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Entre los bastidores de las letras (II)
Una reflexión y más correctores hispanoamericanos

viernes 27 de octubre de 2017
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Cinco correctores hispanoamericanos
La uruguaya María del Carmen Collazo, el español Xosé Castro Roig, la argentina Nuria Gómez Belart, el venezolano Rafael Pérez Mayz y la colombiana Nesly Bello.

¿Qué otra cosa podía hacer un joven de mi edad
a quien lo único que le interesaba era leer libros todo el día?
Pensé: corrigiendo textos, podría leer cuanto quisiera,
y leyendo, aprendería a corregir mejor.

Eloy Urroz, La mujer del novelista (Alfaguara, 2014)

Una profesión que persiste

El potencial de corregir es un rasgo común en los seres humanos, tan llenos de defectos como estamos, por medio del cual buscamos mejorar en todo ámbito de la vida cotidiana. Así como corregimos textos con marcas sobre el papel, también corregimos la vista con anteojos, corregimos la situación monetaria con leyes y decretos; hasta se levantan correccionales para rehabilitar a los reos y reintegrarlos a la sociedad.

¿Qué nos mueve a corregir? Al hablar de la profesión, la pasión por la lectura y un notable respeto por el lenguaje son generalmente las fuerzas que nos han llevado a convertirnos en correctores de manera “oficial”, pese a que, a la fecha, no existe ni en mi país natal ni en la región un colegio nacional o un gremio exclusivo de correctores que certifique como tal a sus miembros.

El corrector se convierte en una figura incómoda por recordar constantemente una verdad harto conocida: nadie se percata de las fallas que contienen los textos propios si no se hace un esfuerzo por “desligarse”.

La corrección, más allá de su connotación de “acción y efecto de corregir”, es un oficio —o un arte, dependiendo del afán con que se lo aborde— que llega a generar una considerable aprensión por parte de quienes hacen uso de la palabra escrita. Al respecto, hagamos el ejercicio mental de ponernos en su lugar por un momento: a nadie le agrada que lo corrijan, ni siquiera a nosotros mismos, pues abrirse a la posibilidad de ser corregido parece equivaler a una confesión, una admisión de culpa: “Me equivoqué al escribir”.

Por consiguiente, es entendible que la respuesta de un autor sea como mínimo una cierta aversión ante la necesidad de pulir sus narraciones, artículos o trabajos académicos sometiendo sus borradores al examen minucioso de quien se dedica a cazar errores y proponer sus correspondientes soluciones. De allí las reacciones de animosidad que nos son tan familiares en este medio, sin importar con cuánta humildad nos acerquemos a los textos en cuestión.

Desde el momento de asumir un cargo en una editorial, redacción o como freelance, el corrector se convierte en una figura incómoda por recordar constantemente una verdad harto conocida: nadie se percata de las fallas que contienen los textos propios si no se hace un esfuerzo por “desligarse”, o sea, separarse de su papel de creador para ocupar el lugar del lector.

Entonces, podría decirse que es la necesidad de revisar concienzudamente las obras antes de ser publicadas, provistos de ojos inmunes a “la ceguera de escritor”, lo que justifica la existencia del corrector en el campo editorial, cuya función quedaría definida preliminarmente como sigue: asesorar sin reserva respecto a los obstáculos lingüísticos o gráficos que dificultan la comprensión de un escrito.

Por experiencia propia, la corrección implica leer e interpretar, a fin de comparar con destreza palabras, líneas y párrafos para encontrar aquello que diferencia lo “bien” escrito de lo “mal” escrito (las ideas bien planteadas y las que no lo son). Ese proceso puede compararse con lo que sucede cuando alguien se topa con una sección descascarada en una pared cuidadosamente trabajada; la propia anomalía, que resalta como una luz que se cuela en una cámara oscura, hace surgir las más variadas ideas para repararla: el color adecuado de pintura, el instrumento apropiado, el mejor método para aplicar la sustancia…

En este punto vale hacerse otra interrogante: ¿cómo se forma un corrector, sea de pruebas o de estilo? Una vez más, resulta indudable que todos lo somos en alguna medida. Aunque nuestra intervención en un escrito sea fortuita o provenga de un encargo, el hecho de manejar un sistema lingüístico nos da la capacidad de notar los inconvenientes que entorpecen la comprensión de lo leído o escuchado, ya sea porque resquebrajan la estructura de las palabras, enredan las oraciones u oscurecen la trama discursiva.

Incluso, existen funciones (llamadas “Ortografía y gramática” o “Revisar texto” en algunos programas informáticos) diseñadas para hallar, con distintos grados de éxito, errores de morfología, ortografía o sintaxis, las cuales brindan la sensación de que no se necesita ninguna tediosa inspección posterior para lograr un escrito de calidad.

Sin embargo, el componente esencial de la corrección resulta ser la voluntad humana, ese intangible que lleva a esforzarnos constantemente para conservar aquellos patrones funcionales que no sólo atañen al producto final, sino también mueven a perfeccionar la manera en que se trabaja. El inconveniente —¿otro más?— está en realizar las correcciones mismas, pues todo problema requiere pericia y capacidad para encontrar salidas satisfactorias. Después de todo, cualquiera podría preciarse de su destreza con el lápiz rojo, pero sólo los correctores genuinos no vacilan en preguntarse sin cesar: “Y aquí, ¿qué habrá querido decir el autor?”.

