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Madame Bovary: erotismo y sensualidad

miércoles 30 de septiembre de 2015
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Gustave Flaubert

Dedicado a los amigos Lesbia Quintero y Manuel Cabesa

Madame Bovary es considerada por unanimidad de voces la novela más depurada en el ámbito literario. Es un manual de inducción, un curso intensivo del género escrito a mediados del siglo XIX y cuya vigencia no se ve amenazada con el transcurrir de los años. Mario Vargas Llosa hace alusión, en su estudio dedicado a Madame Bovary, La orgía perpetua, al punto de inflexión en el que destaca a Flaubert como el primer novelista moderno a través del ensayo Reencuentro con Balzac, de Ernst Robert Curtius: “Balzac siente un ardiente interés por la vida y nos contagia su fuego; Flaubert, su náusea”.

Es a raíz de Madame Bovary que el escritor francés Gustave Flaubert (Ruan, 1821; Croisset, 1880) enfrenta en 1857 un proceso judicial por ofensas a la moral, y tras ser absuelto la novela se publica y obtiene un gran éxito. Madame Bovary narra la experiencia de Emma Rouault, una joven provinciana que, tras casarse con Charles Bovary, un médico asistencial, se ve envuelta en una serie de altibajos al cometer adulterio en dos oportunidades y perder el patrimonio familiar al asumir el costo de sus excesos mediante cualquier cantidad de empréstitos.

Gustave Flaubert empleó en su elaboración cuatro años y medio, casi ininterrumpidos, y cada día involucraba diez horas de trabajo inclemente y demoledor.

Una vez casados, en el poblado de Tostes, Charles y Emma se trasladan a Yonville-l’Abbaye, donde conciben a Berthe, su primera y única hija. Ferviente lectora de novelas, que aprendió a leer a hurtadillas en el convento donde se formó, comienza a experimentar deseos de cambio y rechazo por la realidad que vive al lado de su esposo. En el poblado de Yonville, Flaubert describe con la precisión de un cirujano los detalles de los habitantes que forman parte del entramado. Emma hace un intento por llevar una vida apacible y rural hasta la aparición del pasante León Dupuis, con el que tiene en primera instancia una relación meramente platónica, culminando con la partida de éste a la ciudad de París. A salvo de cualquier tentación hace su entrada Rodolphe Boulanger, un joven y atractivo terrateniente empecinado en convertir a Emma en su amante. Es a partir de la aparición de Rodolphe cuando Flaubert comienza a sortear con algo más que maestría la censura a través de un fino erotismo que involucra gestos, indumentarias y la naturaleza como trasfondo para permitir al lector recrear por sí mismo las acciones que proponen las circunstancias:

El paño de su traje se pegaba al terciopelo de la levita; ella dejó caer su blanco cuello, que se henchía con su suspiro; y llorosa y desfalleciente, con un prolongado estremecimiento y ocultándose la cara, se abandonó. (…) Caían ya las sombras del atardecer; el sol horizontal, al pasar entre las ramas, le deslumbraba los ojos. Acá y acullá, alrededor de ella, entre las hojas o en el suelo, temblaban manchas luminosas, como si un vuelo de colibríes hubiera desparramado sus plumas (capítulo IX, II parte).

Rodolphe fue cambiando en su accionar en la medida en que Emma se inmiscuía en su vida. No consentía que ella tomara las riendas en aquella relación pecaminosa aunque por momentos intentaba mantener una postura que implicaba la entrega al capricho por esa mujer:

Pero… ¡estaba tan guapa! ¡Rodolphe apenas había gozado a ninguna otra tan candorosa! Aquel amor sin libertinaje era para él algo desconocido, distinto de sus fáciles costumbres, complacía a la vez su orgullo y su sensualidad (capítulo X, II parte).

A medida que avanzaba la relación, Emma fue demostrando su rebeldía ante la hipocresía y las formas de la época:

Por el simple efecto de sus hábitos eróticos, Madame Bovary cambió de maneras. Sus miradas se volvieron más atrevidas, sus charlas más libres; llegó hasta el extremo de pasearse del brazo de Rodolphe con un cigarrillo en la boca (capítulo XII, II parte).

Flaubert plasma algunas pinceladas influenciadas tal vez por el Marqués de Sade a través de Rodolphe:

Descubrió en aquel amor otros goces explotables. Juzgó incomodo todo pudor. La trató sin miramiento alguno. La convirtió en algo a la vez flexible y corrompido (capítulo XII, II parte).

La relación con Rodolphe termina cuando Emma decide fugarse con él en compañía de Berthe. Un viaje a Italia es pretexto para la huida pero el temor del amante por ver comprometida su libertad lo obliga a dejarla plantada. Madame Bovary enferma durante meses y es Charles quien vela por su recuperación, que incluye un viaje a Ruan para disfrutar una ópera y donde se produce el encuentro casual con León Dupuis.

