Letras
El estado líquido de la soledad
María Milagros Roibón
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Voces

Soy la roca, el agua de paso que recalienta la atmósfera.

Caminamos desnudos como colgados de aquellos sueños que fueron tejidos sobre el listón petulante de la vía láctea. Aborrecemos las mañanas en que la migraña nos inunda con su fétida podredumbre de espantapájaros. Soy el destello tatuado en tu centro.

¿No recuerdas, acaso, fumar las estrellas cuando el campo era tu esencia y la gente desfilaba por callejuelas apagadas de misterios? Soy el cencerro de oro que suena cada vez que tus pensamientos aborrecen la lejanía de ser ese hombre de puños cerrados, que muerde pedacitos de vida en la alfombra nupcial de los espantos.

Caminamos agotados por nuestros errores, buscando culpables. Soy la roca, la espesa longitud de tus líneas, ese irse y venir, esa falta de estabilidad emocional trastabillando en tus oídos. "¿Qué es el sol?", me preguntas, amado. No sé, sólo sé que prefiero la luna, la oscuridad taciturna de las luciérnagas.

Soy la roca, la falacia de los mejores argumentos. Amanezco pisoteada de hombres que no conocen más que hacer daño a sus amuletos. El tiempo es magma y yo soy todo: savia y cuerpo. Escritura ilegible con sed de silencio.

 

Extranjera

Cuando venga a buscarme,
díganle:
"Se ha mudado".
Oliverio Girondo

La soledad de este país se maquilla de girasoles blancos, de margaritas asomando a la azotea, o tal vez sea la incongruencia del dolor mitigada por la tarde o por el anochecer de tu cuerpo.

¿Quién sabe qué temprana actitud o qué destello aguarda bajo tu piel imperfecta, bajo el rasguño silente de tus pezones, de tus dedos mancillados por el viento, o tal vez sólo se trate de alguna enfermedad en busca de su nombre?

Dicen que a tu tierra no llegan los barcos y que tampoco nevará en septiembre ni en primavera. La otra mujer, la que oxigena tus huesos, la que corroe tu carne, ronda fantasmas, atenta, acechando.

A veces sólo son pájaros dormidos, un páramo de narices frías o la sonrisa aún inmadura que, sin embargo, delata el paso del tiempo. A veces sólo se trata de reinventar noches y de supurar falsos dioses de este lado de la cama.

¿Acaso fuiste invitada a dialogar con tu sombra, a cerrar todas las ventanas? Quizás sea el momento de parir tu alma en cuotas, para que comprendan la injusta necesidad de ser extranjera en tu propia tierra.

 

Autorretrato

Creo que mi mejor estado es la soledad. ¡Y que mejor día que este para extrañar el lado más oscuro de la noche o las ráfagas desdentadas del invierno! A veces parece que doblamos campanas con la cantidad de años que gritan nuestros talones, y la soledad se nos resbala como un caracol marchito subiendo escaleras. ¿Acaso Cenicienta fue invitada a nuestra boda o guardamos semillas en algún cuaderno? Pienso que es en vano adolecer de actitud, cuando nos sentimos a gusto en un bosque de pirañas o de invenciones extranjeras. Descubrí que este caparazón tiene forma de lágrima, tiene forma de estrella, así, como una sirena envuelva en un capullo tejiendo su propia tela. Mi parecido con las arañas no es casualidad, si coincidencia, es cierta debilidad por los insectos. Mi morbosidad depende de algunos estornudos. No pretendo ni el hábito usurero de las hormigas ni la destreza de las gacelas. Soy un caballo corriendo carreras o tal vez la suave densidad de las libélulas. Mi escritura no es ilegible ni agraciada ni moderna y si me perforan la panza, nacerá una mujer de lunas, persiguiendo cometas.

 

Abismos

Ese grito carnal, desmesurado, esa voz, tus mejillas mirándome. La lactancia de tus muslos verdes sobre la plegaria de mis versos, ofreciéndote la protuberancia de este latir de catacumbas. Afuera quedó el incesto y la peregrinación se disemina junto a los señores y sus amuletos de amianto ¿Qué frase, qué poderosa artimaña duerme bajo mis ojos? Voces amuralladas desde mis fronteras. ¿Qué lejano debatir se enciende a medida que progresan los escorpiones en una ciudad que no conoce la luz? No he de saberlo yo, que copulo bajo el asfalto tachonado de girasoles o que me implanto en el aletear de tu ovípara sonrisa. El frío intestinal aborrece la franca cordialidad de mi mirada, sin embargo mi tozudez no halla respuesta cuando el equinoccio se cruza de brazos.

 

Manifiesto

Desde tu muralla, amurállame. Porque el río goza de mala salud y nunca espera. Porque las malas palabras flotan esquinas abajo. Porque mi perversión alcanza su punto álgido y la noche se presenta dispuesta a llevarse todo, a romperse, a suicidarse. Es más fácil retomar desde el comienzo: apuñalar cicatrices, deshojar terremotos. Es más coherente invalidar formas, quebrar silencios. ¡Es más doloroso y menos inquietante! Opaca tus sueños de niño impúber, de sapo-araña. Blasfema sobre tu tela, sobre la seudo precariedad de tus sentidos y repliégate, porque mis huesos no soportan el peso de tus morbosidades.

