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Un paseo en barca por el tiempo de Cristina Peri Rossi
(a propósito de su última antología poética)

miércoles 1 de marzo de 2017
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“No es culpa nuestra si nacimos en tiempos de penuria. / Tiempos de echarse al mar y navegar”. Son versos antiguos, ancestrales. Si precisamos el tiempo daremos con fechas, claro. Si los encontramos expuestos en la última antología de Cristina Peri Rossi, publicada a fines del año 2016 por Visor, diríamos que merecen estar ahí. Hemos visto tantas vidas a la deriva moviéndose por inseguras aguas, lo mismo en el documental de arte llamado Kwassa kwassa del proyecto artístico danés Superflex que en una novela que trata el tema de los balseros cubanos, me refiero a En la boca del lobo, de la escritora cubana Lilliam Moro. La antóloga de La barca del tiempo, Lil Castagnet, exhaustiva conocedora de la obra y sensibilidad de Peri Rossi, detalla en el prólogo que este libro es una muestra de lo publicado por la autora entre los años 1971 y 2015, lo que deja fuera el poemario Las replicantes, pero abarca otros tres no incluidos en el volumen de Poesía reunida que saliera a la luz en el año 2005 gracias a la editorial Lumen. Estos libros son Playstation, Habitación de hotel y La noche y su artificio, además de incluir una selección de Las musas inquietantes que tampoco aparece en Poesía reunida. Estas son buenas razones para ir a su encuentro.

Advertimos que desde el comienzo atravesaremos una amplia zona de poesía navegable, páginas húmedas como ciertos sueños. El primer poema, “Via Crucis”, perteneciente a ese libro transgresor llamado Evohé, nos inicia en la gracia de lo mojado, lo lúbrico, el bautismo de un cuerpo por otro cuerpo. “Cuando entro en la iglesia / en el templo /en la custodia / y tú me bañas”. Le siguen “Descripción de un naufragio” y “Diásporas”, donde es común dar con la espuma, las algas, “el agua salada que bebí entre sus piernas”, poemas transidos de erotismo, del reconocimiento del otro, el complemento, el semejante. Complicidad de fluido a fluido, destino del cuerpo donde se consagran los ritos del amor, sabiendo que ese destino no necesariamente “fue una dorada infancia en Cadaqués con paseos en barca”, que el objeto del amor puede ser también la desorientación obsesiva, el naufragio y, a la misma vez, brújula y puerto seguro.

Recordemos que Cristina Peri Rossi hubo de salir de su país natal, Uruguay, al llamado exilio, en un largo viaje en barco, dejando atrás la ciudad donde había echado los cimientos de su juventud. Dejar Montevideo, “ciudad triste de barcos y emigrantes”… “quince días de mar / sin parar / la mar antigua / la mar contigua / la mar, el mal”. O también: “de país en país / el exilio / es un río ciego”. No tendrá nueva patria la navegante. O quizás sí: “Mi casa es la escritura / casa de cien puertas y ventanas / que cierran y abren alternadamente / Cuando pierdo una llave / encuentro otra / cuando se cierra una ventana / violo una puerta”, así rezan unos versos de un poema de su libro Habitación de hotel. De esta pertenencia ha dado fe; es pasional su bojeo por el mundo de las palabras. “Hablo la lengua de los conquistadores / pero digo lo opuesto de lo que ellos dicen”.

La poesía se respira, te nutre, te duele, te transfigura, y a veces también se publica en forma de libros como este.  

A la fidelidad por la escritura la seguirá acompañando la devoción del eros, escritura del cuerpo en otro cuerpo: “Dije ‘Tierra’ / y era su vientre”. Incluso en sus últimos libros, cuando ya pareciera que la poesía se despega de la pasión para entrar en los espacios del distanciamiento y la soledad, puede saltar en cualquier momento un texto alusivo al juego de la seducción. Sólo tendríamos que leer “Arqueología amorosa” o “Primera cita”, donde el hablante lírico se presta a confesiones: “he vuelto a sentir el animal oscuro / que habita en mí / disimulado entre los afeites / de la cultura / y la urbanidad”. Y luego de ir prefigurando un encuentro que tendrá todos los posibles condimentos eróticos, incluyendo una comida afrodisíaca para empezar, cerrará el poema con un tajante verso: “Apróvechate, animal”. Es cierto que ha menguado la exaltación, pero de cualquier modo no se extingue. Lo que ocurre es que con el paso de los años se van instaurando otros referentes en su poesía: el extrañamiento ante una civilización que se aferra “al plástico y a Facebook”, que trueca sensualidad vital por sexualidad vacía, que se entrega sin defensas a la estandarización que le pone a mano la sociedad del espectáculo (cada vez más lamentablemente sosa, pero que pretende perpetuarse en manidos ritos). En los últimos libros de Peri Rossi se constata este estado de alerta o recelo, una ironía que se desprende de quien ha navegado en aguas de una soledad capaz de advertir. Pero aún queda una chispa encendida, que como un faro o candil de marino emite luz sobre un cierto tipo de destino: “sólo es poeta quien siente que la vida no es natural / que es asombro / descubrimiento revelación / que no es normal estar vivo”.

Esta lumbre de amor aún la acompaña en sus recientes visiones de un mundo que de muchos modos ha traicionado su sentido original. De vuelta entonces de su poesía nos preguntamos: ¿cómo recuperar esa condición excepcional de la existencia? ¿Cómo es que nos hemos embarcado en tantas campañas a favor de los derechos de la mujer, por la igualdad racial, el respeto a la comunidad gay, la defensa de la ecología, y tantas otras necesarias contiendas, pero aún no reclamamos nuestro derecho a respirar y a vivir en un mundo donde la poesía tenga voz? No digo voto porque ya sabemos que con ella no se hacen campañas. La poesía se respira, te nutre, te duele, te transfigura, y a veces también se publica en forma de libros como este. Parafraseando a Cristina Peri Rossi podemos decir de La barca del tiempo: “aprovéchate, lector”.

María Cristina Fernández

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