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Plumas irreverentes y osadas
Una aproximación a la nueva narrativa puertorriqueña

lunes 9 de noviembre de 2015
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Puerto Rico
Tetra Images/Corbis

I. Literatura puertorriqueña: un reto en todo sentido

Hacer una aproximación a la cosmogonía puertorriqueña —la cual se ha formado dentro de ese conglomerado de islas caribeñas en donde, aun con sus diferencias particulares, confluyen modos de pensar y actuar que devienen en un contraste rico, interesante, heterogéneo— es un reto en todo sentido, pues su evolución histórica alberga un entramado complejo.

Desde el proceso de colonización española hasta la invasión de los Estados Unidos, son muchas las transformaciones, eventos y hasta frustraciones ideológicas que han tenido que experimentar los habitantes de este espacio.

El escritor contemporáneo requiere armar discursos de mayor complejidad y que ante todo representen para el lector un reto a nivel cognitivo.

Espacio por demás complicado, sobre todo porque “el caso de esta isla caribeña está signado por su prolongada condición colonial, que va desde los tiempos de la conquista española hasta el neocolonialismo norteamericano de nuestros días” (Jaimes, 2007:14).

De hecho, en La invención del Caribe (1997) se nos advierte:

La relación colonial (…) es una relación autoritaria entre gobernantes y gobernados. Para el colonizado es una imposición política, ajena a sus realizaciones. El propósito de las formas de convivencia es la conservación y el mejoramiento de los estilos de vida (Casimir, 1997: 286).

Por tanto, debemos asumir con propiedad que existe allí un “(…) proceso que abarca diversas mezclas interculturales, más amplias que el mestizaje y el sincretismo religioso” (García Canclini, 1989: 12), que no permite una mirada unificadora u homogeneizada de la isla.

Ante este panorama, es mucho más sencillo hacer un acercamiento a Puerto Rico desde lo literario. La literatura, con sus versiones posibles de los hechos, su mirada aguda ante los acontecimientos y sin lugar a dudas su poderosa imaginación, permite entender y representar su realidad.

Por otra parte, y aunado a todo lo anteriormente expuesto, iniciar este milenio significa para muchos escritores un reto en el sentido artístico, pues el público lector no se conforma ya con esa línea discursiva que identificó por mucho tiempo la narrativa universal y que definió —como el caso del boom latinoamericano— el estilo de grandes narradores, sino que más bien exige a los hacedores de historias, a los creadores de ficciones, novedosas estrategias discursivas, distintas visiones del mundo.

El escritor contemporáneo requiere, por tanto, armar discursos de mayor complejidad y que ante todo representen para el lector un reto a nivel cognitivo. La propia contemporaneidad que le tocó vivir le asigna la creación de discursos que, además de exponer posiciones distintas a las tradicionales, se develen ante el espectador de una manera nada sencilla.

De ese modo, aparecen en la palestra pública e intelectual de Puerto Rico eruditos de la talla de Edgardo Rodríguez Juliá, Luis López Nieves, Mayra Santos Febres y Ángela López Borrero —por mencionar unos pocos— que se ganan el gusto del público por cuanto se inscriben a tendencias discursivas como las antes mencionadas.

La narrativa que han ofrecido en las últimas décadas, además de adentrarse en aquella búsqueda por romper con la centralidad, traspasar los límites, evadir las reglas (Kristeva, 1989), pretende involucrar al lector como parte activa de la narración hasta el punto de hacerlo reflexionar y cuestionarse sus posturas ante ciertos temas.

Los encuentros de camino y los engaños parecen ser la forma más apropiada para estos autores de elaborar un lenguaje que aparenta ser cada vez más un conjunto de códigos caóticos. La cuestión es que se escriba desde los límites de los discursos. Que no se respeten las fronteras. Que se le falte el respeto a la tradición.

Veámoslo detenidamente.

 

En la obra de Rodríguez Juliá se hace patente su intención de rellenar los espacios que aparecen como vacíos dentro de la memoria colectiva de Puerto Rico.
En la obra de Rodríguez Juliá se hace patente su intención de rellenar los espacios que aparecen como vacíos dentro de la memoria colectiva de Puerto Rico.

