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John William PolidoriJ. W. Polidori, un escritor incomprendido

El mayor escarnio que se le puede hacer a un escritor es la burla y la ridiculización de su obra. Normalmente se puede criticarle comentando que es aburrido, pomposo, anticuado, o demasiado futurista, incluso que sus ideas, siendo brillantes, se ven torpemente realizadas por falta de habilidad, pero todo eso, aunque duela, no es nada comparable con la risa que lleguen a despertar sus obras, no siendo cómicas, en el lector, porque lo que si hiere, humilla y puede ser el desencadenante de verdaderas tragedias, es la burla, ser considerado un monigote más apto para la carcajada que no para la admiración; la burla es venenosa y muchos mueren envenenados por esta causa. Recordemos que para un escritor su obra es su vida, y si su obra es lapidada, el autor sucumbe con ella real o metafóricamente. Dicho en otras palabras, la existencia ha dejado de tener sentido para él.

Un claro ejemplo lo tenemos en el desdichado John William Polidori, cuya única fama se debe a que fuera el médico personal, y secretario, de Lord Byron en la primera etapa del viaje por Europa de éste último.

Que la fuerte personalidad de Byron le anuló totalmente en todos los sentidos, de eso no hay duda, aunque aniquilar sería el término exacto, un poeta famoso, guapo y libertino cuya vida era de escándalo continuo y sus poemas le conseguían esa gloria tan ambicionada... que el “pobre Polidori”, como le llamaba despectivamente George Gordon, y llena de piadosa conmiseración Mary Shelley, nunca consiguió para sí.

John William Polidori nació en Londres, siendo su padre un emigrante toscano, quien según parece consiguió hacer fortuna ya que su hijo estudió holgadamente la carrera de medicina, recibiendo el título a los 19 años; sin embargo, al jovencito lo que le atraía realmente era la literatura, y su encuentro con Lord Byron en marzo de 1816, podemos decir que constituyó el momento más decisivo de una corta existencia que sólo duraría 26 años.

A Byron de entrada le fue simpático —luego cambiaría de opinión—, de ahí el que le contratase, incluyendo en sus atribuciones el que Polidori llevase un diario de viaje por el que aparte recibiría 500 libras —tal vez su primera obra pagada—, según costumbre de una época en la cual los diarios resultaban cosa común por más que sus autores no fuesen literatos. De hecho el encargo hubiera carecido de trascendencia de no ser el patrón quien era, y podríamos decir que ahí comenzó el calvario del doctor Polidori.

Calvario un tanto particular, mezcla de admiración, masoquismo... y amor, por parte del desgraciado John William, cuya homosexualidad y sus crisis histéricas jamás han sido secreto que hayan silenciado los biógrafos más veraces.

Y como obras literarias y autores van concatenados de alguna forma, según ya comenté en uno de mis anteriores artículos, aquí nos encontramos con que la devoción perruna de Polidori, denominado también Polly Dolly por Byron, y su entrega masoquista, tortúrame pero no me alejes de ti, convirtiéndole en un trasunto de Renfield, el servidor incondicional del Drácula de Stoker, le trueca, por mor de una de esas curiosas afinidades que tanto hacen pensar a los estudiosos, en el “padre” de un mito literario de envergadura: El vampiro.

Este personaje nació cierta noche de tormenta a la orilla del lago Ginebra, en Villa Diodati, noche de relámpagos y truenos que alumbrara a dos monstruos semihumanos, surgido al conjuro de una idea oscura y verdaderamente malévola expuesta por el propio Byron más como el que arroja el guante que no como el que hace un simple comentario.

Con el poeta estaban Shelley, su compañera Mary y Polidori. Byron no llegó a desarrollar la idea pues todo se le fue en apuntes y Shelley escribiría Los asesinos, obra que pasó sin pena ni gloria, pero Mary y “el pobre Polidori”, sí. No obstante Frankenstein ha tenido mucho más éxito posteriormente que El vampiro, ya que al menos, nadie en su momento dudó de la autoría de Mary, siendo por ello, como era lógico, muy criticada ya que era una mujer quien había escrito semejantes horrores, mas por lo que respecta a John William Polidori ni siquiera eso tuvo, al serle atribuido el mérito a su patrón, pese a que éste lo negara repetidamente.