Tómense como ejemplo estas líneas, reelaboradas día tras día para poder percibir en cada oportunidad las pifias discursivas, los errores ortográficos y las ambigüedades sintácticas; aun así, fueron luego sometidas a la revisión de lectores y correctores amigos, quienes contribuyeron a detectar los problemas que no saltaban a la vista en las diferentes versiones del borrador. Semejante responsabilidad no debía dejársele a una máquina.

El recelo que esta profesión provoca debe haber causado, sin duda, ese declive con el que me encontré al ingresar al mundo de los correctores a mediados de la primera década de 2000. “Cerraron el departamento de corrección en tal periódico”, escuchaba por un lado; “en la discusión del próximo contrato colectivo no nos toman en cuenta”, se oía por otro. El oficio parecía condenado a extinguirse en campos como la comunicación social, superado por otros cargos editoriales que absorberían sin inconveniente aparente sus responsabilidades.

Empero, nos dirigimos con la frente en alto a otra década de existencia. En el trayecto, sin importar cuánta risa o llanto provoquen los traspiés con que nos topemos sobre una página en nuestro quehacer diario, una certeza se impone una y otra vez: siempre será mayor el afán de los correctores por que quede solamente, como pasado por un fino tamiz de palabras, aquello que el creador del texto quiso expresar.

 

¿Cuáles han sido sus pasos en el campo literario o editorial? ¿Quiénes le dieron el empujón final para entrar de lleno en ese mundo donde los “buenos sentimientos” no producen el mejor resultado —si nos atenemos a André Gide—?

María del Carmen Collazo: No hace mucho tiempo que comencé en esta profesión. Estudié Lingüística en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Fhuce) de la UdelaR. Anteriormente trabajaba en una agencia de publicidad en la que, de forma amateur, corregía los textos publicitarios.

En 2008 se creó en la Fhuce una nueva carrera técnica, la Tecnicatura Uruguaya en Corrección de Estilo (Tuce), a impulso de un conjunto de correctores de oficio y del decano de la facultad, que vieron en esta carrera la oportunidad de una rápida salida laboral para quienes estaban en el ámbito de la lengua. En este caso, los buenos sentimientos produjeron un buen resultado. Actualmente, la carrera cuenta con el mayor número de egresados de la Fhuce y con una matriculación que se ha incrementado exponencialmente en estos nueve años.

Xosé Castro Roig: Entré hace muchos años en el mundo de la corrección a través de la traducción. Empecé —y sigo— corrigiendo traducciones. En el proceso, además, he aprendido mucho sobre traducción también, al verme reconocido en los errores y aciertos de mis colegas. No me dedico a la traducción editorial porque creo que no está pagada en proporción al esfuerzo y la dedicación. Por esa razón, tengo un profundo respeto por mis colegas traductores literarios.

Yo tengo dos libros publicados: el primero, Inculteces, fue fruto de una sección que tenía en un programa de Radio Nacional de España, en la que hablaba de errores humorísticos del lenguaje; el segundo, Palabras mayores: 199 recetas infalibles para expresarse bien, fue una oferta de la editorial Larousse a nuestro grupo, Palabras Mayores, con el que nos dedicamos a la divulgación lingüística.

Nuria Gómez Belart: Hice la carrera de corrección literaria cuando era un título de grado equivalente al de un licenciado. Mi primera mentora fue Mirta Meyer, esposa del escritor Carlos Gardini. Ella me enseñó todo lo que sé sobre edición y me abrió las puertas de sus cátedras para que trabajáramos a la par según ella decía.

Cuando falleció Mirta, empecé a trabajar con Beatriz Curia, quien me enseñó las bases de las ediciones críticas y me preparó para trabajar en el campo de la ecdótica. Paralelamente, mientras cursaba el doctorado, Alicia Zorrilla me tendió su mano y di los primeros cursos en Litterae, donde trabajo como profesora desde entonces.

Rafael Pérez Mayz: En un periódico mercantil fue donde debuté como corrector, después de una prueba de corrección. El encargado del diario, luego de dos años de trabajo, decidió recomendarme al jefe de corrección de El Nuevo País. Los diarios mercantiles no son lo más recomendable para aprender a corregir, pero, paradójicamente, el jefe de taller decidió que yo tenía que trabajar en un sitio con más nivel; podría decirse que fue aquel caballero quien rigió mi destino como corrector. Luego de dos años en El Nuevo País, di el salto hacia el Olimpo de los correctores: el diario El Universal.

Nesly Bello: Desde el colegio, sentí fascinación por el español. Era la asignatura que más me gustaba y en la que mejor me iba. Luego, cuando entré en la universidad, con el ánimo de profundizar en el arte de la escritura, estudié Comunicación Social y Periodismo. Al comienzo del programa, tuve la fortuna de ver un módulo muy completo donde me adentré en los vericuetos de la ortografía, la gramática y la redacción. Pero no fue sino hasta el tercer semestre cuando conocí a quien sería mi mentor, la persona que me introduciría en el oficio de la corrección. Aprovecho para hacerle un tributo a Hernán Toro, profesor de escritura de la Universidad del Valle. Él vio habilidades y aptitudes en mí que yo desconocía que tenía y fue quien, sin yo tener idea de cómo corregir, me dio mi primer trabajo. “Si escribes bien, vas a poder corregir esto”. Y de eso han pasado ya siete años, durante los cuales empecé otro programa universitario (Licenciatura en Lenguas Extranjeras); realicé un curso de corrección profesional con Cálamo & Cran, de España; me vinculé a la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo y, en general, he trabajado como correctora de estilo de planta y freelance en diversos proyectos editoriales y publicitarios.