II. Rodríguez Juliá: un (re)hacedor de (la) historia(s)

En el caso de Rodríguez Juliá, quien ha emprendido la ardua labor de llenar esos espacios en blanco de la historia puertorriqueña y conformar, por tanto, una verdadera identidad nacional, ha logrado hasta ahora una vasta y certera obra que permite comprender la complejidad histórico-cultural que identifica a su isla.

Daroqui señala al respecto:

(…) Edgardo Rodríguez Juliá, desde hace tres décadas, es uno de los escritores de Puerto Rico más prolíficos y con un proyecto intelectual que, desde 1974, ha ido trazando un proceso escriturario personal muy interesado por desenmarañar —machete en mano, como él dice— la tradición literaria y cultural de esta isla caribeña (2005: 97).

Con La noche oscura del Niño Avilés (1984) por ejemplo, se propuso con acierto cubrir aquellos intersticios vacíos que ha dejado la historia de su nación sobre el siglo XVIII. En aquella obra se consolida una posible versión de los hechos que acontecieron durante una época que para naciones vecinas representó la mayor fuerza identitaria de sus ciudadanos.

La obra se centra en todo lo que giró en torno a la fundación de “La Nueva Venecia”. Ninguno de estos eventos es narrado desde la perspectiva historiográfica tradicional, la cual contribuía a “la creación de una conciencia nacional familiarizando a sus lectores con los personajes y los sucesos del pasado…” (Menton, 1992: 36) sino, por el contrario, el autor se arriesga a plantear una posible versión de los hechos.

En palabras de Jaimes: “La noche oscura pone al descubierto las contradicciones del mundo latinoamericano: el ser y el querer ser, lo que repetimos como historia y que, sin embargo, sabemos que no es tal, lo que suponemos que sucedió (…)” (2007: 16).

Quien nos muestra los vericuetos y pasajes de este período no será precisamente aquel cronista fiel al discurso acartonado que distingue lo historiográfico, sino más bien una serie de voces mucho más cercanas al ciudadano común, de modo que los sujetos tradicionalmente invisibilizados dentro de la literatura, en esta obra no sólo son incluidos, sino que cobran protagonismo.

Esto permite darles una carga humana, así como un seguimiento y comprensión, no exclusivamente desde la óptica academicista, desde la generalidad, sino desde y sobre todo de la particularidad de seres que tienen mucho que decirnos, de voces que esperan ser oídas y que dentro de la novela aparecen enmarcadas en el concepto de polifonía: “Son varias voces que cantan diferente un mismo tema… descubre el carácter polifacético de la vida y la complejidad de sus vivencias humanas” (Bajtín, 1988: 68).

En el caso de Puertorriqueños (1989) construye, a través de una mezcla entre crónica, álbum fotográfico, novela autobiográfica, reportaje y anecdotario, toda una iconografía que permita a sus coterráneos sentirse identificados con ese espacio geográfico, social y cultural que comparten llamado patria, así como con todas las manifestaciones dadas allí, inclusive las más contradictorias y complejas.

Se apoya entonces en la combinación del texto con la imagen. Aparecen las narraciones enmarcadas dentro de un álbum familiar para otorgarle la connotación de nostalgia, memoria y parodia hacia los tiempos pasados —que no tuvieron, por cierto, que ser mejores.

Daroqui señala en ese sentido:

La fotografía como medio moderno de representación permite a Edgardo Rodríguez Juliá describir el diálogo entre lo fugaz y lo permanente, de esta secreta conversación percibimos aquella iconografía donde el recuerdo busca asirse en el tiempo y las cosas (…). Cuando fracasa la relación entre el espectador y la imagen, entonces la foto queda como vestigio y es, en este instante, cuando se transforma en motivo de conocimiento histórico (2005: 57).

En consecuencia, la fotografía, figura central del libro, permite vislumbrar cada una de las etapas históricas más significativas de la isla luego de la invasión norteamericana, desde una visión multifocal mucho más amplia, y hasta sensata, de como lo ha hecho la historiografía. En ese sentido Jaimes afirma: “Para un país como Puerto Rico, que nunca ha dejado de ser colonia, el problema de sus raíces, de su historia y de su identidad, parece ser punto focal de indudable trascendencia” (2007: 28).

