sueño nervioso en que no actuaban efluvios exteriores de ningún tipo, y sin la menor capacidad clarividente. La inercia de la fascinación siguió dando pie, de todos modos, a las veladas referidas, y ejerció aún largo tiempo un influjo notable en los escritores. Poe publicó en 1845 “Los hechos en el caso del señor Valdemar”, en que el magnetismo conseguía retener la conciencia del paciente más allá de la muerte física.

Es poco conocida entre el gran público la implicación de Collins con este fenómeno paracientífico y no mucho se ha escrito sobre la influencia que pudo tener en su obra. El estrecho colaborador de Dickens ha ganado su puesto en la literatura por ser el primer formulador del género policíaco. Si bien Poe publicó antes cuatro cuentos que lo inauguran, es La piedra lunar (1868), del autor inglés, la primera obra que sistematiza sus características esenciales, como reconocieron T. S. Elliot y Borges.

El relato gótico y los hechos sobrenaturales son conspicuos representantes del Romanticismo. La novela policíaca, el paladín de una nueva época positivista, racional. Collins llegó a ser gozne entre ambos momentos. A principios de 1852, publicó en The Leader una serie de reportes traducibles como Veladas magnéticas en casa, en los que se proponía dar fe de sus vivencias como testigo ocular al escritor George Henry Lewes, entonces editor de la citada revista. La credulidad de Collins es visible. Con el paso de los años, este fenómeno aparece de nuevo en sus novelas, pero progresivamente tratado con mayor escepticismo, aunque parte de los elementos del mesmerismo se infiltran en la puesta en práctica de nuevos recursos literarios. En concreto, la presencia magnética se trasluce a menudo en La piedra lunar, impulsa la génesis de algunos de los rasgos más destacados del incipiente género y reaparece para desempeñar un papel clave.

En sus artículos de 1852, Collins narra los experimentos de un tal conde P., en los alrededores de Somersetshire. En petit comité, el conde, y anfitrión, magnetiza a una señorita francesa llamada V., dama de compañía de la condesa. La paciente refiere antes al escritor inglés y a otros dos invitados que las sesiones mesméricas le han devuelto la salud. El primer ensayo notable es la magnetización de un vaso de agua como si contuviera un veneno de efecto lo bastante retardado para dar marcha atrás a tiempo. Para eludir que los actuantes pudieran preparar y fingir el malestar físico específico producido por el mismo, sería uno pensado por Collins, quien lo escribiría en un papel, que sólo leería el magnetizador justo después de dormir a lady V. Eligió la estricnina. La palidez, la rigidez, los dolores crecientes de la mujer parecieron satisfacer lo suficiente a Collins, quien comprobaba más tarde a solas en un manual que los síntomas coincidían con ese tipo de envenenamiento.

El escritor estaba cada vez más convencido. Días más tarde, en una casa en la campiña y en una reunión más amplia, el conde P. mesmeriza a una joven sin experiencia, contra la incredulidad de muchos y el alboroto de ruidos imprevistos, niños, perros y parlanchines. La muchacha queda paralizada durante minutos con los brazos extendidos en un estado de beatitud, y semblante arrobado. Al iniciarse un segundo ensayo, el ambiente de la sala está calmado y silencioso. Collins parece describir una estampa pintada por su padre: “Se acumulaban tenues sombras en la habitación, contrastadas por un lado por el rojizo fuego de la chimenea, por otro por los últimos rayos del crepúsculo… la posición de los espectadores… la belleza y la variedad de las actitudes que habían adoptado accidentalmente los niños y las jóvenes, sentados, reclinados o agrupados… la natural armonía y el encanto en la formación de los distintos grupos hacían de la estancia un perfecto estudio para pintores”. De pronto, el caballero que el conde magnetiza se echa a reír. Su risa se va contagiando a los demás, con tal virulencia que surge la sospecha de que “algo va mal. Al momento se volvió terriblemente estridente y vehemente. Otro momento más y la risa dio lugar a histéricos chillidos penetrantes. Este era un efecto de la energía magnética que nadie había previsto y que asustó notablemente a las jóvenes damas, las cuales habían estado riendo de todo corazón un minuto antes”. El conde consigue enderezar la situación ordenando abrir ventanas y realizando algunos pases sobre el sujeto para calmarlo. La escena, como se verá, no es baladí.