 

¿Cómo definiría la corrección profesional: un oficio, una profesión, un arte…? En Diario de un mal año, de J. M. Coetzee, el señor C. se pregunta quién juzga lo que suena o no suena bien luego de haber jugueteado con una frase en una jornada de trabajo literario; ¿“el quid de la corrección” se encuentra en esa sentencia a la que se refiere el autor surafricano?

La corrección es un oficio al principio; luego, dependiendo de tu convicción, se convertirá en una profesión. El corrector que no se considere profesional es porque siempre fue un cazagazapos.

MCC: La corrección involucra las tres características. Es un oficio porque algunos viven de ella; es una profesión porque se interviene en la edición de una obra en varias instancias: entre la creación y la composición, luego entre la composición y la compaginación, y esta tarea requiere sólidos conocimientos lingüísticos, gramaticales, ortográficos y ortotipográficos; por último, es un arte porque el corrector debe tener el tacto y la prudencia necesarios para intervenir en un texto cuya autoría le es ajena. Lo fundamental no es juzgar si suena bien o no, sino que el mensaje llegue al destinatario de la forma más eficaz posible.

XCR: Yo creo que hay que desterrar de nuestro vocabulario los tintes románticos que suelen asignársele a ciertas profesiones vinculadas a las humanidades. Si bien es cierto que la corrección tiene algo de oficio, de maña y de arte, es una profesión como otra cualquiera. Somos profesionales que trabajamos con máquinas, equipos, documentación, fuentes de referencia, herramientas informáticas… y cultura. A la hora de divulgar la importancia de nuestro papel en la sociedad, creo que debemos dejar muy claro que esto no es una mera afición, una dedicación, un trabajito que alguien hacer para complementar su verdadera profesión ni nada parecido, pues contribuye a minusvalorar el trabajo que llevamos a cabo.

NGB: Para mí, la corrección es arte, ciencia y oficio. El trabajo de un corrector implica embellecer el texto —al menos, eso indica su etimología—, pero también implica alcanzar el mayor grado de legibilidad. Para eso, es fundamental tener conocimientos de lingüística que justifiquen las decisiones que el corrector toma cuando modifica el texto.

RPM: La corrección es un oficio al principio; luego, dependiendo de tu convicción, se convertirá en una profesión. El corrector que no se considere profesional es porque siempre fue un cazagazapos. En cuanto a la corrección como arte, sólo se logra cuando te atreves a modificar los textos de una forma tal que ni siquiera su autor se atreve a cambiarlo. La corrección como arte sólo se logra cuando las herramientas que manejas te ayudan a entender al escritor; de lo contrario, seguirá siendo tu oficio. Sólo el lector juzga lo que suena bien o no en un texto literario.

NB: ¡Vaya pregunta! Si me lo permiten, diría que la corrección encaja en las tres categorías. Es un oficio porque, a través de la práctica constante, el corrector se forma, adquiere destreza, construye su propio criterio y aprende a diferenciar las cosas que están mal de aquellas que forman parte del estilo propio del autor.

También es una profesión porque, como lo dice la misma palabra, un corrector de estilo es un profesional del idioma. Al decir esto, erróneamente se cree que si no se es del mundo de las letras (dígase comunicador social, literato, filólogo o lingüista) no se puede llegar a ser un buen corrector, y esto es totalmente falso, pues nada más pensemos en los ingenieros, científicos y filósofos, entre otros, que se dedican a esta labor. Estos últimos cuentan con una ventaja: por la formación que tienen, están en condiciones de ofrecer una corrección especializada, pero nada de esto vale si no conocen la lengua. Es así como los cursos, diplomados, talleres y encuentros que se organizan en torno a la corrección en español adquieren valía y diferencian a los que realmente son correctores de aquellos que se hacen llamar como tal. La clave está en actualizarse constantemente, interesarse por aprender de las experiencias de otros y sentir curiosidad por conocer nuevas cosas del idioma.

Finalmente, la corrección es un arte porque muchas de las decisiones que se toman se basan en el propio criterio y, en ese sentido, hay que “hilar fino”. No cualquiera tiene el tacto y la sensibilidad necesarios para mejorar los textos sin alterar las ideas.

 

¿Cuál es su metodología de trabajo? ¿Qué trucos o atajos forman parte de su rutina?

MCC: Lo más importante es la disciplina y saber que hay momentos en que se debe tomar distancia del texto para reflexionar sobre nuestras decisiones al intervenirlo. Si el tiempo de entrega no apremia, un descanso de diez minutos cada dos horas de estar frente al ordenador ayuda a despejar la mente y la vista.

XCR: Es una pregunta muy amplia, pero en el caso de la corrección, procura documentarme sobre el tema antes de emprender el trabajo —o mientras lo hago, la mayoría de las veces—. En cualquier caso, cuento con una buena biblioteca, una red de recursos documentales, fuentes orales y grupos de consulta a expertos, tanto en la materia tratada como en cuestiones de lengua, estilo y ortotipografía.

Además, empleo todas las herramientas informáticas que tengo a mi disposición, desde pequeños programas hasta uso avanzado de los que tengo (anotaciones en PDF, macros de Word…), para hacer más fluido y uniforme mi trabajo, aplicar un control de calidad y asegurarme de que el resultado sea excelente.