Estando la isla marcada por las tensas relaciones que mantiene con los Estados Unidos, es lógico que Rodríguez Juliá, comprometido con la identidad cultural que rodea a su pueblo, y decidido a no permitir que se pierda gran parte de lo que define al puertorriqueño común, proponga en esta pieza un discurso retador, que además de desafiar el orden de las cosas sirva como reflexión para un ciudadano expuesto a una influencia cultural ajena a su idiosincrasia.

En El cruce de la Bahía de Guánica (1988), otro de los libros de Rodríguez Juliá, se hace patente su intención de rellenar los espacios que aparecen como vacíos dentro de la memoria colectiva de Puerto Rico. Allí continúa buscando darle forma a la historia que rodea la isla. En esta ocasión emplea el cruce de varias fechas importantes en la tradición cultural y popular para, además de cuestionar las posibles versiones que rodearon los acontecimientos, mostrar —como lo hacen la mayoría de sus libros— las contradicciones propias de su pueblo.

Entonces, se mezclan en la narración eventos autobiográficos, históricos, anecdóticos, paradójicos, imaginativos, ficcionales. Daroqui explica que “con esta estrategia narrativa el sujeto del enunciado empieza el texto acortando distancias con el receptor, al crear un efecto que garantice el principio de veracidad y preserva con su recuerdo personal el conocimiento de épocas pasadas” (2005: 137).

Lo podemos palpar apenas empiezan las crónicas, pues el autor está explicando su vivencia dentro de ese contexto: “Hace algunos años ya que el Club Exchange de Guánica auspicia, en ocasión de las fiestas patronales del pueblo, esta competencia de natación (…). Hoy, 25 de julio de 1983, vuelvo a Guánica, acompañado, como siempre, del querido nadador William Storick (…) (Rodríguez Julia, 1988: 14) (énfasis del autor).

Esa sensación de cercanía le garantiza al lector una especie de seguridad sobre lo que lee, correspondiéndose con la dinámica narrativa contemporánea señalada por Daroqui: “En la actualidad no resultan extraños ciertos textos literarios cuyo discurso se construye en la búsqueda de dialogar menos con la realidad aparente de las cosas que con la propia realidad del lenguaje” (Daroqui, 2005: 106).

En síntesis, La noche oscura del Niño Avilés, Puertorriqueños y El cruce de la Bahía de Guánica, además de tener como autor a una de las mentes más prolíficas de Puerto Rico, entretejer diversos discursos, emplear distintas voces, proponer posibles versiones de los hechos, leer a un mismo y acelerado ritmo textos e imágenes, resultan una interesante propuesta para desenmarañar el complejo devenir histórico de una isla marcada por la invasión extranjera, la cual no tiene más remedio que convivir armoniosamente dentro de un entramado histórico-cultural rico y heterogéneo.

 

López Nieves ha sentado precedentes en cuanto a un estilo narrativo fresco, innovador, irreverente y osado.
López Nieves ha sentado precedentes en cuanto a un estilo narrativo fresco, innovador, irreverente y osado.

III. López Nieves: un escritor (innov)(fabul)ador

Luis López Nieves es otro intelectual puertorriqueño que ha venido marcando una pauta dentro de la narrativa actual, al punto de sentar precedentes en cuanto a un estilo narrativo fresco, innovador, irreverente y osado. Sus obras (i.e. Seva o El corazón de Voltaire) apuntan —en franca correspondencia con lo hecho por su coterráneo Edgardo Rodríguez Juliá— al desafío de las versiones oficiales de los hechos, por cuanto se apoyan en supuestos documentos y manuscritos históricos, sembrando en el lector la sensación de verosimilitud, cuando en realidad se trata de textos apócrifos.

Su osadía no se quedó allí por lo que, por ejemplo, en su cuento “El telefónico” —perteneciente a Los nuevos caníbales. Antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano (2000)—,1 se atreve a conjugar —aun cuando se le han encontrado notables influjos garciamarquianos— elementos de ficción que corroboran a su autor como digno representante de este movimiento contemporáneo puertorriqueño de irreverencia y osadía.

