Letras
Poemas
Néstor E. Rodríguez
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El desasido

"Ven / Mira las presencias / Transformadas"
David Huerta

Bienvenido al recinto
de las presencias
transformadas.
Venga por aquí,
pase adelante.
Siga el haz de viento
que la bruma empape
y no se diga nada más,
que aquí las cosas van
por cuenta nuestra.
Despójese
de cuanto ayer supuso
materia comprobable
de los días
y arrímese
a esta velada singular,
pero con los ojos
bien abiertos.

 

Mundo giratorio

Por la ventana
pasa el mundo
a escala minúscula:
el patético teatro del afuera.
Un poco desorientado
por la gracia
lumínica de los viandantes,
insisto en concitar
el miedo.
De la calle veo su resplandor
sobre el asfalto mojado,
el celaje de unos pocos automóviles
y una tríada de canes aguardando.
Suele saberse de tres,
me digo, matemático,
guarismo impar
ése que bordea
la boca de mi boca
hasta descubrirse
en su desnudez
de fierecilla alada,
número danzante
ése que activa
la memoria del cetáceo
al punto de perdidas emanaciones.
Si estuvieras aquí,
si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes.

 

Confidencia

En este punto
empieza el tronco
de mi sed,
donde posaste el beso
derramado contra las aguas.

 

Isabel

De ser cierta
la cadencia
de lo acontecido,
la débil ráfaga
de letras sembrando acertijos
en la memoria naciente,
alguna salida habrá,
es un hecho,
cuajada en la memoria
de la infante.

 

Quema de Markitos

En el carnaval de Zalduondo, pequeña comarca de la ruralía vasca,
el protagonista forzado es Markitos, muñeco que simboliza el mal
agüero y al que se sacrifica infamemente en medio de las festividades.

Quien te viera de tal guisa
así vejado, a la gracia de todos
fatalmente repartido,
uno a uno tus huesos
a la risa y el escarnio dando,
conocería por fin
lo que al ojo del común dejas aquí:
la llave y el tesoro y el cadalso.

 

Homenaje al poeta Aníbal Núñez

Tengo en mis manos
un diminuto volumen
titulado Casa sin terminar.
Me lo obsequió Ángela San Francisco,
madre del pintor y poeta salmantino
Aníbal Núñez,
hace exactamente un lustro.
He reconstruido los pormenores
de aquella visita a la casa
del poeta y los signos
que se fueron alineando
para que su vigilia saturnal
diera conmigo.
Poco tuvo que ver Francisco
y su torrencial diligencia
por mostrarme
los bardos de la ciudad.
Mucho menos Fernando,
quien apalabró la cita
en el viejo piso
del Paseo de las Carmelitas.
El encuentro —entiendo ahora—
se venía fraguando tiempo antes,
como el licor de la uva
o el liquen en la piedra de Villamayor.
Aquello era una broma inofensiva del poeta
desde su infierno acuoso,
un ajado estandarte
señalando la pírrica victoria
sobre el extravío.