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Un maestro en clave de escritor: José Miguel Contreras (1919-1977) y su mirador de jubilado

lunes 25 de julio de 2016
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José Miguel ContrerasI

Pudo haber sido batidor, atizador o trapichero en una molienda de caña, como los de su edad, en su Ejido natal; sin embargo, con quince años, en una Venezuela menguada de hambre, analfabeta, tiranizada, decidió ser maestro. Y ese muchacho se fue a Caracas. En las aulas de la Escuela Normal de Varones —entre 1934 y 1937— accedió al universo filosófico de la escuela nueva, alentado desde la cátedra por educadores del talante de Luis Beltrán Prieto Figueroa, el boliviano Carlos Moena Beltrán Morales, el estadounidense Leo Scherperman o los chilenos Manuel Mandujano y Daniel Navea. Así conoció nuestro personaje el movimiento pedagógico liderado por John Dewey (1859-1952) y Georg Kerschensteiner (1854-1932), cuyo afán era “formar la individualidad vital humana dentro de la colectividad, en un ambiente de libertad, por medio de la actividad” (Luzuriaga 1961, p. 29). Desde una perspectiva teórica activista, la escuela nueva allegó originales métodos, técnicas y estrategias instruccionales, encaminadas a sustituir el monarquismo en la enseñanza (Édouard Claparède), en el cual un maestro, figura de autoridad omnímoda —cual rey—, disponía de la voluntad de los alumnos, sus vasallos. En el caso venezolano, la palmeta y el cepo completaban el instrumental de represión escolar. Contra todo ello se erguían los postulados de la escuela activa o nueva. Empero, fueron la promoción del laicismo, la educación sexual y la coeducación de los sexos, los insumos teóricos más revolucionarios del movimiento.1

Contreras se recibió de maestro normalista en julio de 1937. De allí en más discurrió una carrera docente que se dilató por cuarenta años. El ejidense, aparte de su magisterio en las aulas, fue miembro fundador de la Federación Venezolana de Maestros (FVM), cuya seccional larense presidió en 1962, y un activísimo líder político, en Acción Democrática (AD), al principio, y, desde 1968, militando en el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), del cual sería secretario regional poco más tarde. Casado desde 1945 con Sara Ocando, con quien tuvo siete hijos, se residenció en Barquisimeto, estado Lara, desde 1952. En esta, su tierra adoptiva, murió el 13 de junio de 1977. Fue, hasta el final de sus días, un maestro de la escuela nueva.

 

II

Escritor es una persona que escribe. ¿Perogrullada? La definición, ceñida al diccionario, deja de parecer insulsa si se piensa en la imagen de escritor que la tradición literaria occidental ha configurado: por lo general, restringida a autores de ficción. De allí que convenga enfatizar la originaria holgura del término. A tono con ello, el crítico literario Carlos Sandoval precisa que “escritor es todo aquel que utiliza el lenguaje para expresarse. Sea en el periodismo, en el ensayo, en la ficción (…). Todos somos escritores, la diferencia es el público para el cual [se] escribe y la intención que tiene el texto”. Una visión coincidente es la de Ludovico Silva (2011, p. 27) cuando dice: “…la literatura en cuanto tal, como concepto y como práctica, va mucho más allá de las obras de ficción o imaginería y se extiende por todo el ancho campo de la escritura”. El escribir como ejercicio sistemático, pensado para comunicar algo, perfila a un escritor. Y es este, precisamente, el caso de José Miguel Contreras.

Como la mayoría de los escritores, el de Ejido fue antes un aplicado lector. En la soledad compartida del internado normalista devoraba cuanto libro, periódico o folleto caía en sus manos, aun publicaciones que los censores del régimen gomecista miraban con ojeriza como la Revista Pedagógica, órgano de la Sociedad Venezolana de Maestros de Instrucción Primaria (SVMIP). A lo largo de su vida mantuvo una provechosa relación con los libros, atesorando una modesta pero bien escogida biblioteca. “Yo nunca vi a mi papá dejar de leer, dejar de estudiar”, recuerda Milagros Contreras, hija del maestro.