En aquella historia juegan los diversos imaginarios del puertorriqueño actual, donde la premisa capitalista y consumista, el ritmo globalizador de estos tiempos más su prolongada condición de nación colonizada se entrelazan, poniendo en evidencia las serias contradicciones histórico-culturales que definen a la isla.

El protagonista del cuento de López Nieves rompe con modelos estereotipados y se encierra en sus propias convicciones, aislándose por completo y desafiando las imposiciones sociales de esta época tan convulsa: “Él nunca tuvo un buen sentido del humor. De hecho, en la universidad se le conocía como el misántropo más ácido y antipático de toda la Facultad de Filosofía, lo cual es mucho decir” (VV.AA., 2000:196).2

Vemos, pues, que es un ser ensimismado, poco común en una sociedad como la suya, caracterizada por dejarse llevar por el mercado de modo vertiginoso y que indica, con sus imposiciones, las formas de pensar y actuar de las personas.

Otro riesgo tomado por López Nieves en su cuento es colocar el teléfono como elemento primordial de las relaciones interpersonales del protagonista, siendo el aparato mucho más importante que el resto de la humanidad. Pareciera entonces que ese objeto le permitiera a él ser y sentirse. A través de un juego de palabras, donde emergen tratados filosóficos una y otra vez: “Tiene usted toda la razón cuando señala los males del materialismo. (…) dedicaron casi una hora a la fenomenología hegeliana (…)” (p. 198); se lleva al lector a una historia donde lo hiperbólico cobra vida, resemantizando los discursos (Daroqui, 1998).

Cuando ya ha logrado sentar la premisa de que las conversaciones telefónicas para el protagonista son la cosa más importante de su vida, el eje motor de sus acciones, la fuerza que lo mantiene atado a un mundo que no acepta, que no comprende, que apenas tolera, López Nieves se atreve a mostrar con la mayor exageración posible la decadencia del hombre posmoderno:

Entre las moscas, mimes, mariposas negras y cucarachas, entre las telarañas y los nidos de ratas, hombres uniformados, con pañuelos sobre la boca y nariz, comenzaron a abrirse paso (…). Sentado en el suelo, en medio del gran círculo de sus larguísimos cabellos blancos, él parecía una araña gigantesca (…). Uno de los policías sollozó al notar sus piernas inmóviles, secas, forradas de gusanos (p. 204).

Es como si estuviese diciendo —contrario a lo que pudiera pensarse al inicio del cuento— que la indiferencia demostrada entre las personas, preocupadas sólo por lo material, producto tal vez del propio estado colonial que identifica —para lamento de muchos— a la isla, los llevara hacia una deshumanización irreversible, a una indolencia inaceptable, sobre todo para quienes deberían estar buscando incansablemente la manera de preservar la herencia cultural que heredaron.

 

Santos Febres: sitial de honor en la reivindicación de lo femenino.
Santos Febres: sitial de honor en la reivindicación de lo femenino.

IV. Santos Febres: una irreverente consagrada

En el caso de Mayra Santos Febres, quien ha recibido importantes premios de narrativa como el Letras de Oro 1991, no sólo ha colocado a Puerto Rico un paso adelante en lo que a narrativa irreverente y osada se refiere, sino que ha conseguido un sitial de honor en la reivindicación de lo femenino.

Daroqui señala al respecto que esta puertorriqueña, en su libro Pez de vidrio (1995), “pone de relieve la movilidad de las posiciones del sujeto femenino en el mundo e insiste en la idea de un sujeto/a abierto/a, relacional, sin concluir, en fluctuación” (Daroqui, 1998: 122).

En el caso específico del cuento “Resinas para Aurelia” —perteneciente a la antología Los nuevos caníbales— logra, gracias a un juego del lenguaje: inteligente, agresivo, mordaz, pero sobre todo insolente, persuadir al lector a revisarse, a cuestionarse su visión del mundo; desafía, por tanto, el orden histórico cultural de las cosas, la tradición. En otras palabras: transgrede.