 

Voyeur

¿Quién estirará mi piel bajo la circunferencia muda de la luna llena?
¡Ay de mí, de mi extraña actitud, de mi moribunda lucidez y su obsoleta perversidad! Mercaderes de la carne devorando bocas, mujeres diminutas sepultando(se) los labios y los ojos lúdicos del deseo arrinconando la inmutable fatalidad del espejo. Ser parte del espectáculo y volverse decorado de ese triste quiebre inmoral de los sentidos. Paredes narcotizadas de insomnios, el jadeo irregular de una garganta que cruje bajo la falsa voluptuosidad de un orgasmo deshabitado de uñas. Adorar el rito antropófago de las falanges y participar del canibalismo más utópico. Prostitución de cuerpos y de mentes, arrastrando entre nosotros la calle de los lobos hambrientos de Caperucitas.

 

El amor es una prostitución de formas

El amor es una prostitución de formas. Casi como una liturgia de dos imbéciles, se presenta a nuestra mesa con las zapatillas sucias y las mejillas entumecidas, nos mira, nos interroga. Ya no sé si creerle o pedirla en matrimonio. Algunos médicos me aconsejan que rompan unos cuentos hímenes para poder supurar la eternidad de lombrices que cuelgan de mis memorias. Ya no sé si presentarme en la casa de sus padres o sentarme directamente sobre la piel de su falda y con cara de quien no entiende la cosa, preguntarle: —¿Señorita, cuánto cobra?

 

Quiromancia

Alguien leyó mis manos y señaló: "Señora, tu suerte está echada en la piedra". Huyes de mí y cuando creo perderte en otra piel, en otros labios, la mujer barbuda me recuerda que no es tan fácil olvidar tu voz en un cartón de cigarrillos. Tal vez me decida a coleccionar payasos, a abarrotarme el ombligo de pelusas y a sonreír como las muñecas de cartulina: sin castigos y sin reproches. ¿Dónde mis tristezas, gitana? ¿Dónde el dolor o los aplausos? ¿Dónde la vida se perfila hacia la muerte y cae sin preguntar si está bien o mal caer de esta manera? ¿Dónde? Si sólo tengo este destino que no cabe en mis huesos.

 

Desde adentro

Observa mis manos y dime qué ves: el hombre y su mirada de universo. Mujer sangrando versos y los dedos de cristal que se diluyen. Ir seccionando partes: fémur, costillas, piel, cuando del otro lado no sabemos quién nos habita. Me imagino isla separada del mar por otra isla, una punzada helada junto a esta naturaleza muerta de ojos pergamino y de tiempos sin memoria. El maleficio de parir incertidumbres, esa ovípara necesidad de ser fetiche incaico. El camino invoca esa agonía, el tramado final del apetito. ¿Adónde fuiste a morir, Milagros? Bebemos de la noche, de sus lunas de vino. Esa actitud de salir a besar fantasmas en una habitación desprovista de silencios.

 

Canción de los pájaros

Reniego de plegarias imperfectas, de formas consuetudinarias y lo más importante es que perdí mi estirpe de pato salvaje, una noche, en el campo, cuando lloraban payasos. ¡Réquiem a mis huesos flacos, a mi nariz tatuada de canarios y a mis dos manos! Segrego un corredor de codornices a mi ella, toda emplumada de trapos. Princesa de alas oscuras, de gaviotas turquesas planeando bajo y detrás de un cielo hueco, dos ojos que te miran, agonizando alto.

 

Nostalgia

No te dejaré morder la luna ni escribir dentro de mí. Quizás reinventes aquella monotonía tuya de abrazar lagartijas con los dientes. Aunque ya lo sabes: blasfemo cielos desde la oquedad oscilante de mi cintura y le he perdido el miedo a casi todo. Sin embargo tu nombre se mantiene indemne en la profundidad de mis emociones.

 

Orfandad

Sobriedad, la noche, el coito de luna. Los hombres olvidan a sus mujeres, las mujeres no preguntan por sus hombres. El interior se nubla, no inquiere cuánto de eternidad cobijan las estrellas. Banquete de árboles caídos, de caricias que tiemblan como hojas y la creencia de sentirse libre en un paisaje de alas torcidas, huyendo de su goce.

 

Palabras

Uno inventa palabras para que al nombrar las cosas duela menos. Uno no entiende para qué tantas reglas de gramática, de sintaxis y el porqué de memorizar el correcto uso de las comas, hasta que decide escuchar y escucha. ¡Silencio! Ninguna voz del otro lado del espejo, ninguna comunicación del otro lado de la noche. Uno se asusta, siente la soledad y tiembla. Entonces, se da cuenta de que si pronuncia sonidos, de que si une fonemas, quizás alguien le preste atención y responda.

 

Dioses

¡Lo siento! Me paraliza el miedo. Intento apoyar la curvatura de mi hocico sobre la ventana, pero no puedo. ¡Lo siento! Me paraliza el miedo. Es injusto que después de tantos años, se me caiga el pelo y lo mejor de mí sean estos huesos flacos que apenas pueden subirse al auto o saludar al dueño. ¡Lo siento! Me paraliza el miedo y pensar que existe la posibilidad de un dios llamado Perro.