El príncipe de sus textos publicados, “Síntesis histórica de la evolución de la escuela normal federal venezolana”, apareció en el número 49 de la revista Educación, en 1947, y durante los años 50 y 60 algunos de sus artículos circularon en publicaciones periódicas del interior. Con todo, los años que van de 1969 a 1976 son los más prolíficos en lo que a producción escrita se refiere, coincidiendo su jubilación de la educación pública con la aparición de la columna suya El mirador del jubilado en el diario El Informador de Barquisimeto. Debió escribir más de 300 artículos en el lapso, si se echa cuenta de que publicaba uno por semana. De seguidas estudiaremos algunos de ellos, extraídos del folleto El mirador del jubilado: crónicas para la escuela, para la ciudad y para el recuerdo (1976), antologado por el propio Contreras. Las siete piezas que forman el corpus a examinar son “Luis Eduardo viajó hacia las estrellas”, “¿Y cuándo se nacionalizan los venezolanos?”, “Entre la familia y la escuela”, “Cuando Fomento llegue hasta Amábilis”, “El fantástico mundo del Ipas (Barquisimeto)”, “La sutilísima red de la chismografía” y “Víctor y los viejos tipógrafos”.

 

III

En 1974 falleció el maestro y escritor mirandino Luis Eduardo Egui, su amigo desde los días en que ambos estudiaban en la escuela normal. Egui, junto con Antonio Arráiz, produjo libros de cuentos, de historia, de geografía, dirigidos a niños, que por muchos años fueron textos de uso en las escuelas venezolanas. In memoriam, José Miguel escribió “Luis Eduardo viajó hacia las estrellas”. “Se fue casi en silencio, como sencilla y silenciosa fue su vida de maestro”, anota. Egui innovó la metodología y la praxis pedagógicas, traspasando los límites materiales del aula. Con su muerte “se nos ha ido un buen escritor, se nos ha ido un buen ciudadano (…), desaparece (…) un gran compañero”. Después de una sucinta mirada a la obra del amigo, Contreras expresa que la mejor manera de recordarlo en las escuelas es abriendo sus libros.

El primer día del año 1975 el presidente de la república, Carlos Andrés Pérez, anunció al país la nacionalización de la industria del hierro, lo que desencadenó reacciones encontradas, como la huelga general de trabajadores de dicha industria, el 21 de enero, en reclamo de mejoras salariales. Otro tanto ocurrió con el petróleo apenas hubo comenzado el año 1976. Ambas medidas abonaron el terreno para un intenso debate que involucró distintos actores y escenarios de la sociedad venezolana. José Miguel Contreras —aprovechando la coyuntura— pregunta: “¿Y cuándo se nacionalizan los venezolanos?”. En esta pieza subraya el evidente menoscabo de los valores identitarios del país. Así dice:

(…) es innegable la pérdida y sacrificio reiterados de lo autóctono, la continua mediatización de las expresiones culturales, la constante introducción al país de técnicas y metodologías exóticas, la intervención permanente del gran capital extranjero en el manejo de nuestras competencias deportivas, la explotación de nuestros principales recursos por los consorcios internacionales.

Convida a ocuparse de lo nacional como un deber: amar la patria es amar sus tradiciones, sus costumbres, su historia, pues “poco significaría la nacionalización del hierro y del petróleo si permanecemos indiferentes frente a la desnaturalización de los valores que robustecen nuestra personalidad de pueblo”. Él se mostraba reticente a aceptar ciertas novedades de la hora, ciertos giros modernos que infiltraban la cultura del patio. Así ocurrió con la condena que hizo de la Onda Nueva, el movimiento musical acaudillado por el compositor Aldemaro Romero. José Miguel, que con sus hijos asistía puntualmente a festivales folclóricos y recitales de música tradicional venezolana, lo consideraba una vulgar deformación de ésta. Para él la ocasión excitaba a los venezolanos a nacionalizarse, como dije, a asumir y sentir con pasión lo nacional.

Tomando partido ante cualquier signo de alienación, consideraba que el fomento de la venezolanidad, que entendía como el autorreconocimiento y la autoaceptación de los atributos que nos caracterizan y diferencian respecto a otros pueblos, era la vía para enfrentar las invasivas costumbres foráneas. Se puede ver en ello una actitud conservadora, si no puritana; lo es en buena medida, pero no menos cierto es que su preocupación tenía asidero empírico, comoquiera que la influencia de los medios de comunicación masivos comenzaba a ser determinante en el modelado de las conductas de las generaciones más jóvenes de entonces. El choque era inevitable.

