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Haia (fragmento)

domingo 31 de enero de 2016
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La novela Haia (Edizioni Nuova Cultura, Universidad de Bérgamo, Italia, 2015) es la segunda entrega de una serie de novelas reunidas bajo el título común Interrupciones. En la serie, que empezó en 2012 con Hilados coreografiados (Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera), Álex y Polifemo, Ruth y Haia, Anouk y Deseada, Gina, Katze y Mitze deambulan por los lugares de la ciudad, a veces sorprendidos por la brutalidad de algunas coincidencias, otras conmovidos. La portada del libro ha sido ilustrada con una obra sin título del pintor mexicano Álvaro Burgos Cordero, mención honorífica en el Art Students League of New York (30 x 40 pulgadas; acrílico sobre papel).

Haia. Interrupciones II José de María Romero Barea Edición y estudio introductorio de Marina Bianchi Edizioni Nuova Cultura Roma (Italia), 2015 ISBN: 9788868124946 84 páginas
Haia. Interrupciones II
José de María Romero Barea
Edición y estudio introductorio de Marina Bianchi
Edizioni Nuova Cultura
Roma (Italia), 2015
ISBN: 9788868124946
84 páginas

Alguien, por unas monedas, dispone las sillas en la terraza de la cafetería que aún no ha abierto, las arrastra, una por una, desde la puerta hasta la terraza improvisada sobre la acera junto a la librería, un quinteto de metal que es la banda sonora de la plaza, al que se unen las ramas que arañan los cristales en los ventanales de la librería a un lado de la plaza que despierta, la plaza que al principio no se reconoce en la mañana, y a medida que se despereza, va despertando a no se sabe qué, se va convenciendo de ser plaza, va desprendiendo una alegría contagiosa que es una especie de Grandes Éxitos, un televisor que arroja música y otras canciones, la mayoría desconocidas, que uno estaría escuchando siempre, canciones con las que uno se arrulla mientras el televisor sigue arrojando música que uno ya no escucha y que no piensa escuchar y sin embargo la plaza repite, Grandes Éxitos, canciones desconocidas, un ejercicio de (alta) fidelidad que la plaza dedica a la ciudad que la contiene, un juego que tiene mucho de mental, del placer al que la plaza se entrega sin cortapisas, un placer en el que aún nos reconocemos, una felicidad que consiste en caminar con tu hija a través de la plaza, sin dirigirte a ningún sitio, sólo por el placer de caminar, cogidos de la mano, como cuando tu madre te llevaba de la mano, solo que ahora eres tú el que llevas a tu madre de la mano (aunque en realidad lleves a tu hija), y la conduces a través de una plaza, un reducto mágico donde se canta, un ámbito estremecido por las ramas de los plátanos, el entrechocar de la loza en los bares, la salmodia de la máquina de calentar la leche, la plaza que cruzas de vuelta a casa, pero no a tu casa, sino a esa casa de la que aún no has salido, el hogar al que regresas, con tu hija de la mano, donde mora la esperanza, y tú te dejas llevar, recomendar por esa mano, más pequeña que la tuya, que te lleva a través de una plaza, una avenida, otra avenida aún más grande, por el puro placer de caminar, el único placer que es puro, un aria suelta entre voces dispersas, el ruido del papel al ser plegado, una sinfonía que multiplican los balcones, los ruidos de la plaza que abre y cierra sus comercios entre aplausos, una sinfonía que nos encanta y que cierra y abre el día, que emociona, junto a la luz que se abre paso a través de los ancianos, los muros venerables, los portales entreabiertos donde conviven las zinnias y las esculturas Art Decó, la luz que se abre paso a través del pelo de las mujeres que abren y cierran las puertas de sus pisos y salen a la calle a finalizar la noche cuando aún es de noche, mujeres que abren una puerta, un estribillo que la noche gusta de repetir, todo lo que una mujer abre (y cierra) cuando abre una puerta y se dirige a una entrevista de trabajo o al trabajo, o sale con ganas de espectáculo a la plaza que es puro espectáculo, mi plaza, sus ruidos de corral, su oleaje, el roce de neumáticos que llega amortiguado desde la avenida, mi plaza, sus arias, la sinfonía Mi Plaza que se abre paso a través de tu hija y tú que os sentáis en una de sus cafeterías, frente a un vaso que es simulacro de la plaza que el vaso copia y repite y que no tiene nada que ver con la plaza, que es todo lo que no es vaso, sino un placer que os sacia, os adivina, os devuelve al hogar u os arroja de rodillas ante él con una oración en los labios, la oración que repite la plaza, a unos segundos de la primera palabra, de esa repetición que fragua un diálogo, entremezclado de periódicos que se abren o se cierran, comercios que anuncian, con letreros luminosos, sus mercancías, un diálogo entre la plaza, tu hija y tú, que anula toda intención de individualidad, que os funde en un abrazo que incluye los brazos que Poli deja sobre tu hombro, el saludo que Poli os dedica, vuestros nombres, que Poli repite, Eric, Haia, aldabonazos que Poli da sobre la puerta de tu casa, a la que por fin regresas.

José de María Romero Barea
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