NGB: El método es sencillo. Primero, leo el escrito entero en voz alta, y voy titulando los párrafos para poder distinguir la superestructura del texto. Segundo, reviso si es consistente la coherencia. Luego, reviso, oración por oración, que sea consistente con la normativa que corresponda.

La clave está en leer en voz alta. Todos los errores aparecen cuando uno se traba en la lectura.

RPM: No tengo trucos ni tomo atajos en mi trabajo. Mi metodología depende de lo que corrija: si son textos literarios, sólo trato de garantizarle al escritor que mis nociones ayuden al lector a descifrar lo que quiere decir, y si se trata de textos informativos, trato de entenderlo como primer lector, y me regreso para darle la mejor entrada al primer párrafo, eliminar la mayor cantidad de gerundios parasitarios, puntuar los marcadores para que el lector haga las pausas debidas. Lo demás depende de la gravedad del texto. No tengo trucos, son normas gramaticales, pero, en todo caso, primero leo el texto y diagnostico, luego me regreso hacia los puntos del tejido en donde haya problemas. Como un médico: primero diagnostico y luego curo al paciente.

NB: Lo primero que hago es solicitar el texto en Word; es el formato en el que más me gusta trabajar, pues resulta menos engorroso y más claro para el cliente. Una vez tengo el documento, antes de empezar a corregir, activo el control de cambios para que vayan quedando registradas mis intervenciones. Por último, cuando he terminado la corrección, creo una copia de ese archivo y la llamo “limpio”. En ella, acepto todos los cambios y dejo sólo los comentarios para que, así, el cliente pueda visualizar el texto tal como quedaría.

Trucos realmente no hay. Toca leer y releer, y consultar en Internet fuentes confiables. En mi caso, recurro a la RAE, Fundéu, algunos blogs de instituciones académicas o especialistas en el idioma y, por supuesto, a los miembros de la asociación de corrección a la que pertenezco.

 

Avanzar con seguridad en la dirección de los propios sueños y esforzarse por vivir la vida que se ha imaginado llevan, citando a Henry David Thoreau en Walden, a un éxito inesperado. ¿Qué experiencias han sido las más importantes para usted a partir de la corrección?

MCC: Siempre se siente un cierto alivio al terminar de corregir un texto, sobre todo cuando se ve, luego, el libro impreso. Eso no quiere decir que se esté totalmente satisfecho de lo realizado, siempre queda esa sensación de que si nuevamente lo leemos, vamos a encontrar algo más que podría haberlo mejorado. No obstante, siento que cuando comienzo a corregir también inicio un camino junto con el autor, y es una experiencia gratificante llegar al final de forma satisfactoria.

XCR: Sin duda, aprender de autores y traductores. La corrección puede ser un ejercicio pesado si la calidad no supera cierto nivel, pero cuando partimos de un texto de una calidad alta, el disfrute y aprendizaje es intenso, tanto por el contenido (la materia tratada) como el continente (redacción, estilo, estructura y distribución del texto y el mensaje).

NGB: Cada trabajo que realicé con mis mentoras fue fundamental. Lo más importante siempre es aprender de los errores propios y aceptar que los correctores no son infalibles.

Actualmente, mientras escribo y reviso la tesis de doctorado, todos los días descubro algo de nuestros antecesores que no había considerado. Creo que del trabajo de investigación nacen los mayores aportes a nuestra profesión.

RPM: La experiencia de conocer a tanta gente y poder describirlas sin haber cruzado palabras con ellas. Treinta años de corrección me permitieron descubrir que la corrección es un plagio más en la vida. Por eso creé mi propio método para que los corregidos no se sientan ofendidos y se inclinen por aprender este arte. Si la calidad de los textos sólo depende de los correctores, pues, el corrector fracasó en su trabajo.

NB: Varias. Pero la más significativa ha sido poder conocer gente maravillosa, muy interesante y con mucho talento. Me llena de alegría ver cómo cada vez recibo más mensajes de personas que viven fuera de mi país. Lo bonito es que, con algunos clientes, sin importar la distancia, la relación se ha vuelto mucho más cercana y me he convertido no sólo en su amiga, sino también en su correctora de cabecera.

 

¿Cuáles considera como los sucesos más curiosos en su día a día como corrector(a)?

MCC: En estos años como correctora tuve en dos oportunidades que devolver un texto. Uno era un poema, dentro de una serie, que carecía totalmente de significado; era imposible intuir siquiera qué quería decir el autor. El otro era un texto tan confuso que se debía cambiar casi en su totalidad, y eso significa reescribir, lo que no es la tarea del corrector.

XCR: En mi caso, como corrector de español internacional, no hay mes que no aprenda algo acerca de las diferencias dialectales del español, acerca de expresiones que un autor considera un localismo y son internacionales y, al contrario, de expresiones que cree universales y son propias de su región.

NGB: Todo texto es una aventura. Siempre uno se sorprende con colocaciones curiosas, asociaciones impensadas, formas que asumía como incorrectas y que ya están aceptadas.

RPM: Lo más curioso que me pasa como corrector es cuando se me olvida alguna palabra que, aunque la he visto toda mi vida, de repente se antoja extraña y hasta se me olvida cómo se escribe. Me sucede sobre todo cuando estoy embotado.

NB: Para curiosidades, personas. Tal vez, el hecho de que algunos clientes “se esmeren” tanto en escribir para terminar redactando ideas confusas, con muchos adornos y conectores que, a la larga, no llevan a ningún lado. También me causa gracia cuando me preguntan: “¿Ocupación?”. “Correctora de textos”. “¿Eso qué es?”. Y así es como, por enésima vez, inicio una amena conversación, en la cual enseño a las personas que este oficio existe y que somos importantes. Siempre resulta muy agradable ver su cara de sorpresa.