Para lograrlo le otorga un lugar preponderante a los flujos corporales, uniéndose a lo planteado por Bajtín (1988) con respecto al carnaval, donde el cuerpo es un cuerpo cósmico que participa e interactúa con la vida del universo, confundiéndose y disolviéndose en formas animales o vegetales. No es materia aislada, cerrada en sí misma, recibe, da, engulle, escupe, transpira y grita.

Podemos percibirlo con claridad en la explicación que nos entrega la narradora sobre el oficio de Luis, el cual reside en hacer florecer los árboles:

Los cuidó de chiquitos echándoles fertilizantes expertos en crecimiento dócil y frondoso, mierda de putas jóvenes mezclada con sangre menstrual (…). So pretexto de darle las palanganas de mierda, las madamas y las putas más viejas lo hacían entrar al El Conde (…); algunas lo besaban de lengua en la boca haciéndole mimos maternales, cagando amorosamente ante él en las palanganas (…). A lo que nunca pudo acostumbrarse Lucas fue al punzante olor a mierda de putas (p. 247) (énfasis nuestro).

Mientras lo aprende recibe otras enseñanzas, por ejemplo la de las artes amatorias o todo lo referente a los componentes que hacen de esa tierra algo verdaderamente fértil. La autora aprovecha este hecho y nos lo muestra con total irreverencia haciendo con ello un festival bajtiniano de lo carnavalesco.

En ese mismo orden de ideas, la mención reiterada de las putas se corresponde a esa tendencia actual de incluir las figuras que pertenecen al borde y que tradicionalmente se excluían de las narraciones:

El arte y la literatura que ponen en escena lo incongruente (…) rompen con la centralidad, desplazándose hacia las zonas del borde y lo periférico, rompen los presupuestos de causalidad y finalidad (…). En esta crisis de la representación, se instaura una distanciación crítica: la resistencia a la fuerza edificante que la representación conlleva (Bravo, 2006: 103).

Emplear lo escatológico e incluir sujetos que antes pertenecían única y exclusivamente a lo marginal no es lo único que convierte a Santos Febres en irreverente, pues esta tendencia se ha venido acentuando en Puerto Rico cada vez con mayor fuerza; es también el uso del lenguaje, la descripción tan precisa y hasta jocosa que brinda, así como las múltiples sensaciones que puede llegar a despertar en el lector, lo que la ubica —con justa razón— entre una de las mejores representantes de la literatura puertorriqueña de las últimas décadas.

Volviendo a la irreverencia de su pluma, la mayor muestra de este estilo narrativo se puede percibir en su cuento cuando desacraliza esa preconcepción de respeto que debe mostrar un nieto hacia su abuela:

Se embadurnó las manos, desnudó a la abuela, y con aquella cataplasma fue masajeando todo el cuerpo hinchado y gris. (…) contra aquella mujer que lo había criado desde niño (…). Le embadurnó el pecho, teniendo cuidado con aplicarle menos solución en las areolas oscuras. Fue bajando y apretando fuerte hacia abajo por el vientre y luego por las piernas. Se las entreabrió a la Nana, le acarició el pubis canoso y con ternura le fue llenando las grietas de aquella savia, experto, conocedor y humilde en su oficio de devolverle la tersura y la humedad al cuerpo de la abuela (p. 251).

Aquel discurso que se revela ante la tradición, ante un mundo arcaico, nos desvela un desafío al orden natural de las cosas, donde el lector puede contemplar impávido cómo todo un referente de normas y costumbres se ve transfigurado, y es perfectamente normal lo anormal.

Aquella ruptura de paradigmas, aquella carnavalización, aquel juego del lenguaje, rico en vocablos soeces y escenas de insolencia, se convierten hoy día en punta de lanza para los escritores contemporáneos y sirve como ejemplo de cómo puede hacerse una narrativa fresca, novedosa y si se quiere irreverente, sin perderse la esencia estética que define toda obra artística.

