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El abecedario solar

sábado 14 de noviembre de 2015
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"Solárium", de Gabriel Jiménez Emán

“Yo creo en el fondo que el poema me piensa”.
Gabriel Jiménez Emán

En Gabriel Jiménez Emán se conjugan el escritor de cuentos breves y fugaces, el novelista, el ensayista y el poeta (amén del cinéfilo confeso) con un equilibrado talento. Es admirable su indiscutible ritmo de trabajo con la escritura, su incansable espíritu artístico por la literatura en sus roles de editor, director de revistas e investigador. Su libro de poemas Solárium y otros poemas (Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2015) abre paso de nuevo al poeta.

“Cuando escribo nunca miento. Sólo soy palabra, tiempo, espacio, pronombres, ritmo, donde yace y se expresa mi experiencia, mi yo, mi memoria y mi deseo, mi tradición…”. Estas palabras del poeta W. H. Auden le calzan a la perfección a Gabriel Jiménez Emán, quien ha realizado su trabajo literario desde la honestidad y ese batallar constante de artesano con las palabras.

Como poeta Gabriel Jiménez Emán opta, desde mi óptica pendenciera, por la lírica a rajatabla, por esa poesía sin argot en las pupilas, por ese estilo del poema en prosa que se nutre de la feroz tradición poética de los grupos literarios nacionales con el desmadre del vanguardismo/surrealismo y esa sobredosis de rockola; infaltable el corazón a sus aires, paseándose a gritos por los bares, con las venas inyectadas de nocturnidad, hasta caer de bruces en ese amanecer de luz matinal y asfalto. Luego con ese bagaje de tuteo con la vida sentarse a escribirlo todo con un desparpajo de metáfora y navaja (sin desperdiciar el lirismo bufo de la calle ni de los libros leídos en la trinchera de la resaca), hasta llegar a ese hueso luminoso del poema; de ese poema-pez, peculiar animal anfibio entre el cuento y el sueño desbordado en el que cabe el universo, pero donde sobre todo cabe la literatura desde el trabajo metalúrgico con el lenguaje, de esa brega punzante con las palabras de siempre, trabajadas con esa obstinada carpintería de la sensibilidad para sacarle algunas chispas y así aguarle la fiesta a la oscuridad, a las sombras que a veces llegan como fantasmas en el luto de cretona del silencio.

Este Solárium de Gabriel Jiménez Emán es un buen lugar para tomarle el pulso a esa vibración luminosa de una poética expansiva, de esa pulsación existencial como un torrente luminoso de amistad, amor y solidaridad.

El poeta norteamericano Charles Simic en una entrevista dijo: “La poesía tiene que estar cerca de la gente, y en este país eso lo logró gente como Ginsberg, Ferlinghetti, Corso y compañía. La gente llevaba libros de los beats en el bolsillo trasero del pantalón. Iban a los recitales, que eran casi conciertos, tan cerca estaba la poesía de la música. Recuerdo que los locales del Village donde tenían lugar esos encuentros en los años sesenta estaban atestados. En uno de los primeros recitales a los que asistí, un tipo se subió a una mesa de un salto y se puso a blasfemar. Parece una anécdota superficial, pero la poesía auténtica hace reaccionar a la gente”. En tal sentido la poesía de Jiménez Emán está cerca de la gente, su lenguaje es fluido, pujante de color y sin tretas retóricas logra que el lector se identifique/traspapele con sus visiones líricas:

I

el ojo arroja sus garfios
a la tela del día
el rostro deletrea las sílabas
de la plaza
mientras los pies asaltan
la calle de los nervios
al atardecer las dalias
……………………………..se hinchan
en el temblor del pecho
mientras el cielo caza nubes
para el hambre de espíritu

(Fragmento del poema “Soledumbre”)

En ocasiones los libros surgen de esa escritura aleatoria que se va acumulando en gavetas, y otros sitios menos conspicuos, donde el escritor consuma sus descuidos y hallazgos con la escritura. El libro Solárium y otros poemas, como lo ha expuesto el poeta en una advertencia preliminar, surgió un poco así y no responde a una temática unitaria o como él lo aclara: “No poseen una unidad temática ni de estilo. Viéndolos desde afuera, debo decir que no competen a un ejercicio intelectual, sino más bien a un ejercicio de la exaltación familiar o amorosa, al sentimiento filial, de la amistad y de los asombros cotidianos que se originan ante la contemplación de un jardín, un patio, un perro fiel, un atardecer en el mar, un paseo con la mujer amada, el nacimiento de un nieto, el cumpleaños de la madre. Pertenecen casi todos al ámbito íntimo y del sentir individual. Otros van dirigidos a la solidaridad humana con los oprimidos, el apego a la patria, a la reconstrucción memoriosa de la infancia o a los momentos álgidos de la soledad o la nostalgia existencial…”.

