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Cuatro textos de Margaret González

sábado 27 de agosto de 2016
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Caminé hasta la cocina como un jorobado y saqué un pedazo de pan duro de la nevera. Ya no hacen panes de calidad, pensé.

Irritable

Hoy habla mi irritabilidad. ¿Dónde está la lámpara? La de mi casa que no alumbra. El cielo cubierto de nubes oscuras festeja los árboles empapados de lluvia nocturna. Escurren sus gotas en el aire y su frío moja con delicadeza. Ya no hablan de la crisis que nos embarga, sino de la belleza del mercado chino u otras intrigas. No puedo detener la impresión al mirar las montañas verdes que se aproximan. Cumbre silente donde se inician los fenómenos. Me basta con no alentar mi miedo y adentrarme a falsas esperanzas. Estaré así por momentos, porque vulnerable soy. Son las 7 y media y mis pensamientos forzados ya no son, la Mitsubishi y la kansei motors están vacías. No me importaba hasta ahora mirar tanta claridad en sus espacios. Una mujer camina y da la vuelta. Mantiene su estilo y la vanidad. Es la hora de conexión y de desconectar del mundo, pero es inútil despojarse de la miseria. Me hablan de quien soy y como soy, del este y del oeste. De mi vida en adelante y de los sueños empañados. Soy el editor que corrige, el maestro que enseña a vivir. No se trata de aquel que me hace florecer, sino de los recursos que poseo en este hábitat poco ecuánime. Llego dos minutos antes, suficientes para comer mi desayuno, un jugo suave yace en mi estómago, se mezcla con mis jugos gástricos, se desliza entre su acidez y sus movimientos. Todo al revés a partir de ahora, ser responsable es la prioridad, pero el pago es incompleto.

 

Aflicción súbita

El miércoles en la mañana desperté normal; luego de dar gracias por un nuevo día me levanté para bañarme. Tomé mi paño amarillo que estaba guindado en un gancho en la ventana. En ese preciso momento sentí un dolor súbito alrededor del ombligo que me hizo inclinarme. En posición álgida caminé hasta el baño y me duché. El dolor no era severo pero sí molesto. Intentaba erguirme pero aumentaba en intensidad. Caminé hasta la cocina como un jorobado y saqué un pedazo de pan duro de la nevera. Ya no hacen panes de calidad, pensé. Luego coloqué un sartén para freírme una mortadela. Mi intuición era que el dolor estaba causado por gases abdominales. Comí y me senté en una silla buscando alivio. Ya iban a ser las 7 am y tenía que ir al trabajo, pero no podía salir así, me fui al cuarto para darme masajes con crema para el cuerpo en busca de que los gases salieran, todo fue inútil. No tenía analgésicos y el dolor estaba fijo. Afligida caminé durante algunos minutos y nada pasaba, hasta que, resignada a quedarme en casa, me acosté y comencé a cambiar de posición. A las 7 y 49 am sentí que había desaparecido.

 

Luego de diez minutos de conocernos y después de pedirme un café con leche me hace una pregunta de agilidad mental. Lo miré fijamente y le dije que no iba responderle.

Jaque mate

Llegué como a las 7 pm a su mesa, su cara expresiva me recordaba al títere de Donoso. Me senté con ella y la miré fijamente, sus pestañas postizas eran rígidas como muñeca de terror. Volteé hacia la cuenta escrita y había ingerido 16 cervezas. Con una mueca proyectó una sonrisa y, en su nebulosa, pudo reconocerme. Me dijo: Hola, amiga, mientras pedía dos más para la mesa. Se empinó hasta el fondo la botella. Luego comenzó a hablar de su amor desmesurado, sus hombros encogidos, y sus suspiros denotaban placer, no sabía si era amor o los efectos del alcohol. Yo que la conocía me sentí nerviosa porque temía que se negara a pagar. Mediar era lo de menos, pero dejarla en ese estado de embriaguez era un peligro. En su excitación pedía y pedía, reía hasta que comenzó a bailar sola, repetía que está enamorada y se sentía feliz. Esa noche toda salió bien, porque pude cancelar la cuenta con su tarjeta de crédito.

 

Arrogante

Cuando lo miré en el centro comercial, pude percatarme de por qué se había enamorado. Era un hombre alto, de complexión fuerte, medianamente rubio y con unos ojos verdes intensos. A pesar de que pasaba los 50, su contextura atlética y sus muslos largos le daban una apariencia varonil. Ella, sentada con una sonrisa extensa, me miraba ansiosa. Yo vestía un uniforme de color verde que me quedaba ancho por la delgadez que presentaba pero con presencia suficiente para generar un dilema emocional y cumplir con la impresión diagnóstica. La cafetería era lujosa, de un excelente ambiente para desarrollar una conversación amena. Coloqué mi bolso en la mesa y extendí mi mano al novio. Luego de diez minutos de conocernos y después de pedirme un café con leche me hace una pregunta de agilidad mental. Lo miré fijamente y le dije que no iba responderle. Insistió en su intención de impresionar con sus trucos fatales. Luego se levantó de la mesa para responder una llamada y duró más de 15 minutos, mientras paseaba en las cercanías. Ella me miraba intrigante, mas yo le daba sorbos al café con leche que tenía en la mesa.

Margaret González
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