 

En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano asevera: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. ¿Qué cambios ejerció en usted la corrección?

MCC: Normalmente se dice que la profesión del corrector es solitaria y pensamos en un individuo sentado frente al ordenador, rodeado de libros de consulta. Tal vez haya algo de verdad en esa afirmación; sin embargo, en lo personal, la interacción con otros colegas hace que se puedan “socializar” las dudas e intercambiar opiniones, por lo que ya no es tan solitaria. Las redes de comunicación colaboran con eso y, fundamentalmente, la agrupación en una asociación profesional.

Estamos dulcemente condenados a ser más cultos, a leer millones de palabras, a aprender sobre las materias más diversas.

En 2011 se creó la Asociación Uruguaya de Correctores de Estilo (Auce), que agrupa a correctores de oficio, egresados y estudiantes de la Tuce con el cometido de promover y dignificar el trabajo profesional y multiplicar los espacios de acción.

Hoy día integro la comisión directiva de la Auce y creo que ese hecho cambió mis perspectivas con respecto a la profesión, al volcar los esfuerzos hacia diferentes actividades referidas a la actualización continua de conocimientos y técnicas mediante las jornadas de actualización que brindamos a nuestros asociados y que ampliamos a otros grupos, como profesores, traductores y comunicadores.

XCR: Por todo lo que ya he dicho, siempre digo que somos seres afortunados los correctores. No muchas profesiones tienen el privilegio de poder decir que, cuanto más la ejerces, mejor persona y mejor profesional te vuelves. Estamos dulcemente condenados a ser más cultos, a leer millones de palabras, a aprender sobre las materias más diversas. Eso cambia a cualquier persona que sepa abrir su mente. Ser corrector me ha convertido en una persona más completa.

NGB: Creo que me hizo humilde. A veces, corregir las creaciones ajenas y mostrarles a los demás qué se puede mejorar, para el autor, puede ser angustiante. La corrección, en los términos en que yo la entiendo, me permitió acercarme de otro modo y mantener un vínculo productivo con el autor.

RPM: La corrección sólo dejará de cambiarme cuando ya no la pueda ejercer. La corrección no es una ciencia como tal, por lo que no puede cambiarte para bien. Lo que te permite cambiar y cambiar a los demás es la gramática o, en todo caso, las ciencias del lenguaje, y con estas ciencias puedes crear todo lo que quieras. Es infinito lo que puedes hacer con ellas, por lo que nunca dejo de cambiar, y como nunca dejo de cambiar, nunca sé cuánto he cambiado. Cuando James Joyce descubrió lo que podía hacer con la gramática, se dio cuenta de que la grandeza no estaba en escribir un libro con un comienzo y un final. La gramática no te permite terminar nunca.

NB: La corrección me ha acompañado desde mi etapa universitaria y, con el tiempo, se ha convertido en mi profesión. Nunca pensé que sería correctora de textos; es más, ni siquiera sabía que existía algo parecido. Pero desde que empecé, vi que tenía aptitudes, habilidades y, sobre todo, sensibilidad para tratar con el cliente y con los textos. Este oficio ha sido el que me ha dado todo lo que tengo hasta ahora. A él le debo mucho.

 

La resistencia de parte de los autores, especialmente los creadores literarios, ante los cambios, es un hecho siempre esperable en nuestra profesión. ¿Qué actitud debe tomar un corrector ante la naturaleza transgresora y transformadora de la literatura?

MCC: Considero que la palabra adecuada es acompañar. El primer corrector de una obra es el autor y busca la forma más adecuada para expresar sus pensamientos, aunque no siempre toma la distancia del texto que le permita notar un error; es allí donde entra en juego la labor del corrector, acompañando al autor para perfeccionar el texto y que llegue al destinatario de la forma más clara y adecuada.

XCR: La línea divisoria entre corrección ortotipográfica y corrección de estilo es a veces difusa y a veces clara, aunque no para todas las partes implicadas. El autor es el último dueño de la obra y puede experimentar con cualquier aspecto léxico, semántico o sintáctico de la lengua; pero aun haciéndolo, debe plasmarlo de una manera fehaciente y uniforme, que el corrector deberá comprobar.

Un corrector no puede cambiarle a Saramago su intencionado y personal uso de la coma (o mejor dicho, su claudicación en el uso de los puntos), pero sí que puede cambiarle esas comas si no actúan conforme al propio principio transgresor que el autor establece. Un buen corrector debe ser capaz de adaptarse a la metaortografía del autor si éste gusta de experimentar con la puntuación o la forma.

Del mismo modo, se le presupone al autor la humildad y la curiosidad para admitir las faltas que un corrector sabrá señalarle.

NGB: Ante todo, hay que respetar las decisiones ajenas. Pero es importante que lo que se perciba como error sea planteado para que realmente se trate de decisiones y no de actos inconscientes.

RPM: La literatura es otro estado. Para corregir literatura tienes que cruzar el espejo y entender en cuál estado estás. Cuando leíamos la Ilíada, no había forma de soportar aquellas descripciones e inventarios si no creías en lo que estabas leyendo; al igual que no puedes soportar Star Wars o Blade Runner si no crees en lo que estás viendo. Combato la resistencia de los literatos a la corrección aplicándole las nociones gramaticales al texto. La mayoría de los escritores son ignorantes gramaticales, y todavía no he conocido al primero que escriba sin pelones; ni siquiera Miguel de Unamuno podía estructurar sin equivocarse.