Pero Collins reporta a continuación experiencias mesméricas de más alto grado, aquellas en que se testimonia la clarividencia. De nuevo en casa del conde P., llama la atención del escritor y sus compañeros un mango de madera en cuyo extremo está engastada una piedra de hulla o carbón de gas, a modo de espejo de mano. El conde había querido reproducir la antigua “piedra del deseo” del nigromántico de los tiempos de Isabel I, John Dee. A través de este mineral, magnetizado, de nuevo la señorita V. consigue adivinar, en trance, la identidad de la persona en quien piensa Collins y sus rasgos definitorios: su hermano (el endeble marido de la hija de Dickens). Tras otro experimento de clarividencia y otros de influjo mesmérico sobre los músculos, que pueden, por ejemplo, dar a una joven la fuerza de un sansón, Collins remata esta serie de artículos pidiendo respeto por el interés científico de personas escogidas, no por el burdo afán de la masa por el espectáculo.

Cuando Collins publicó La piedra lunar, en 1868, aún se libraba una batalla entre detractores y defensores del magnetismo.

Lewes le responde con otra publicación subsiguiente, que titula “La falacia de la clarividencia”. Establece más o menos lo mismo que ya había escrito Braid: un cierto estado de coma era incuestionable, pero no la capacidad de ver más allá de lo físico, que sólo podía derivarse de la intuición del magnetizado, ayudado por las señales que fuera dándole su magnetizador. Collins respondía con un artículo llamado “Lo increíble no siempre es imposible”, donde defendía la validez del experimento por él narrado porque, insistía, no se guio de ningún modo a la señorita V.

Un año más tarde, Collins acompañó al matrimonio Dickens en un tour continental. En Génova, los viajeros se encontraron con la antigua paciente de las terapias mesméricas del autor de Oliver Twist, Madame de la Rue, quien declinó renovarlas. La clarividencia aparece en alguna de sus siguientes obras, como En mares helados (1857), pero como elemento meramente literario. Y así vuelve a aflorar en sus novelas. El doctor John Elliotson, amigo de Dickens, intentó magnetizarlo en 1863 para curar sus tremendos dolores, al parecer de gota, pero Collins estaba ya más decidido a usar el opio. Elliotson había propugnado, precisamente, el magnetismo para la práctica de la cirugía indolora.

Cuando Collins publicó La piedra lunar, en 1868, aún se libraba una batalla entre detractores y defensores del magnetismo. El diamante no deja de tener un eco, aunque remoto, en aquel carbón de gas del que se enorgullecía el conde P. porque remedaba a la piedra del deseo del doctor Dee. Robado de un santuario hindú, ejerce desde el principio un influjo que va más allá de las vicisitudes físicas del mismo. Tres bramanes indios muestran especial celo por recuperarlo: su increíble destreza amenaza, incluso con la muerte, al coronel Herncastle, quien lo había robado, y a la familia Verinder, cuya primogénita lo hereda. Los extranjeros se sirven además de un muchacho: echan tinta en la palma de su mano, donde aquél ve, mediante el poder de la clarividencia (mencionada así varias veces en la novela), el imperceptible itinerario del detentador momentáneo de la joya, Franklin Blake, el primo de Miss Verinder que ejecuta la voluntad testamentaria del tío de ambos, Herncastle. Lo cierto es que este fenómeno es despreciado por varios personajes a lo largo de la novela. Y es una opinión que parece compartir Collins, quien crea un sugerente equilibrio entre el misterio y lo sobrenatural, por un lado, ostentado por el diamante y los bramanes, y el rigor de los datos tangibles, por el otro, ya sea a través del sargento Cuff o del abogado Bruff. En esa tensión, sin embargo, la medicina, desempeñando un papel crucial en la trama, vendrá a filtrar, como haces de luz en el laboratorio del detective, características supervivientes del antiguo magnetismo.