Los poemas de este libro se pasean por una intimidad sin escabrosidades. Es un recuento de lo luminoso a través de un lenguaje poético desprovisto de pomposidad y pleno de franqueza y finos detalles. Es un poemario que mira hacia dentro desde lo externo, desde esa cotidianidad que pulsa y evoca. Por supuesto el poeta revisa su microcosmos personal sin perder de vista el mundo y sus puntuales coyunturas que de alguna manera también le sirven de acicate para escribir.

En lo personal me gustan de este libro Solárium y otros poemas los textos poéticos que mezclan narración, lirismos, memoria, sueños e imágenes inusitadas:

Desciendo por la escalera del sueño que me conduce a
una plaza; en la plaza cruzan de una esquina a otra mujeres
desnudas paseando bebés en carritos; en la plaza hay
bocas de metro y desciendo por las escaleras mecánicas
de una de las bocas hasta una taquilla atendida por un
hombre calvo y obeso que, en vez de entregarnos un tique
a los pasajeros, nos da una verde hoja de parra; yo
atravieso las barras y bajo por una nueva escalera hacia
los vagones que se deslizan silenciosamente sobre los rieles
aceitados. Al detenerse éstos, los pasajeros se dirigen
en masa a tomarlos; algunos tropiezan y otros caen en los
rieles y quedan electrocutados o descuartizados por las
ruedas, pero en vez de salir sangre o carnes destrozadas,
de sus cuerpos salen trozos de telas estampadas y algodones
blancos; algunos niños recogen las sedosas cabezas
degolladas y terminan de sacarle el relleno de tela e introducen
sus manos en el interior y las usan como títeres
para asustar a cucarachas anaranjadas que andan por el
piso tratando de meterse en las grietas de las esquinas…

(Fragmento del poema “Sueño del ojo azul”)

En este contexto/estilo dos poemas sin desperdicio de este Solárium son “Misiva a Osuna” y “Sustancias de la noche”. En el primero hace un recuento de la amistad y la poesía; en el segundo confirma su talento para narrar universos oníricos con agilidad de imágenes y un torrente metafórico de gran belleza y maestría.

Una característica en el trabajo poético de Gabriel Jiménez Emán es ese esplendido tino para crear imágenes inusitadas, metáforas de una riqueza creativa sin igual. Jorge Luis Borges en una conferencia sobre la metáfora aseguraba que éstas no eran muchas y que con algunos pocos modelos se podrían escribir otras nuevas, pero sólo serían juegos arbitrarios, combinaciones azarosas, o como Borges lo escribió: “Si yo fuera un pensador atrevido, (pero no lo soy; soy un pensador muy tímido, y voy avanzando a tientas), diría que sólo existe una docena de metáforas y que todas las otras metáforas sólo son juegos arbitrarios. Esto equivaldría a la afirmación de que entre las ‘diez mil cosas’ de la definición china sólo podemos encontrar doce afinidades esenciales. Porque, por supuesto, podemos encontrar otras afinidades que son meramente asombrosas, y el asombro apenas dura un instante”. Quizá el asombro sea efímero, pero la metáfora fluye en el tiempo (o sin tiempo) despertando inquietudes en ese lector atento que nunca falta. En lo personal me gusta la metáfora que me asombra, que juegue con mis sentidos y el intelecto, que hace de la belleza un hecho insólito e irrepetible.

Comparto esa idea del poeta Ramón Palomares de que los distintos libros de poemas publicados por Gabriel Jiménez Emán son algo así como un viaje lúdico que intenta sobrepasar las fronteras del género dándole cabida, casi estridencial, a sus experiencias vitales. No por casualidad Palomares escribe: “(…) su sentido vivencial expresado con autenticidad y revisión profunda del ser, con elevada imaginación y el sentido de exceso y humor, como si muchas veces su actitud apuntara en una perspectiva rabelesiana, con su desbordante sensualidad a punto de estallido y su deseo de abarcarlo todo para asir la vida, ser ella, aferrarse a ella en cada experiencia y cada sueño y magnificar así ese apetito, esa ansiedad por exprimir en todo lo posible el breve tiempo de existir…”.

Este Solárium de Gabriel Jiménez Emán es un buen lugar para tomarle el pulso a esa vibración luminosa de una poética expansiva, de esa pulsación existencial como un torrente luminoso de amistad, amor y solidaridad; ese abecedario imprescindible para vivir/ser desde lo poético o desde ese momento en cual el poema nos piensa, nos nutre de esa belleza luminosa que algunos llaman gran literatura.

A Emil Cioran le horrorizaba la perfección poética, le resultaba un crimen contra la poesía la actividad lírica como cálculo, como tentativa de estudio y escritorio. Para el filósofo rumano la poesía era un gesto inacabado, una explosión caótica y no una geometría cargante de adjetivos trabajados como diamantes. En la poesía de Jiménez Emán existe un poco de ese furor de lo inacabado, de esas estampidas de la imaginación sin correcciones de fondo, lo que no quita que su propuesta poética tenga esa naturalidad genial y quisquillosa. La poesía como un hecho sonoro (similar a la vida) con ese ritmo imperfecto, aleatorio, fecundo sin concesiones por la belleza a través de las palabras.

Carlos Yusti
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