NB: De entrada, un buen corrector debe respetar el estilo del autor y saber que, aunque no esté de acuerdo, el texto no es suyo. Su labor se centra en embellecerlo y pulirlo. Pero esto no le da derecho a cambiar algo sustancial sin el permiso de quien lo contrata y sólo “porque me parece”. Claro está que, como uno de los objetivos del corrector es hacer valer la norma, se puede dialogar con el cliente cuando algo anda mal, aunque siempre procurando ser tolerante y comprensivo.

 

¿Cuál es el género literario más difícil de afrontar de parte de un corrector? ¿Te viene a la mente algún autor en particular al hablar de las complejidades en el arte de la palabra?

MCC: Sin dudarlo, la poesía es lo más difícil de corregir. El lenguaje se centra en el efecto que pueda producir en el receptor y depende fundamentalmente de la calidad del autor. Claro está que podemos intervenir en cuanto a repeticiones, falta de originalidad o, obviamente, errores ortográficos, pero requiere una mayor prudencia para intervenir y, por supuesto, un diálogo permanente con el autor.

La prosa se siente más cercana, a pesar de que hay muchos autores que poseen un dominio del lenguaje y que hacen difícil la tarea del corrector. Me animaría a decir que Saramago es uno de ellos.

XCR: Yo no hablaría tanto de géneros literarios como de autores. Como corrector, puede llegar a ser intimidante corregir a escritores que son, además, lingüistas, correctores o profesores de Lengua, como pasa, por ejemplo, con Javier Marías, quien tiene un diestrísimo manejo de la sintaxis. Ese sería el primer autor que me vendría a la mente.

NGB: Todos los géneros implican una formación profesional específica por parte del corrector. Todos los géneros son difíciles en ese sentido.

De los autores que corregí, no me surge ningún nombre, pero sí desde los que estudié para poder corregir: Gadamer. Este filósofo, desde su visión de la estética y del uso de la palabra como construcción de la verdad, me dio mucho para pensar antes de decir que un término es mejor que otro en tal o cual construcción.

RPM: El género más difícil es la poesía. El poeta puede decir que un limón es amarillo o verde dependiendo de su estado de ánimo, o cambiar el sexo o género de una persona o animal, y el corrector no puede hacer mucho.

El autor más difícil que me viene a la mente es Jorge Luis Borges. El tipo era un maniático para escribir, y creo que hacía sus propias correcciones.

Por otra parte, el autor más complejo con el arte de las palabras era James Joyce. Aún hoy en día, la mayoría de los escritores y lectores no han descifrado el para qué de su estilo. Joyce le dio hasta cien años para descifrarlo.

NB: Personalmente, me cuesta corregir poesía porque no tengo una tradición lectora en este género. Las veces que lo he hecho (y que han sido pocas), he tenido que leer con detenimiento y preguntarle mucho al autor para no cambiar el sentido de una estrofa o verso.

 

Respecto a los ámbitos económico y laboral, ¿qué acciones deben emprender los correctores para mejorar su situación? En vista de los cada vez más frecuentes encuentros, talleres y seminarios relacionados con la actividad, ¿podría hablarse de una eventual federación internacional de correctores?

MCC: La tarea del corrector no siempre es considerada indispensable. Afortunadamente, en Uruguay esa idea está cambiando. En el ámbito estatal, por ejemplo, la Presidencia de la República contrató correctores profesionales para su página web. En la actualidad, algunos organismos estatales piden correctores para sus publicaciones, fundamentalmente para textos educativos, divulgativos y, en algunos casos, literarios.

La agrupación de correctores en una asociación es muy importante para lograr que se difunda la tarea y se promueva la institucionalización del trabajo del corrector, su inclusión en todos los medios que involucren el uso de la lengua escrita y el reconocimiento de la profesión. Estos son los fundamentos que promueve la Auce en sus estatutos y están dando sus frutos en nuestro país.

En noviembre de 2018, la Auce y Pleca serán las organizadoras del 5CICTE (el quinto Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español), cuya sede será Colonia del Sacramento, Uruguay. Los cuatro congresos anteriores se realizaron en Buenos Aires, Guadalajara, Madrid y Lima, respectivamente, con importante participación de personas vinculadas al ámbito de la lengua española escrita: correctores, docentes, lingüistas, traductores, editores y estudiantes. En el 5CICTE participarán destacados profesionales y académicos de América y de España, como el doctor Salvador Gutiérrez Ordóñez, de la Real Academia Española, entre otros.

Estos encuentros académicos contribuyen de manera muy importante a la divulgación de la tarea y a su prestigio.

XCR: No sé qué nos depara el futuro, pero todo apunta a la creación de la carrera específica de corrección de textos o, al menos, de grados universitarios especializados y, en consecuencia, mayor visibilidad. El futuro es muy halagüeño. Cada vez hay más congresos, contactos internacionales, apoyos…

NGB: Creo que el único recurso para mejorar la situación económica de los correctores es profesionalizar la carrera. El prestigio siempre ayuda en estos casos.

