Soy la roca, el agua de paso que recalienta la
atmósfera.
Caminamos desnudos como colgados de aquellos sueños
que fueron tejidos sobre el listón petulante de la vía láctea. Aborrecemos
las mañanas en que la migraña nos inunda con su fétida podredumbre de
espantapájaros. Soy el destello tatuado en tu centro.
¿No recuerdas, acaso, fumar las estrellas cuando el
campo era tu esencia y la gente desfilaba por callejuelas apagadas de misterios?
Soy el cencerro de oro que suena cada vez que tus pensamientos aborrecen la
lejanía de ser ese hombre de puños cerrados, que muerde pedacitos de vida en
la alfombra nupcial de los espantos.
Caminamos agotados por nuestros errores, buscando
culpables. Soy la roca, la espesa longitud de tus líneas, ese irse y venir, esa
falta de estabilidad emocional trastabillando en tus oídos. "¿Qué es el
sol?", me preguntas, amado. No sé, sólo sé que prefiero la luna, la
oscuridad taciturna de las luciérnagas.
Soy la roca, la falacia de los mejores argumentos.
Amanezco pisoteada de hombres que no conocen más que hacer daño a sus
amuletos. El tiempo es magma y yo soy todo: savia y cuerpo. Escritura ilegible
con sed de silencio.
Extranjera
Cuando venga a buscarme,
díganle:
"Se ha mudado".
Oliverio Girondo
La soledad de este país se maquilla de girasoles
blancos, de margaritas asomando a la azotea, o tal vez sea la incongruencia del
dolor mitigada por la tarde o por el anochecer de tu cuerpo.
¿Quién sabe qué temprana actitud o qué destello
aguarda bajo tu piel imperfecta, bajo el rasguño silente de tus pezones, de tus
dedos mancillados por el viento, o tal vez sólo se trate de alguna enfermedad
en busca de su nombre?
Dicen que a tu tierra no llegan los barcos y que
tampoco nevará en septiembre ni en primavera. La otra mujer, la que oxigena tus
huesos, la que corroe tu carne, ronda fantasmas, atenta, acechando.
A veces sólo son pájaros dormidos, un páramo de
narices frías o la sonrisa aún inmadura que, sin embargo, delata el paso del
tiempo. A veces sólo se trata de reinventar noches y de supurar falsos dioses
de este lado de la cama.
¿Acaso fuiste invitada a dialogar con tu sombra, a
cerrar todas las ventanas? Quizás sea el momento de parir tu alma en cuotas,
para que comprendan la injusta necesidad de ser extranjera en tu propia tierra.
Autorretrato
Creo que mi mejor estado es la soledad. ¡Y que
mejor día que este para extrañar el lado más oscuro de la noche o las
ráfagas desdentadas del invierno! A veces parece que doblamos campanas con la
cantidad de años que gritan nuestros talones, y la soledad se nos resbala como
un caracol marchito subiendo escaleras. ¿Acaso Cenicienta fue invitada a
nuestra boda o guardamos semillas en algún cuaderno? Pienso que es en vano
adolecer de actitud, cuando nos sentimos a gusto en un bosque de pirañas o de
invenciones extranjeras. Descubrí que este caparazón tiene forma de lágrima,
tiene forma de estrella, así, como una sirena envuelva en un capullo tejiendo
su propia tela. Mi parecido con las arañas no es casualidad, si coincidencia,
es cierta debilidad por los insectos. Mi morbosidad depende de algunos
estornudos. No pretendo ni el hábito usurero de las hormigas ni la destreza de
las gacelas. Soy un caballo corriendo carreras o tal vez la suave densidad de
las libélulas. Mi escritura no es ilegible ni agraciada ni moderna y si me
perforan la panza, nacerá una mujer de lunas, persiguiendo cometas.
Abismos
Ese grito carnal, desmesurado, esa voz, tus mejillas
mirándome. La lactancia de tus muslos verdes sobre la plegaria de mis versos,
ofreciéndote la protuberancia de este latir de catacumbas. Afuera quedó el
incesto y la peregrinación se disemina junto a los señores y sus amuletos de
amianto ¿Qué frase, qué poderosa artimaña duerme bajo mis ojos? Voces
amuralladas desde mis fronteras. ¿Qué lejano debatir se enciende a medida que
progresan los escorpiones en una ciudad que no conoce la luz? No he de saberlo
yo, que copulo bajo el asfalto tachonado de girasoles o que me implanto en el
aletear de tu ovípara sonrisa. El frío intestinal aborrece la franca
cordialidad de mi mirada, sin embargo mi tozudez no halla respuesta cuando el
equinoccio se cruza de brazos.
Manifiesto
Desde tu muralla, amurállame. Porque el río goza
de mala salud y nunca espera. Porque las malas palabras flotan esquinas abajo.
Porque mi perversión alcanza su punto álgido y la noche se presenta dispuesta
a llevarse todo, a romperse, a suicidarse. Es más fácil retomar desde el
comienzo: apuñalar cicatrices, deshojar terremotos. Es más coherente invalidar
formas, quebrar silencios. ¡Es más doloroso y menos inquietante! Opaca tus
sueños de niño impúber, de sapo-araña. Blasfema sobre tu tela, sobre la
seudo precariedad de tus sentidos y repliégate, porque mis huesos no soportan
el peso de tus morbosidades.