También nos remite a la dinámica estética que vive la isla, pues la riqueza multicultural y pluriétnica que la rodea impregna también su creación literaria y la hace sin duda variada, rica, diversa y heterogénea. De hecho, en las últimas décadas ha habido una franca disposición al cambio desde el campo literario, en aras de renovar los discursos: primero, cuando importantes representantes del mundo literario de Puerto Rico se cuestionaron la necesidad de una revisión discursiva, y luego cuando se ha venido consolidando una tendencia narrativa que Daroqui intenta explicar como:

Los rasgos intensivos son los que, desde nuestro punto de vista, separan el principio de homogeneidad discursiva entre las narrativas del Caribe español. Por ello nos atrevemos a proponer un principio crítico un tanto débil de sostener: la osadía (Daroqui, 1998: 86) (énfasis de la autora).

Osadía que se percibe con mucha claridad en Santos Febres, no sólo en el cuento analizado sino en toda su obra y que probablemente la mantendrán en el tapete durante mucho tiempo.

 

López Borrero: un discurso desafiante, osado, que mueve los cimientos de una de las religiones más sólidas del mundo occidental.
López Borrero: un discurso desafiante, osado, que mueve los cimientos de una de las religiones más sólidas del mundo occidental.

V. López Borrero: una voz que se subleva

La osadía a la que hace referencia Daroqui se repite en las creadoras de esta isla caribeña. En ese sentido, podemos incluir al cuento “Dios con nosotros”, de Ángela López Borrero —perteneciente también a la antología Los nuevos caníbales— en este selecto grupo de representantes de la narrativa puertorriqueña de las últimas décadas, que si bien no da cuenta de su trayectoria como escritora, permite —al igual que los anteriores escritores— vislumbrar algunos aspectos que la convierten en innovadora, pero sobre todo lo que hace de su pluma una verdadera irreverencia.

En este cuento hay un desafío a la tradición judeocristiana que raya, para cualquier fervoroso creyente, en el sacrilegio. En él se permite jugar con la idea del sexo ritual ante el mito de Abram y Agar. Quien nos narra se desprende de sus lazos religiosos y ofrenda su esposo a su esclava para que éste la embarace. Aquel sacrificio es teñido de toda la sensualidad y si se quiere voyeurismo posible cuando escucha cuidadosamente todo lo que el par hace:

Sola, desde aquí miro sus carnes confundirse, los veo enredarse, juguetear como dos niños. Él le va quitando cada pieza mientras ella se envuelve en sedas y baila, se cubre los senos duros como dos montículos de barro tierno que él amasa, y va formando su cintura y unos muslos redondos como columnas abiertas, su espalda culmina en montes y él con su lengua abre espacios, la va llenando, formando fuentes y ríos (p. 273).

Luego, como si no fuera poco observar cómo disfrutan engendrando el hijo que ella no puede concebir, se entrega a una pasión irremediable al propio Dios. Toda su potencialidad sexual se desborda reivindicando con ello todo el derecho que tiene la mujer de disfrutar su sexualidad cuando y con quien quiera:

Oh Jehová (…). Ven aquí, acércate a mi tienda, desnúdate conmigo, pasa sobre mis pechos huérfanos el aliento divino de tu fuego, saborea este elixir amargo que mana de mi lengua y deja que tus dedos me dibujen como a una Eva sobre un lienzo de seda. Déjalos correr sobre mí, hurgar en mis carnes, enredarse en mis madejas, apaciguar mis penas (p. 274).

Hay dentro de aquella entrega un discurso desafiante, osado, que mueve los cimientos de una de las religiones más sólidas del mundo occidental y con una trayectoria de más de dos milenios, con lo que se corrobora la posición asumida por las actuales narradoras puertorriqueñas que pretenden consagrarse dentro del amplio, competitivo y complejo mundo literario.

Si para Edgardo Rodríguez Juliá y Luis López Nieves es la reinvención de la historia el instrumento por medio del cual se rebelan ante el canon, levantando sus voces en pro de preservar toda una tradición histórico-cultural rica y variada, en esta escritora es colocar a la mujer en el lugar que realmente le corresponde, la manera de contravenir los cánones patriarcales que han definido parte de la cosmogonía puertorriqueña.

 

VI. Conclusiones: una lucha intelectual que no termina

Si bien este estudio no ha hecho más que acercarse grosso modo a la nueva narrativa dada en Puerto Rico, ha resultado una muestra de cómo, a partir del hecho de formar parte de un espacio prácticamente indefinible como el Caribe, esta isla está dando pasos agigantados hacia una dinámica discursiva irreverente y osada.

