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La casa de aprender en el oscuro

lunes 21 de septiembre de 2015
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Casa

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Leo unos poemas inéditos. Leo unos poemas recién sacados del horno de un concurso. Me estiro bajo el techo de un libro titulado La casa de aprender en el oscuro, original de Miguel Ángel Nieves, con el que resultó ganador en la III Bienal Nacional de Literatura “José Vicente Abreu” 2014 de San Fernando de Apure. Título extraño en cuanto a su construcción pero que alude a un espacio donde la voz que dice lo hace entre sombras o luces que enceguecen. Y así como leo me quedo en la orilla de uno de los aleros de la casa de la que habla su autor. Reposo un rato con los poemas frente a mí, en el brillo de la pantalla. Cierro los ojos e imagino el ambiente donde Nieves los escribió: me hago a la idea de que estoy en la casa donde respiró, durmió e imaginó el mundo que ahora se ha convertido en poemario.

El tema de la casa siempre ha estado presente en la poesía universal. La relación del poeta con la casa es muy estrecha, si se quiere visceral, porque la casa es un ser vivo. Poéticamente no es un objeto: es un personaje que si alberga a un poeta lo hace en soledad. O para que la soledad sea parte del momento de encontrarse con la poesía. La casa es el más cercano testigo.

La casa se maquilla, se remoza como si se tratara de una intervención quirúrgica, de una cirugía estética. La casa es mujer. La casa es la matriz de todas las cosas. Desde los comienzos del mundo el ser humano ha buscado un refugio. Las cuevas, las chozas, las espacios unifamiliares, los edificios de apartamentos, todos esos conjuntos son casas, albergues, escondites, ambientes que guardan secretos. Hay casas alegres. Las hay tristes, depresivas. Hay casas que enamoran y otras que espantan. Pero la casa, nuestra casa, la que nos ha visto vivir y morir, es el referente más próximo a la existencia. La casa entonces se convierte en poema porque también contiene un espíritu, es un espíritu, el alma de quienes la habitan.

 

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El título del libro me sugiere entrar a una casa en penumbras, un aposento que obtiene de la oscuridad la sabiduría que la gente aprehende de ella, porque barro, adobes, tejas, bahareque, cemento, cabilla, puertas y ventanas conforman un todo simbólico que se revela cada vez que entramos o salimos de ella. El poema se pronuncia con este de Miguel Ángel Nieves:

Una casa se hace de treguas y canciones.
No es la moraleja de un fugaz encuentro
Solo convivencia que se fragua en el misterio.

No obstante (convinimos con la sombra), se oyen instantes, el tiempo corre y se detiene a veces. El texto insinúa presencias, momentos o vacíos. La fugacidad advertida no se limita a un reloj de pared que expresa la pesadez de las horas: alguien respira el mismo aire de la casa.

Miguel Ángel Nieves escudriña en ese “misterio” y continúa:

Las casas son de las memorias que las guarda
—————-(manantial de espejos tintineantes)
—————-sembrada de algas volando atemporal.

Quien habita una casa forma parte de cada una de sus partes. Alguien se asirá de una ventana. O de un marco. Pero también de un beso, de una caricia, de un golpe, de una palabra. De alguien que está o estuvo en ella. Del silencio. El recuerdo, el tiempo vivido, se convierte en afán de confirmarla, de llevarla siempre presente, en reflejos, en horarios distantes. La casa, en consecuencia, está fuera del tiempo. Una casa jamás se olvida. Tampoco envejece, así se caiga. Toda casa es la continuación de la existencia que dejamos fuera de ella. Por eso siempre espera. Así no esté porque la llevamos en nuestro viaje vital a través de otras casas, de otros lugares. La casa es la memoria.

Más adelante el poeta de este libro nombra a alguien, lo hace referente de una historia, de un evento que ha dejado una huella en quien ahora se expresa así:

Es la casa de Pablo antes del estallido de los Geranios
————-Y la casa vecina se me ha venido rodando
——————Al otro lado de mi malestar.

Deja el autor la duda de qué “malestar” se trata. Dos personajes forman parte de una metáfora: “el estallido de los Geranios”. La casa sabrá explicar mejor lo que aquel habitante, quizá muy niño, no ha dejado claro en estos versos. La oscuridad es la constante, es el designio de esta poesía, ya que la casa es el poema y el poema habita en quien desde la sombra se guarece de sí mismo.

Este es el tejado donde asilo a mis dioses imperfectos:
Aquellos que conviven con la certidumbre que lo logro asir
——-Mientras el misterio sigue siendo en mí.

El autor, ese sujeto que habla desde la sombra, guarda distancia con la fe. O cierta fe. De allí la certeza de seguir compartiendo con el misterio en una casa donde se esconde. O emerge con la marca de esos “dioses imperfectos”.

Pero la estancia también tiene la tradición del cielo abierto. Nuestras casas, como casi todas las casas del mundo, tienen un lugar donde se cuela el sol y los astros. En ese espacio crece el “estallido de los geranios” o los ruidos que concluyen en el miedo al que siempre se retorna para sentirlo más lejos. El poema nos dirige:

Este es el patio al que siempre volvemos
Buscando un rescoldo que desprenda alguna luz
Que sobreviva en la sombra con temeridad.

Son muchos más los textos que se han arrimado al calor de este libro. Desde mi perspectiva creo que su edición —por ser obra ganadora de un premio— está asegurada. Entonces tendremos la ocasión de leer otras voces, de escuchar otras opiniones, de sentir pronunciar la casa desde otras bocas. De aprender de ella, de su luz y de su sombra.

Alberto Hernández
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