RPM: Las federaciones de correctores, hasta ahora, han sido un fiasco. Hay países en donde esa iniciativa entusiasmó a muchos al principio, pero hoy en día se convirtieron en una especie de partidos políticos donde una cúpula de faranduleros convirtió aquello en una cofradía de compadres para alabarse mutuamente y monopolizar el mercado. Las asociaciones y federaciones se llenaron de siglas ridículas que no son pertinentes con el oficio. Creo que todas las federaciones de correctores deben tener una similitud en sus siglas, así como lo han hecho las academias de la lengua española. La palabra corrección debe estar inserta en todas las siglas que tienen que ver con esta profesión, y sólo debe cambiar el final de la sigla con las letras que representen al país sede; ejemplo: si es de Venezuela, pues, la palabra corrección o correctores y la palabra Venezuela deben conformar la sigla, y así debe ser en Colombia, México, Ecuador, Perú… De lo contrario, como correctores no hemos aprendido mucho de estilo y estética de las palabras. También debe existir la sintaxis de las imágenes y el diseño, y hasta ahora la cantidad de siglas hechas por correctores es un horror.

Para mejorar nuestra situación tanto laboral como económica, lo primero que debemos hacer es agremiarnos, reunirnos para recopilar las ideas de cada uno y lograr un frente común. En cuanto a los cursos y seminarios que se imparten por ahí, es más de lo mismo. Hace pocos meses vi una entrevista a una correctora en TV y me dio pena ajena… No mejora el enfermo.

NB: Afortunadamente, son cada vez más los colectivos profesionales que se han creado alrededor del mundo y que han fortalecido el oficio. Esto implica que los correctores hemos ido tomando conciencia de nuestro rol como profesionales del idioma y que, como tal, nos hemos puesto a la tarea de visibilizar y hacer valer lo que sabemos y hacemos. De este modo, ya sea mediante colectivos locales, nacionales y, ¿por qué no?, internacionales, podremos llegar a exigir mejores tarifas y condiciones de trabajo.

 

¿Qué les recomendaría a los correctores noveles o aquellos que quieran comprender el quehacer de “la sombra del escritor”?

MCC: Lo más importante es tener una amplia cultura general y un profundo conocimiento lingüístico. Las demás técnicas se obtienen con la formación académica y la práctica.

Leer, leer y leer. Pero hacer una lectura inquisitiva, lápiz en ristre, leer indagando, leer consultando, leer clásicos y leer basura.

Por otra parte, no estoy de acuerdo con la idea de que el corrector está a la sombra del escritor. Su invisibilidad es, justamente, su fuerte. No ver la intervención ajena en un texto es importante, como también lo es que figure su nombre en los créditos.

XCR: Literalmente, lo que les recomendaba a unas alumnas que hicieron prácticas de corrección conmigo: leer, leer y leer. Pero hacer una lectura inquisitiva, lápiz en ristre, leer indagando, leer consultando, leer clásicos y leer basura. Analizar la sintaxis y el discurso tanto de sor Juana Inés de la Cruz como del último analfabeto que salga en televisión. No dejar de lado ningún tema, porque, como correctores, puede que nos toque corregir cuestiones que jamás nos hayan interesado. Tener la mente abierta. Ser curiosos obsesivos. Anotar vocabulario. Cuestionarse quién es esa persona que da nombre a tu calle. Indagar. Aprender. Disfrutarlo.

NGB: Les recomendaría que primero aprendan a escribir, pues esa es la clave para ser un gran corrector.

RPM: Les recomendaría que nunca dejen de investigar, porque corregir solamente no te hace bueno. La lectura de literatura tampoco te hace buen corrector. Tienen que leer a la mayor cantidad de gramáticos posibles y hacer el esfuerzo por no enamorarse de ninguno. Después de que entiendes a los gramáticos, los escritores resultan unos pendejos.

NB: Lean mucho y busquen toda la información que puedan sobre el oficio, si es posible, contada por los mismos correctores. Ahora que todo se encuentra en la red, es mucho más fácil encontrar testimonios y descripciones acerca de esta labor. También les recomendaría que, sin importar cuál fuera su formación, realizaran algún curso especializado en corrección, pues hay cosas específicas que no enseñan en ninguna otra parte. Es una buena manera de iniciar y les ahorraría unos buenos años de errores y tropiezos.

                                                                                                                                              

Si existe una lectura obligada para el corrector profesional, ¿cuál es? Finalmente, y emulando una pregunta de Jean-Claude Carrière a Umberto Eco en Nadie acabará con los libros, ¿qué textos debería salvar un auténtico corrector en caso de una catástrofe?

MCC: Existen muchos libros dedicados a la corrección profesional, los cuales debemos tener presente a la hora de corregir para despejar dudas, que siempre existen, o para poder fundamentar los cambios realizados al texto, pero como lectura obligada estoy de acuerdo con elegir a Umberto Eco.

En el caso de que tuviera que salvar un libro (o varios), elijo a José Enrique Rodó. Este año se cumplen cien años de su fallecimiento y su pensamiento sigue vigente. En su libro Motivos de Proteo, Rodó nos habla del constante cambio. “Reformarse es vivir…”, comienza el capítulo I, y es así como veo a esta profesión. No quedarse en la rutina sino seguir avanzando y actualizando los conocimientos y lograr que un texto inexpresivo se transforme —parafraseando a Rodó— en un hermoso búcaro coronado con una flor.

XCR: Soy malísimo para responder a estas preguntas porque, más que de un libro, hablaría de una biblioteca entera. Debo decir que, además de los clásicos de la gramática (RAE, Leonardo Gómez Torrego), las dudas (El dardo en la palabra…), la ortotipografía, el estilo (José Martínez de Sousa) y la redacción periodística (Alex Grijelmo…), en los últimos tiempos disfruté muchísimo con La escritura transparente, de William Lyon, y con Estilo rico, estilo pobre, de Luis Magrinyà.