De allí su insistencia en nacionalizar la educación y la cultura como tareas urgentes, cardinales. Un reconocido columnista de la región ponía en boca de Contreras que “donde la cultura no ha cimentado y decantado, no hay tabla de valores”.2 Este sentido de la nacionalidad, sin embargo, no se diluía en la falaz retórica ni perseguía, como en el reciente pasado perezjimenista, sosegar conciencias; antes bien, se trataba de apertrechar ideológicamente a los venezolanos, como contrapeso a la avalancha cultural extranjera y extranjerizante.

Apuntaba como error seguir incorporando a adolescentes con sexto grado para el cargo de maestros, habida cuenta de que ignoraban los rudimentos de la pedagogía.  

Auscultando en las fuentes filosóficas de su escritura, es fácil identificar la impronta del pensamiento de John Dewey3 en este pasaje de “Entre la familia y la escuela”:

La familia y la escuela conforman una entidad unida por lazos muy estrechos y con identidad de propósitos (…). La escuela debe ser para la familia prolongación de sus inquietudes y de sus afectos; el hogar debe ser para el plantel puente que le una a la colectividad y que le permita vivir a plenitud su condición de agencia social, su naturaleza de servicio de bien público.

Eso sí, no fue tan iluso Contreras, como se pudiere pensar, al hacer estos planteamientos. Consciente de los vicios socioculturales que, arraigados en la mentalidad venezolana, podían atentar potencialmente contra este principio, propone: “Conviene pensar un poco en las condiciones reales de los grupos familiares, en las condiciones materiales de nuestras aulas y en las condiciones profesionales de nuestros maestros”.

Las de los maestros, en particular, le angustiaban. ¿Cuál había de ser, para el escritor, el atributo esencial de un maestro?: la disposición permanente al estudio, la puesta al día de sus conocimientos e instrumentos teóricos y procedimentales de trabajo. De esta índole derivaban, según él, las demás notas del educador integral. Así, fue crítico, en diferentes momentos de su vida, ante el cuadro de insuficiencias intelectuales de que adolecía buena parte del magisterio venezolano. No hay nada que ocasione más daño a los aprendices que un docente mal preparado, que no haya trascendido los parámetros de una formación superficial, sin hábito lector, que haya extraviado, en las aulas de la normal o el pedagógico, su tino para penetrar en los problemas sociales, su vocación misma. Sostenía, incluso, que muchos educadores en servicio eran incompetentes para alfabetizar. De allí su insistencia en el diseño programático de planes de mejoramiento y capacitación profesional para educadores; primero, en su posición de secretario de la Escuela de Vacaciones, en 1947, y más tarde, como director de la Oficina Nº 3 de Mejoramiento Magisterial, en 1959. A este tema dispensó siempre una atención particular. Desde su cargo de director de Mejoramiento apuntaba como error seguir incorporando a adolescentes con sexto grado para el cargo de maestros, habida cuenta de que ignoraban los rudimentos de la pedagogía. Ya casi al final de su vida volvía sobre este asunto: “Muchos maestros, producto apresurado del compromiso que origina el crecimiento demográfico, no poseen las mínimas aptitudes para producir las relaciones inteligentes que hacen posibles los aprendizajes”.

La falta de miras y de planificación por parte del Estado mantenía en situación de abandono a los artesanos y pequeños productores del país. En “Cuando Fomento llegue hasta Amábilis”, partiendo de la singularidad de un caso, el de Amábilis Figueira, José Miguel bosqueja el problema en su conjunto. Aquél, nos dice, es propietario de “una pequeña venta de guarapo de piña, guarapo de tamarindo, chicha de arroz y chicha de maíz, en un tarantín al que se acercan los barquisimetanos de pura cepa y [los] barquisimetidos”.