Durante el cumpleaños de Miss Verinder, la piedra lunar irradia desde su pecho un influjo notable. Betteredge, especie de mayordomo y primer narrador, relata cómo, durante la cena, los comensales se comportan con torpeza, estorbando el curso normal de la velada, discutiendo y empeñándose en naderías. Franklin Blake ofende al doctor Candy comparando la medicina, de cuyo papel posterior en la novela hablaré, con andar a tientas en la oscuridad. Es exactamente la misma expresión con que el conde P. había definido, si bien en un sentido más benevolente, el progresivo saber derivado del magnetismo. Betteredge concluye: la cena estuvo poseída por el demonio (o el Diamante). No es difícil encontrar concomitancias con la escena de la risa, acaecida en 1852, antes mencionada. Pero en este pasaje de La piedra lunar asistimos también a una de las primeras muestras del llamado espacio psicológico, aquel que envuelve a los personajes de un halo no directamente definible, inaprensible, pero que les afecta tanto o más que los elementos más perceptibles de la novela gótica. En la génesis del género detectivesco lo sobrenatural, representado por el diamante, da las últimas boqueadas, ya no es creído. Por lo tanto, se trasmuta en influjo de corte psíquico. Se produce así el cambio de época hacia el personalismo psicológico de la narrativa moderna, que sale de la mente del sujeto para teñir el entorno, como, por poner sólo un ejemplo, aquello que se llamó el “mundo poroso” de Cortázar.

Collins, el amigo y colaborador de Dickens, considera parte imborrable de su formación intelectual sus vivencias respecto de aquella doctrina.

Betteredge denomina, a la fascinación que le transmite el sargento Cuff, la fiebre del detective, sustituta en cierto modo del ansia de lo metafísico que atrajera al mismo Collins, que estaba ahora también bajo la influencia, como se sabe, de un detective real de Scotland Yard, el inspector Whicher (el modelo de Cuff). Sin embargo, cuando la trama de La piedra lunar y el impulso policíaco parecen agotados, es la medicina quien retoma el sonambulismo artificial, en una nueva forma, el láudano (al que el mismo Collins era ya adicto). Y lo hace de la mano de un personaje mestizo, enigmático, cautivador, Jennings, el asistente del doctor Candy, quien pone en juego sus innovadores saberes sobre frenología para ayudar a Franklin Blake en sus pesquisas. Jennings basa su ciencia en las obras de un fisiólogo también real, el ya mencionado Elliotson. Y es a través de él como se establece el vínculo entre el sonambulismo artificial del opio y el que produjera el mesmerismo. Cabe mencionar que Elliotson, en cierto modo como Jennings, sufrió ostracismo entre sus propios colegas y fue purgado de la universidad en 1838. A pesar del escepticismo y de las dificultades que presenta, el experimento de Jennings obtiene buenos resultados y tanto el doctor Bruff como el mismo sargento Cuff se pliegan a la esotérica evidencia, que viene a convertirse en clave de bóveda del misterio de la trama.

En definitiva, Collins, el amigo y colaborador de Dickens (quien, dos años después de La piedra lunar, deja a su muerte inacabada una obra sobre un magnetizador), considera parte imborrable de su formación intelectual sus vivencias respecto de aquella doctrina. No renuncia a ellas. Es tan positivista como el dandy mejor informado de Londres, pero mantiene vivo el rescoldo de la vieja llama gótica de las menguantes ilusiones de su siglo. Es así como germina este primerizo brote de la novela negra.

 

Bibliografía básica

  • Acroyd, Peter (2015). A brief life. Wilkie Collins. Nan. A. Talese (e-book).
  • Clarke, William M. (1989). The secret life of Wilkie Collins. W. H. Allen and Co. Londres.
  • McCorristine, Shane (2018). Spectral Arctic: a history of dreams and ghosts in polar exploration. UCL Press, University College London. Londres. Pp. 124-126.
  • Collins, Wilkie (2015). “Magnetic evenings at home”, en Idem (2015), Collected Memoirs, Letters and Literary Essays of Wilkie Collins. e-artnow (e-book).
    . (2018). The Moonstone. Random House. Londres.
  • Pearl, Sharrona (2006). “Dazed and abused: gender and mesmerism in Wilkie Collins”, en Willis, Martin, y Catherine Wynne, editores (2006). Victorian litterary mesmerism. Ámsterdam-Nueva York. Pp. 163 y ss.
  • Self, Meghan (2015).Opium and obsession: alternatives causalities of somnambulism”, en The Victorian, vol. 3, N. 1.
Daniel Buzón

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