NGB: En cuanto a lo ya publicado, creo que lo fundamental sería acopiar diccionarios, sobre todo el Diccionario de uso…, de María Moliner; el Diccionario gramatical…, de Zorrilla; los libros de Martínez de Souza; el Diccionario de dudas, de Seco, y, cuando esté terminada, diría que mi tesis. No sólo porque compendia mucha de la historia y los métodos de la corrección, sino también porque he dejado mi vida en ese escrito.

RPM: Las lecturas obligadas para los que comienzan son los libros de Ramón Sol, la Ortografía de la gramática de De Sousa, el librito de Manuel Seco, todas las gramáticas, todos los libros de lingüística de Van Dijk, Fundamentos de lingüística de Quilis, y las Ciencias del lenguaje de Martín Alonso. Además, la interesante gramática de Emilio Alarcos Llorach, que la realizó como una encomienda de la RAE y luego se inspiró tanto que la santa institución se la dejó a su libre albedrío. Si me tocara salvar algún libro de una catástrofe, sería las Ciencias del lenguaje de Alonso; ahí está todo dicho desde antes de que nos tocara simplificar todas las estupideces de Nebrija.

NB: Sin duda, los libros de Martínez de Sousa y El libro y sus orillas, de Roberto Zavala Ruiz. Ambas herramientas son fundamentales en la labor del corrector por su contenido atemporal y de calidad.


María del Carmen CollazoMaría del Carmen Collazo (1949) es socia fundadora y miembro de la junta directiva de la Asociación Uruguaya de Correctores de Estilo, donde colabora en jornadas de actualización que ofrecen a los socios y estudiantes dos veces por año. Debido a su formación en lingüística y letras, esta montevideana busca la forma de intermediar entre el texto y el lector de una manera práctica y eficaz. “No me llevó a la profesión de correctora ninguna introspección ni ninguna búsqueda del yo; por el contrario, el proceso fue absolutamente lineal y de dentro hacia fuera”, cuenta Collazo, técnica universitaria en Corrección de Estilo en Lengua Española egresada de la Universidad de la República (UdelaR). Apasionada lectora de todos los géneros literarios, gusta especialmente de la novela negra y los autores escandinavos.

Xosé Castro RoigXosé Castro Roig (1968), de nacionalidad española, es corrector, traductor, fotógrafo y presentador de televisión. Profesional autodidacta que hace años decidió labrarse su camino, trata de aprender algo nuevo cada semana y procura lucrarse con las cosas que le gusta hacer. Hasta ahora, afirma, “el plan marcha bien”. Es un apasionado de las nuevas tecnologías y forma parte del colectivo Palabras Mayores, formado por especialistas en disciplinas de la lengua española y la comunicación escrita.

Nuria Gómez BelartNuria Gómez Belart (1976) es escritora y directora de obras de teatro, nacida en Brasil y residente de Buenos Aires desde los dos años de edad. Su vida académica gira en torno a la lingüística y la formación de traductores, licenciados en Letras y en Lengua Inglesa, correctores de textos y escritores. Actualmente, trabaja en su tesis de doctorado sobre la pragmática de la corrección de textos y participa en tres investigaciones paralelas, entre ellas la publicación de una edición crítica de Amalia, del argentino José Mármol. “Desde chica tuve una formación heteróclita y ecléctica, lo cual me permitió tener una visión panorámica sobre el uso del lenguaje; es lo que me distingue de otros correctores con los que trabajo”, afirma Gómez Belart, quien desarrolla una intensa actividad periodística en el mundo del espectáculo y tiene su propio sello editorial.

Rafael Pérez MayzRafael Pérez Mayz (1964) es un corrector autónomo venezolano con estudios en el Instituto Pedagógico de Caracas y la Universidad Central de Venezuela. “La corrección llegó a mí por pura casualidad”, afirma. “Si una persona se cría cerca del mar, seguramente debe saber nadar o pescar; en mi caso, me acostumbré a leer y, más allá de interesarme por los libros que leía cuando niño, lo que más me llamaba la atención eran las palabras extrañas y la forma en que los escritores tejían las descripciones”, relata Pérez Mayz, quien trabajó desde los veintiún años en medios impresos nacionales (Repertorio Forense, El Nuevo País, El Universal y Líder en Deportes, entre otros). En lo personal, se considera no muy dado a alabar a muchos escritores: “Para mí, el orden gramatical tiene más importancia que lo que pueda decir un premio nobel de literatura”.

Nesly BelloNesly Bello (1993) es comunicadora social de profesión y correctora de estilo por ocupación, quien se define “orgullosamente colombiana”. Su vida entera ha girado en torno a las letras. “Leo y escribo desde que tengo uso de razón”, asevera Bello, integrante de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo (Correcta). “Es precisamente este camino que elegí el que me ha dado muchas alegrías, me ha enseñado cosas muy valiosas, me ha brindado oportunidades increíbles y me ha permitido crecer como persona y profesional”, comenta esta egresada de la Universidad del Valle, en Cali, quien ahora estudia una maestría en Enseñanza de Español para Inmigrantes en la Universidad de Lleida (España), animada por la idea de compartir todo su conocimiento y su amor por la lengua castellana.

Gabriel Mármol

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