Amábilis, como tantos pequeños comerciantes, ha anhelado expandir su negocio, incrementar y optimizar su producción, pero se le ha tornado cuesta arriba la tarea. No obstante, afirma Contreras, no ha desfallecido su empeño “de saltar el mostrador y transformar su oficio en pequeña empresa (…) en tarea empeñosa para dejar de ser el prisionero de las esquinas”. Con él, muchos hombres y mujeres de Venezuela solamente esperan “una manito para mejorar las condiciones de trabajo en sus industrias caseras”. Con los “caratos de Amábilis ha sucedido lo mismo que con el mojicón de El Tocuyo, las paledonias de Siquisique, el queso de cabra de Carora, las almojábanas de La Grita, las quesadillas de Tovar y el vino de semeruco en Bobare”: no han recibido apoyo gubernamental. Fomento tiene el irrefragable deber de auxiliar a estos humildes trabajadores, pues “cuando Fomento llegue al lugar donde Amábilis ha puesto pulso y corazón (…) indudablemente estará llegando a Venezuela” y, de tal suerte, “se habrá empezado a realizar el milagro que hace tanto tiempo se espera”.

Para los años setenta del siglo pasado la sede del Instituto de Previsión y Asistencia Social del Magisterio (Ipas) en el estado Lara estaba situada en la avenida 20, centro de Barquisimeto, en una edificación destinada originalmente a servir como conjunto residencial. Esto hacía de los pasillos y salas de consulta “reducidos espacios para el constante tropezón entre el galeno y el paciente o el galeno con su enfermera”. Sin embargo, comenta el de Ejido, se ha sabido aprovechar el primer piso del edificio para abastecer a los educadores con “todos los artículos de perfumería que sean necesarios para su acicalamiento y puedan, en alguna forma, favorecerle en sus aspiraciones de cambio social” (resalto).

Es dilatado el catálogo de fragancias que ofrece el Ipas a los educadores larenses:

Están representadas “Rochas”, “Víctor”, “Vetiver”, “Helena Rubinstein”, “Ritz”, “Pino Silvestre” (…), hay desde la fragancia campestre apropiada para los maestros rurales hasta los extractos más purificados [que] resultan de obligado uso entre los docentes de ciencias experimentales.

Al parecer rindió muy pocos réditos al Ipas esta proveeduría de perfumes:

El magisterio regional sigue apegado a los viejos artículos de tocador. Chencho Pereira, Miguel Tovar, Domingo Graterol, entre otros, continúan asidos a la loción “Pompeya”, a los polvos “Sonrisa”. Antonio Fonseca, Orlando Giménez y Expedito Cortés se manifiestan consecuentes con el jabón “Reuter”; un inmenso contingente prefiere invertir el retroactivo y el aumento en caraotas enconchadas, antes que (…) gastar los pocos centavos que quedan de las partidas quincenales en el envolvente hechizo de la fragante “Kikú”.

Prosigue la deliciosa pieza cronística revelándonos cómo el presidente del Ipas en Barquisimeto proyecta agregar, a la exhibición de perfumes, una muestra permanente de granos, carnes, legumbres, zapatos, medias y fustanes. Y sirviéndose de una expresión puesta de moda en esos años por el humorista Perucho Conde, culmina: “Proveeduría de perfumes… ¡Parecen locos!”.

Nuestro escritor tenía una prosa correcta, sin afectaciones, en la que destacaba el equilibrio formal.  

El chisme y sus intríngulis también hallaron lugar en la crónica del maestro. “La sutilísima red de la chismografía” desnuda el andamiaje que sostiene la práctica del chisme, antigua como la que más. “El chisme y la murmuración andan unidos, son tentáculos de un poderoso pulpo”, que estrangula la moralidad de la sociedad. Cual radiólogo, muestra que dentro del aparato de creación y difusión que le es inherente, la chismografía dispone de promotores, que contribuyen con sus elucubraciones; coordinadores, a los que compete hilvanar contactos y canales de divulgación; y, finalmente, los famosos “lleva y trae”, que llama postas.

La insidia, la movilidad, la fantasía desmesurada, la capacidad de adaptación y supervivencia, son rasgos caracterizadores del chisme y los chismosos, “embusteros por naturaleza, [que] afianzan el chisme en la mentira con descarado cinismo”. Quien asume a dedicación exclusiva el punible ejercicio chismográfico es también “ladrón taimado”, que “hace del chisme y la mentira instrumentos para acrecentar riqueza”. Finaliza diciendo: “Elevemos plegarias para que Dios nos salve de los chismosos y ahuyente del municipio [Iribarren] tanta maledicencia y tanta intriga”.