Voyeur
¿Quién estirará mi piel bajo la circunferencia
muda de la luna llena?
¡Ay de mí, de mi extraña actitud, de mi moribunda lucidez y su obsoleta
perversidad! Mercaderes de la carne devorando bocas, mujeres diminutas
sepultando(se) los labios y los ojos lúdicos del deseo arrinconando la
inmutable fatalidad del espejo. Ser parte del espectáculo y volverse decorado
de ese triste quiebre inmoral de los sentidos. Paredes narcotizadas de
insomnios, el jadeo irregular de una garganta que cruje bajo la falsa
voluptuosidad de un orgasmo deshabitado de uñas. Adorar el rito antropófago de
las falanges y participar del canibalismo más utópico. Prostitución de
cuerpos y de mentes, arrastrando entre nosotros la calle de los lobos
hambrientos de Caperucitas.
El amor es una prostitución de formas
El amor es una prostitución de formas. Casi como
una liturgia de dos imbéciles, se presenta a nuestra mesa con las zapatillas
sucias y las mejillas entumecidas, nos mira, nos interroga. Ya no sé si creerle
o pedirla en matrimonio. Algunos médicos me aconsejan que rompan unos cuentos
hímenes para poder supurar la eternidad de lombrices que cuelgan de mis
memorias. Ya no sé si presentarme en la casa de sus padres o sentarme
directamente sobre la piel de su falda y con cara de quien no entiende la cosa,
preguntarle: —¿Señorita, cuánto cobra?
Quiromancia
Alguien leyó mis manos y señaló: "Señora,
tu suerte está echada en la piedra". Huyes de mí y cuando creo perderte
en otra piel, en otros labios, la mujer barbuda me recuerda que no es tan fácil
olvidar tu voz en un cartón de cigarrillos. Tal vez me decida a coleccionar
payasos, a abarrotarme el ombligo de pelusas y a sonreír como las muñecas de
cartulina: sin castigos y sin reproches. ¿Dónde mis tristezas, gitana?
¿Dónde el dolor o los aplausos? ¿Dónde la vida se perfila hacia la muerte y
cae sin preguntar si está bien o mal caer de esta manera? ¿Dónde? Si sólo
tengo este destino que no cabe en mis huesos.
Desde adentro
Observa mis manos y dime qué ves: el hombre y su
mirada de universo. Mujer sangrando versos y los dedos de cristal que se
diluyen. Ir seccionando partes: fémur, costillas, piel, cuando del otro lado no
sabemos quién nos habita. Me imagino isla separada del mar por otra isla, una
punzada helada junto a esta naturaleza muerta de ojos pergamino y de tiempos sin
memoria. El maleficio de parir incertidumbres, esa ovípara necesidad de ser
fetiche incaico. El camino invoca esa agonía, el tramado final del apetito.
¿Adónde fuiste a morir, Milagros? Bebemos de la noche, de sus lunas de vino.
Esa actitud de salir a besar fantasmas en una habitación desprovista de
silencios.
Canción de los pájaros
Reniego de plegarias imperfectas, de formas
consuetudinarias y lo más importante es que perdí mi estirpe de pato salvaje,
una noche, en el campo, cuando lloraban payasos. ¡Réquiem a mis huesos flacos,
a mi nariz tatuada de canarios y a mis dos manos! Segrego un corredor de
codornices a mi ella, toda emplumada de trapos. Princesa de alas oscuras, de
gaviotas turquesas planeando bajo y detrás de un cielo hueco, dos ojos que te
miran, agonizando alto.
Nostalgia
No te dejaré morder la luna ni escribir dentro de
mí. Quizás reinventes aquella monotonía tuya de abrazar lagartijas con los
dientes. Aunque ya lo sabes: blasfemo cielos desde la oquedad oscilante de mi
cintura y le he perdido el miedo a casi todo. Sin embargo tu nombre se mantiene
indemne en la profundidad de mis emociones.
Orfandad
Sobriedad, la noche, el coito de luna. Los hombres
olvidan a sus mujeres, las mujeres no preguntan por sus hombres. El interior se
nubla, no inquiere cuánto de eternidad cobijan las estrellas. Banquete de
árboles caídos, de caricias que tiemblan como hojas y la creencia de sentirse
libre en un paisaje de alas torcidas, huyendo de su goce.
Palabras
Uno inventa palabras para que al nombrar las cosas
duela menos. Uno no entiende para qué tantas reglas de gramática, de sintaxis
y el porqué de memorizar el correcto uso de las comas, hasta que decide
escuchar y escucha. ¡Silencio! Ninguna voz del otro lado del espejo, ninguna
comunicación del otro lado de la noche. Uno se asusta, siente la soledad y
tiembla. Entonces, se da cuenta de que si pronuncia sonidos, de que si une
fonemas, quizás alguien le preste atención y responda.
Dioses
¡Lo siento! Me paraliza el miedo. Intento apoyar la
curvatura de mi hocico sobre la ventana, pero no puedo. ¡Lo siento! Me paraliza
el miedo. Es injusto que después de tantos años, se me caiga el pelo y lo
mejor de mí sean estos huesos flacos que apenas pueden subirse al auto o
saludar al dueño. ¡Lo siento! Me paraliza el miedo y pensar que existe la
posibilidad de un dios llamado Perro.