El evento se prolonga por otro día más y Charles decide regresar al burgo dejando a su esposa en compañía de León. La oportunidad es aprovechada por el pasante para cortejar a Emma y es aquí donde se produce la escena más contundente y subliminal de la novela. Tras la confesión de sus sentimientos, deciden encontrarse al día siguiente en la catedral. Una vez allí, Emma intenta evadir la presión de León y en un leve forcejeo es llevada a un fiacre o coche de servicio público. El conductor recibe la orden de recorrer la ciudad mientras el compartimiento de los pasajeros se encontraba “con las cortinillas bajadas que iba reapareciendo continuamente, más cerrado que una tumba y más bamboleado que una fragata” (capítulo I, III parte). Mientras el lector posiblemente asume lo que sucede en aquel reducto, Flaubert realiza un mapa por las calles que atraviesa el fiacre, la impresión de las personas que alcanzan a observar la escena, la angustia y el cansancio del cochero y sus caballos y una armónica y sutil descripción del entorno, para rematar de la siguiente manera: “Después, a eso de las seis, el coche se detuvo en una callejuela del barrio Beauvoisine, y se apeó una mujer con el velo bajado, la cual se puso a andar sin volver la cabeza” (capítulo I, III parte).

Para esta escena Mario Vargas Llosa le dedica las siguientes palabras en La orgía perpetua:

El clímax erótico de la novela es un hiato genial, un escamoteo que consigue, justamente, potenciar al máximo el material ocultado al lector (…). Resulta notable que el más imaginativo episodio erótico de la literatura francesa no contenga una sola alusión al cuerpo femenino ni una palabra de amor, y sea sólo una enumeración de calles y lugares, la descripción de las vueltas y revueltas de un viejo coche de alquiler (página 36).

Una alusión contemporánea y familiar la podemos encontrar en la película Titanic, de James Cameron, cuando los protagonistas se encierran en un carro y lo único que puede apreciar el espectador es una mano deslizándose por el vidrio empañado.

La relación con León se desarrolla en Ruan, lejos de Yonville. Emma planifica sus viajes arguyendo recibir unas clases personalizadas de piano, situación que tranquiliza a Charles por encontrar a su esposa de buen humor y recuperada de la crisis en que se vio envuelta. El derroche y el libertinaje llegan a su punto más alto, la efusividad en cada encuentro furtivo cohabita en un vuelo con el poder que posee el lector en su imaginación:

Cuando se sentaba sobre las rodillas de León, su pierna, entonces demasiado corta, permanecía suspensa sin tocar el suelo; y aquel calzado tan mono, que carecía de borde por detrás, sólo quedaba sostenido por los dedos de su pie desnudo (capítulo V, III parte).

Lo que en principio fue para Dupuis una explosión de lujuria y placer se tornó en agobio con la persuasión y dominio de Emma sobre todos sus actos. Daba la impresión de que el amante era él y no ella. León comenzó a recibir reprimendas de su jefe y no podía dar un paso sin tener que rendirle cuentas a su enamorada el día fijado del encuentro:

Lo que otras veces le había fascinado, ahora le asustaba algo. Por lo demás, se sublevaba contra la absorción, cada día mayor, de su personalidad. Estaba resentido contra Emma por aquella victoria permanente. Hasta se esforzaba en no quererla; luego, al crujido de sus botinas, se sentía cobarde, como los borrachos a la vista de los licores fuertes (capítulo VI, III parte).

El derroche de Emma desencadenará el final de la historia; la relación con León se desgasta y se empeña en librarse del embargo que sobre su casa y sus pertenencias recae. Pide ayuda hasta el mismísimo Rodolphe, el cual se niega y ante la inminencia del desastre sobreviene un final marcado por la tragedia arrastrando en el infortunio a su esposo y a su hija.

Flaubert, para elaborar a su Madame Bovary, se pudo haber inspirado en la tragedia de Delphine Delamare, con elementos de sus amantes Louise Pradier y Louise Colet, pero ante la pregunta obligada tras el reconocimiento de la historia, respondía con un tajante: “Madame Bovary soy yo”. Es la novela una exaltación al arte por el arte a través de sucesos cotidianos que traspasan lo meramente común para convertirse en un legado a la posteridad. En su elaboración empleó cuatro años y medio, casi ininterrumpidos, y cada día involucraba diez horas de trabajo inclemente y demoledor. Mario Vargas Llosa, fiel admirador de Gustave Flaubert y su obra, se decanta en la siguiente frase: “Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan rápidamente mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo en su materia”.

 

Bibliografía

  • Flaubert, Gustave. Madame Bovary (2000). Editorial Planeta. Biblioteca El Nacional. Introducción y traducción de Joan Sales. España.
  • Vargas Llosa, Mario. La orgía perpetua (2008). Alfaguara. México.
Nesfran Antonio González Suárez
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