Sus producciones narrativas no pueden dar menos que signos de la permanente hibridación (García Canclini, 1989) que ha vivido la isla en todos sus períodos históricos.

La narrativa puertorriqueña se cierne sobre un propósito intelectual complejo y hasta controvertido, pues los procesos histórico-culturales dados en la isla no son nada fáciles de abordar.


Rodríguez Juliá apronta su lucha por preservar la herencia cultural que les legaron sus antepasados, a través de una pluma plagada por una desbordante imaginación. Se atreve, pues, a desafiar las versiones oficiales de la historia, a mezclarla con la ficción, a convertirla en referente de identidad y arraigo, en motivo para soportar con gallardía el colonialismo y su intento por acabar con las más ancestrales tradiciones culturales de su pueblo.

López Nieves no sólo desafía a la historia sino que incorpora las nuevas tecnologías (i.e. El corazón de Voltaire, fundamentada en su totalidad por correos electrónicos) y las tendencias consumistas, materialistas, deshumanizadas del individuo posmoderno dentro de su discurso para, entre otras cosas, rebelarse ante la tradición y sentar unas bases innovadoras acordes con los tiempos que vivimos.

En el caso de los dos cuentos escritos por mujeres estudiados aquí, pudimos corroborar que, aunque los contenidos semánticos no coinciden con los proyectos emprendidos por Rodríguez Juliá o López Nieves, encajan a la perfección con la tendencia de romper con la centralidad, transgredir, en palabras de Kristeva: con la abyección.

La abyección pareciera, pues, el estandarte de Santos Febres y López Borrero, por cuanto sus producciones “…no abandona(n) ni asume(n) una interdicción, una regla o una ley, sino que la desvía, la descamina, la corrompe” (Kristeva, 1989: 25).

De ese modo, y a manera de cierre —puesto que esta discusión apenas comienza y los estudios al respecto de seguro serán cada vez mayores—, la narrativa puertorriqueña se cierne sobre un propósito intelectual complejo y hasta controvertido, pues los procesos histórico-culturales dados en la isla no son nada fáciles de abordar y exigen representantes que no sólo sean incorporados al infinito espacio literario universal, sino que proporcionen discursos nuevos pero sobre todo osados.

 

Referencias bibliográficas

Fuentes directas
  • Rodríguez Juliá, E. (1988). El cruce de la Bahía de Guánica. Río Piedras: Cultural.
    (1984). La noche oscura del Niño Avilés. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
    (1989). Puertorriqueños (álbum de la sagrada Familia Puertorriqueña a partir de 1898). Madrid: Editorial Playor, SA.
  • AA. (2000). Los nuevos caníbales. Antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano (Marilyn Robes y otros editores), La Habana: Ediciones Unión; San Juan: Isla Negra y Santo Domingo: Búho.

 

Fuentes indirectas
  • Bajtín, M. (1988). Problemas de la poética de Dostoievski. Trad. Tatiana Bubnova. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Bravo, V. (2006). Las fábulas y otras metáforas. Mérida: ULA.
  • Casimir, J. (1997). La invención del Caribe. Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
  • Daroqui, M. J. (1998). (Dis)locaciones: Narraciones híbridas del Caribe hispano. Valencia: Editorial Tirant lo Blanch.
    (2005). Escrituras heterofónicas: narrativas caribeñas del siglo XX (1ª ed.). Rosario: Beatriz Viterbo Editora.
  • García Canclini, N. (1989). Culturas híbridas, estrategias para entrar y salir de la modernidad. México: Grijalbo.
  • Jaimes, R. (2007). El imaginario del muy diablejo. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana.
  • Kristeva, J. (1989). Poderes de la perversión. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Menton, S. (1992). La Nueva Novela Histórica de la América Latina, 1979-1992. México: Fondo de Cultura Económica.
Yady Campo

Notas

  1. De ahora en adelante nos referiremos a esta obra como Los nuevos caníbales.
  2. De ahora en adelante todas las citas tomadas de esta antología serán presentadas sólo con el número de página.
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