Nuestro escritor tenía una prosa correcta, sin afectaciones, en la que destacaba el equilibrio formal (arquitectura de las frases, extensión de los períodos). Los artículos para la prensa a fuerza habían de ser breves, y él, huelga decirlo, se ajustaba muy bien a la constricción genérica. Si el tema ameritaba un tono reflexivo, acudía al expediente de la reduplicación o el de la reiteración, enfatizando, bien una idea, bien un concepto, que le permitieran lograr su propósito. Por igual, escribía con desenfado sobre asuntos menos formales, apelando a un humor muy natural, cáustico unas veces, en otras, irónico. Un recurso estilístico que no escatimaba era el dicho popular: “Más enredado que un kilo de estopa”, “con el mecate amarrado”, “a falta de pan, buenas son tortas”, “que cucaracha en baile de gallina”, “como los árboles, morir de pie”, “de médico, poeta y loco todos tenemos un poco”, “una cabuya de tres hicos”, “cuidado con esa concha”, son algunas de las expresiones populares inventariables en su producción.

Más aun: el lirismo no era ajeno a su estrategia discursiva, como evidencia la tesitura poética de “Víctor y los viejos tipógrafos”: “Se nos están yendo los viejos tipógrafos merideños. Durante el mes de marzo, cuando todavía descendía de los páramos la brisa pertinaz, se nos fue Víctor, Víctor Izarra”. Izarra instruyó a varias generaciones en el oficio de “distribuir el tipo sobre la humedad permanente de las cajas”. “Se ha ido Víctor Izarra y, en su recuerdo, mi crónica volandera sobre la nítida página de un periódico interiorano”.

 

IV

Su obra escrita, dispersa, sin catalogar, es un rico filón que dibuja el tumultuoso desarrollo de la educación nacional en el siglo pasado, y, en particular, la imagen del amargo avatar cotidiano de nuestros maestros. Tómese este texto como una invitación a conocer esa escritura.

Una relación provisoria de los materiales escritos por José Miguel Contreras:

  • “Síntesis histórica de la evolución de la escuela normal federal venezolana”. Educación, 49, 15-25.
  • “Breve información sobre la escuela de vacaciones”. Educación, 50-52, 87-94.
  • Temas y notas para el magisterio (folleto). Barquisimeto: autor. Contiene artículos, proyectos e informes.
  • Carta al magisterio. Discurso de agradecimiento leído por Contreras en un acto donde fue homenajeado el 23 de marzo de 1968. Datos no publicados.
  • La Región Centro-Occidental: trabajo de investigación y acopio realizado por José Miguel Contreras para establecimientos docentes de la región (folleto). Barquisimeto: autor.
  • 20 crónicas breves: inquietudes periodísticas de un jubilado (folleto). Barquisimeto: autor.
  • El mirador del jubilado: crónicas para la escuela, para la ciudad y para el recuerdo (folleto). Barquisimeto: autor.
  • La huella del Libertador: cortas páginas sobre Simón Bolívar. Trabajo no publicado. Barquisimeto: autor.
  • (s/f). Sinopsis laboral de José Miguel Contreras. Datos no publicados.

 

Referencias

  • Contreras, J. (1976). El mirador del jubilado: crónicas para la escuela, para la ciudad y para el recuerdo (folleto). Barquisimeto: autor.
  • De Lara, Juan (1977, junio 16). “José Miguel Contreras”. En: El Impulso, p. A3.
  • Fermín, Daniel (2012). “Uno termina siendo un escritor por la fuerza de la lectura”, entrevista a Carlos Sandoval. En: El Universal (consulta 2012, septiembre 24).
  • Luzuriaga, L. (1961). La educación nueva. Buenos Aires: Losada.
  • Silva, L. (2011). El estilo literario de Marx. Caracas: Fundarte.
Orlando Yedra
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Notas

  1. La preocupación de El Vaticano por “esos sistemas pedagógicos modernos”, propagadores de “perniciosos errores”, quedó manifiesta en 1929, cuando Pío XI fijó la posición oficial de la Iglesia Católica mediante la encíclica Divini Illius Magistri.
  2. Juan de Lara (1977, junio 16). “José Miguel Contreras”. El Impulso, p. A3.
  3. Sobre todo, de su clásico Democracia y educación: una introducción a la filosofía de la educación (1925). Hay varias ediciones en castellano, una de las más recientes: Ediciones Morata, 2004, 320 pp.
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