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La lección del Ironside y otros apuntes

miércoles 20 de abril de 2016
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Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar
Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar en París (1973).

Ha contado Cristina Peri Rossi —¿qué hace un escritor si no contar, poetizar, perpetuar?— de esa relación que, como un interludio vital, la unió a la vida de Julio Cortázar. Uno de esos amores equivocados pero intensos, sublimado en la amistad, los ideales y la literatura. Ahí están las fotos de esos rostros serenos para corroborar que puede haber amor más allá, o por encima, de las “pertenencias”. Que por amor a lo deseado hay alguien dispuesto a saltar las barreras de eso que llaman identidad sexual, aunque no haya habido consumación sino en esas memorias y en esos sentidos “quince poemas a Cris” que el autor de Rayuela dedicó a su musa-amiga. Pero no es de este controvertido romance del que quiero hablar, sino del libro más reciente de la escritora uruguaya residente en Barcelona, Los amores equivocados, publicado por la editorial Menoscuarto a finales del año 2015. Cuentos que giran en torno a las infinitas posibilidades de relacionarse los seres humanos, en ese espectro amplio que va de la ilusión del amor a la pesantez de su desilusión, pasando por todos los matices: ideales y carnales, cándidos y mórbidos. Definida por Elena Poniatowska como la escritora erótica por excelencia en nuestra lengua, Peri Rossi aborda también, y sin didactismos, la presencia de un ethos en el eros. Aunque no siempre lo enuncie con independencia discursiva, ahí están entremezclados en sus historias ciertos cuestionamientos. ¿Hay, o debe haber, responsabilidad en el amor? ¿Le da alguna ventaja la cultura a los amantes? ¿Cuánto de impredecible puede irrumpir en las situaciones aparentemente prefiguradas? ¿Hasta qué punto lo inesperado puede sacudir o golpear el cliché que somos mientras no somos?

La inteligencia sensual —que no depende solo de los libros leídos, o las sinfonías escuchadas, o los museos recorridos— hará que los amores sean menos equivocados que lo que alguna vez solíamos creer.

La mayoría de los personajes de estos cuentos pueden sustentar un background cultural mínimo: los hay profesores universitarios, editores, psicoanalistas, agentes literarios, promotores musicales, estudiantes de literatura… Pero las situaciones erótico-amorosas en que quedan perpetuados por su autora pueden ocurrirle a cualquier mortal, con independencia de que pueda comparar o no a su amante con la Venus de Willendorf, o escuchar o no, después de un acoplamiento lésbico, la Muerte y transfiguración, de Strauss, por Kiri Te Kanawa. Por eso no se asombren si en el cuento “Todo iba bien”, una enfermera, que experimenta una “refriega amorosa” con un desconocido, confiesa: “Salgo del hospital, a la noche, a veces me siento muy sola, o se ha muerto un paciente hace diez minutos y necesito tocar algo fuerte, algo duro, algo recio, algo que pueda sostener, como un mástil”. En otra historia, “De noche, la lluvia”, una traductora recoge en la carretera a una muchacha veinte años más joven. Está mojada, huele a hachís, o a alcohol, o a ambas cosas. En apariencia se trata de dos seres irreconciliables, pero que a fuerza de dialogar van encontrando una ruta común que las llevará a la promesa de una noche de intimidad. Los estereotipos se van rompiendo hasta el punto en que la chica confiesa ser “medio poeta”, y luego le revela haber leído “a Foucault, a Roland Barthes, Derrida y todos esos. Por arriba, es verdad, pero los leí. Me gusta leer. Aunque no los entienda. Hablan demasiado, ¿no crees? Quiero decir: le dan demasiadas vueltas a las cosas. ¿O es que son franceses?”.

“Los amores equivocados”, de Cristina Peri RossiCristina Peri Rossi, quien estudió biología además de literatura, escudriña en los vericuetos mentales del ser humano tanto como en su piel, los órganos y las glándulas con los que ama, percibe y registra sensaciones. “¿Habría estado mejor si le hubiera dicho que era muy inteligente? La cama no era el lugar para demostrarlo, aunque bien pensado, hay una clase de inteligencia, la inteligencia sensual, erótica, que a ella le parecía un refinamiento, un arte, algo tan sagrado como la música de Schubert o los naufragios de Turner, los poemas de Neruda o la nieve cayendo limpiamente sobre los bosques de Liubliana”. ¿Tendrá esta inteligencia el camionero de “Ironside”, el cuento que da inicio al libro, y que es para mí insuperable? Un hombre que conduce un camión de butano se aventura a recoger a una muchachita que le hace señas en el camino. Es solo un poco mayor que sus hijas jimaguas: “Una chica no muy agraciada, que a ratos parecía un chico, y a la que no gustaba hablar”. Le pide que la lleve hasta el Ironside, un motel de mala muerte que él mismo conocía muy bien. Recordaba sus mesas de billar, las bombillas de colores que relampaguean, la cerveza y el ron baratos, las mujeres que no son gran cosa, pero alivian una urgencia. ¿Pero qué iba a hacer una muchachita que no parecía llegar ni a los quince años en el Ironside? “La puta crisis, esa que ha dejado a todo el mundo en el paro (…) pero conservaba a los ricos tal como estaban, o todavía más ricos”. Estaba esta crisis y el cáncer de su madre, los tres hermanos menores… El padre, el colegio, la casa, todo se le esfumaba tarde o temprano. Si hubiese podido estudiar, tal vez le hubiese gustado ser periodista.

El conductor se encuentra inesperadamente lidiando con esta criatura que prende un cigarro sin pensar en que lo que transporta el camión es inflamable. O que se quita el cinturón para ponerse unas medias caladas (para su nuevo oficio, claro). Pero lo peor, a quien no logra convencer que no vaya a ese “after hours”, a ese motel de mala muerte. Por paradojas de la vida, a él, hombre que nunca estudió, le toca enseñar a la niña cómo iniciarse en una de las artes más antiguas que se recuerde. Ella se lo ha pedido: “Enséñame a hacerlo”. Como quien pide un gran favor, un último ruego. Luego de repasar los pros y los contras, de querer vencer esa erección que contravenía todos los razonamientos, el camionero se convierte en “el maestro, el profesor”. “El enseñante”. “Ella no hablaba, solo lo miraba con interés, como se mira la pizarra, la ecuación, la cadena de aminoácidos”. Historia inusual donde lidian la rudeza y la ternura, que tiene por protagonistas a los seres más elementales de este libro, pero no los menos cargados anímicamente.

Cabina de camión o cama; la inteligencia sensual —que no depende solo de los libros leídos, o las sinfonías escuchadas, o los museos recorridos— hará que los amores sean menos equivocados que lo que alguna vez solíamos creer. Tal vez la muchachita o el camionero nunca leerán a Nabokov, ni siquiera a Cristina Peri Rossi, la escritora que les dio vida para devolvernos a ese instante en que copular fue un acto sagrado, así como el desvirgamiento fue una iniciación.

María Cristina Fernández

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