Podríamos afirmar que El vampiro es la obra cumbre de Polidori y ello por más de un motivo, el primero que Byron fue su modelo y el segundo que el insignificante y olvidado médico-secretario creó un prototipo universal que ha tenido mucha descendencia y en el que indudablemente Bram Stoker se debió inspirar: aristócrata seductor y malvado que necesita vivir eternamente gracias a la sangre de sus víctimas.

El vampiro se llamaba Lord Ruthven y el nombre se le había ocurrido a Lady Carolina Lamb, escritora ocasional y despechada amante de Byron; lo que no deja de resultar significativo es que fuese un despreciado John William quien recogiera ese nombre para su demoníaco personaje.

Las únicas menciones que obtuvo El vampiro, y que lo vinculan directamente con Polidori aunque de manera tardía, son las de que, a través del siniestro protagonista, su autor quiso tomar venganza de Lord Byron, para muestra, vaya este retrato moral del vampiro:

“Su compañero era muy desprendido: el holgazán, el ocioso y el pordiosero recibían de su mano más de lo necesario para aliviar sus perentorias necesidades. Pero Aubrey observó asimismo que Lord Ruthven nunca aliviaba el infortunio de los virtuosos, reducidos a la indigencia por la mala suerte, a los cuales despedía sin contemplaciones y aun con burlas. Empero cuando alguien acudía a él no para remediar sus necesidades, sino para poder hundirse en la lujuria o en las más inmensas depravaciones, Lord Ruthven jamás negaba su ayuda”.

Inocentemente, o quizás no tanto, Polidori, interviene en el relato bajo el nombre de Aubrey, convertido para la eternidad literaria en compañero de viaje del malvado en un inconfesado anhelo de no separarse de él jamás.

Pero ésta no es la idea original del presente trabajo. Al comenzar hablábamos de burla y burla hubo en el menosprecio con el que Byron trató a Polidori, riéndose de él como persona ya que lo encontraba ridículo en sus arrebatos, y burlándose de cuanto escribía, por considerarlo inferior a él intelectualmente y su torpe émulo. Lo que entre unas cosas y otras llevó a John William a un intento frustrado de suicidio.

El mal, sin embargo, ya estaba hecho, y aun cuando se separasen, la sombra byroniana no dejó de planear sobre el infeliz hasta el final de su existencia; nadie le tomaba en serio y sus obras, novela, piezas de teatro, como si estuvieran contaminadas por un juicio demasiado corrosivo, naufragaron lamentablemente, hasta el punto de que incluso su propia familia dejó inéditas varias de ellas a su muerte, enterrándole por segunda vez.

(Ahora bien, cabe reseñar que gracias al diario de Polidori podemos saber muchas más cosas de Byron y sus amigos de Villa Diodati, un día a día que sin su testimonio se hubiera ignorado para siempre, pero, otro cargo que añadir en su contra, fue precisamente ese diario, sobre vidas ajenas, lo que le otorgó una notoriedad que alcanza nuestra época pues siempre se le recordará más como al amanuense de Byron que no como un autor propiamente dicho).

John William Polidori se suicidó con ácido prúsico el 27 de agosto de 1821 en su Londres natal, y desde entonces hasta la fecha, su patética y romántica figura de escritor malogrado, a semejanza de un alma en pena, no deja de aparecer en las brillantes biografías de Byron, Shelley y Mary, como un lamentable y risible histrión sin derecho a que se le reconozca tan siquiera la paternidad de un prototipo vampírico, antepasado de cuantos han venido después, que incluso, por atribuir, se le ha atribuido a Bram Stoker.

¡Triste destino el de John William Polidori!